Por Inés
Tenewicki
Un nene petiso y una nena coreana,
alumnos de una escuela primaria del barrio de Florida, son los protagonistas
de Historia de un amor exagerado, uno de los mejores cuentos de Graciela
Montes. Los chicos viven una pasión amorosa que nace en el corazón
de Santiago y termina involucrando a todo el barrio. Lo que comienza como
un romance entre niños crece hasta convertirse en una gesta colectiva,
con el pueblo dividido en torno del tema. Leo Dyzen, juglar y director
de teatro, llevó este texto al Teatro Payró. Su principal
preocupación era poder expresar a un sujeto colectivo, el narrador,
que contara la historia desde una perspectiva grupal. El procedimiento
fue, entonces, poner el relato en boca de una murga. Un viento de
voces que te lleva hacia delante. Un cuerpo colectivo que puede contar
una historia, se entusiasma Dyzen. Otro recurso fue corporizar a
Santiago y Teresita, los chicos enamorados, en dos muñecos de buen
tamaño, manipulados por los mismos murgueros a la vista de todos.
A Dyzen le interesó la combinación de poesía, humor,
absurdo y drama del cuento, su mundo exagerado, lleno de contrastes. El,
que es el más petiso, hace las cosas más grandes. Es un
nene que no tiene problemas en exponer sus pasiones, explica. Los
resultados de la adaptación son interesantes, aunque desparejos.
Es muy destacable el trabajo de búsqueda de Dyzen, que se embarcó
en una investigación profunda para encontrar caminos expresivos
ajustados a un texto muy particular, que hace de la hipérbole y
la exageración un principio constructivo. Y de la pasión
un proyecto colectivo. La elección de la murga como sujeto a cargo
del relato tiene su costado atractivo, pero insuficiente. Si bien se trata
de buenos actores, que llevan adelante movimientos acrobáticos
bien planteados, el recurso resulta por momentos impotente para llevar
adelante la narración durante todo el espectáculo. Sin embargo,
para el público es una satisfacción dejarse llevar por la
sugerente escenografía, y por la multiplicidad de recursos e imágenes
de gran originalidad.
La puesta también acierta en expresar la importancia de la calle,
una presencia constante en el cuento de Montes. Quería subrayar
esto del espacio público como diferente al privado. Nos relegaron
al espacio privado; la calle no está prohibida pero igual nadie
sale. Pero la calle es el lugar donde se construye la historia, por eso
acá la calle pasa entre medio del público, reflexiona
Dyzen.
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