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Un cantautor, un secreto a voces

Alejandro Filio, que vende miles de cd en México y es músico de culto en el resto de Latinoamérica, actúa mañana en Buenos Aires.

Idea: �Si en nuestra canción hubiésemos ha-blado de fusiles, serían fusiles cubanos. Y de escri-bir sobre desapariciones, sería �tomando prestado� de Argentina��.

Filio es el León Gieco mexicano.

Por Fernando D’Addario

Alejandro Filio tiene diez discos grabados en México (algunos de ellos vendieron más de 150 mil copias), pero en la Argentina, todavía, su música circula atrapada por un puñado de melómanos y cultores de la “canción de autor”. Una obstinada independencia de la industria discográfica acompañó este virtual anonimato fronteras afuera de México, pero potenció, también, el prestigio de este personaje singular que hace unos años fue capaz de un milagro: para su cd Un secreto a voces, que recopiló sus mejores canciones, convocó a una verdadera internacional de los cantautores. Silvio Rodríguez, Luis Eduardo Aute, León Gieco, Pedro Guerra, Víctor Manuel, Alberto Cortez, Vicente Feliú, Carlos Varela y Alejandro Lerner, entre otros, participaron del disco a partir de un código de complicidad ajeno al habitual tráfico de invitaciones comerciales. “Fue un disco que hice de persona a persona, a través de cartas, llamados, sin multinacionales de por medio. Me llevó cuatro años y medio lograrlo”, señala en la entrevista con Página/12. Ese secreto a voces, bien guardado hasta ahora para el público argentino (aunque años atrás ya actuó en dos oportunidades, en La Casona del Conde de Palermo) podría empezar a develarse mañana, cuando se presente en La Trastienda.
Filio se reconoce parte de esa categorización de “lobos esteparios, ermitaños”, que suele definir a los cantautores, generalmente incapaces de agruparse en movimientos afines. Y tampoco lo ayuda el contexto histórico actual, menos familiarizado con palabras como “compromiso” y “conciencia social”. Se las arregló de todos modos para influir con sus canciones en un público preferentemente estudiantil, curtido en peñas y locales alternativos, y, por ideología, refractario a los proyectos a gran escala mediática. Se lo nota entusiasmado con su desembarco argentino (ya tocó en Córdoba, y la semana que viene lo hará en Mar del Plata y La Plata), ya que considera a esta plaza como “un faro cultural, que influyó muchísimo en mí. Argentina tiene una gran tradición de cantautores, solo hay que fijarse todo lo que ha habido entre Gardel y Fito Páez”, sostiene.
Aquella “internacional” de músicos que lo apoyaron en Un secreto a voces alude también a un espíritu que excede la tipificación del “mexicanismo”, sin que haya una negación de lo mexicano. “Hace 500 años que nos estamos preguntando dónde está lo mexicano, dónde está lo español, cuál es la resultante de esa maldición de razas, que es también una bendición. Yo soy producto de ese híbrido. Si hubiera seguido fielmente los modelos de músico popular que me ofrecía ‘lo mexicano’, hoy estaría buscando ser un Manzanero”, subraya, al tiempo que conecta la realidad temporal con el espacio geográfico que le toca compartir. “La realidad latinoamericana es una sola. Pero los mexicanos somos resultado del silencio. Por eso nuestra canción popular tiene otras características. No tiene esa carga tan fuerte de compromiso político, con raíces en los 70, porque no seríamos creíbles cayendo en el panfleto. Si hubiésemos hablado de fusiles, serían fusiles cubanos. Si hubiésemos escrito sobre desapariciones, sería ‘tomando prestado’ de Chile y Argentina’. Nuestra situación en México era distinta. Para nosotros, la izquierda es pensar”.
Filio dice que el modo de manejarse de la industria discográfica en México no favorece, precisamente, el pensamiento. “Este sistema, que tiene como supremo valor el vender y vender a cualquier costo, genera dioses como Arjona, y es muy lógico que suceda eso. Nos habla de la crisis que estamos viviendo y de lo que nos pasó antes. Porque después de años de invasión de productos extranjeros, vacíos, llega uno, dice tres palabras más o menos y llama la atención. No me parece mal. Es una antesala para algo más interesante, porque a la mente humana hay que ejercitarla”.
–Pero México tiene riquísima tradición de músicos populares...
–No sé, eso habría que pensarlo. Hubo una tradición, pero impuesta desde el negocio, con una visión muy cerrada de lo que es la música mexicana. Nunca hemos tenido una Edith Piaf o un Silvio Rodríguez.
–Aunque sí una Chavela Vargas.
–Pero Chavela es una isla dentro de la música popular. Es Chavela, independiente de todo. Lo que digo es que el negocio no ha permitido que surgieran voces disidentes al modelo convencional. En los 70, después de la masacre de Tlatelolco, mientras el antifranquismo en España promovía a un Serrat y de la tragedia de los desaparecidos en Argentina salía un León Gieco, en México hubo un gran vacío. Una dictadura perfecta: no a la educación, no a la conciencia social, pero con la posibilidad de votar...
–¿El modo de romper esa hegemonía es ser independiente?
–Si tu meta es vender mucho, ser famoso y adorado por las adolescentes, es indispensable una disquera. Pero si lo que te propones es desarrollar una buena canción, lo que te estorba es una compañía de discos.

 

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