Por Carolina Bilder
Desde Madrid
Don Manuel se apellida De la
Rúa. Con el presidente argentino comparte la historia de los bisabuelos
que fueron primos hermanos y se criaron en tierras gallegas. También
hay dos encuentros cara a cara, tamizados con un intervalo de 27 años.
El primero fue producto de la casualidad, durante un acto político
en una convulsionada Argentina de los 70 en la que cada De la Rúa
levantaba banderas políticas de distinto color. Fernando era radical
y Manuel peronista. El segundo encuentro, esta vez en España, fue
el año pasado, cuando el mandatario se reencontró con sus
raíces. En este país, en el que sin alcanzar tanta notoriedad
su apellido no pasa inadvertido, Manuel de la Rúa acaba de estrenar
sus 69 años relatándole una parte importante de su historia
al juez español Baltasar Garzón. Por primera vez en 25 años,
denunció la persecución política, el intento de asesinato,
los allanamientos a su casa y a su empresa en Rosario y el robo de sus
bienes por las tropas del Ejército al mando del general Leopoldo
Fortunato Galtieri. Así, un De la Rúa se sumó a la
extensa lista de testimonios incorporados en la causa por los delitos
de genocidio, terrorismo y torturas contra los militares argentinos que
lleva adelante el juez español.
Dos millones de dólares es mucho dinero. Y es la valuación
de la mercadería que los militares robaron del depósito
que De la Rúa alquilaba en la ciudad de Rosario, en julio de 1976.
Este hombre que recuperó su ciudadanía española para
radicarse definitivamente en Barcelona, sostiene que no hay dinero en
el mundo que alcance a compensar los daños que sufrió. Porque
detrás de esta batalla personal que emprendió sigue viva
la historia y las desdichas de un exilio que comenzó en Panamá,
un destierro que se prolonga en democracia y abarca la destrucción
de una familia entera. El daño moral es irreparable,
es lo primero que dijo a Página/12. No pude asistir al entierro
de mi madre que falleció en 1982, ni al de mis dos hermanos. Tampoco
conozco a dos de mis nietos y en 25 años sólo he podido
ver una vez a mi hijo mayor.
Por estos días, mientras se recupera de una enfermedad que lo dejó
convaleciente por un año, De la Rúa planifica su primera
visita a la Argentina después de 25 años de ausencia. Un
pedido de captura pendiente en su contra le coartó cualquier posibilidad
de regresar antes porque su nombre quedó excluido de la amnistía
política decretada en democracia por el gobierno de Raúl
Alfonsín: Cuando me enteré no lo podía creer.
En febrero de 1977 me armaron una causa acusándome de tenencia
de armas y explosivos en mi depósito. Fue el último servicio
prestado por un juez federal de Rosario, de apellido Berta, quien antes
de jubilarse archivó el caso provisionalmente hasta que yo apareciera.
Si hubiera intentado volver, probablemente habría sido detenido
en Ezeiza.
Como muchos jóvenes de su generación, Manuel De la Rúa
se arrimó a la militancia siendo muy joven. Derrocado Juan Domingo
Perón, en septiembre de 1955 se incorporó a los grupos de
la Resistencia Peronista. Tenía 23 años y hablaba de los
verdaderos alcances del golpe militar. Desde allí escaló
posiciones y de la unidad básica de su barrio pasó a ser
delegado y luego presidente de la Convención Departamental de Rosario.
Muchos años después, con la muerte de Perón y la
asunción de Isabel, mientras los militares avanzaban hacia la toma
del poder, Manuel aportó capital para fundar primero el diario
Noticias y luego la revista Informaciones.
Al mismo tiempo, llevaba adelante varios negocios, especialmente la compra
de grandes cantidades de legumbres que almacenaba en un depósito
y luego cargaba en camiones rumbo a Buenos Aires. Para la misma época
se había cobrado en sommiers una deuda, y con ellos ocupó
más de la mitad del galpón que alquilaba en el Pasaje Debussy,
en Rosario, donde vivía con su mujer y sus dos hijos. Algunos años
eran más difíciles que otros, pero el negocio todavía
funcionaba bien. Manuel había renunciado a sus cargos en el PJ
y no se imaginaba que los parapoliciales de José López Rega
le seguían la pista, habían detectado sus movimientos bancarios
y conocían el valor de la mercadería que almacenaba. A
principios de 1975, llegué una tarde a mi casa y la encontré
toda revuelta. La policía había hecho un procedimiento y
mi ex esposa había sido detenida. Al encontrar en mi casa abundante
literatura peronista, el comisario había dicho: Muchachos,
vinimos por una cosa y nos encontramos con otra. Fue el primero
de varios allanamientos.
¿Cuándo ocurrieron los siguientes?
Entre marzo y julio del 76, una vez consumado el golpe militar,
allanaron mi casa tres veces. Hasta que el primero de julio de ese año
recibí un llamado telefónico del dueño del depósito
avisándome que la Policía y el Ejército habían
entrado al galpón con dos camiones militares y se habían
llevado la mercadería y excavado el suelo. Ahí me di cuenta
que la cosa era pesada y tuve la sensación de que había
llegado mi hora. Quise salvar mi vida y la de mi familia, me quedé
escondido cuatro días en casas de amigos y de ahí me fui
a Buenos Aires, mientras mi familia se disgregaba por el interior del
país buscando cobertura. Ocho días después, un grupo
parapolicial derribó la puerta de mi casa, revolvió todo
y se robó lo que pudo. Como unos vulgares ladrones de gallinas
se llevaron fotos de mi familia, libros, mantas, vajillas, libros, el
televisor... Todo lo que encontraron a mano.
¿Identificó a los responsables?
Los allanamientos fueron dirigidos por el comisario Guzmán,
alias El Mudo, subjefe del Servicio de Informaciones de la
Policía Provincial de Rosario, que a su vez tenía a su cargo
equipos parapoliciales. Cada vez que vino a mi casa me dijo que actuaba
bajo el mando operacional del Segundo Cuerpo de Ejército, a las
órdenes de Galtieri. Al principio lo subestimé. Si le hubiera
creído, quizá hubiera liquidado todo y me hubiera marchado
del país, ahorrándome tantas desventuras.
La nueva vida en Buenos aires, semirrecluido y camuflado con anteojos
oscuros y retoques en el pelo, lo desesperó a los pocos meses.
Entonces se propuso salir del país, pero antes tuvo que recuperar
su pasaporte. Lo tenía la policía y me lo devolvió
después de comprárselo por muchísimo dinero,
recuerda De la Rúa. Mi familia quedó dispersa y el
30 de octubre de 1976 embarqué con destino a Panamá, previa
escala en Perú. Fueron cuatro interminables años de exilio
en Panamá, hasta mediados de 1980, cuando viajé a España
y recuperé la nacionalidad por ser hijo de españoles.
Antes de inclinarse hacia las pampas, el árbol genealógico
de los De la Rúa había echado raíces en tierras gallegas.
Así lo comprobó el actual mandatario en su gira española
del año pasado, cuando una tórrida tarde del verano europeo
regresó al pequeño pueblo gallego del que emigró
su abuelo. Allí fue recibido con todos los honores. Y allí
también le contaron la historia de su familia, de gran influencia
en esa ciudad y en la comarca del Morrazo. Finalmente, le obsequiaron
una cartulina desplegable con un resumen de su árbol genealógico.
El Presidente descubrió que entre los De la Rúa había
capitanes generales, un abad, curas y monseñores, un juez y recaudador
de impuestos, hasta un oficial de la Santa Inquisición. En ese
recorrido familiar pudo saludar y conversar con varios parientes lejanos
que habían sido invitados al convite. Ahí estaba Manuel.
Manuel, eres tú. Fíjate que me dieron el árbol
genealógico y la mitad de los parientes se llaman Manuel. No me
imaginaba que era tan prolífera la familia, dice que le comentó
el presidente argentino cuando lo vio.
¿Desconocía el grado de parentesco que lo entroncaba,
de alguna forma, con la familia presidencial argentina?
Hace unos años descubrí que nuestros bisabuelos fueron
primos hermanos. El mío era gallego y llegó construyendo
caminos a Asturias, donde lo retuvo el amor de una asturiana que fue mi
bisabuela. Después se fueron a Roma y se gastaron todo el dinero,
pero la historia comenzó en Galicia, en la zona del Morrazo.
¿El del año pasado fue su primer encuentro con el
Presidente?
No, lo conocí de casualidad en 1974, en un acto político
en Posadas. En esa oportunidad me acerqué para pedirle una carta
de un tío que vive en Estados Unidos, el hermano menor de mi padre,
quien después de leer en el periódico que un tal De la Rúa
se había presentado en la fórmula con Balbín, le
envió una carta al Senado preguntándole si era algo de mi
familia porque él nos había perdido el rastro. Al parecer,
Fernando de la Rúa no sabía quiénes eran estos parientes,
pero conservó la carta. Aquella vez en Posadas se la pedí
y cuatro días después me la envió.
¿El Presidente conoce su historia de persecución política?
No sé. Ignoro si conoce el caso porque yo nunca quise entrar
de lleno a hablar de temas políticos con él, porque nunca
estuvimos en el mismo barco. Por otro lado, cuando lo saludé el
año pasado aquí en España tampoco se lo comenté
porque fueron sólo unos momentos y es un tema que da para largo
rato, para conversar sentados y explicárselo bien. En ese contexto,
no me pareció elegante plantearle el tema. Si hubiera ido a Argentina
habría tratado de localizarle.
¿Y qué lo llevó ahora a testimoniar ante Garzón?
Denuncié ante Garzón no sólo el robo y el saqueo
de mi empresa. Lo que estoy reclamando no es sólo dinero. Lo que
más quisiera es ver en la cárcel a Galtieri, a Guzmán
y a todos los responsables. Porque el dinero es cuantificable, pero nadie
podrá jamás cuantificar el dolor de una persona que se vio
obligada a permanecer desconectada de sus seres queridos.
Será en marzo del 2002, si todo sale bien, aventura
De la Rúa sobre la que será su primera visita a la Argentina
desde 1976. Planea estar muy ocupado: jugará por primera vez con
sus nietos, dejará flores en la tumba de su madre y de sus hermanos,
abrazará a su hijo y le mostrará los mejores paisajes del
país a su compañera española. Pero tal vez pida también
una cita con su pariente, el que gobierna: Me gustaría verlo
y saludarlo una vez más. Y, por qué no, contarle también
mi historia.
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