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Menem no fue ningún ignorante

¿Pudo Menem haber ignorado el destino de los embarques de armas? ¿Pudo haberlo hecho a pesar de más de veinte pedidos de informes desde el Parlamento? ¿El gobierno fue una banda o una banda se superpuso con el gobierno? ¿La Justicia no puede meterse con actos realizados en función política? ¿Por qué justo ahora algunos juristas buscan revisar la figura de asociación ilícita? Preguntas para una polémica, mientras Raúl Zaffaroni abre otra: ¿se justifica la alegría por la prisión de Menem?

Combinación: Es posible que con Menem
se haya utilizado la verticalidad del aparato estatal para cubrir el delito con la política.

OPINION
Por Martín Granovsky

La Justicia y la política forman una especie de sustancia química que solo un ingenuo podría considerar estable y un lelo, homogénea. Carlos Menem lo sabe, y por eso ahora quiere presentarse como candidato a senador por La Rioja. Es la última jugada para utilizar a la política como un atajo para burlar a la Justicia, así como antes quiso usar a la Justicia para neutralizar cualquier desafío al ejercicio descarnado del poder.
Según el momento, Menem siempre apostó a forzar una u otra, y a disimular una con ayuda de la otra. No es que careciera de proyecto político o modelo de país. Desde el principio supo que, como decía Perón según su propia memoria, sin duda selectiva, gobernar es cabalgar sobre lo inevitable. Es que, en esa cabalgata, dio tantas vueltas que muchas veces el rumbo se pareció a una serie interminable de coartadas.
Un ejemplo es la mayoría automática de la Corte. ¿Quién puede dudar de que Menem la fundó para gobernar sin trabas? Y al mismo tiempo, ¿quién duda de que esa falta de trabas implicaba, también, que en el vértice de la persecución penal estarían siempre los amigos?
Otro ejemplo fueron las privatizaciones. Es ridículo pensar que Menem se adscribió al capitalismo sin aditamentos solo para facilitar negocios y abrir cajas de financiamiento político y personal. Pero qué tentación, ¿no? Y, ya se sabe, a los tibios, a los que resisten una tentación, los vomita Dios.
En pocos tramos de la historia argentina estuvieron tan juntos un drástico proyecto de cambio para transformar el país y una ingeniería financiera asociada paso a paso con los negocios en blanco y los negocios en negro, con las inversiones y el lavado de dinero, con la concentración de la economía y los retornos. Tal vez haya que remontarse a la década de 1880. Aquel modelo sedujo tanto a los sectores financieros internacionales que, en 1890, la Argentina terminó disparando la crisis de la casa Baring en Londres. ¿Igual que ahora con el agotamiento de la Convertibilidad y una Argentina que otra vez es noticia por su capacidad de daño?
En todo caso, el ideal menemista es lo que los norteamericanos llaman inmunidad legal y los argentinos conocen, en términos más políticos, y más irritantes, como impunidad. La candidatura del ex presidente a senador por La Rioja, tan creativa como patética, solo es el último paso de una estrategia que antes esgrimió dos argumentos. Uno: Menem no pudo haber sabido que las armas fueron a Croacia y Ecuador. Dos: la política no es judiciable.
Hay muchas formas de examinar si era posible que Menem fuese tan ignorante. Una, bien práctica, es revisar los proyectos presentados en la Cámara de Diputados. Este es el resultado:
u Consta en trámite parlamentario con el número 200/93 el pedido al Poder Ejecutivo Nacional para que informe “si se encuentra prevista para el presente mes de febrero de 1994 la realización de una exportación de cañones de 155 milímetros producidos en la Fábrica Militar Río III, dependiente de la Dirección General de Fabricaciones Militares, cuyo real destino es la ex Yugoslavia”. (La causa judicial recién se abrió al año siguiente, en 1994).
u En un pedido de informes del 5 de julio de 1994 queda consignado que Panamá figuraba como destino de un embarque de armas a pesar de que éstas iba a Croacia y que Panamá es “un Estado que carece de Ejército”.
u En 1995 otro pedido de informes detalló otro embarque: a Guayaquil, Ecuador (y no a Venezuela), desde la terminal de cargas de Edcadassa en Ezeiza.
u En los pedidos de informes los diputados interrogaron sobre la producción mensual de las fábricas militares de Río Tercero y Fray Luis Beltrán, el stock de insumos, las comisiones pagadas por cada operación, su monto y los asientos contables de Fabricaciones Militares. * Desde comienzos de 1994 Carlos Menem, el ministro de Defensa Oscar Camilión y el canciller Guido Di Tella disponían de los elementos necesarios para sospechar, al menos, que Venezuela no queda en Ecuador y Croacia está lejos de Panamá.
u Naturalmente, también la Policía Federal y la Secretaría de Inteligencia del Estado, por nombrar solo dos organismos, debieron conocer el paso de 6500 toneladas de armamentos por las rutas del país.
Todos estos datos figuran en proyectos presentados, en conjunto o alternativamente, por un ex funcionario y dos autoridades actuales del gobierno de Fernando de la Rúa, los tres diputados de la oposición en aquel momento. El ex es Antonio Berhongaray, que llegó a presentar 20 proyectos para pedir informes. Los actuales, el jefe de la SIDE Carlos Becerra y el ministro de Defensa Horacio Jaunarena. Sería útil que Urso los llamara, o que quedaran a tiro para el juicio oral. También podría consultarlos el ex presidente Raúl Alfonsín, preocupado en los últimos días por crear un clima de opinión en contra de la figura de la asociación ilícita aplicada a funcionarios del gobierno de Menem y al propio ex presidente.
La Sala II de la Cámara Federal, tribunal de apelación después de Urso, integrada por Horacio Cattani, Martin Irurzun y Eduardo Luraschi, es uno de los órganos más prestigiosos e independientes de la Justicia argentina. Sus fallos han sido garantistas, o sea que siempre se han preocupado por preservar los derechos de cada reo por encima de cualquier arbitrariedad o supuesta razón de Estado. Estos jueces, y los juristas, tendrán tiempo de debatir si la asociación ilícita es un delito que puede cometer un Presidente. Entretanto, y como la política efectivamente no se agota en la Justicia, es interesante analizar algunos datos más allá del expediente.
Puede ser que haya que derogar la figura de asociación ilícita, incorporada al Código Penal para aumentar las penas contra la izquierda. Pero es llamativo que la conciencia culpable de muchos abogados haya aparecido cuando la figura penal le toca a un poderoso como Menem. Es obvio que los acusados por Urso nunca firmaron un acta para fundar una sociedad encargada de cometer delitos. Pero, ¿labraron un acta las banditas de una villa para robar autos? Si sus miembros coinciden parcialmente con una sociedad de fomento, ¿podrá decirse que acusarlos por asociación ilícita equivale a penalizar todas las sociedades de fomento?
Es tautológico utilizar, para disimular la comisión de un delito desde el Estado, el argumento siguiente: que cuando es el Estado el que realiza una acción, resulta obvio que no hay delito sino política. La tercera posibilidad, más bien, consiste en utilizar la verticalidad del aparato estatal para cubrir el delito con la política.
Si el lector considerase que todo lo anterior es un disparate, se sugiere al mundo que pida perdón por estas tres equivocaciones (salvando, antes, la distancia de que Menem no fue nunca un dictador):
Vladimiro Montesinos no cometió ningún delito en Perú. Matar, robar o extorsionar deben ser consideradas actividades tan normales como promulgar una ley, desplegar una política económica determinada o ejecutar un plan de viviendas.
Slobodan Milosevic no debe ser juzgado en La Haya. Cometió crímenes de lesa humanidad solo en su condición de jefe de Estado.
Augusto Pinochet es judicialmente inocente. Se trata de un preso político en manos de la Concertación de socialistas y democristianos, que actuaron por orden de un juez izquierdista español en coordinación con el último reducto trotskista de Europa, la Cámara de los Lores.
No es que haya que ilusionarse con la Justicia. Sola, no mejora las condiciones de vida de la gente. Pero a veces, cuando no destruye los derechos de nadie, le da valor institucional a las investigaciones y ayuda a descubrir por qué pasa lo que pasa. Y además, siempre es más dañina la impunidad. Como canta Joaquín Sabina en la mejor síntesis posible de la política y la justicia: “Que gane el quiero la guerra del puedo”.

 

OPINION
Por Eugenio Raúl Zaffaroni *

La sonrisa y la carcajada boba

Es innegable que en buena parte de la sociedad se percibe cierta satisfacción y hasta alegría por la prisión de Menem. Lo que suceda en la causa penal es una cuestión que debe debatirse donde corresponde, pero este sentimiento es algo que incumbe a todos. Es bueno reflexionar y discutir qué significa y, en cualquier caso, si se justifica.
Ernst Kantorowicz (1895-1961) dedicó sus últimos veinte años a demostrar que en el medioevo se transfirió de la teología a la política la idea de que el rey tiene dos cuerpos: uno natural, igual al de cualquier otra persona, y otro místico, perfecto e inmortal, que es el cuerpo del poder. De este modo se explicaba que un cuerpo que con harta frecuencia yacía con doncellas y donceles podía mantenerse incorruptible.
Es poco discutible que en el sistema presidencialista sobrevive una monarquía atenuada. En esa medida, también perdura en el imaginario colectivo la imagen medieval del doble cuerpo del rey. En los parlamentarismos esa imagen se reserva al rey constitucional o a un presidente casi simbólico. En general es mejor elegir el símbolo, porque es preferible un Ciampi abuelo impoluto a un heredero que escribe cartas con referencias a las prendas más íntimas.
Pero la imaginación colectiva pública no siempre usa la idea de los dos cuerpos para legitimar el poder, sino también para desacralizarlo. En efecto: una pena impuesta a quien ejerció el poder monárquico implica que, después de todo, no es tan perfecto, inmortal o incorruptible. En el caso de Menem se agrega que ejerció la presidencia en forma muy personalista durante más de diez interminables años, lo que potenció su imagen monárquica.
Hoy Menem no puede escapar al rol que asumió con singular empeño: no puede desprenderse del cuerpo del poder. Lo intenta desde siempre y por eso es dicharachero, tiene buen manejo de cámara, sentido del humor, y, sobre todo, habilidad para desconcertar con sus transgresiones. Su propio matrimonio no fue nada disparatado, sino el esfuerzo máximo por exhibir un cuerpo que no es el del poder. Algún veterano lector infantil de Patoruzú diría que es una suerte de Isidoro Cañones de la política. Pero así y todo no logra desprenderse del cuerpo del poder, cuya prisión puede producir satisfacción y alegría a mucha gente. Y eso Menem lo sabe.
En ese cuerpo del poder que pretendió la continuidad de la segunda reelección, pero también el que le vendió a la clase media la panacea de la privatización y del fundamentalismo de mercado.
Desde la escuela se enseñó durante casi un siglo que la Nación no tenía como únicos símbolos la bandera, el escudo y el himno, sino también muchos bienes y servicios, y hoy su pérdida no se vivencia sólo como la de un patrimonio estatal, sino que tiene un alto contenido de pérdida de símbolos, con fuerte lesión al narcisismo y sobre todo a la identidad.
Mucha gente se alegra de ver preso al cuerpo del poder, porque ese poder le diluyó la Nación. No otra es la sensación que sienten los que defienden Aerolíneas Argentinas del vaciamiento aunque nunca hayan subido a un avión.
Es la satisfacción de ver preso a un poder que le vendió el bienestar electrodoméstico en cuotas dolarizadas, financiado con la venta desordenada de los principales bienes del Estado. La dictadura vendió el bienestar de la plata dulce financiado con la deuda que hoy se cobra compulsivamente; éste vendió los bienes. Unos hipotecaron, el otro vendió. Y ahora ese poder está preso.
¿Merece esto que estemos satisfechos e incluso alegres? No podemos estar alegres porque esté preso un cuerpo que no existe, de un poder mucho más complejo y que ahora, como ya no le es útil, le retira la cobertura.
Sus amigos dicen que es un preso político, y tiene razón. Todos los presos son políticos, porque son presos de un poder arbitrario que los selecciona antojadizamente. A unos los atrapa por la cara sospechosa. Son sinceros algunos legisladores de la Ciudad que quieren hacerlo expreso, prohibiendo “hacer sospechar a un policía”. Otros, muchísimos menos, estánpresos porque se volvieron disfuncionales para el poder al que sirvieron y éste les retiró la cobertura (esos son los presos ilustres, pocos por cierto y muy excepcionales). Falta un legislador tan sincero como los porteños, que proponga otra norma: “prohibido volverse disfuncional al poder”.
Pero el sistema es tan perverso que estos presos ilustres le siguen siendo funcionales: le sirven para alimentar la ilusión de que la justicia penal es igualitaria o, al menos, no es tan arbitraria. Menem preso es útil para legitimar el poder arbitrario con el falso argumento de la venganza igualitaria: su prisión sirve para reforzar el discurso que asumía cuando proponía la pena de muerte. Menem y Ruckauf, Corach y Toma, tienen el mismo discurso, sólo que ahora Menem puede ufanarse de un aporte legitimante mayor, porque lo hace con su cuerpo real.
El poder punitivo es tan perverso que engaña con los detalles y la alegría de un cuerpo preso que no es el que realmente está preso y que, además, distrae de lo fundamental, que es pensar cómo hacer para neutralizar los efectos de la venta menemista de la Nación, cómo hacer para salir de la hipoteca dictatorial en que estamos metidos, y sobre todo, cómo hacer para evitar la tercera etapa del drama, o sea, el montaje de un estado corrupto-autoritario estratégicamente destinado a asegurar e incrementar los beneficios de las anteriores operaciones de hipoteca y venta.
“Que devuelvan lo que se llevaron” no es más que un slogan propagandístico del mismo poder que vendió la Nación. Menem no puede devolver el producto de todo lo que ganaron los que se beneficiaron con la venta de los bienes del Estado. No se trata de un robo en que el botín está debajo de la cama. El daño es irreparable.
Una cosa es cierta prudente satisfacción porque un poderoso, si realmente merece un castigo, de vez en cuando lo tenga, y otra es alegrarse como loco porque eso suceda, al punto de distraerse de lo fundamental. Lo primero es aceptable; lo segundo es caer en la trampa del propio poder que victimiza.
Además, existe el riesgo de que esa alegría sirva para ocultar la propia incapacidad política. Hubo culpa en lo sucedido, porque a Menem se lo votó en medio del festival de electrodomésticos (y si vamos más atrás, es innegable que la dictadura contó con un respetable consenso inicial).
La desocupación, la precarización laboral, el encarecimiento de los servicios, la polarización de riqueza y la desaparición de los símbolos, nos quita toda seguridad, sentimos que nos va faltando el país, pero de eso no nos repondremos festejando que alguien vaya preso en el rol de un cuento medieval, sino asumiendo que eso es resultado de dos maniobras frente a las cuales no fuimos capaces de un grado suficiente de cohesión nacional para evitarlas (la hipoteca dictatorial y la venta menemista).
El poder punitivo siempre llega tarde, cuando las cosas pasaron, cuando los muertos están muertos, cuando los bienes se esfumaron. Y nos distrae discutiendo qué hacer con sus antiguos servidores que ahora ofrece para el show, con el claro objetivo de que no reparemos en el presente.
No seamos incautos: la historia no se repite sino que se continúa, y a la hipoteca y venta sigue la consolidación de sus beneficios. La tercera etapa es la de un estado corrupto-autoritario, violento, vindicativo, sin controles y sin política, montado con el único objetivo estratégico de garantizar los beneficios de esas operaciones y, si es posible, aumentarlos. Una cosa es la pequeña sonrisa de satisfacción, pero otra muy diferente es la carcajada boba que nos hace olvidar la nueva soga que nos ponen al cuello.

* Director del Departamento de Derecho Penal y Criminología (UBA).
Vicepresidente de la Asociación Internacional de Derecho penal.

 

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