Por Oscar Guisoni
José Luis Núñez
abrió la puerta de calle de la pequeña vivienda popular
en donde había pasado sus últimos días, sin poder
disimular la tensión en su rostro. Comprobó que no había
moros en la costa y se encaminó al discreto Toyota blanco estacionado
al frente. Abrió la puerta trasera del coche e hizo un gesto a
los que lo estaban mirando desde la ventana. Una pequeña comitiva
abandonó la vivienda.
Núñez se sentó al volante. A su lado iba otro ex
miembro de las fuerzas de seguridad de Venezuela, como él. En el
asiento de atrás se sentó el hombre más buscado de
América latina, el ex jefe de los espías peruanos, Vladimiro
Montesinos. Hacía unos minutos le habían explicado que tenían
que cambiarse de refugio, porque la caída en manos del FBI de José
Guevara, en Miami, cuando intentaba sacar dinero de una cuenta a su nombre,
en el Pacific Industrial Bank, lo había puesto en peligro. El ex
Monje Negro peruano les creyó.
Eran las 9.30 de la noche del domingo 24 en Caracas. Paranoico, Vladimiro
miraba por la ventanilla del coche las calles semivacías de la
ciudad. Quizá su intuición de espía le hizo presumir
lo peor, cuando vio demasiados parroquianos en los alrededores y uno que
otro coche estacionado en las cercanías, que comenzaban a moverse
discretamente luego de que el Toyota doblara la primera esquina.
No se equivocaba. El FBI y un grupo especial de los servicios secretos
peruanos vigilaban la zona desde las primeras horas de la tarde.
Unas cuantas cuadras más allá, en la sede de la Embajada
Peruana, otro grupo de agentes secretos miraba el reloj con ansiedad.
Según lo habían coordinado con los propios custodios de
Vladimiro, a las 10.15 el Toyota blanco tenía que entrar por el
portón de la residencia diplomática.
Luis Marchand, embajador peruano en Venezuela, era uno de los presentes.
En la tarde del sábado había abandonado a los presidentes
andinos reunidos en Carabobo para monitorear de cerca todo el operativo.
Cuando vio que el reloj marcaba las 10.30 y que del Toyota blanco no había
ni noticias temió otro fracaso. Uno más de los que se habían
producido durante los últimos meses.
El desconcierto dominó por igual a agentes y diplomáticos
peruanos. El FBI, a pesar de haber coordinado con los hombres del ministro
del Interior del Perú Ketín Vidal toda la operación,
no daba señales de vida. Algunas versiones que corrieron decían
que los custodios de Montesinos se arrepintieron en el camino, luego de
cobrar la jugosa recompensa de cinco millones de dólares que había
ofrecido Perú a cambio de entregarlo.
En realidad, había ocurrido otra cosa. El Toyota blanco fue interceptado
en el camino por los servicios secretos de Hugo Chávez. Los bulldozers
de la Dirección de Inteligencia Militar venezolana actuaban por
orden directa del Presidente de la República. Desde hacía
meses sabían que Montesinos estaba en el país, protegido
por influyentes amigos de los ministerios de Defensa y del Interior. Ante
la certeza de que los peruanos habían logrado concertar su entrega
con sus propios custodios, se decidieron a intervenir. Era el manotazo
de ahogado con que intentarían evitar un papelón internacional.
Era también el final de una trama apasionante, que incluyó
dos operaciones secretas peruanas fallidas; la movilización del
FBI siguiendo la figura del Rasputín fujimorista por Ecuador, Costa
Rica, la isla de Aruba y Venezuela; la participación de un mercenario
aventurero que intentó apresarlo por sus propios medios y un desesperado
intento, de parte de quien durante una década fuera el hombre más
poderoso del Perú, por evitar la traición y la captura.
Zeus infiltrado
Pocas veces en la historia un dios griego tuvo una vida tan corta. Unos
días después del 22 de noviembre de 2000, fecha en la que
un avión que llevaba a Montesinos prófugo abandonó
la terminal aérea del Puerto de Puntareanas, en Costa Rica, rumbo
a la isla de Aruba, la periodista María Enma Mejía denunció
que el ex espía había elegido a Venezuela como refugio.
Ketín Vidal no dejó pasar el tiempo. Desde su despacho del
Ministerio del Interior peruano ordenó la creación de un
brazo especial de Inteligencia al que denominó Zeus, con el objetivo
de centralizar toda la información referente a Montesinos que se
originara dentro y fuera del país.
Mientras tanto, desde su bunker en Miami, un oscuro personaje llamado
Manuel Aivar, mano derecha de Montesinos y antiguo colaborador de éste
cuando fue amo y señor del Servicio de Inteligencia Nacional, era
informado de la creación del grupo y de sus primeros movimientos.
Ketín Vidal había subestimado a su enemigo.
A Vidal no le quedó otra que armar un nuevo grupo, cuando tomó
conciencia de que las actividades del primero eran perfectamente conocidas
por Montesinos, a juzgar por el modo en que logró borrar sus huellas
dentro de la Venezuela chavista. Zeus había muerto antes de nacer.
Esta vez se cuidaron bien en el Ministerio del Interior peruano de no
cometer los mismos errores. Al mando del coronel Jorge Cárdenas,
un leal al gobierno del presidente Paniagua, Vidal armó un nuevo
grupo, al que llamó Odessa, integrado por 70 agentes secretos que,
para evitar filtraciones, alquilaron un par de pisos en el distrito limeño
de Surco. Zeus siguió operando, para evitar sospechas, sin saber
que una operación paralela se desarrollaba a sus espaldas. La mayor
operación de inteligencia de la historia del Perú, más
compleja aún que la que montó el mismo Montesinos para capturar
al jefe de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, estaba en marcha.
El hombre invisible
Diciembre de 2000. Las infiltraciones de Odessa en territorio venezolano
comenzaban a dar sus frutos. En primer lugar, habían detectado
un tufo a protección, otorgada por el Estado al prófugo,
que no gustó mucho a los sabuesos peruanos. Hasta que un día
dieron, con la ayuda de la Interpol venezolana, con un informante clave.
El doctor Lorenzo Di Sicilia era director del Instituto Diagnóstico
San Bernardino. Di Sicilia fue informado por uno de los médicos
del establecimiento acerca de que alguien con las características
del buscado Montesinos estaba internado en el lugar con el propósito
de realizarse una cirugía estética. Contactado por los miembros
de Odessa, coordinó con ellos el primer intento de captura de un
espía que había resultado un excelente prófugo.
Algo raro sucedió, sin embargo. En la tarde del 15 de diciembre,
los agentes peruanos y venezolanos acordaron con Di Sicilia encontrarse
en un lugar cercano al Instituto, para entrar juntos en el local y apresar
a Montesinos. Pero los venezolanos no fueron a la cita. Más tarde,
los agentes de Chávez dieron explicaciones: que habían entrado
antes de la hora convenida y que no habían hallado a nadie con
las características de Montesinos. Era una falsa alarma, dijeron.
En Lima, las sospechas de Caracas se profundizaron. Cuando el Instituto
San Bernardino confirmó que había tratado a alguien con
las señas físicas de Vladimiro, a quien se había
dado de alta el 16 de diciembre (el día después del operativo
abortado), Ketín Vidal sintió que lo habían engañado.
Furioso, llamó por teléfono a su par venezolano, Luis Miquilena.
Al otro lado de la línea, una voz apática le contestó:
En todas partes hay policías corruptos. El hombre invisible
había burlado a sus perseguidores, una vez más. Era evidente
que estaba utilizando bien su enorme fortuna, calculada en más
de mil millones de dólares, para garantizarse protección.
Orlando furioso
Al mismo tiempo que los peruanos intensificaban su búsqueda y
desconfiaban cada día más de los venezolanos, entró
en escena el FBI. En realidad los norteamericanos le seguían los
pasos a Montesinos desde el momento en que comenzó a utilizar bancos
de ese país para lavar dinero. Un delito que adquirió su
dimensión más espectacular en los últimos años
y que aparece, casi siempre, ligado al narcotráfico.
Manuel Aivar se descuidó en Miami, preocupado como estaba en descifrar
hacia dónde se dirigían los pasos de una inteligencia peruana
que él creía concentrada en el difunto grupo Zeus. Junto
a otro montesinista declarado, llamado Alberto Venero, Aivar fue detenido
por el FBI a principios de este año. Vladimiro se había
quedado sin un arma fundamental para un espía: el que manejaba
su logística.
En Lima decidieron jugarse el todo por el todo. Publicaron un anuncio
internacional en el que ofrecían cinco millones de dólares
por la captura del Monje Negro. Una cifra irrisoria para los que operaban
cerca de él, pero tentadora para los que no tenían trato
con el ex espía y que contaban con la posibilidad de obtener información
vital para su captura.
En esa situación se hallaba Orlando. Ex miembro de las fuerzas
de inteligencia venezolana, el mercenario Orlando (no se lo conoce más
que por este nombre de ecos épicos) comenzó a reunir información
entre sus ex colegas. Pronto descubrió que los vínculos
de Montesinos en Venezuela pasaban por la Dirección de Seguridad
e Inteligencia Policial (Disip), un organismo similar al SIN armado por
Montesinos en los años de oro y dirigido por Elicer Otayza, un
tipo que no enrojecía cada vez que declaraba en público
su admiración por el maestro de los espías latinoamericanos.
Orlando logró resultados rápidos, aunque también
se dio cuenta de que estaba jugando con fuego. Los cinco millones no le
iban a caer del cielo. A poco de andar consiguió información
de que Vladimiro estaba en Hato Piñero, una gran reserva natural
de 80 kilómetros cuadrados en donde se encuentran los fundos de
las familias más adineradas del país.
Como sabía que los venezolanos no estaban colaborando con Lima
y que, si hubiesen decidido hacerlo, sus cinco millones se los hubieran
quedado otros, se conectó directamente con Ketín Vidal.
Desconfiados, los limeños no le creyeron y le pidieron que aportara
datos contundentes. Según Orlando, el Monje estaba
en la finca de un tal Antonio Julio Branguer, y para convencer a Odessa
llevó a Perú al hijo de un trabajador de la zona, que identificó
al prófugo.
Ketín Vidal se convenció tanto de que la información
era verdadera, que el 21 de abril tomó un avión militar
de urgencia a la ciudad de Valencia, en Venezuela. Tuvieron que sobrevolar
la ciudad durante varios minutos antes de que las autoridades del aeropuerto
les dieran la autorización para aterrizar. Luis Miquilena se pegó
el susto de su vida. Sin pensarlo dos veces, llegó hasta Valencia
para recibir a su par peruano.
Cuando ya todo estaba listo para emprender la captura, previa invitación
a los medios (no hay que olvidar que a estas alturas ya estaban cobrando
fuerza las denuncias de la periodista venezolana Patricia Poleo, del diario
El Nuevo País, que confirmaban la presencia de Montesinos en el
país), sucedió lo impensable. Los aviones que tenían
que trasladar a los efectivos a la zona se quedaron misteriosamente sin
gasolina. Las sospechas de Lima de que Caracas ocultaba al Monje
se habían confirmado.
Orlando no se dio por vencido. Dando por descontado que su información
era fidedigna y que los cinco millones estaban a punto de ser acreditadosen
su cuenta bancaria, alquiló tres helicópteros y partió
en busca de Montesinos. Previamente acordó con los chicos de Odessa
su entrega en la Embajada del Perú en Caracas.
Lima presionaba mientras tanto a Venezuela para que, una vez producida
la captura, Chávez lo expulsara inmediatamente del país,
sin que mediara el farragoso trámite de extradición. Como
sabía que Montesinos era custodiado por una docena de guardaespaldas
muy bien preparados, Orlando tomó sus precauciones. En cada uno
de los helicópteros alquilados metió unos quince monos,
también alquilados y con promesas de premios si lograban el objetivo.
A las 5 de la tarde del 9 de junio, los mercenarios llegaron a la finca
de Antonio Julio Branguer. No había nadie. Una voz indiscreta,
acaso nacida en las entrañas del gobierno local, había dado
la voz de alarma.
Tema del traidor...
Soy uno de los custodios de Montesinos. Quiero hablar directamente
con Antonio Ketín Vidal. La telefonista del Ministerio del
Interior peruano pensó en una broma, pero el tipo insistió.
No quiero intermediarios. Estamos cansados de resguardarlo. Lo entregamos
a cambio de los cinco millones. La plata nos la dan fuera de Venezuela.
Resignados, los limeños decidieron seguir la nueva pista. Pero
consiguieron imponerle un intermediario al delator. Un agente encubierto
aterrizó en Caracas al día siguiente.
El traidor tenía miedo. Hizo viajar al agente por todo el país,
cambiándose de hoteles cada medio día y haciéndole
jugar un juego digno de James Bond. Hasta que por fin logró el
contacto. La caída estaba próxima. Los cinco millones serían
entregados, a cambio del cuerpo del Monje Negro.
... y del indiscreto
Mientras que los peruanos recibían del guardaespaldas delator
videos, fotografías y hasta objetos personales del prófugo,
como prueba de que sus palabras eran ciertas, y acordaban otorgarle un
pequeño monto en adelanto por su lengua larga, otra infiel de Montesinos
volvió a hablar en Miami. Un tipo que se hizo llamar Domingo Perdomo
(su verdadero nombre es José Guevara y es de nacionalidad venezolana)
se presentó en las oficinas del Pacific Industrial Bank con el
objetivo de retirar 38 millones de dólares de una cuenta a nombre
de Montesinos. El jefe prófugo necesitaba dinero de forma urgente.
Como al cajero le pareció estúpida la pretensión,
Guevara/Perdomo puso el grito en el cielo. Antes de que el escándalo
se hiciera más grande, lo llevaron con el gerente. Guevara quería
que le dieran la plata sin chistar; si no, dijo, iba a denunciar al banco
por colaborar con operaciones de lavado de dinero. Antes de que el tipo
pudiera enterarse de lo que estaba sucediendo, aparecieron los del FBI.
Acorralado, el cómplice indiscreto cantó. Los americanos
sabían ahora dónde estaba el Monje Negro. Inmediatamente
se pusieron en contacto con el Perú.
El ídolo caído
El cerco se estaba cerrando. El sábado 23 por la mañana,
un Ketín Vidal eufórico llamó al Presidente Valentín
Paniagua. Lo tenemos, casi le gritó. Paniagua fue cauto.
Desde Carabobo dio instrucciones al embajador Marchand para que se trasladara
a Caracas y siguiera de cerca el operativo. Si el delator los traicionaba,
el FBI se los iba a servir en bandeja. Pero el Toyota blanco no llegó
a la Embajada del Perú el domingo a la noche, como estaba previsto.
Paniagua no podía creer lo que estaba oyendo, cuando minutos antes
del cierre de la cumbre, el presidente Hugo Chávez exclamó
con una sonrisa de oreja a oreja: Afortunadamente capturamos vivo
a Montesinos.
Ketín Vidal vio al hombre que le había quitado el sueño
durante los últimos meses en el aeropuerto de Caracas el lunes
por la mañana. Un Montesinos abatido por la traición lo
saludó con un escueto y contundente: Señor ministro,
he perdido, comprendo todo lo que se viene. Vidal le dijo que se
pusiera cómodo y ordenó que sirvieran agua para que pudiera
tomar sus medicamentos.
Cuando se abrió la escotilla del avión que lo transportó
hasta Lima, el Monje escuchó los insultos y silbidos
que le prodigaba un grupo de manifestantes en las afueras del aeropuerto.
El hombre que mantuvo a medio Perú bajo su vigilancia durante 10
años y al que nadie osaba contradecir, por temor a lo peor, había
llegado al fondo del pozo. Unos días después sería
trasladado a la cárcel de alta seguridad que él mismo había
mandado construir para encerrar a los dirigentes del grupo terrorista
Sendero Luminoso y donde se encuentra su otrora archienemigo Abimael Guzmán.
El ciclo más oscuro de la historia reciente del Perú estaba
llegando a su fin.
(Esta reconstrucción fue posible gracias a la información
brindada a Página/12 por periodistas venezolanos, peruanos y colombianos,
más la facilitada por los periódicos El Universal y El Nuevo
País, de Venezuela y la revista Caretas del Perú.)
COMO
SE VENDIAN Y COMPRABAN LOS APOYOS CLAVE DEL FUJIMORISMO
Así corrompía Montesinos
La videoteca del Servicio
de Inteligencia Nacional, una verdadera cloaca con toda la corrupción
de políticos, jueces, empresarios y periodistas, recién empieza
a abrirse. En estas notas, la bomba de tiempo que espera a muchos
en los vladivideos, que documentan con lujo de detalles la podredumbre
de^ un régimen.
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Por Juan Jesús
Aznárez
Enviado especial a Lima
¿Diez?, ofrece
el corruptor. ¿Quince?, regatea el corrupto. Vladimiro
Montesinos cuenta: Uno, dos, tres.... El asesor y cómplice
del ex presidente Alberto Fujimori en la destrucción de la democracia
peruana entrega 15.000 dólares al político Alex Kouri. La
grabación clandestina exhibe al sinvergüenza vendiéndose
a un gobierno que sucumbió, a finales del pasado año, hediendo
por los cuatro costados. La compra del dueño de dos canales de
televisión, José Francisco Crousillat, obligó a una
primera cuota de 600.000 dólares. Los fajos se amontonan en una
mesa. Sin el sellito (sin marcar) ni nada, celebran.
El delincuente capturado el pasado 23 de junio en Caracas, después
de una fuga de casi ocho meses en el extranjero, almacenó un arsenal
de videos comprometedores que mantienen a la sociedad andina en vilo,
y cuya publicación habrá de arruinar honras y carreras.
Fueron incautados 2500, pero hay muchos más. Tengo otros
30.000. Causaré una hecatombe, amenazó Montesinos.
Legiones de atemorizados compatriotas imaginan publicados, con el trasero
al aire, maridos fornicando en burdeles, esnifando cocaína, pecando
contra natura, borrachos como cubas.
El propio Alejandro Toledo, que será investido presidente el próximo
28 de julio, teme la divulgación de una película sobre él,
trucada según afirma, acompañado por dos meretrices, y con
evidencias de haber consumido drogas. Las referencias personales en las
cintas, con nombres y apellidos, son frecuentes: fulano es un cabrón,
mengano un imbécil, perengano, un tarado.
La existencia de material fílmico para mayores con reparos es un
hecho, pero, de momento, el disponible documenta el sometimiento al fujimorismo
de jueces, políticos de oposición, jefes militares o empresarios.
El 9 de abril es un tema ya resuelto (...), el presidente va a ganar
la elección, festejan quienes se han complotado para garantizar
un fraude que hubiera supuesto un tercer mandado consecutivo del ex gobernante
prófugo en Tokio. Fujimori es también protagonista en una
grabación que lo muestra dialogando telefónicamente con
el derrocado presidente ecuatoriano, Jamil Mahuad, a propósito
del acuerdo fronterizo entre los dos países. Le anuncia que el
congresista peruano Jorge Trelles sería portador de una carta secreta.
El enano (un periodista) anoche ha cometido el error de su vida,
sentencia Montesinos en otro vídeo, con fecha de marzo de este
año. Así es, la Fuerza Armada, acepta Crousillat.
Ambos discuten sobre la suerte del informador incómodo. Lo
otro es la muerte, comenta, sombrío, el bandolero con registro
empresarial.
Montesinos: No he tenido tiempo de cambiar en dólares, te voy a
entregar en soles (moneda peruana) ¿ya?
El corrupto se acerca una bolsa de plástico, saca paquetones de
dinero en efectivo y los apila encima de una mesa.
Montesinos: Pero ahorita no lo vayas a bajar acá a tu carro. Lo
voy a bajar por aquí. Si no, que el chico te lo baje.
Crousillat: Yo lo que mejor puedo hacer es meterlo en la maletera y dejarlo
allá en el garaje.
Montesinos: Acá tienes 200, 400, 600, 700, 900, un millón.
Acá tienes un millón de soles.
Después sigue contando: Uno, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8: 800. Es
un millón 857; 10, 20, 30, 40 y 50, y acá. Entonces, un
millón 857 que hacen los 619.000 dólares que está
prorrateado. ¿Ya?. Crousillat parece babear contemplando
el billetaje, y anticipando los efectos de una campaña de difamación
en ciernes: Cuando le hagan el ataque (ininteligible) se va a orinar
en los pantalones. Montesinos asiente y va a lo suyo: la reelección
de Fujimori en abril: Mira, trabajando bien vamos a lograr nuestro
objetivo de (ininteligible) 2005. Por eso te digo, acá debe estarel
28 de julio del año 2000; hacemos el otro compromiso, 2000-2005.
(...) Tenemos que levantar la imagen del Gobierno. La pareja invoca
discreción y sentimientos paternofiliales.
Montesinos: Yo tengo que cuidar esta vaina, hermano, porque, carajo,
me joden a mí, te joden a ti. El otro: Es importante
para ti, para mí, para tus hijos y para mis hijos.
Los videos, que están siendo investigados por el Congreso peruano
y un fiscal, revelan un nivel de corrupción que ha sumido a la
mayoría de los peruanos en el convencimiento de que la decencia
es cosa de marcianos. Montesinos y los amanuenses grabados comprometen
concesiones mineras a empresas extranjeras, venta de armas por el Estado
con comisiones ilegales, préstamos bancarios de dudosa legalidad
y fraudes a discreción. Las cintas ya procesadas causaron la detención
de una decena de generales, la purga de buena parte de la jefatura castrense
y la fuga al extranjero de los saqueadores más relevantes.
Los investigadores trabajan con dificultades porque los videos están
codificados electrónicamente. El problema es que el estándar
para probar un cargo criminal se ha elevado en Perú. Ahora todos
exigen un video. No es normal, admite a este diario César
Azabache, procurador adjunto del Estado en la investigación contra
Alberto Fujimori y Montesinos. Piden fuentes directas que en cualquier
otro país del mundo no serían exigibles. El propio
Fujimori, según el proceso sumarial en su contra, se llevó
a Tokio las filmaciones que pueden inculparle en los delitos cometidos
por el hombre que probablemente lo inculpará desde su celda en
la Base Naval del Callao.
El pasado 14 de junio se supo que el presidente del Tribunal Supremo de
Perú, entonces Raúl Castillo, firmó una resolución
redactada por el propio Montesinos que exculparía al empresario
chileno Andrónico Luksic del cargo de soborno de funcionarios.
Consta en el metraje clandestino de la cartelera de los horrores en manos
del Parlamento. Castillo acabó disculpándose y tramitó
el fallo del delincuente al cargo de los Servicios de Información
Nacional (SIN).
Montesinos: Al ver la cuestión lo llamé al presidente de
la Suprema, vino acá y dijo: Esto no, no me he dado cuenta
de este detalle, me dijo. Ahora sí, no hay ningún
problema. Agarró, hizo la resolución, la firmó
y me la mandó al Peruano [Boletín Oficial], y al día
siguiente salió la otra. (El 10 de marzo de 1998 anunció
a Luksic, de quien habría recibido una millonada, que sus problemas
judiciales ya estaban resueltos).
La oferta de corrupciones es variada. Un vídeo grabado el 4 de
julio de 1998 informa sobre una reunión entre Montesinos y el entonces
ministro de Defensa, César Saucedo, y unos vendedores de armas
rusos. Quedó contratada la compra de tres MIG 29 por 126 millones
de dólares, y la comisión devengada por aquél fue
de 48 millones de dólares, según una investigación
parlamentaria. Otro demuestra la eliminación del programa de televisión
Sin Censura por 100.000 dólares. Los mandos militares y policiales
suscriben un pacto político con Montesinos en uno más, y
deciden cambios ministeriales. El director del diario Expreso, Eduardo
Calmell, habría recibido un total de 3.850.000 dólares después
de aceptar la conversión del rotativo en felpudo del régimen.
En el SIN me pagan mil soles (300 dólares), dijo el
facineroso al cargo de las cloacas peruanas, cuyo botín probado
en las cuentas bancarias congeladas en el extranjero asciende a cerca
de 250 millones de dólares.
De El País de Madrid, especial para Página/12.
Los periodistas primero
El régimen de Alberto Fujimori prestó especial atención
al sometimiento de los medios de comunicación, bien sea coercitivamente,
ahogándolos con un fisco transformado en apéndice
de las extorsiones, o simplemente comprándolos.
Los empresarios Ernesto Schultz y Manuel Delgado, directivos de
Panamericana Televisión y Radio Programas de Perú,
figuran en un video filmado en agosto de 1999. Montesinos ofrece
ayuda a Delgado para lograr una sentencia favorable en un juicio.
Schultz ofrece un nuevo programa para promover la reelección
de Fujimori. Los dos se reúnen en la sede del Servicio de
Información Nacional (SIN). Sus referencias a varios políticos
son de este tenor: Delgado: Claro, tú sabes que estos
personajes son imposibles, son insoportables (?). El cholo con plata,
el negro con mando ¡uff!, y el blanco calato, son tres personajes
insoportables. Entra Montesinos: Hola, hermano, ¿cómo
estás?. Schultz: ¿Cómo te va?.
Delgado: ¿Cómo estás? Gusto de verte.
El primero plantea un problema judicial: Schultz: Se ha dilatado
(...) quiero el satélite. Montesinos: Pero con
esto lo solucionamos. Schultz: Sí, sí.
Delgado: Ya llegó la hora de la revolución (...).
El ex ministro de Interior y ex congresista opositor Agustín
Mantilla fue denunciado por corrupción y enriquecimiento
ilícito al aceptar 30.000 dólares de Montesinos a
cambio de apoyo parlamentario. No hay defensa posible. ¿Podemos
ayudarnos así, a calzón quitado?, le pregunta
el Rasputín andino. Mantilla: Mire, no le quiero quitar
tiempo, amigo. No podemos hacer campaña electoral y nuestra
gente, al ver que no estamos presentes, comienza a buscar una opción
con la tesis del voto perdido. Montesinos: ¿Cuánto
necesitan? Mantilla: De aquí a la campaña,
con 50 o 100 (50.000 o 100.000 dólares) nos defendemos.
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