Por Alejandra Dandan
Se necesita un collie para
un chico autista. Es el único capaz de capturar algo, aunque sea
algo, de esa mirada perdida entre fantasmas. Durante seis meses dos psicoterapeutas
del Hospital Pedro Elizalde, la ex Casa Cuna, lo intentaron. Trabajaron
con dos border collies: buscaban patrones de conducta entre sus pequeños
pacientes autistas. La experiencia, revolucionaria en el país,
aceleró el tratamiento y redujo a la mitad el tiempo del diagnóstico.
Los chicos, ausentes, sin registro del mundo externo ni lenguaje, logran
cambiar algo de ese escenario cuando interviene el collie. Los ensayos
en la Casa Cuna se interrumpieron hace exactamente un año por falta
de presupuesto. El adiestrador y dueño de las mascotas se las llevó,
y la investigación quedó inconclusa. El director del hospital,
Juan Carlos Ramonini, pide ahora que sean donados ejemplares de esa raza,
que cuestan entre 400 y 500 pesos. Hubo dos respuestas ya y el hospital
podría retomar la experiencia. Página/12 habló con
los dueños de esas collies a punto de entrar a la ex Casa Cuna
y estuvo con los médicos que aprendieron, en estos meses, a sacar
una sonrisa entre tanto fantasma.
Era la primera vez que Mariano entraba al hospital. En una salita, lo
esperaba la doctora. Cuando pasó, Mariano caminó derecho
hasta la ventana. No vio a nadie más. Se detuvo ahí, con
la cara contra el vidrio, frente al jardín. No se movió
más ni dijo nada. Sólo miró el parque y las ramas
de un árbol muy alto. Al rato dio una vuelta circular en el consultorio.
Enseguida se fue.
Mariano repitió el esquema en tres encuentros sucesivos. No modificó
ni un gesto de ese escenario donde, aunque lo desconocía, no estaba
solo. Fue uno de los primeros pacientes de Amelia Lorena, la psicoterapeuta
a cargo de la experiencia con los collies. El chico era autista, una patología
tan variada y enigmática como la cabeza de cada uno de esos nenes
apretados entre las filas larguísimas del hospital.
En el consultorio, durante esas sesiones, su psicóloga permanecía
ahí, detrás de él, palmeándole la espalda.
Nunca la vio. Tampoco al entrenador y ni a la collie, que lo miraba incansable
desde una silla alta, sin perderlo de vista. La tercera vez que estuvo
ahí, cuando dejó la ventana, Mariano retrocedió y
entonces sí vio a la perra. Fue impresionante dice
su analista, emocionada todavía hoy; levantó los brazos
como preguntando qué hacía el perrito ahí.
No es un tratamiento
En la ex Casa Cuna ella y otro psicólogo especialista en trastornos
infantiles trabajaron el año pasado y durante seis meses, con un
entrenador y sus dos collies. No fue un tratamiento corrige
Lorena, fue una experiencia que tuvo como objetivo contar con la
asistencia del animal como estímulo para cambiar patrones de conducta
entre los chicos.
Esto no quiere decir que los perros modifiquen y resuelvan la enfermedad.
Faltó tiempo para probarlo. Para los psicólogos el vínculo
con los collies facilitó un diagnóstico pero hasta
aquí insiste la licenciada Lorena no se sabe si es
garantía de socialización que el chico acepte al perro y
pueda trasferir esa relación al medio social.
A los seis meses Alfredo Verón, el entrenador de mascotas, se llevó
sus perras porque no podía sostener el proyecto sin subsidios.
La noticia fue demasiado dura para los que se habían comprometido
con la experiencia. El trabajo con las mascotas había sido documentado
con filmaciones como parte de una rigurosa tarea científica. Aunque
necesitaban tres cámaras para tomar desde ángulos distintos
las posiciones y reacciones entre el perro y los chicos, los médicos
obtuvieron al menos una para los registros que después decodificaron
a través de un programa especial de estadísticas.
Ahora, cuando piensa en esos datos, la psicóloga intenta ser precisa
sobre los resultados y las expectativas. No puede garantizarse, insiste,
que el registro del chico sobre la existencia del perro pueda desplazarse
a otro tipo de relaciones. Lo que puede ocurrir advierte
es que una vez que el chico hace contacto con el animal, termine considerándolo
parte de sí mismo y por lo tanto repetirá el cuadro: él
y el perro serán una sola cosa.
Esta es una de las características del autista (ver aparte). No
existe el habla ni el lenguaje porque no hay simbolización, el
chico es una extensión del mundo, con un Yo que según el
psicoanálisis no ha llegado a constituirse. Por eso el mundo no
existe y por eso muchos no saben que ahí hay alguien que pide un
abrazo.
Sin habla
El collie se adapta al hombre, tiene conductas humanizantes,
explica con entusiasmo el jefe del Servicio de Salud Mental de la Casa
Cuna, Juan Manuel Gamarro. El perro es un Yo auxiliar a partir del
cual los nenes pueden empezar a conectarse con el mundo externo,
asegura él, aunque muy cerca, la psicóloga asegura que aún
este punto no ha sido probado.
Sin embargo, hay varios puntos de la investigación demostrados.
En las filmaciones descompuestas en imágenes milimétricas
se consiguió identificar cada tramo de acción, cada movimiento
de los chicos en sus juegos con las perras. La acción no es una
conducta porque no hay intencionalidad, explica Lorena, pero la suma de
esas acciones frente a un estímulo permite descubrir los patrones
de conducta de los chicos, como si fuera un código o el jeroglífico
que oculta una lengua extraña: Me permite ver cómo
se vincula con el otro, con el animal y metiéndome en ese código
puedo diseñar un método para actuar sobre eso y modificarlo:
esto fue lo más importante durante el trabajo en estos meses.
¿Por qué un perro? Existe una respuesta que parece clara
cuando uno de los veterinarios consultados habla del sistema de la comunicación
de las mascotas. No necesitan lo verbal, el habla; toman información
de nosotros, más allá de lo que decimos. Los perros reciben
información por nuestros gestos y movimientos porque registran
datos visuales, posturas tan ínfimas como un movimiento de orejas,
dice Rubén Meztman, especialista en conducta de animales. Un chico
que no reconoce estímulos en el habla de otro humano puede terminar
expresándose cuando siente la interpelación de un perro.
Los animales insisten, esperan. Como alguna vez sucedió frente
a Cristian K.
Durante un mes, las collies estuvieron en sus sesiones. Cristian tenía
un trastorno adaptativo, explica Adriana Ingratta, su psiquiatra: Existían
problemas para hablar porque su cerebro no le deja terminar de fabricar
palabras. La afasia se complicó con un cuadro de epilepsia
y varios problemas de desarrollo después. Cristian además
tenía dificultades para atender las órdenes o responder
frente a una acción pedida.
Patrax, la collie del hospital, un día le mostró cómo
hacerlo, cómo responder cuando alguien le pide algo. Para Cristian
fue como mirarse en un espejo: Ese trastorno adaptativo de Cristian
dice su médica ahora mejoró cuando pudo conducir
al animal; se dio cuenta que le daba satisfacción ver al perro
hacer lo que él le pedía, ese mismo tipo de acciones que
a Cristian le costaba llevar adelante.
Para los perros y en la comunicación con sus socios de especie,
todas las posturas y olores funcionan como datos. Por eso, también
la actitud, el gesto, los humores, esas cosas aparentemente poco visibles
que sueltan los chicos, son percibidas por los animales. Todos estos datos
comenzaron a tomarse en cuenta a fines de los 70 cuando en Estados
Unidos empezaron a hacerse tratamientos con perros en terapias para autistas.
Está absolutamente probado y demostrado la eficacia en tratamientos
terapéuticos dice Meztman, donde se acortan incluso
los períodos de recuperación. Para el etólogo,
sin embargo, no hay grandes diferencias entre las razas. El potencial
lo tiene cualquier raza indica pero por la fisonomía,
el pelaje y las proporciones, el border puede ser particular aunque hay
que ver cada uno, porque individualmente pueden ser distintos.
El es capaz según el etólogo de atravesar la imperturbable
mirada de un autista: Se da un nexo de conexión que de otra
manera no se logra porque el sistema de comunicación del perro
envía señales distintas a las humanas y esto probablemente
logra atravesar la barrera de silencio generando otro modo de lenguaje.
Aunque, entonces, cualquier raza podría acercarse a esa misteriosa
mirada ausente, en la ex Casa Cuna tienen el veredicto cerrado. Allí,
los border parecen irremplazables. No ladran y es importante que
sea así para un chico que necesita tenerle confianza; es tranquilo
y esto permite supervisar mejor el comportamiento de los pacientes,
agrega la licenciada convencida, de acuerdo a un estudio que menciona
hecho en Estados Unidos, que los border son más inteligentes que
sus socios caninos. Todos los perros tienen tres minutos para asociar
el elemento estimulante con la respuesta argumenta y en ese
lapso los border pueden acumular mucha más información.
La cura
Yago, la nena que está sentada ahora en su consultorio, ni siquiera
sospecha sobre esta discusión. Está muy ocupada. La doctora
acaba de mostrarle un gran dibujo que sacó de un sobre. Yago no
dice mucho cuando Amelia le habla, prefiere taparse la cara entera con
los correcaminos que andan de paseo en su dibujo. Atrás, su abuela
espera, preocupada porque la nena se hace la bebé, no quiere tomar
responsabilidades, a lo mejor, dice, porque es la última de los
hermanos.
Para Lorena, Yago tiene un problema de desarrollo madurativo y aunque
no tiene síntomas de autismo, espera tener pronto a los collies
para ponerlos a trabajar también con ella.
La actividad que tendrán las collies dentro de la Casa Cuna parece
inagotable. Todos los esperan. El director del hospital y el jefe del
servicio sueñan con una parejita de border para tener cría
(y a quien pueda donar alguno de estos animales le piden que se comunique
al 43083109). Creen que los chicos podrían mejorar todavía
más sus tratamientos si se llevan los perros a sus casas durante
cierta temporada. La entrada del collie en el espacio cotidiano, piensan,
ayudaría a reforzar el vínculo con el afuera, especialmente
entre autistas.
Por eso ahora que se fueron todos y hay poca gente en el hospital, el
viejo Gamarro se sienta en una silla de nene para pensar en la casa para
los collies.
Eh, oíme Amelia... le dice a la psicóloga.
Yo traigo la cucha de casa. Problema resuelto, la cucha del boxer...
La cucha es grande, puede funcionar.
El autismo, un síndrome
sin cura
El autismo es un trastorno grave que afecta tres esferas: comunicacional,
social y del comportamiento. Cada uno de estos aspectos impide a
los autistas interactuar socialmente, comunicarse a través
de la palabra y ejercer con autonomía conductas que suelen
convertirse en acciones estereotipadas. No es una enfermedad, ni
un síntoma de origen psíquico. Se lo considera
un síndrome aunque algunos neurólogos lo tratan como
una enfermedad psíquica, explica Adriana Ingratta,
psiquiatra infantil del servicio de Salud Mental del Hospital Pedro
Elizalde.
El 70 por ciento de los casos está acompañado con
trastornos mentales y en general el síndrome parece afectar
a los hombres. Por cada mujer existen ocho varones autistas. En
ningún caso puede hablarse de cura. Sólo se consiguen
avances entre los que empiezan tratamientos antes de los tres años,
como estimulación temprana.
Se consiguen mejoras, pero como se trata de un problema orgánico,
genético y no vincular, como una neurosis o una fobia, no
es reversible, continúa ahora Amelia Lorena, licenciada
en psicología y especialista en trastornos del desarrollo
y patologías graves de la infancia y adolescencia. El autismo,
define, es una manera de ser, no es una patología,
se han encontrado alteraciones en el séptimo par de genes,
el chico nace autista y no se cura: se mejora.
Lorena está a cargo de la experiencia con los collies en
la Casa Cuna. Un perro se retira cuando ve que les tienen
miedo explica, pero es capaz de estar esperando dos
o tres minutos hasta que uno de los nenes tire la pelota que lleva
en la mano. A los border les encanta saltar a buscar la pelota
lanzada por el entrenador; cuando ese lanzamiento lo hace alguno
de los enfermos, los tiempos son muy lentos y el perro es quien
se adapta a la conducta del chico. Esa insistencia es la que finalmente
termina arrancando a los chicos del encierro. Claro que no hay aquí
una victoria completa.
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DUEÑOS
QUE PODRIAN CEDER SUS PERROS
Los que dan el sí
Por A.D.
Todavía no están
seguros de hacerlo. Ellos no se conocen pero los dos pensaron en sus perros
cuando supieron lo de las collies para el hospital. Miguel Dickinson es
dueño de Sheridan, uno de los tres criadores del país donde
se cría la línea pura de los border collie. Silvina Olivera
es empleada en una clínica privada y camino al trabajo se enteró
que la Casa Cuna necesitaba alguien como Toba, su perro increíblemente
ágil e inquieto que ha pasado en la vida de Silvina los dos últimos
años.
Toba llegó de regalo. Hacía unos meses, Silvina le había
comentado a su hijo Yago Nicolás, de ocho años, que debían
buscar algún lugar para Toba porque crecido así no tenía
espacio en la casa. Justo esa noche los dos miramos la película
de un médico que cura a los chicos con leucemia por las sonrisas
y el afecto. Después de ver Patch Adams, Silvina se encontró
con la noticia de que un hospital de chicos pedía los mimos de
su collie para los chicos autistas. En casa, leyó el pedido en
voz alta para contárselo a Yago. Cuando se sentaron le contó
que los chicos con los que podía irse Toba tenían problemas
como los de la película.
Mientras en su casa Silvina sentía a su hijo entusiasmado con esa
idea, un llamado extrañísimo entraba en el negocio que Dickinseon
tiene en Luján. No entendía nada explica
pero imagínese, por una causa así. En su caso no hubo
tiempo de emociones. La Cooperadora del Hospital consiguió la lista
de criadores y empezó con los llamados que terminaron arrancando
el acuerdo de don Miguel, más acostumbrado a que sus perros border
sean buenos tipos de campo que cálidos lazarillos. Yo tengo
una perrita de 60 días, tenemos que probarla y si sirve, queda.
Hace treinta años se dedica a la crianza de esta raza que conoció
cuando un día, de muy chico, su abuelo trajo de Inglaterra. Muy
inteligentes, tienen mucha facilidad para comprender y complacer y además
dice hacen el trabajo que a mí más me gusta:
el del campo.
UNO
DE LOS CHICOS QUE PARTICIPO
Historia de Gonzalo y Patrax
La discusión estaba cerrada.
Marita compraría el Family Game; si Gonzalo no lo usaba, jugaría
ella con su marido. Su hijo tenía dificultades para centrar la
atención y aquel juego podía ayudarlo. Gonzalo tenía
cinco años y su frenesí le impedía pararse a pensar
dónde embocar la pelota. En casa no sabían aún que
el síntoma no se iría. Habían gastado ahorros y vendido
un auto para pagar análisis y terapias privadas. Gonzalo era para
los médicos un hiperactivo con distraimiento y sus padres creyeron
que nadie podría detener alguna vez su cabeza. Un día Patrax,
la collie de la Casa Cuna, recibió un golpe fortísimo por
el disco que él había lanzado. Se asustó. Ese día
Gonzalo le preguntó por primera vez a la doctora por qué
Patrax se había enojado con él.
Aquel Family Game es uno de los datos que ahora Marita recuerda. En aquella
época pensaron el juego como salvación. Todos los demás
chicos se divertían usándolo. Terminamos jugando nosotros
dice la madre, los más grandes. Meses después,
cuando pasaban un fin de semana en la quinta de amigos, ella observó
de pronto que Gonzalo se sentaba frente al juego. Tenía que
pensar y concentrarse para entender cómo pasar una pared y apretaba
y esperaba. Ese primer registro estimuló a los padres para
seguir buscando el modo de pacificar a ese chiquilín demasiado,
pero demasiado, activo.
Era inteligentísimo explica Marita pero no paraba
y al mismo tiempo terminaba como encerrándose. Ese mismo
movimiento, de poco empezó a repetirse entre sus padres que no
entendían por qué a su hijo no le gustaba el fútbol.
Le decía a mi marido todo el tiempo que lo lleve a la cancha,
a jugar para ver si así descargaba energías, Gonzalo
tenía lugares propios para hacerlo. Las puertas, los abrazos y
también los vidrios. Nunca lo notó, pero en la casa de la
abuela siempre alguno se rompía. Son diez en los últimos
dos años, el de la cocina ya no lo cambio.
Gonzalo empezó el tratamiento en la ex Casa Cuna hace muchos años.
Estudia en una escuela del barrio y ahora cursa el noveno año.
Fue uno de los primeros en articular su tratamiento con las collies. Con
los perros, corría todo el tiempo en círculo delante o detrás
de ellos; en esa carrera Gonzalo era capaz de acercarles agua, de ayudar
al instructor y todavía tenía fuerza para seguir con los
lanzamientos. No había causa para frenar. Ni siquiera con la perra
que había tenido cuando era chico había conseguido otro
tipo de contacto. En Gonzalo ese amor también era extremo. Uno
de los días, en el hospital, dice Lorena, Gonzalo volvió
a tirar el disco y le pegó muy fuerte a una de las collies. La
perra, asustada, se escondió y Gonzalo, hasta aquí indiferente
a las reacciones de los otros, se sorprendió. Esa pregunta, ese
interrogante, para los que siguen su terapia es la primera manifestación
de resolución.
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