Por Luciano Monteagudo
Un hombre, una mujer, una playa
desierta. Nada más necesita el director François Ozon como
punto de partida para Bajo la arena, el segundo de sus films que se conoce
en Argentina esta temporada, apenas un mes después de Gotas que
caen sobre rocas calientes, todavía en cartel. Nuevo enfant terrible
del cine francés, Ozon (33 años) se permite con cada nueva
película ya lleva cuatro dar vuelta la página
y empezar de nuevo, desde un lugar distinto. Si en Gotas... exhumaba una
pieza olvidada de Fassbinder para recrear el imaginario de los años
70 con una gran estilización formal, aquí, en cambio, da
la impresión de seguir el camino inverso, de buscar una simplicidad
esencial, un material dramático que es capaz de abordar con gran
madurez y profundidad, con la ayuda de una soberbia actuación de
Charlotte Rampling.
Es de mañana y el sol brilla con intensidad en esa playa solitaria
del sudoeste de Francia, quizás demasiado agitada por el viento.
Marie (Rampling) y Jean (Bruno Cremer) no necesitan hablarse para disfrutar
de ese momento de intimidad. Llevan casi treinta años de casados
y parecen entenderse sin necesidad de las palabras. Ella se recuesta y
se abandona al sueño, al rumor de las olas y a los tibios rayos
del sol. El en cambio se dirige con decisión hacia el mar. Cuando
ella despierte, comenzará su pesadilla: Jean ha desaparecido. Simplemente
no está. No hay ningún rastro de él. Nada. De pronto,
Marie se ve confrontada a un vacío abismal, inexplicable. A partir
de ese momento, Bajo la arena seguirá a esa mujer en su tragedia,
en la manera en que vivirá con esa ausencia, en su tremenda dificultad
para elaborar el duelo ante la inexistencia de un cuerpo al que darle
sepultura.
Mi protagonista restituye a la muerte aquello que el cadáver,
por su evidencia brutal, tiende a esfumar: el carácter de un enigma,
ha declarado Ozon sobre su film. Lo singular de Bajo la arena es precisamente
el lugar que elige el director francés encarar su tema, desde la
subjetividad más absoluta de Marie, como si la película
decidiera solidarizarse enteramente con ella y acompañarla en su
soledad, en sus pensamientos más íntimos. Esto le da al
film la posibilidad de internarse en una suerte de fantástico cotidiano,
un espacio con toda la apariencia de la realidad exterior pero regido
por la interioridad de Marie, que no se rinde ante las evidencias y que
vuelve a materializar a Jean o al menos su sombra a partir
del dolor de la pérdida.
Se diría que lo de Marie va más allá de la negación.
Contra la depresión y la tristeza indecible, Marie saca la rabia,
elige la locura, un poco como el protagonista de La habitación
verde (1978), de François Truffaut, pero de una manera menos angustiante,
oponiendo en todo caso una discreta pero firme rebelión contra
el orden de la razón. Es allí, en ese punto donde el mundo
objetivo parece bascular, que Charlotte Rampling se hace imprescindible
para el film. Parecería que solamente ella fuera capaz de mantener
su integridad, su belleza inquietante, su natural elegancia enmedio de
ese desorden profundo, como ya lo había descubierto Nagisa Oshima
en Max Mon Amour, donde su personaje se enamoraba y compartía su
vida con un mono. Hay algo siempre insondable en la mirada de Rampling
que permite abrir una brecha hacia el misterio. Al mismo tiempo, lejos
ya del objeto erótico que supo ser en Portero de noche, ha crecido
como actriz al punto que es capaz de iluminar una de las escenas más
complejas de la película, cuando Marie, con el cuerpo de un amante
frágil accionando sobre el suyo, tiene de pronto un inesperado,
vital ataque de risa, al recordar el peso grandioso de su marido.
Es muy interesante la manera en que Ozon utiliza el cuerpo de Bruno Cremer,
como si esa mole inmensa no pudiera disiparse así como así,
dejando un espacio vacío aún mayor en la pantalla luego
de su desaparición, en la escena inicial en la playa. Esa ausencia
física es la que trata de reparar Bajo la arena, a partir de una
mujer dispuesta a desafiar la inexorabilidad de la muerte.
PUNTOS
Un
producto que se vende a pura patada y puro pecho
Por
Martín Pérez
Musculosa blanca, pelo largo atado en una trenza y borceguíes contundentes:
Lara Croft es una solitaria huérfana que no tiene ni un pelo de
pobre huerfanita. Oficialmente fotógrafa, pero en realidad saqueadora
de tumbas desde el título del film, la buena cuna de Croft tiene
detrás un pasado con padre también explorador. Desde que
sufrió la prematura pérdida de su progenitor, la infartante
Lara parece haber estado preparándose para la batalla con que se
presenta en la pantalla grande: una lucha en pos de un triángulo
dividido en dos partes, cuya reconstitución le asegurará
a su poseedor el dominio del tiempo. Pero para lograr tal poder, la reunión
de las dos partes del triángulo deberá realizarse coincidiendo
con la alineación de los planetas del sistema solar, algo que informa
la película sólo sucede cada 5000 años.
Creada hace un lustro para protagonizar el videojuego más popular
de los últimos años, la protagonista de Tomb Raider desde
hace tiempo que ha excedido el mundo de los juegos electrónicos.
Por esta razón la megaestrella virtual Lara Croft ha logrado reunir
detrás de su debut en el cine una alineación de megaempresas
que tal vez sólo suceda también cada 5000 años. Con
Angelina Jolie como protagonista y un aprendiz de Jerry Bruckheimer como
Simon West al mando (director de Con Air, un film que, según el
New York Times, es una de las películas más estúpidas
que se hayan filmado), Lara Croft: Tomb Raider antes que una película
es la culminación de la presentación mundial de un producto.
Con Indiana Jones y James Bond como modelos, pero con los atributos femeninos
bien al frente, el film de West es un film de patadas y tetas. Porno-soft
para prepúberes testosterónicos, no hay escena de Lara Croft:
Tomb Raider en el que su protagonista no luzca bien en cuadro sus pechos
turgentes, vestidas con su musculosa blanca. Filmado como si fuese un
videojuego, tan ordenado y lineal que no defraudará a los fanáticos
del mismo, sus efectos visuales son adornados también con un misticismo
light que hace las veces de efecto especial espiritual. De esta manera,
además de luchar contra la secta de los Iluminati que quieren
buscan reunir el triángulo partido, Lara Croft también
se encontrará en medio de una confusa intriga espacio-temporal
que la podrá frente a frente con su padre desaparecido. La encumbrada
Angelina Jolie quedará así frente a su padre en la vida
real, John Voight, aun mucho más trangresor en Perdido en la noche
que el cine de una hija más revulsiva por sus tatuajes y sus declaraciones.
Pero tanto este guiño cinéfilo como los opuestos entre lo
moderno -encarnado por Lara y lo clásico encarnado
por un entorno destruido a las patadas, apenas si son la fachada
de una película mucho más preocupada por el bamboleo (a
lo Flubber) de las tetas de su protagonista que por otra cosa. Con lo
que los paralelismos con James Bond o Indiana Jones terminan siendo irrespetuosos,
ya que tanto el nihilismo dionisíaco de uno o como el ingenuo idealismo
del otro siempre serán mucho más revulsivos que el corporativismo
de un protagónico que apenas si va apasar a la historia como la
mejor ubicación de un producto comercial en un film de Hollywood.
PUNTOS
EL
LADO OSCURO DEL CORAZON 2, DE ELISEO SUBIELA
Con la poesía a otra parte
Por
Horacio Bernades
Pasaron casi diez
años, pero eso se nota apenas en la caída del cabello de
Darío Grandinetti. Todo lo demás sigue igual. Envuelto como
siempre en su abrigo oscuro y en sus ideas fijas sobre el mundo, recitando
a destajo sus poemas o los de otros, allí está otra vez
Oliverio, buscando a aquella mujer que sepa volar y usando reiteradamente
su cama pirañera para arrojar al vacío a las
que no saben hacerlo. Primera secuela de un film de autor
en la historia del cine argentino, aquí está El lado oscuro
del corazón 2, que para su realizador representa la ratificación
total casi desafiante, a esta altura de un estilo y un discurso
cinematográfico y para sus productores, la esperanza de reeditar,
al menos en parte, aquel exitazo de 1992, que llevó a los cines
casi un millón de espectadores.
El carácter de coproducción con España apunta, de
paso, a jugar una carta en otros posibles mercados. El puente había
quedado tendido al final de la primera parte, cuando Ana, la prostituta
que podía volar (Sandra Ballesteros) se marchaba hacia Barcelona.
Ahora, un Oliverio abrumado por el peso de la gravedad terrestre (que
hace que en las calles de Buenos Aires todo el mundo camine encorvado)
no tiene más que ir en busca de Ana, para que la historia continúe.
Aunque, más que una continuación, El lado oscuro del corazón
2 parecería la misma película, pero al cuadrado. Tras un
fogoso reencuentro con Ana, Oliverio descubre que la chica ronca en la
cama. Como el concepto de poesía que aquí se despliega parece
excluir toda función fisiológica que no sea el sexo, ese
solo ronquido, sumado al hecho de que la muchacha ahora trabaja en una
tienda (ser poeta y tener un trabajo son otras dos cosas que, según
el estricto dogma de Oliverio, no pueden ir juntas) hacen que el protagonista
abandone ipso facto a quien en la película anterior representaba
la poesía en estado puro.
Oliverio le ahorra a la roncadora, eso sí, la temible ejecución
en cama pirañera, a diferencia de otras compañeras
sexuales menos afortunadas (entre ellas, Carolina Peleritti, que comete
el pecado de pretender que el poeta encuentre trabajo). Vacante otra vez
el puesto de mujer voladora, Oliverio se lo asignará a una equilibrista
de circo, Alejandra (la exquisita Ariadna Gil). A quien, en el colmo del
éxtasis amatorio, Oliverio define como un animalito ... herido.
Y que cultiva, también, el vicio del recitado a troche y moche.
De tal modo, la relación entre ambos, que se supone debería
ser puro fuego y emoción, consiste básicamente en extenuantes
campeonatos de lugares comunes poéticos.
Si a Oliverio lo sigue acosando La Muerte (otra vez Nacha Guevara), a
Alejandra no le pierde pisada El Muerte (Manuel Bandera),
andaluz vestido de negro que espera un traspié de la muchacha en
la cuerda. Y que se suma a la tendencia de los otros a hablar en poesía.
Tras los pasos de Oliverio aparece, también, un motociclista que
jamás se saca el casco, y que no es otro que El Tiempo. Todo es
con mayúsculas en El lado oscuro del corazón 2, y no hay
personaje o entelequia que no esté puesta en pantalla como vehículo
de las ideas del autor. Que resultan tan trajinadas como antes, pero más.
Para mí, la poesía es la vida, afirma Alejandra,
muyseria. Lo único que vale en la vida es la pasión,
asegura a su vez Oliverio, como si acabara de inventar algo. Es todo así,
todo el tiempo.
PUNTOS
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