Por Hilda Cabrera
En la escenificación,
las obras cambian, sin perder su naturaleza se vuelven otras. Y es en
esta alternativa donde el teatro perdura. Esta reflexión
de la autora Griselda Gambaro, impresa en el programa de mano de En la
columna, es totalmente aplicable a este espectáculo compuesto de
tres obras breves, escritas en 1994 por la autora de Ganarse la muerte
(novela prohibida en 1977 por la dictadura). En este nuevo espectáculo,
nunca antes estrenado, la disposición de los objetos escénicos
y las secuencias acrobáticas suman nuevos enfoques a aquello que
está en parte explicitado en los títulos de las tres sintéticas
piezas: Segundas opiniones, Caminos indirectos y Razones de espacio, obras
que expresan con ríspido humor el desmembramiento o la recomposición
de las relaciones humanas.
La responsable de esta escenificación, o nueva opción dada
a los textos de Gambaro (semejante, en otro plano, a la que el teatro
otorga a la persona al convertirla en personaje), es la directora Helena
Tritek, quien instala en la caja negra de la sala de El Portón
de Sánchez un circomundo de naturaleza tragicómica. La puestista
de Las corpiñeras y la aplaudida Venecia, entre otros montajes,
les pone acción a temas tales como la falta de un pensamiento propio,
la exasperación que causan quienes adhieren sistemáticamente
al prejuicio y la frase hecha, las torpezas que se cometen cuando se intenta
franquear la incomunicación y la perversión de los afectos
entre individuos dependientes y mezquinos. De ahí que la cotidianidad
sea expresada en algunas secuencias por un desalentador intercambio de
palabras huecas, acompañado a veces de una gestualidad cómica.
Entonces no importa si se descubren problemáticas serias, como
puede verse en la lograda Caminos..., interpretada por Guillermo Rovira,
en el papel de Antonio, y el histriónico Hernán Bongiorno,
como José.
Las ideas, los sentimientos y las actitudes que guarda el texto de Gambaro
(autora de novelas, cuentos y algo más de treinta piezas para teatro)
son aquí convertidas sagazmente en espectáculo. Es así
como en Razones... el enamoramiento incita al vuelo, y los amantes se
lucen con sus piruetas en lo alto y alrededor de un poste (la columna
del título), que es, en tanto objeto, el elemento central de las
tres obras, dos de ellas relacionadas con el mundo del trabajo. Cualquiera
sea el lugar en que se sitúen, todas estas historias tienden trampas
a sus protagonistas, gente sin rumbo y quizás en situación
de peligro, como suele suceder con los personajes de Gambaro. Esta
gente incapaz de establecer una sincera comunicación con el prójimo
está entre los que experimentan la cotidianidad como una celada.
La existencia es en ellos una parodia. Podrían prescindir de los
diálogos, puesto que de todos modos habrá un desenlace,
compulsivo, como si naciera de un mandato interior. La arisca soledad
de Antonio (en Segundas... y Caminos...) es un ejemplo. En este personaje,
y a despecho de él, tanto el disparate como el agobio se constituyen
en elementos de pánico.
Se puede intuir en cada una de estas secuencias un trasfondo social perverso
cuando la acción da un vuelco, y los personajes dominan o se victimizan.
También cuando se atiende al relato entrecortado de José
(en Caminos...), o se reconstruye el comportamiento de Sara, la mujer-niña
que aparenta no tomar conciencia de ningún daño. A cargo
de la destacable Inda Lavalle, esta joven que no halla sitio para el abuelo
es quizás el personaje más rebelde y malicioso de estas
tres historias, que sugieren, entre divagaciones y apuntes poéticos,
humorísticos o siniestros, un micromundo en el que predominan la
fugacidad y lo inasible.
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