Por Roque Casciero
Durante los últimos
treinta años, han sido muy pocos los fotógrafos que definieron
un estilo seguido e imitado hasta el hartazgo. Entre ese grupo selecto,
el nombre de Annie Leibovitz está bien arriba: desde las páginas
de las revistas estadounidenses Rolling Stone y Vanity Fair, puede decirse
que impuso una forma de fotografiar celebridades que marcó el rumbo
para cientos de colegas en todo el mundo. El documental que Film &
Arts exhibirá esta noche a las 21 dentro de su ciclo Perfiles
demuestra cómo y por qué fue que llegó a su lugar
de privilegio además de ofrecer una visión desde adentro
de su forma de trabajo.
El programa incluye un muy buen relato acerca de las dos tomas más
famosas de esta famosa fotógrafa. En 1981, mientras trabajaba para
Rolling Stone, le propuso a John Lennon y a Yoko Ono una sesión
con ambos desnudos. Pero Yoko, a último momento, no quiso sacarse
los pantalones, así que Leibovitz le dijo que volviera a ponerse
toda su ropa, mientras que el ex Beatle siguió completamente desvestido.
Cuando Lennon vio las primeras instantáneas, se entusiasmó:
Así es nuestro matrimonio, dijo. La foto recorrió
el mundo, porque fue la última sesión del beatle antes de
su asesinato. Jann Wenner, el fundador y director de la revista, decidió
poner en tapa sólo la foto, sin titulares. Fue la única
vez en la historia de la publicación en que sucedió eso.
Otra toma de Leibovitz que llegó a la primera plana de los diarios
de todo el planeta, algo muy poco usual, fue la portada de Vanity Fair
en la que se veía a Demi Moore desnuda y con un embarazo avanzado.
Me sentía muy sensual y quería transmitirlo,
explica la actriz en el documental. No fue una idea reveladora lo
que se nos ocurrió, fue sencillamente algo muy natural. La controversia
que despertó la tapa provocó que la revista saliera embolsada.
Los editores temían que así no se vendiera, pero el interés
de los norteamericanos por la fruta prohibida fue demasiado y los ejemplares
salieron como pan caliente.
En un momento del documental, alguien plantea que cuando Leibovitz consigue
fotos de un impacto tan grande, luego debe enfrentarse al problema de
superar sus propios límites. Pero ella lo logra, una y otra vez.
El método lo explica Mick Jagger, otro de sus frecuentes fotografiados:
Annie trabaja muy duro. Es muy perfeccionista, por lo que se pone
furiosa si algo sale mal. Exagera el asunto hasta la tortura. Wenner
completa: Ella siempre busca ideas nuevas. Se concentra en lo que
hace. No acepta un no. Siempre logra lo que quiere.
El director de Rolling Stone la definió como la mejor colaboradora
que jamás tuvo. Ciertamente, el estilo de Leibovitz ayudó
a definir el de la revista, a la que llegó en 1970, con portfolios
como los de la renuncia del presidente Richard Nixon. En el 75 aceptó
el convite de Jagger para que fotografiara una gira de los Rolling Stones.
Allí, ella comenzó a involucrarse en el modo de vida de
quienes miraba a través del lente de la cámara: su adicción
a las drogas se hizo pesada. Sin embargo, nunca dejó de trabajar
y eso fue lo que la salvó. A principios de los 80 hizo una
movida arriesgada que le salió de maravillas. Abandonó a
Wenner y los suyos, y aceptó un puesto en Vanity Fair, una revista
que aplaude el culto de los famosos. Los aires habían cambiado
y ella supo percibirlo. Trabajar en un medio en que las fotos no pueden
sino ensalzar a los retratados le impuso límites, pero ella consiguió
mejorar su estilo y filtrar, de modo sutil, su propia visión de
quien se ponía frente a su cámara. La ostentosa imagen del
matrimonio Trump es un buen ejemplo de esto.
El documental que se verá esta noche fue realizado hace poco menos
de una década, por eso apenas se vislumbran los últimos
pasos de la fotógrafa. En un momento, ella cuenta que se ha aburrido
de la perfección que había logrado en sus tomas. Por eso
decide intentar nuevos caminos, tan interesantes o más que los
de su trabajo para revistas. En elprograma, alguien plantea que sólo
el tiempo dirá si esas fotos sacadas por encargo son o no obras
de arte capaces de reflejar una época. Han pasado más de
diez años y, a esta altura, nadie en su sano juicio se atrevería
a discutir el valor artístico de las fotografías de Leibovitz,
o su carácter de escuela pública para miles de colegas de
todo el mundo.
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