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PANORAMA POLITICO
Por J.M. Pasquini Durán

Vaciedades

No es verdad que el Gobierno haya agotado el repertorio de iniciativas posibles para inducir a la reactivación económica nacional. Tampoco es tanta la heterodoxia de Domingo Cavallo como para sacarlo de los márgenes del pensamiento neoliberal. Las cavilaciones sobre esa presunta herejía son casi equivalentes a las que intentan dilucidar si son más o menos marxistas los que prefieren los textos del joven o del viejo Marx. Con una diferencia sustancial: mientras las disquisiciones sobre el autor de El Capital son un ejercicio más o menos académico, las confusiones en el Gobierno repercuten, para bien y para mal, en la vida de los argentinos y en el sistema democrático refundado en 1983. Las variaciones tecnoeconómicas del ministro, algunas con dosis de originalidad que sorprenden a los del mismo palo, excluyeron, por ejemplo, medidas justicieras que recomienda hasta el sentido común para situaciones con extremas dificultades como las actuales. La primera de todas es la enérgica redistribución de los ingresos para equilibrar las oportunidades del capital financiero con las del capital productivo y, a la vez, para reponerle al sector del trabajo la porción de riqueza que fue saqueada en el último cuarto de siglo mediante el desempleo masivo, la precarización laboral y la caída brutal del poder adquisitivo de los salarios. Bastaría, para empezar, con un subsidio general de no más de 400 pesos para los jefes/as de hogar sin empleo y una modesta ayuda por hijo en edad escolar para sacar a millones de hogares de la desesperación, para reactivar el mercado interno y para aliviar las tensiones que sacuden la paz social.
Con la finalidad de bloquear cualquier posibilidad de mediación activa por el Estado, que no sea la represión cruda, ante la demanda social, tal cual debiera suceder en una democracia consolidada, los fundamentalistas neoliberales desplegaron la variedad de recursos que disponen. Los especuladores del mercado, así reconocidos por el presidente Fernando de la Rúa, están usando el índice prefabricado de riesgo-país como factor desestabilizador, mediante un método de círculo cerrado: cualquier incidente (la salud del Presidente, los piquetes activos, la prisión de Menem, los datos de la recesión, el “gasto” de la política, etc.) eleva el índice, lo cual retrae e inquieta al mercado de capitales, eleva las tasas de interés a niveles de usura y desata las peores agorerías de consultoras interesadas en el juego, lo que eleva más la calificación del riesgo y así hasta donde quieran los controladores del medidor. Para detener la presión, el Gobierno hace nuevas concesiones en la misma dirección que las anteriores, cuyas consecuencias amplían el daño social y multiplican las protestas, debilitan la autoridad institucional convirtiéndola en una nave al garete, motivo suficiente para que los concesionarios beneficiados vayan por más y otra vez comiencen a trazar el mismo círculo de perversidad planificada.
A medida que el Gobierno y el Congreso pierden prestigio y popularidad se reducen las chances para actuar con autonomía y para intervenir a favor de los que se quedan sin esperanzas, defraudados y escépticos, con las alas puestas pero sin intención de volar. Sin cauce que la contenga y la encamine hacia una misma desembocadura, la protesta popular que no decae, aunque más no sea por sobrevivencia, se dispersa en múltiples direcciones y fragmentos intermitentes, de manera que casi nunca acumula fuerza suficiente para incidir en la toma de decisiones sobre las políticas públicas. El principio de autoridad, que tanto le preocupa al Presidente, está desafiado, en efecto, pero no por las movilizaciones populares o los piquetes, ni tampoco por los humoristas o las chabacanerías de la televisión, sino por la avidez nunca saciada de los escasos beneficiarios de las permanentes concesiones a las demandas de los ultraconservadores. El Gobierno pasa apuros, es cierto, pero tampoco se deja ayudar en la medida en que persiste en un discurso y una conducta que prolongandiscurso y conducta que funcionaron a principios de los años 90, pero que el tiempo y la experiencia agotaron en la credibilidad popular.
La combinación simultánea de la crisis económica, social y política no deja nada en pie. Cuando se creó la diferencia de paridad monetaria para la exportación y la importación, las más altas voces oficiales saturaron con sus juramentos de lealtad a la paridad del peso con el dólar. Ahora, la provincia de Buenos Aires y otras anuncian que pagarán proveedores y parte de los salarios estatales con bonos emitidos sin respaldo ni garantía y, además, devaluados desde su primera impresión, ya que su valor real será inferior al nominal en el mercado financiero. O sea, la moneda para los sectores productivos y los trabajadores está siendo devaluada de facto, mientras que la paridad que enorgullecía a Domingo Cavallo se mantiene para los banqueros y los capitales mayores. ¿Cómo quiere el Gobierno conservar en alto el principio de autoridad, si la gestión práctica siempre parece librada a la deriva? Lo mismo sucede con otros discursos plagados de contradicciones y equívocos. Los que vociferan sobre las ventajas de abrirse al mundo, cierran las fronteras a cal y canto para proteger la libertad inmerecida de sujetos como Alfredo Astiz, en nombre de una soberanía territorial que antes fue entregada sin resistencia a quienes violaron emblemas nacionales de verdad honrosos, como es el caso de Aerolíneas Argentinas.
Esas conductas erráticas y bamboleantes son las que dan pie a cualquier clase de rumores y divagaciones sobre la crisis política, ya que la Alianza alternó en el gobierno con el menemismo, pero defraudó todas las expectativas como generadora de alternativas. No queda ni siquiera la coalición original, desflecada por el antagonismo entre las palabras y los hechos y reemplazada por una nueva convergencia que tiene en el centro al ministro de Economía en lugar del Presidente. Lo más grave, sin embargo, es que este nuevo reagrupamiento es tan inestable como el anterior y encima no atina a encontrar respuestas adecuadas para la decadencia generalizada, cuyo emergente más visible es la depredación de la interminable recesión económica. Cada jornada que pasa en este clima asfixiante, deposita sobre las espaldas de los ciudadanos un aluvión de noticias y versiones que oscurecen el horizonte con la polvareda de confusiones e incertidumbres, al mismo tiempo que los castigan las injusticias y las violencias, cada día más extendidas y crueles. Las suspicacias no dejan margen de confianza para nadie, ni siquiera para el modesto alborozo. Casi abochorna pensar que para medir en toda su amplitud la prisión del ex presidente Menem y algunos de sus subordinados, imputados por delitos comunes que sanciona el Código Penal, haya que leer las crónicas del New York Times, porque en la percepción local ese mismo trámite resulta otra fuente de oscuros o inciertos presagios. En el final de época, todo y todos están bajo sospecha.
Lo peor es que no hay alternancia ni alternativa, en el oficialismo o la oposición, que consiga arraigarse en el sentimiento popular como una opción esperanzada. Tanto es así que las próximas elecciones de octubre son recibidas como una molestia más en vez de ofrecerse como una oportunidad para el veredicto popular. Para colmo, el menemismo piensa usarlas en La Rioja para conseguir en las urnas la inmunidad parlamentaria que liberará a su jefe sin esperar el fallo del tribunal que lo juzga. Por esa vía, quieren que la ciudadanía asqueada de la corrupción impune vea como una porción de votantes termine por convalidarla, porque son rehenes de las dádivas de gobiernos que administran sus territorios como si fueran estancias de propiedad privada. La memoria del futuro, quizá, recordará estos días como una etapa de extravío y desorientación, a lo mejor el final de un tiempo o el comienzo de otro diferente, algo que la actual imaginación marchita por la travesía en el desierto calcinado no alcanza a definir con precisión o tan siquiera a presentir. En cualquier caso, esoocurrirá porque, aunque hoy parezca imposible, el futuro existe y el que ahora le dé la espalda se condenará a vivir en este presente a perpetuidad.


 

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