Por Pedro Lipcovich
Una epidemia, ligada al envejecimiento,
cunde en Europa y Estados Unidos, pero la Argentina, por ahora, está
a salvo: la epidemia no es otra que la compra compulsiva de medicamentos
para tratar de evitar la vejez; su eficacia es dudosa, en el mejor de
los casos perjudican sólo al bolsillo y en el peor propician enfermedades
como el cáncer. La Argentina está a salvo gracias a su crisis
económica, que hizo caer las ventas de estos productos en los últimos
meses. Mientras esperamos que la recesión termine, conviene repasar
las virtudes y defectos de estos fármacos: en cuanto a los antioxidantes,
aunque en los últimos tiempos hubo ensayos clínicos prometedores,
todavía no se recomienda su uso generalizado; sí, para fumadores
en particular, se indica la vitamina C; y los investigadores le están
bajando el pulgar al betacaroteno, que puede tener efectos cancerígenos.
En cuanto a las hormonas, ninguna está indicada todavía,
salvo los estrógenos para las mujeres posmenopáusicas. Hay
otras indicaciones más simpáticas, como comer un plato diario
de verduras. Lo que sí se ha conseguido es la inmortalidad, para
cada una de las células del organismo; lástima que todavía
sólo por separado.
La (presuntuosamente) denominada medicina del envejecimiento hace furor
en Estados Unidos y se extiende en Europa. De sus distintos supuestos
recursos, los únicos que han llegado a merecer la discusión
entre especialistas son los antioxidantes y las hormonas. Uno de los fundadores,
en el mundo, de la teoría de los antioxidantes es el argentino
Alberto Boveris, profesor titular de fisicoquímica en la UBA: Hace
dos semanas, en Roma, participé en un congreso sobre el tema: después
de un período oscuro en que los ensayos clínicos sobre antioxidantes
no parecían dar resultados favorables, otra vez aparecen números
alentadores. La salida del período oscuro se
debe a que los primeros estudios habían medido el efecto
de administrar antioxidantes a personas que ya habían sufrido infartos,
mientras que los últimos midieron la arterioesclerosis en estadios
más tempranos, cuando se manifiesta en arterias periféricas
como las del cuello: en estos casos, la administración de antioxidantes
retrasó la aparición de la enfermedad. En otros casos,
el fracaso mismo del experimento es ilustrativo: Fracasó
un ensayo clínico con antioxidantes en Italia, pero es que la población
que recibía los antioxidantes ya estaba protegida por la dieta
mediterránea, con abundancia de aceite de oliva y vino tinto,
cuenta Boveris.
Ricardo Ferreyra, director de la publicación electrónica
para profesionales médicos Antioxidantes y calidad de vida
(www.antioxidan tes.com.ar), previene que todavía no está
demostrada la conveniencia de suplementar la dieta con antioxidantes como
las vitaminas C y E. La recomendación que ya puede hacerse
es para los fumadores: está comprobado que tienen niveles
muy bajos de vitamina C, porque el cigarrillo produce una cantidad enorme
de radicales libres que neutralizan los antioxidantes disponibles en el
organismo, y la vitamina C parece ser la que primero se desgasta.
En cambio, en dos importantes ensayos clínicos que se hicieron
en Europa, se administró a fumadores vitamina E y betacaroteno:
los que recibieron la vitamina E no estuvieron ni mejor ni peor pero con
el betacaroteno, sorprendentemente, la incidencia de cáncer de
pulmón aumentó, cuenta Ferreyra.
Mientras tanto, agrega César Fraga, profesor de fisicoquímica
en la UBA, se estudia la probabilidad de que la mujer esté
más protegida de dolencias cardiovasculares debido a la función
antioxidante de las hormonas femeninas, los estrógenos. Esto
conduce al segundo grupo de sustancias bajo estudio, que son hormonas.
En rigor, la única terapia hormonal que tiene consenso científico
bajo estricto control médico es el reemplazo de estrógenos
luego de la menopausia. Pero en Estados Unidos la DHEA (dehidroepiandrosterona)
se vende sin receta en los drugstores. No hay pruebas definitivas
de que ninguna hormona prevenga el envejecimiento, señala
Oscar Bruno, jefe del servicio de endocrinología del Hospital de
Clínicas. Los adictos a estas terapias recurren, además
de la DHEA, a la somatotrofina u hormona de crecimiento, y a la testosterona,
hormona sexual masculina. Pero personas con bajas cantidades de
testosterona pueden tener una actividad normal y, a la inversa, personas
con niveles normales pueden tener baja actividad, señala
Bruno, y no olvida que la testosterona puede promover el cáncer
de próstata.
Llegó la inmortalidad
Sí, pero, ¿qué es, en el fondo, el envejecimiento?
¿Qué marca el paso hacia la muerte?: Si uno cultiva
in vitro células humanas, encuentra que pueden reproducir un determinado
número de veces y ninguno más; salvo casos especiales como
las células germinales... o las cancerosas, explica el biólogo
argentino Juan Young, investigador en el College of Medicine Baylor, de
Houston, Texas.
Las células no se pueden dividir indefinidamente porque en la punta
de cada uno de sus cromosomas hay una porción llamada telómero
que se acorta en cada división hasta que ya no da para más.
Pero, si se les aplica una enzima llamada telomerasa, los telómeros
dejan de acortarse. El experimento crítico se inició
en 1997 y, desde entonces, las células somáticas a las que
se aplicó telomerasa siguen dividiéndose: se han vuelto
inmortales, se atreve a decir Young.
A partir de ese experimento, varias compañías trabajan
en ensayos clínicos con terapias celulares: se trata
de tomar células de una persona, ponerles telomerasa y restituirlas
al organismo. Pero no para un rejuvenecimiento general sino por
ejemplo, para recuperar la piel en personas de edad avanzada que se han
quemado. En ancianos, la piel puede no regenerarse ya pero, gracias a
la telomerasa, las células vuelven a dividirse y se regenera la
parte dañada.
En definitiva, ¿por qué envejecemos? Es difícil
entender por qué la evolución puede haber seleccionado genes
que favorezcan el envejecimiento. Muchos proponen que el envejecimiento
celular es un mecanismo supresor de tumores: si las células se
reprodujrean indefinidamente, se acumularían mutaciones, entre
ellas las que generan tumores. Las temibles células cancerosas
tienen activa, precisamente, la telomerasa, cuya producción está
inhibida en células normales.
Teóricamente, ¿sería factible pensar en un
tratamiento, que, a base de telomerasa o una sustancia similar, permitiera
la inmortalidad, no sólo de células aisladas sino del organismo
completo?
No todas las células pueden ser inmortalizadas con telomerasa:
algunas necesitan que les mute un gen que funciona justamente como supresor
de tumores. Células inmortales se pueden obtener, pero difícilmente
se logre obtener una persona inmortal dijo el investigador a Página/12,
que no quiso creerle.
Un deseo indomable
La experiencia clínica muestra que, cuando el deseo
de vencer el envejecimiento aparece en una persona, es indomable
comenta el psicoanalista Ricardo Malfé, profesor de
psicología social en la UBA: allí suelen conjugarse
las aspiraciones narcisistas con las de agradar y retener al objeto
amoroso, y cuando esto prende en alguien, sea para tomar medicamentos
o para hacerse una cirugía, no hay mucha posibilidad de que
entienda otras razones.
El deseo de conservar la juventud y, en último término,
no morir, es algo eterno. Las religiones lo absorbieron con la promesa
de vida eterna y, en la modernidad, ese deseo adquirió una
orientación estrictamente terrenal. No hay por qué
condenarlo, o hay que saber que su condena responde a una ética
de la resignación, del sacrificio. Sin perjuicio de que,
como tantos otros, ese deseo quede incorporado y caricaturizado
por la sociedad de consumo, finaliza Malfé.
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Ratonas vitales
Cuando les suministramos antioxidantes, la supervivencia
y calidad de vida de las hembras es muy superior a la de los machos,
cuenta Ana Navarro, profesora de bioquímica en la Universidad
de Cádiz, quien desarrolla un proyecto de investigación
en la UBA. La científica tomó dos grupos de ratones,
machos y hembras: Les administramos antioxidantes para ver
si mejoraba o no su expectativa de vida: resultó que sí
en ambos sexos, pero especialmente en las hembras. Los investigadores
aplicaron distintas pruebas: Pruebas físicas: las hembras
de edad avanzada eran capaces de andar en equilibrio sobre una cuerda
tirante, mientras que los machos se caían. Y también
pruebas de motivación: para medir la actividad exploratoria
se lo pone en un laberinto: la hembra recorría el lugar,
pero el macho se quedaba quieto.
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