Por Verónica
Abdala
En uno de sus libros, Papeles
de filosofía, Enrique Marí citó a Michel Foucault
para hablar de su propia obra. Más de uno, como yo, sin duda,
escribe para perder el rostro, remarcó. No me pregunten
quién soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral
de estado civil que rige nuestra documentación. Que nos dejen en
paz, cuando de escribir se trata. En esta especie de advertencia
a los dogmáticos, Marí dejaba claro que prefería
prescindir de los títulos y las clasificaciones a la hora de sumergirse
en la historia del conocimiento y la filosofía, para jugarse por
los abordajes multidisciplinarios, los enfoques que aportaran puntos de
vista novedosos a la teoría. Marí estaba convencido de que
desde la Argentina podía pensarse el mundo, y a veces se reía
del pensamiento argentinocéntrico de buena parte de sus colegas
en las ciencias sociales. La importancia del pensamiento no dogmático
y el deseo de tuteo con los popes de la filosofía mundial parecen
su legado, ahora que la muerte, que lo sorprendió el martes, empieza
a obligar a hablar en pasado de su personalidad.
Sus textos eran, la mayor parte de las veces, cruces. Entre los tópicos
de la filosofía y los de la literatura, entre la filosofía
de la ciencia y la historia, entre la sociología y el discurso
político o jurídico. Mari proponía, escribió
cierta vez un crítico, un turismo vertiginoso por asuntos
e ideas por los que el autor se deslizaba con soltura, evocando ta cantidad
de obras, que deprimía hasta al lector más jactancioso.
Era el suyo una suerte de intento panóptico, que, como
el dispositivo ideado en las viejas cárceles para vigilar a los
presos desde un punto desde el que resultaban visibles todos los ángulos,
procuraba una visión global, abarcadora, de las cuestiones filosóficas
en las que hacía foco, buceando siempre en sus dimensiones históricas.
Los relatos y ensayos de este compulsivo lector de Carlos Marx y Jean
Paul Sartre están reunidos en los que pueden ser considerados sus
títulos claves: Neopositivismo e ideología, Papeles de Filosofía,
La problemática del castigo, Elementos de una epistemología
comparada, El banquete de Platón, el eros, el vino, los discursos
y El discurso jurídico.
Lo recordaré siempre como un divulgador de lujo de ciertos
pensadores franceses e ingleses contemporáneos y como un gran polemista,
que defendía enérgicamente sus perspectivas, aunque en muchos
puntos no eran coincidentes con las mías, dijo ayer a Página/12
el epistemólogo Gregorio Klimovsky, horas después del sepelio,
en el cementerio de la Recoleta, de los restos de Marí. En
más de un aspecto, estábamos en terrenos opuestos, pero
debo reconocer su seriedad académica, y su audacia teórica.
Además de su afán de justicia para defender las causas de
bien y los derechos humanos. No hubo tantos filósofos marxistas
serios en este país, ni tantos que se jugasen como él, en
cuerpo y alma, en defensa de las ideas en las que creía.
Después de haber sido casi desplazados de la Facultad de Ciencias
Sociales de la UBA, cuando en 1999 se implementó un retiro forzoso
para los profesores mayores de 65 años, ambos compartían
hasta ahora la cátedra Epistemología de las Ciencias Sociales
de esa facultad. Klimovsky como Profesor Emérito, y Marí
en la categoría de Asesor Consulto. En aquella oportunidad, Marí
acusó a la Argentina, de ser un país perdedor
en materia de conocimiento, y a la burocracia universitaria, de manejarse
con la misma lógica desaprensiva con que los militares invadieron
los claustros en los años de plomo.
Abogado, epistemólogo, profesor en la UBA y en la Universidad de
las Madres de Plaza de Mayo, además de investigador del Conicet,
Marí fue el introductor de pensadores como Foucault y Louis Althusser
en la Argentina. Althusser llegó a citar los trabajos de Marí
en su libro El porvenir es largo. Allí le reconoce
sus investigaciones sobre la crisis del marxismo y valora, en ese marco,
la propuesta de Marí de repasar el positivismo lógico de
Ludwig Wittgenstein. En el momento de su muerte, Marí trabajaba
en La teoría de las ficciones, una tesis en la que confluían
el derecho, la ficción literaria y la filosofía.
OPINION
Por Horacio González *
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La intriga
C onocí a Enrique Marí. Pero algunas jornadas en
una de las infinitas comisiones universitarias, ciertas conversaciones
en un bar y las mutuas recaídas comunes en el género
de las mesas redondas no dan el derecho del conocimiento de nadie.
Pero siempre me intrigó Marí. Podía verse que
su formación clásica estaba moldeada por una erudición
elegante, en la que convivían rigurosos autores de la filosofía
del derecho y los tramos más virtuosos de una literatura.
Así, luego de un comentario a Beccaria en Dei delitti e della
pene, podía pasar naturalmente a El último día
de un condenado de Victor Hugo o las reflexiones sobre la guillotina
de Camus. Hace años, cuando leí la observación
que Luis Althusser hace sobre él en ese libro estremecedor
que es El porvenir es largo, traté de imaginar cómo
son extrañas las comunidades que pueden formarse. Es la comunidad
errante de los filósofos, donde el propio nombre pertenece
a cierta intemporalidad, convertido en una cita que parece dispersarse
en la memoria pero estaba preparada como un eslabón secreto
y extraordinario. Marí había sido asesor jurídico,
o algo así, del Banco Central. Recuerdo haberlo visitado
en un severo despacho, recuerdo la mención de Althusser,
su prevenida jocosidad. Y con esos escasos recuerdos trato de disolver
la intrigada circunspección para ver qué eslabón
estaba preparando, sin saberlo, este sereno filósofo argentino
al que quizás ahora leeremos mejor pero leeremos tarde.
* Sociólogo.
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