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Vuelos, caídas y fracasos del
artista de la América imposible

La edición en video permite rescatar la obra de Douglas Sirk, un director de poco éxito que influyó, entre otros, en Fassbinder y Almodóvar.

Estilo: Quien más de una vez admitió sentirse fascinado por la derrota y la caída debía ser uno de los cineastas más cuestionadores de la América del éxito.

“Los diablos del aire”, basada
en “Pylon”, de William Faulkner.
Sirk nació en Alemania, pero llegó a Hollywood escapando del nazismo.

Por Horacio Bernades

“El artista de la América imposible”: así se definió alguna vez a Douglas Sirk, nacido en Alemania y uno de los tantos cineastas centroeuropeos que, desde mediados de los años 30, llegaron a Hollywood, huyendo del nazismo, la intolerancia y los vientos de guerra en Europa. Fueron tantos esos cineastas y tan esencial su aporte que el cine estadounidense jamás hubiera sido el mismo sin ellos. En algunos casos fueron bien reconocidos, como ocurrió con Ernst Lubitsch, Fritz Lang, Max Ophuls, Billy Wilder, William Wyler u Otto Preminger. No tuvo la misma fortuna Douglas Sirk, aunque ya desde la redacción de Cahiers du Cinéma, allá por mediados de los 50, se lanzó una primera advertencia sobre el valor de su obra. Cuando, varias décadas más tarde, Rainer W. Fassbinder lo reconoció como uno de sus maestros, se encendió una segunda luz y fue Almodóvar quien, al nombrarlo como piedra de toque de su cine, le dio un nuevo empujón a su prestigio.
Como ocurre en tantos otros casos, es el video el que permite, ahora, que el cine de Sirk empiece a ser reconocido en Argentina. Existía ya una edición de Sublime obsesión (Magnificent Obsession, 1953), lanzada hace unos cuantos años y de escasa circulación. Ahora, el sello Epoca comienza a llenar el vacío con varias ediciones en cadena. Entre ellas, las que están unánimemente consideradas sus obras maestras: Los diablos del aire (The Tarnished Angels, 1957), recientemente editada, y la anterior Palabras al viento (Written on the Wind, 1955), de inminente aparición. El mismo sello había lanzado su última película, Imitación de la vida (Imitation of Life, 1958), y en estos días hace lo propio con Himno de batalla (Battle Hymn, 1956). Todas hacen pie y, en más de un caso, se zambullen decididamente en el género que Sirk dominó con maestría: el melodrama. Quien más de una vez admitió sentirse fascinado por el fracaso, la derrota y la caída debía ser, necesariamente, uno de los cineastas más cuestionadores de la América del éxito.
Si de caídas se trata, éstas nunca fueron más literales que en Los diablos del aire (mucho mejor suena el título original, “Los ángeles empañados”), donde los protagonistas son aviadores que intentan huir, con escaso éxito, de sus problemas en tierra. Posterior a Palabras al viento, Los diablos del aire completa un díptico cinematográfico con el que Sirk pone patas arriba el sueño americano. Acentuando el aire de familia, ambas películas presentan el mismo trío de actores en los papeles centrales: Rock Hudson, Robert Stack y Dorothy Malone. Basada en Pylon, de William Faulkner, The Tarnished Angels está considerada la mejor adaptación cinematográfica que se haya hecho de una novela del escritor sureño, algo que el propio Faulkner no dudó en reconocer. Como en la novela, la acción transcurre en Nueva Orleans en plena Depresión económica. Sirk, habituado a adaptar clásicos durante sus largos años como director teatral en Alemania, hace el mejor uso posible de época y lugar.
El realizador aprovecha el tradicional Mardi Gras (nombre que se le da al Carnaval en esa ciudad del sudeste) para darle a la acción central un marco funambulesco, contrapunteando el bullicio de las celebraciones callejeras, llenas de mascarones y papel picado, con la desolación de los protagonistas. Estos son un grupo de pilotos, llegados a la ciudad para presentar uno de esos shows aéreos que se estilaban en los primeros tiempos de la aviación. El grupo está formado por un ex héroe de la Primera Guerra, devenido showman (Stack), su esposa, una rubia demasiado atractiva (Malone), un mecánico y un niño. De entrada nomás, se los define como una “familia” y se pone en duda quién es el padre del niño, estableciendo un aire enrarecido y perverso que, en lugar de disiparse, se irá cargando más con cada nueva revelación.
El poder del dinero –sobre todo en una situación económica como la de la Depresión de los 30–, el obstinado culto del show en la sociedad estadounidense, la manipulación del prójimo, la adicción al peligro y, sobre todo, una oscura fascinación por la muerte que lleva, en última instancia, al suicidio, se van agregando, en Los diablos del aire, como capas sucesivas e implacables. El resultado es no sólo una de las películas más intensas y desesperadas del cine estadounidense de la época, sino también una de las disecciones más crueles de esa sociedad en su conjunto. Con la edición de Los diablos del aire y la inminente de Palabras al viento, es posible que el nombre de Douglas Sirk comience a tener, finalmente en Argentina, el reconocimiento que merece.

 

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