En
los caminos
vacíos de La Forestal
Por Osvaldo Bayer
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Salimos a buscar el
año 21 en sus recuerdos y lo encontramos en su realidad.
Hemos recorrido el norte santafesino con el dolor y la ironía que
deja la comprobación que el año 1921 vale para el 2001,
ochenta años después. Se cumplen ochenta años de
las sangrientas huelgas obreras de La Forestal. Ojalá que en todo
colegio secundario los docentes y alumnos se pregunten el porqué.
El porqué de tanta crueldad contra los obreros, de tanta obsecuencia
de los políticos de turno para con el poder económico en
tiempos de democracia, el porqué de tanto egoísmo criminal
de la gigantescas fábricas de tanino.
La Forestal es el ejemplo más claro de la explotación capitalista
de un lugar y su método egoísta que finalmente termina en
ser la más absoluta depredación. Compra miles de hectáreas
de quebrachales, construye las fábricas de tanino, exporta millones
de toneladas y, cuando la riqueza natural se termina, se va llevándose
hasta los bulones. Deja nada más que tierra arrasada, abandono,
miseria, tristeza, decepción. La mejor muestra está en los
pueblos abandonados que dejó y que van siendo reconstruidos lentamente
por los hijos de los explotados.
La primera pregunta es: ¿qué hicieron los gobiernos argentinos
con sus partidos nacionales y las dictaduras militares que
tocaban el clarín antes de sus proclamas contra los enemigos
de la patria. El capital inglés tuvo siempre un sueño
de hadas; nadie lo molestó, sólo se preocupó de enviar
las divisas con gusto a sangre y quebracho directamente a Londres. Es
una caricatura perfecta de aquello que el capital viene a ayudar a los
pueblos subdesarrollados. Fue el mismo esquema del petróleo en
tantas latitudes de los países de la colonia y la dependencia.
Eso sí, cuando los obreros de los bosques y los caminos reaccionaron
por su dignidad, vino el garrotazo, la celda, la humillación, la
muerte. Basta leer esta denuncia en la legislatura santafesina, llevada
a cabo por el diputado Salvadores, en 1921. Habla del martirio del
dirigente obrero anarquista Teófilo Lafuente. Para muestra
basta un botón. Un historia eterna de la policía y de la
Gendarmería argentina. Teófilo Lafuente, denunció
el legislador, fue conducido desde Vera hasta Villa Guillermina por el
sargento Julio Luna. Desde la estación hasta la comisaría
fue llevado al trote, a punta de sable, mientras algunos gendarmes descargaban
sobre sus espaldas una verdadera lluvia de golpes con los sables y los
winchesters. En la policía, Goñi sometió a este obrero
lleno de entereza a suplicios verdaderamente brutales. Con intermitencias
breves se le aplicaban terribles palizas en las que se emplearon frecuentemente
las carabinas por el caño, esgrimiéndolas como garrotes.
Los intervalos entre paliza y paliza debían ser soportados por
la víctima cumpliendo severísimos plantones con la cara
vuelta a la pared y colocado siempre sobre un cajón o una silla
para que los demás compañeros del infortunado pudieran observar
quién era el martirizado, invariablemente se le anunciaba que el
plantón había terminado con una bofetada a la que seguía
una lluvia de golpes y puntapiés. Frecuentemente se lo invitaba
a declarar contra sí mismo y contra sus compañeros y su
firme respuesta: no tengo nada que decir era recibida con
nuevos golpes. Pero no era suficiente, señores diputados, este
suplicio brutal; era necesario para saciar la crueldad y los instintos
verdaderamente feroces de los verdugos, unir al martirio de la carne el
tormento del ultraje infamante, para aprobar la altivez y la hombría
de este modesto obrero. Colocáronlo sobre una silla y se ordenó
a los demás detenidos, 40 o 50 hombres que desfilaran uno poruno
delante del martirizado y lo escupieran en la cara. Después se
siguió apaleando todavía a Lafuente hasta que su resistencia
física fue vencida y cayó de boca en la puerta del calabozo
siendo empujado a puntapiés hacia al interior. Fue cuando el comisario
Goñi ordenó a un teniente de la Gendarmería que por
la noche condujera la víctima al monte y cumpliera su deber.
El prólogo de la desaparición de personas que aplicarían
medio siglo después los militares argentinos.
Pero claro, esto parece una crónica más de la represión
brutal que sufrieron en todos los gobiernos los obreros luchadores por
los derechos de los hombres y mujeres del trabajo. No, lo más increíble
y sorprendente fue que el gobernador radical de Santa Fe, Enrique Mosca,
dicta una ley donde crea la Gendarmería volante para actuar en
las tierras de La Forestal aceptando para su equipamiento, y los gastos
que demande el escuadrón, la donación de la propia empresa
de un fondo para esos fines represivos.
Es una desvergonzada intervención del gobierno elegido por el pueblo
para reprimir al pueblo. Es interesante, además, leer en los documentos
de la Legislatura santafesina que a los comisarios de los pueblos
de La Forestal, el gobierno radical les asigna un sueldo mensual de 150
pesos, pero La Forestal les pasa oficialmente una subvención mensual
de 450 pesos mensuales y una partida de 70 pesos para forrajes. La empresa
británica, como si fuera poco, les da a los jefes policiales: casa
habitación, luz, leña, caballos y armas. En los almacenes
de La Forestal los uniformados podían adquirir lo que quisieran
a precios muy ventajosos.
Después nos preguntamos de dónde nacen los defectos de nuestra
democracia. Estos antecedentes nunca fueron revisados por la Legislatura
ni por el gobierno nacional de Hipólito Yrigoyen que justo seguía
gobernando después de los fusilamientos de la Patagonia y de la
bestial represión de la Semana Trágica.
Se cumplen ochenta años de las huelgas de La Forestal. Otro de
los hechos ignorados por la historia oficial. Fue el digno Gastón
Gori quien con su libro La Forestal dejó todo al desnudo. Y Gori
es seguido hoy por historiadores jóvenes como César Ramírez
y David Quarin quienes van descascarando el muro de silencio que acompañó
a las depredaciones de La Forestal y la indiferencia de los gobiernos
provinciales y nacionales.
Si comenzáramos a analizar la conducta de los monopolios, el método
de las grandes empresas y la política del último cuarto
de siglo nos encontraríamos con una gangrena que carcome nuestra
democracia. Aunque tengamos presos en coquetas casas de fin de semana
a alguno de los inspiradores y seguidores de esta política de oprobio,
habría que revisar las relaciones globalizadas de los que aceptan
los dictados del capital cuando amenazan retirarse del país que
explotan.
Dejamos los caminos vacíos de La Forestal. Duele la burla. En casi
todas las ciudades santafesinas hay una calle con el nombre de Enrique
Mosca, el que dio una guardia uniformada a la empresa para que ningún
obrero osara luchar por sus derechos. En cambio, en ningún lado
se lee ni siquiera una placa en recuerdo a Teófilo Lafuente, el
digno luchador por los derechos humanos en esa tierra rojiza.
REP
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