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Del Ponte, o la fiscal de hierro

Detrás de los procesos por los crímenes de guerra yugoslavos hay una mujer extraordinariamente tenaz de 54 años.

Carla del Ponte, fiscal en
jefe en La Haya para Yugoslavia.
Enfrentó al Kremlin, a los banqueros suizos y la mafia italiana.

Por Ian Traynor

Hasta la captura de Slobodan Milosevic el logro principal de Carla del Ponte en el campo en evolución de la legislación sobre crímenes de guerra internacionales había sido la codificación de las ofensas sexuales como crímenes de guerra. En un proceso epocal que concluyó en La Haya en febrero pasado, tres serbios bosnios fueron condenados por violar y abusar sexualmente de tres mujeres musulmanas en la aldea de Foca. Fue la primera vez que un proceso por crímenes de guerra trató solamente de abusos sexuales y violaciones masivas y los veredictos de “culpables” fueron un logro notable para la pionera jurista suiza que anda por el mundo con una feroz dedicación a la Justicia internacional.
Ahora, como fiscal en jefe del tribunal de crímenes de guerra de Yugoslavia en La Haya, esta divorciada y fumadora compulsiva de 54 años encara su desafío más grande hasta la fecha: enfrentar al Carnicero de los Balcanes y construir contra él un caso que deje a Milosevic encerrado por el resto de sus días. La ex fiscal general suiza es un verdadero tábano, metiéndose bajo las narices del Kremlin, el envarado establishment suizo, los jerarcas de la mafia italiana, para nombrar sólo algunos de los enemigos que le encanta granjearse. Los diplomáticos suizos hablan de ella con un desprecio apenas disimulado, sugiriendo que los poderes establecidos en Berna estuvieron encantados de verla irse a La Haya en setiembre de 1999 de modo de verse libres de ella.
Desde Lugano, en la Suiza italohablante, Del Ponte se desempeñó como abogada antes de convertirse en la fiscal principal de la federación. Intentó levantar el secreto bancario suizo para investigar las cuentas de los capitostes de la mafia italiana, y no vaciló en investigar las actividades de los barones colombianos de la droga en su propio país. Del Ponte señaló al clan de Boris Yeltsin como responsable de sobornos y coimas en relación a lucrativos contratos con una constructora suiza para la remodelación del Kremlin. El caso prosigue con Pavel Borodin, el antiguo jefe del actual presidente Vladimir Putin, quien primero fue detenido en Estados Unidos y luego interrogado en Suiza bajo sospecha de haber recibido 25 millones de dólares en pago por los contratos del Kremlin.
Si el caso de Milosevic parece presentar un desafío apabullante, Del Ponte está acostumbrada a apuntar alto. La fiscal hereda el dossier de Milosevic de su predecesora como fiscal en jefe, la canadiense Louise Arbour, una personalidad similarmente formidable y lanzada que redactó en diciembre de 1999 la acusación contra el hombre fuerte serbio por crímenes de guerra en Kosovo. Del Ponte y su segundo, el ex cazador de nazis australiano Graham Blewith, están tratando de expandir la lista de acusaciones contra Milosevic con los crímenes de guerra cometidos en Bosnia y Croacia entre 1991 y 1995. La lista de acusaciones contra Milosevic ya llega a cientos de páginas, pero se limita a Kosovo porque Milosevic era formalmente jefe del Estado que incluía a Kosovo, mientras los crímenes de los que se lo acusa en Croacia y Bosnia fueron perpetrados en Estados extranjeros.
Del Ponte heredó un clima internacional más benigno que sus dos predecesores para tratar de arrestar a los principales criminales de guerra yugoslavos. Ya ha logrado sentenciar a 25 años de prisión a Dario Kordic, el líder croata de Bosnia durante la guerra bosnia, que ha sido la figura política más importante de la ex Yugoslavia en recibir una condena. Y se espera en semanas un veredicto para el general Radislav Krstic por la masacre de Srebrenica en julio de 1995.

 

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