Por Hilda Cabrera
En el cerrado universo de una
familia de clase media italoporteña, el personaje central de La
Nona, de Roberto Cossa, no parece tener otra tarea que la de alimentarse
frenéticamente. De ahí que quienes la rodean deben servir
a su furiosa necesidad de masticar. Comportamiento que genera una comicidad
negra y reduce la vida familiar al grotesco cruel. Distorsionado espejo
de aquello que los otros no pueden impedir, esta Nona centenaria resiste
a cualquier ataque, convirtiéndolo incluso en boomerang para el
agresor. Toma además un aspecto masculino, por lo que generalmente
es interpretada por un actor. Carga con una simbología que fue
variando según la época y la geografía, pues tuvo
infinidad de escenarios donde mostrarse desde la presentación inaugural
del 12 de agosto de 1977, en el Teatro Lasalle. Su gran estrategia es
devorar. Esa es su arma, como señala el actor Hugo Arana, ahora
en el papel de una Nona trasmutada en protagonista de un musical que se
estrena la próxima semana en el Teatro Alvear de Corrientes 1659.
La Nona lleva en esta versión dirigida por Claudio Hochman unas
pocas canciones con letra de Cossa y muchas más ideadas por el
dramaturgo Eduardo Rovner y el músico Ernesto Acher, impulsor del
proyecto. Esta vez la voracidad de la abuela tiene música, pero
sigue sin tener límites. Pasa el tiempo y la anciana sigue exigiendo
que la abastezcan. ¿Y si la familia se negara? Si eso ocurriera,
tendríamos otra obra, como apunta Arana, en diálogo
con Página/12 junto a Rovner.
Aquel estreno del 77 (con Ulises Dumont en el protagónico
y Carlos Gorostiza en la dirección) tuvo para el público
una connotación antiautoritaria, esperable en esos años
de dictadura militar. Otro tanto ocurrió con la película
que filmó después Héctor Olivera. En cambio, la lectura
hecha en 1988 en base a una puesta de Mario Rolla en el Teatro de
la Ribera (con Diana Maggi) fue relacionada con la inflación
que asolaba a los argentinos. Sea cual fuere la lectura y el contexto,
esta Nona sigue siendo retrato de un despotismo: es el personaje que conduce
los acontecimientos según su voluntad y permanece indiferente a
los trastornos y sufrimientos que provoca. Los otros se comportan como
un grupo humano entregado al miedo. La Nona atrapó a los públicos
más diversos, como los de Francia, Italia, Gran Bretaña,
Alemania, Grecia, Portugal, Eslovenia, Israel, Armenia y varios de América
Latina y Africa. Esta puesta lleva dirección musical de Gerardo
Gardelín, escenografía de Alberto Negrín, vestuario
de Renata Schussheim, iluminación de Roberto Traferri e interpretaciones
de Elsa Berenguer, Georgina Frere, Claudia Lapacó, Luis Luque,
Tino Pascali y Juan Carlos Puppo.
¿Por qué convertir a La Nona en un musical?
E.R. Porque es una pieza con una partitura escondida. Lo descubrió
Acher, que es músico, y después yo, que tengo estudios de
música. Uno imagina a la Nona pidiendo comida, y ya tiene un tema.
También cuando uno lee que Chicho (el nieto que haraganea) propone
convertirla en yiro. Otra situación musical es la que muestra a
esta familia contando las monedas que hay en la gorra de don Francesco
(el hemipléjico forzado a limosnear), o la de Carmelo Spadone (el
jefe de familia que vende flores) viendo cómo la Nona se come sus
flores. La obra es un estímulo para la música. Tiene todas
las desmesuras de los argentinos y del grotesco criollo.
H. A. La Nona es un personaje muy teatral, y lo que pueda simbolizar
es una tarea del espectador. Yo no diría, por ejemplo, que representa
al FMI ni a las leyes de mercado. Creo que es aquello que le resuena a
cada uno. Yo la podría asociar a infinitas cosas. A las adicciones,
que no tienen por qué ser drogas. Pueden ser los hidratos de carbono.
Es eso que exige ser abastecido y no siempre está fuera de nosotros.
En todo caso es algo negativo, devastador y relacionado con la derrota
y la miseria...
E. R. Es que La Nona es un festival de la locura.
H. A. Yo diría que es muy compleja y que uno puede decir
muchas cosas de esta obra, que tiene también algo de ese entrenamiento
nuestro de seguir y seguir en nuestro trabajo, de sobrevivir bajo cualquier
circunstancia. A veces no sé qué valores estamos manejando
los argentinos.
¿Por qué la Nona necesita ser interpretada por un
actor?
H. A. Porque cuando la protagonista es una actriz no se produce
el fenómeno de distanciamiento. Uno la ve como a un personaje más
familiar, menos monstruoso. Va a ser siempre una señora.
E. R. Al ser interpretado por una mujer se debilita la metáfora.
El varón está más relacionado con el poder, sobre
todo con el que avasalla. Porque la obra habla de eso, y de la necesidad
de ponerle límites al sacrificio. Para mí, La Nona no es
un drama contemporáneo donde tienen lugar las transacciones, y
entonces el conflicto se resuelve. La veo como una tragedia, en el sentido
de que, planteado el conflicto, no hay solución.
H. A. Acá hay dos fuerzas enfrentadas, y sólo una
va a ganar.
E. R. Uno de los problemas que no se resuelven es porque los personajes,
como muchos argentinos, hacen planes en el aire, creyendo que con éstos
se van a salvar, sin darse cuenta de que son planes desmesurados, sin
raíces. Lo que creo se está diciendo acá es ¡ojo,
que podemos desaparecer!
H. A. Uno vive intentando zafar, y le cuesta mucho desarrollarse.
Pero no todo es tan malo. Esta no es una sociedad chata. La importancia
que se le da al psicoanálisis habla de un grado de enfermedad psíquica,
pero también de una búsqueda y de una inquietud por saber
más. No tenemos recetas, pero sí un afán por investigar.
A mí me pasa en mi trabajo, en la actuación, sobre la que
siempre me resulta difícil hablar. Para mí, la conducta
física es un disparador de la imaginación, y mientras construyo
a la Nona, y busco cómo caminar y hablar, pienso qué necesita
el espectáculo. Esa es parte de mi búsqueda, una tarea que
en La Nona voy completando con el director, y que me da alegría
cuando veo que tomamos el mismo camino, que el personaje no es igual al
que imaginé en un principio sino mucho mejor.
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