Es de toda lógica y,
tal vez por eso, no se note. Los tres presidentes que han sido en la restauración
democrática estuvieron en escena en estos días de vértigo
y crisis.
Fernando de la Rúa trata
de preservar los jirones de poder que le quedan y cavila acerca de acometer
la enésima reconstitución de su gabinete, bajando día
a día el piso de su imagen positiva y elevando hora a hora el techo
del riesgo país.
Carlos Menem se revuelve como
un gato en la leña buscando, antes que nada, salir de la cárcel.
Todas sus movidas, aun su imaginativa candidatura a senador suplente,
tienen ese modesto y al tiempo arduo objetivo.
Raúl Alfonsín,
revivido, se dedica a ayudar a ambos. A su correligionario, a prevenir
la entropía total, aunque como se dirá luego
marcándole la cancha. Al cofirmante del Pacto de Olivos, su amigo,
a evitarle la prisión.
Ninguno de los tres tiene asegurado el éxito. Todo un dato acerca
de lo menguado de su poder que debería complementarse con otro.
Los tres tuvieron en su mochila, en tiempos diferentes, la mitad de los
votos del padrón nacional de los argentinos. Hoy De la Rúa
es un piantavotos, Alfonsín no asegura el segundo puesto en la
provincia de Buenos Aires y Menem no tiene garantizada la victoria en
su terruño natal frente a Jorge Yoma. Todo un indicio acerca de
cómo se licuan los prestigios políticos en un sistema que
a esos efectos tiene la eficacia de una compactadora.
Las reglas del juego
Empecemos por el ex presidente preso. La decisión de Jorge Urso
de procesarlo y endurecer (es una forma de decir) su generoso régimen
de prisión domiciliaria cayó indigesta en Don Torcuato.
Y también pegó mal una percepción que va creciendo:
el fallo del juez federal está razonablemente fundado. Más
de un jurista lo ha expresado públicamente y alguno lo deslizó
en importantes oídos de la quinta de Armando Gostanian.
Desde que se quebró Luis Sarlenga los operadores político
judiciales de Menem se dedicaron a instalar públicamente que la
figura de la asociación ilícita era inaplicable a la causa.
La Cámara Federal postula lo contrario desde hace rato. Y Urso
también, conforme surge de una decisión que, con astucia,
se remite permanentemente a los lineamientos de ese Tribunal que es su
superior y que además tiene más prestigio que
él.
Las huestes menemistas se dedicaron a implantar en el debate público
que una asociación ilícita debe constituirse como una sociedad
anónima, con estatutos y papeles. O como poco, con un acto fundacional
preciso, contando con la presencia de todos sus integrantes. Algo así
como la escena inicial de la película Perros de la calle de Quentin
Tarantino en la que varios chorros se juntan en una cafetería para
preparar un atraco, asignarse roles y nombres, reconocerse. Lo que Urso
describe echando mano a antecedentes de autores nacionales y extranjeros
(doctrina en jerga técnica) y fallos de tribunales
locales (jurisprudencia) es que la asociación
puede urdirse sin un acto fundacional, que los roles pueden determinarse
secuencialmente, haciendo camino al andar. Que su existencia se revela
no a partir de la creación (que suele carecer de solemnidad y que
obviamente no puede dejar rastros) como una sociedad formal, sino de sus
hechos. De ahí para atrás, en el tiempo, inductivamente,
se repasan las exóticas conductas de diversos actores: amnesias
de Guido Di Tella, decisiones atrabiliarias de Erman González,
desaprensión con el patrimonio estatal de Martín Balza,
designación y defensa en su cargo de Luis Sarlenga. La pura presencia
de Alfredo Karim Yoma en el aparato del estado. Y se colige, con lógica
difícil de desbaratar, que hubo concierto de voluntades para burlar
la ley, en forma perdurable, durante años. Desde luego, nadie cercano
a Menem habrá de admitir que el auto de procesamiento del 4 de
julio tiene su nivel técnico. Ya antes de leerlo los hombres del
Jefe se consagraron a recorrer el espinel político y jurídico
para desacreditarlo. Rápidamente se burlaron del estilo de Urso,
al que Carlos Corach definió ante los suyos como macarrónico.
La defensa de Balza, única que ya apeló la decisión,
calificó sus palabras como rimbombantes y grandilocuentes.
Es real que la larguísima decisión adolece todos los ripios
y defectos del lenguaje usual en tribunales, no apenas en Urso. Pululan
metáforas pretenciosas e imperfectas, palabras de varias sílabas,
neologismos poco felices y propensión a la redundancia. La administración
de justicia, como otras tantas corporaciones incluidas los médicos
(brujos o cirujanos), los psicólogos o los críticos de arte
se vale del esoterismo de lenguaje para acrecentar su poder, para poner
su hacer fuera (o quizá, por encima) del alcance de los profanos.
Pero todos esos escollos en los que a diario incurren muchísimos
jueces argentinos nada dicen del contenido de la decisión.
A su modo, elípticamente, los hombres de Don Torcuato lo van reconociendo.
Por eso el discurso del menemismo comenzó a variar: ya no se cuestiona,
en sí misma, la aplicación de la figura de asociación
ilícita sino la calificación de Jefe que
el juez le atribuye paradojas de la historia a quien por años
se relamió de gusto cuando lo llamaban así.
Ese viraje legal tiene una traducción operativa: lo que obsesiona
al menemismo es que el ex presidente deje de estar preso. Negar la asociación
ilícita es un second best, probar su inocencia nadie habrá
de confesarlo, claro una utopía que, como hiciera con tantas
otras, el menemismo está dispuesto alegremente a archivar.
No está en la naturaleza del menemismo desdeñar ningún
medio, ningún atajo. Pero en estos meses ha venido aprendiendo,
a golpes, a conceder más atención al aspecto técnico
legal del expediente. Prueba de ello es la defenestración de Mariano
Cavagna Martínez.
Aunque está perdiendo por goleada en Comodoro Py, en materia de
creatividad política Menem sigue teniendo lo suyo. Su jugada de
postularse como candidato a senador suplente por La Rioja, basándose
en un resquicio legal, pondrá en aprietos a los juristas y a la
justicia electoral. Desde el ángulo de la ética política,
el juicio es más evidente: si Menem apelara a ese subterfugio para
zafar de una condena (o para diferir un proceso) su moral no diferiría
de la de un ladrón de gallinas. Devendría un senatrucho
más, no el primero de su legión, pero quizás el más
impresentable. Sería interesante que otros candidatos a senadores,
se avocaran a limpiar ese cuerpo que abochorna a la democracia y a la
sociedad dijeran algo al respecto. Tal vez le competiría a Alfonsín,
un decano del sistema, arrojar la primera piedra sobre un nuevo intento
de convertir la Cámara Alta en un sucedáneo de un aguantadero.
Difícil que suceda. Si hay alguien solidario con el ex presidente
es el otro ex presidente. Ya lo viene diciendo en voz alta. Y no sólo
eso. Una anécdota que recorre Comodoro Py cuenta que un funcionario
deslizó a los oídos de una alta autoridad de la causa a
nosotros no nos preocupa que el expediente avance. Pero nos preocupa muchísimo
la calificación de jefe de la asociación ilícita.
Quien, cuentan, compartía como un calco el discurso de Don Torcuato
era un alto funcionario del Gabinete nacional, alfonsinista y contertulio
de Enrique Nosiglia por más datos.
Supermingo quiere volver
En los momentos de crisis, Alfonsín es un hombre
de estado pinta desde otro ángulo, una de las principales
espadas de Fernando de la Rúa en estos días fue un
pilar del gobierno. El líder radical se mostró al
lado del titubeante Presidente y se esmeró por mostrar un partido
sin fisuras. Menuda tarea intentarlo, tras las infortunadas declaracionesradiales
del gobernador Angel Rozas, quien aspira a ocupar el actual sillón
de Alfonsín y, más luego, el que hoy alquila De la Rúa.
Por un día se dijo por doquier, incluso en cenáculos públicos
de la City, que el chaqueño era un golpista. Un disparate o acaso
una operación más, facilitados por la imprudencia de Rozas.
Pero, si en la Rosada se hablaba bien de Alfonsín el miércoles,
ayer eran todos improperios. Es que el ex presidente, al ratito de haber
elogiado la heterodoxia de Cavallo, le metió un Jumbo en la pista,
justo cuando Mingo a su vuelta maquinaba copar el PAMI y la Anses.
Alfonsín, pasando a encabezar un no del todo coherente
radicalismo resistente que también integran Leopoldo Moreau y Héctor
Lombardo cruzó esa decisión presidencial que estaba, como
toda decisión presidencial, en una lerda incubadora. Los argumentos
radicales se visten de un lenguaje ideológico, antiprivatista.
Sotto voce, las mismas fuentes añaden que esas reparticiones son
uno de los pocos espacios de poder que conserva radicalismo progresista.
Desde el delarruismo se reescribe ese último argumento, se les
reprocha usar esos espacios como sostén político más
que de gestión. El titular de la Anses describe una
alta fuente de Trabajo-, Rodolfo Campero, es un tipo honesto pero no se
cansa de sumar cientos de designaciones de correligionarios.
Por buenas o por malas razones (o por ambas) la UCR empieza a vetar la
más previsible jugada para cuando Cavallo regrese a suelo patrio:
acrecentar su poder como una respuesta a la presión de los mercados.
Como ya adelantó esta columna, Cavallo viene quejándose
de lo difícil que es gobernar con los radicales, un
modo esquivo de pedir más espacio. Y menos limitaciones para recortar
gastos. Antes de levantar vuelo hacia Alemania el megaministro dejó
sobre el escritorio del Presidente una propuesta de un importante recorte
de las transferencias de dinero a los ministerios para este trimestre.
Desarrollo social, por caso, tendría un recorte de alrededor de
cien millones de pesos. Las únicas áreas exentas de la tijera
serían Interior, la SIDE y el servicio exterior. Desde Economía
se explicaba el favoritismo hacia Ramón Mestre alegando que el
gasto requerido para las inminentes elecciones es inelástico. Pero
también puede maliciarse que la asimetría prefigura un criterio
acerca de cómo abordar inminentes conflictos sociales. Sin meterse
en esas honduras, Juan Pablo Cafiero ya le hizo saber su disidencia a
Cavallo, con quien, hasta ahora, mantiene amable diálogo.
Provincias en llamas
El Gobierno, cuya debilidad hasta da pena, salió, en la persona
de su Jefe de Gabinete a juntar plata para tirar un salvavidas a provincias
prontas a incendiarse.
Ninguna tan pronta y cercana al precipicio como la más grande.
Lo vi pálido a Ruckauf, describe, y se regocija alguito,
un importante miembro del Gabinete nacional. Es que el gobernador bonaerense
sintió que tocaba fondo. Ya desató un vendaval decidiendo
pagar con bonos a sus proveedores y está por verse si parte del
medio aguinaldo no se pagará así.
La emergencia financiera pone a Ruckauf ante un escenario que buscó
gambetear: el que sugiere que su imagen pública que constela
muy alto tiene poco que ver con el estado de la administración
de su territorio. Según el gobierno nacional tiene la provincia
al borde del default, en parte por su falta de dedicación o de
aptitud y en parte por los muertos que le dejó la dispendiosa gestión
de Eduardo Duhalde. Ruckauf replica que sus ahogos financieros derivan
del incremento del riesgo país que hace prohibitivo el crédito
para el sector público y por los incumplimientos del gobierno nacional.
Como fuera, en estos días fue la vera imagen de un bombero casi
sin agua. Los que lo conocen lo vieron nervioso, demudado. Estuve
con él una hora. Ya no sonríe describe una alta fuente
del menemismo.
Tal vez contribuyó a borrarle la sonrisa que sus compañeros
gobernadores de Santa Fe y Córdoba hayan estado mejor posicionados,
a la hora de pagar los sueldos y a la de dialogar con el Gobierno. José
Manuel de la Sota y Carlos Reutemann cosecharon el fruto de haber optado
por ceñirse más a cuidar su feudo que a proyectarse a la
arena nacional, con mucha antelación al 2003. Ruckauf, que ha rato
viene poniendo algunas fichas a un escenario de cambio institucional anticipado,
padeció la peor semana desde que asumió. Pero, acaso, mejor
que la que despunta mañana.
Atardecer en Macondo
Lo llamé para apoyarlo. Le dije fuerza presidente,
hay que seguir adelante. Me respondió con un hilo de voz, me pareció
deprimido, dice un dirigente peronista de buen diálogo
con el Gobierno.
Fue en esos días en que en las manzanas que rodean a la Rosada
faltaba el aire y sobraba depresión. También abundaron apoyos
y feedbacks poco estimulantes como en la anécdota.
Pero las versiones eran feroces. En el gobierno acusan a Ruckauf, al menemismo
y a integrantes del sector financiero. El CEMA, ese think thank de derecha
que pesa más que millones de votos, sería en la versión
oficial el ariete de una ofensiva de objetivos precisos en materia económica
y más difusos en materia institucional.
Cavallo está furioso con sus hombres incluso, musitan en Hacienda,
con Fernando de Santibañes, el financista amigo presidencial que
como ocurre cada vez que hay terremotos aparece cerca de su
vecino de Villa Rosa, pese a ser conspicuamente fiel a banderas bien distintas
(y a menudo antagónicas) a la Alianza.
Cavallo está dispuesto a boxear al CEMA, a De Santibañes,
a los radicales que quieren impedir que el Anses recale en uno de sos
hombres, posiblemente en Armando Caro Figueroa quien en una cena partidaria
emitió un discurso arenga detallando las misiones de Acción
por la República y siendo durísimo con los partidos tradicionales.
Se barajaron en estos días cambios de Gabinete. Si fuera por Mingo,
abundarían. Casi todos sus compañeros le parecen lentos
y perezosos, cuando no (el caso de Lombardo) algo peor. El sólo
valora especialmente a Chrystian Colombo y a Patricia Bullrich, a quienes
juzga activos y dispuestos. El Presidente parece compartir ese juicio.
Fue él quien pidió al Jefe de Gabinete que mudara sus oficinas
a la Rosada, desde donde y desde ahí piloteó la negociación
con los gobernadores y la colecta de fondos para enviarles. Y le agradeció
a Patricia Bullrich, haber sido gestora de un encuentro, asadito de por
medio, del Presidente con el gremialista del MTA Juan Manuel Palacios
tendiente a buscar una tregua con la CGT rebelde.
Cavallo está desembarcando y quiere más peso en el Gobierno,
del cual es Superministro. Parece una paradoja que esté a un tris
de lograrlo pese a que la economía sigue tan estancada como cuando
llegó. Pero nada es imposible en esta sucursal de Macondo en la
que el poder político se evapora en el aire.
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