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OPINION
Por Mario Wainfeld

LA DECISION DE URSO, NACION Y PROVINCIAS EN APUROS
Cuando hacer política es insalubre

La nueva táctica del menemismo: libertad al Jefe. La invención del senatrucho. Alfonsín, su aliado inesperado. Ruckauf al borde del abismo. Cavallo, con una tijera en la mano. Los rumores y los cambios posibles de Gabinete. Bronca con el CEMA.

Es de toda lógica y, tal vez por eso, no se note. Los tres presidentes que han sido en la restauración democrática estuvieron en escena en estos días de vértigo y crisis.
Fernando de la Rúa trata de preservar los jirones de poder que le quedan y cavila acerca de acometer la enésima reconstitución de su gabinete, bajando día a día el piso de su imagen positiva y elevando hora a hora el techo del riesgo país.
Carlos Menem se revuelve como un gato en la leña buscando, antes que nada, salir de la cárcel. Todas sus movidas, aun su imaginativa candidatura a senador suplente, tienen ese –modesto y al tiempo arduo– objetivo.
Raúl Alfonsín, revivido, se dedica a ayudar a ambos. A su correligionario, a prevenir la entropía total, aunque –como se dirá luego– marcándole la cancha. Al cofirmante del Pacto de Olivos, su amigo, a evitarle la prisión.
Ninguno de los tres tiene asegurado el éxito. Todo un dato acerca de lo menguado de su poder que debería complementarse con otro. Los tres tuvieron en su mochila, en tiempos diferentes, la mitad de los votos del padrón nacional de los argentinos. Hoy De la Rúa es un piantavotos, Alfonsín no asegura el segundo puesto en la provincia de Buenos Aires y Menem no tiene garantizada la victoria en su terruño natal frente a Jorge Yoma. Todo un indicio acerca de cómo se licuan los prestigios políticos en un sistema que –a esos efectos– tiene la eficacia de una compactadora.

Las reglas del juego

Empecemos por el ex presidente preso. La decisión de Jorge Urso de procesarlo y endurecer (es una forma de decir) su generoso régimen de prisión domiciliaria cayó indigesta en Don Torcuato. Y también pegó mal una percepción que va creciendo: el fallo del juez federal está razonablemente fundado. Más de un jurista lo ha expresado públicamente y alguno lo deslizó en importantes oídos de la quinta de Armando Gostanian.
Desde que se quebró Luis Sarlenga los operadores político judiciales de Menem se dedicaron a instalar públicamente que la figura de la asociación ilícita era inaplicable a la causa. La Cámara Federal postula lo contrario desde hace rato. Y Urso también, conforme surge de una decisión que, con astucia, se remite permanentemente a los lineamientos de ese Tribunal que es su superior y que –además– tiene más prestigio que él.
Las huestes menemistas se dedicaron a implantar en el debate público que una asociación ilícita debe constituirse como una sociedad anónima, con estatutos y papeles. O como poco, con un acto fundacional preciso, contando con la presencia de todos sus integrantes. Algo así como la escena inicial de la película Perros de la calle de Quentin Tarantino en la que varios chorros se juntan en una cafetería para preparar un atraco, asignarse roles y nombres, reconocerse. Lo que Urso describe –echando mano a antecedentes de autores nacionales y extranjeros (“doctrina” en jerga técnica) y fallos de tribunales locales (“jurisprudencia”)– es que la asociación puede urdirse sin un acto fundacional, que los roles pueden determinarse secuencialmente, haciendo camino al andar. Que su existencia se revela no a partir de la creación (que suele carecer de solemnidad y que obviamente no puede dejar rastros) como una sociedad formal, sino de sus hechos. De ahí para atrás, en el tiempo, inductivamente, se repasan las exóticas conductas de diversos actores: amnesias de Guido Di Tella, decisiones atrabiliarias de Erman González, desaprensión con el patrimonio estatal de Martín Balza, designación y defensa en su cargo de Luis Sarlenga. La pura presencia de Alfredo Karim Yoma en el aparato del estado. Y se colige, con lógica difícil de desbaratar, que hubo concierto de voluntades para burlar la ley, en forma perdurable, durante años. Desde luego, nadie cercano a Menem habrá de admitir que el auto de procesamiento del 4 de julio tiene su nivel técnico. Ya antes de leerlo los hombres del Jefe se consagraron a recorrer el espinel político y jurídico para desacreditarlo. Rápidamente se burlaron del estilo de Urso, al que Carlos Corach definió ante los suyos como “macarrónico”. La defensa de Balza, única que ya apeló la decisión, calificó sus palabras como “rimbombantes y grandilocuentes”. Es real que la larguísima decisión adolece todos los ripios y defectos del lenguaje usual en tribunales, no apenas en Urso. Pululan metáforas pretenciosas e imperfectas, palabras de varias sílabas, neologismos poco felices y propensión a la redundancia. La administración de justicia, como otras tantas corporaciones –incluidas los médicos (brujos o cirujanos), los psicólogos o los críticos de arte– se vale del esoterismo de lenguaje para acrecentar su poder, para poner su hacer fuera (o quizá, por encima) del alcance de los profanos.
Pero todos esos escollos –en los que a diario incurren muchísimos jueces argentinos– nada dicen del contenido de la decisión. A su modo, elípticamente, los hombres de Don Torcuato lo van reconociendo. Por eso el discurso del menemismo comenzó a variar: ya no se cuestiona, en sí misma, la aplicación de la figura de “asociación ilícita” sino la “calificación” de Jefe que el juez le atribuye –paradojas de la historia– a quien por años se relamió de gusto cuando lo llamaban así.
Ese viraje legal tiene una traducción operativa: lo que obsesiona al menemismo es que el ex presidente deje de estar preso. Negar la asociación ilícita es un second best, probar su inocencia –nadie habrá de confesarlo, claro– una utopía que, como hiciera con tantas otras, el menemismo está dispuesto alegremente a archivar.
No está en la naturaleza del menemismo desdeñar ningún medio, ningún atajo. Pero en estos meses ha venido aprendiendo, a golpes, a conceder más atención al aspecto técnico legal del expediente. Prueba de ello es la defenestración de Mariano Cavagna Martínez.
Aunque está perdiendo por goleada en Comodoro Py, en materia de creatividad política Menem sigue teniendo lo suyo. Su jugada de postularse como candidato a senador suplente por La Rioja, basándose en un resquicio legal, pondrá en aprietos a los juristas y a la justicia electoral. Desde el ángulo de la ética política, el juicio es más evidente: si Menem apelara a ese subterfugio para zafar de una condena (o para diferir un proceso) su moral no diferiría de la de un ladrón de gallinas. Devendría un senatrucho más, no el primero de su legión, pero quizás el más impresentable. Sería interesante que otros candidatos a senadores, se avocaran a limpiar ese cuerpo que abochorna a la democracia y a la sociedad dijeran algo al respecto. Tal vez le competiría a Alfonsín, un decano del sistema, arrojar la primera piedra sobre un nuevo intento de convertir la Cámara Alta en un sucedáneo de un aguantadero.
Difícil que suceda. Si hay alguien solidario con el ex presidente es el otro ex presidente. Ya lo viene diciendo en voz alta. Y no sólo eso. Una anécdota que recorre Comodoro Py cuenta que un funcionario deslizó a los oídos de una alta autoridad de la causa “a nosotros no nos preocupa que el expediente avance. Pero nos preocupa muchísimo la calificación de jefe de la asociación ilícita”. Quien, cuentan, compartía como un calco el discurso de Don Torcuato era un alto funcionario del Gabinete nacional, alfonsinista y contertulio de Enrique Nosiglia por más datos.

Supermingo quiere volver

“En los momentos de crisis, Alfonsín es un hombre de estado –pinta desde otro ángulo, una de las principales espadas de Fernando de la Rúa– en estos días fue un pilar del gobierno.” El líder radical se mostró al lado del titubeante Presidente y se esmeró por mostrar un partido sin fisuras. Menuda tarea intentarlo, tras las infortunadas declaracionesradiales del gobernador Angel Rozas, quien aspira a ocupar el actual sillón de Alfonsín y, más luego, el que hoy alquila De la Rúa. Por un día se dijo por doquier, incluso en cenáculos públicos de la City, que el chaqueño era un golpista. Un disparate o acaso una operación más, facilitados por la imprudencia de Rozas.
Pero, si en la Rosada se hablaba bien de Alfonsín el miércoles, ayer eran todos improperios. Es que el ex presidente, al ratito de haber elogiado la heterodoxia de Cavallo, le metió un Jumbo en la pista, justo cuando Mingo a su vuelta maquinaba copar el PAMI y la Anses.
Alfonsín, pasando a encabezar un –no del todo coherente– radicalismo resistente que también integran Leopoldo Moreau y Héctor Lombardo cruzó esa decisión presidencial que estaba, como toda decisión presidencial, en una lerda incubadora. Los argumentos radicales se visten de un lenguaje ideológico, antiprivatista. Sotto voce, las mismas fuentes añaden que esas reparticiones son uno de los pocos espacios de poder que conserva “radicalismo progresista”. Desde el delarruismo se reescribe ese último argumento, se les reprocha usar esos espacios como sostén político más que de gestión. “El titular de la Anses –describe una alta fuente de Trabajo-, Rodolfo Campero, es un tipo honesto pero no se cansa de sumar cientos de designaciones de correligionarios.”
Por buenas o por malas razones (o por ambas) la UCR empieza a vetar la más previsible jugada para cuando Cavallo regrese a suelo patrio: acrecentar su poder como una respuesta a la presión de los mercados. Como ya adelantó esta columna, Cavallo viene quejándose de lo difícil que es gobernar “con los radicales”, un modo esquivo de pedir más espacio. Y menos limitaciones para recortar gastos. Antes de levantar vuelo hacia Alemania el megaministro dejó sobre el escritorio del Presidente una propuesta de un importante recorte de las transferencias de dinero a los ministerios para este trimestre. Desarrollo social, por caso, tendría un recorte de alrededor de cien millones de pesos. Las únicas áreas exentas de la tijera serían Interior, la SIDE y el servicio exterior. Desde Economía se explicaba el favoritismo hacia Ramón Mestre alegando que el gasto requerido para las inminentes elecciones es inelástico. Pero también puede maliciarse que la asimetría prefigura un criterio acerca de cómo abordar inminentes conflictos sociales. Sin meterse en esas honduras, Juan Pablo Cafiero ya le hizo saber su disidencia a Cavallo, con quien, hasta ahora, mantiene amable diálogo.

Provincias en llamas

El Gobierno, cuya debilidad hasta da pena, salió, en la persona de su Jefe de Gabinete a juntar plata para tirar un salvavidas a provincias prontas a incendiarse.
Ninguna tan pronta y cercana al precipicio como la más grande. “Lo vi pálido a Ruckauf”, describe, y se regocija alguito, un importante miembro del Gabinete nacional. Es que el gobernador bonaerense sintió que tocaba fondo. Ya desató un vendaval decidiendo pagar con bonos a sus proveedores y está por verse si parte del medio aguinaldo no se pagará así.
La emergencia financiera pone a Ruckauf ante un escenario que buscó gambetear: el que sugiere que su imagen pública –que constela muy alto– tiene poco que ver con el estado de la administración de su territorio. Según el gobierno nacional tiene la provincia al borde del default, en parte por su falta de dedicación o de aptitud y en parte por los muertos que le dejó la dispendiosa gestión de Eduardo Duhalde. Ruckauf replica que sus ahogos financieros derivan del incremento del riesgo país que hace prohibitivo el crédito para el sector público y por los incumplimientos del gobierno nacional. Como fuera, en estos días fue la vera imagen de un bombero casi sin agua. Los que lo conocen lo vieron nervioso, demudado. “Estuve con él una hora. Ya no sonríe” describe una alta fuente del menemismo.
Tal vez contribuyó a borrarle la sonrisa que sus compañeros gobernadores de Santa Fe y Córdoba hayan estado mejor posicionados, a la hora de pagar los sueldos y a la de dialogar con el Gobierno. José Manuel de la Sota y Carlos Reutemann cosecharon el fruto de haber optado por ceñirse más a cuidar su feudo que a proyectarse a la arena nacional, con mucha antelación al 2003. Ruckauf, que ha rato viene poniendo algunas fichas a un escenario de cambio institucional anticipado, padeció la peor semana desde que asumió. Pero, acaso, mejor que la que despunta mañana.
Atardecer en Macondo
“Lo llamé para apoyarlo. Le dije ‘fuerza presidente, hay que seguir adelante. Me respondió con un hilo de voz, me pareció deprimido’”, dice un dirigente peronista de buen diálogo con el Gobierno.
Fue en esos días en que –en las manzanas que rodean a la Rosada– faltaba el aire y sobraba depresión. También abundaron apoyos y feedbacks poco estimulantes como en la anécdota.
Pero las versiones eran feroces. En el gobierno acusan a Ruckauf, al menemismo y a integrantes del sector financiero. El CEMA, ese think thank de derecha que pesa más que millones de votos, sería en la versión oficial el ariete de una ofensiva de objetivos precisos en materia económica y más difusos en materia institucional.
Cavallo está furioso con sus hombres incluso, musitan en Hacienda, con Fernando de Santibañes, el financista amigo presidencial que –como ocurre cada vez que hay terremotos– aparece cerca de su vecino de Villa Rosa, pese a ser conspicuamente fiel a banderas bien distintas (y a menudo antagónicas) a la Alianza.
Cavallo está dispuesto a boxear al CEMA, a De Santibañes, a los radicales que quieren impedir que el Anses recale en uno de sos hombres, posiblemente en Armando Caro Figueroa quien en una cena partidaria emitió un discurso arenga detallando las misiones de Acción por la República y siendo durísimo con los partidos tradicionales.
Se barajaron en estos días cambios de Gabinete. Si fuera por Mingo, abundarían. Casi todos sus compañeros le parecen lentos y perezosos, cuando no (el caso de Lombardo) algo peor. El sólo valora especialmente a Chrystian Colombo y a Patricia Bullrich, a quienes juzga activos y dispuestos. El Presidente parece compartir ese juicio. Fue él quien pidió al Jefe de Gabinete que mudara sus oficinas a la Rosada, desde donde y desde ahí piloteó la negociación con los gobernadores y la colecta de fondos para enviarles. Y le agradeció a Patricia Bullrich, haber sido gestora de un encuentro, asadito de por medio, del Presidente con el gremialista del MTA Juan Manuel Palacios tendiente a buscar una tregua con la CGT rebelde.
Cavallo está desembarcando y quiere más peso en el Gobierno, del cual es Superministro. Parece una paradoja que esté a un tris de lograrlo pese a que la economía sigue tan estancada como cuando llegó. Pero nada es imposible en esta sucursal de Macondo en la que el poder político se evapora en el aire.

 

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