UNO Vivimos como suele afirmar una maldición china tiempos interesantes. Vivimos tiempos informados y la información (eso que no hace tanto solía llegar mucho más tarde de haber sucedido, a pie o a caballo, cuando se mataba al mensajero por ser pájaro de mal agüero o se lo cubría de recompensas por ser el portador de las buenas nuevas) nos golpea una y otra vez, varias veces por día, como el guante desafiante del que nos reta a duelo sabiéndose vencedor seguro. DOS El otro día releía un viejo libro de ciencia-ficción donde se describía una enfermedad llamada el Mal de la Información. La idea era buena: gente derrumbándose en las calles, sangre en boca, ojos, nariz y oídos y sin espacio ya para almacenar tanta data. Alguna de ella, supongo, importante. La mayoría, seguro, ruido blanco que se nos mete adentro y ocupa lugar en nuestro disco duro. Leía también que, durante la Edad Media, todo lo que leía una persona culta y preparada equivalía, letra más, letra menos, a lo que entra en la edición dominical de The New York Times. No insinúo aquí que esa persona fuera más feliz que uno. Ese gentilhombre conviene aclararlo podía considerarse afortunado si alcanzaba una vejez promedio de unos 35 años y no tenía la menor idea de lo que ocurría en el otro extremo del mundo. De ahí que fuera tan fácil y apropiado creerle a Marco Polo. Pero aun así, estas puertas y ventanas siempre abiertas de par en par en nuestros impares televisores y computadoras domésticas dejan entran un viento idiota que nos da vuelta y nos hace volar como páginas de diario que envejece con cada segundo que pasa. Algo, sin embargo, no ha cambiado y no creo que vaya a cambiar: las malas noticias siempre corren más rápido que las buenas. TRES Lo primero que hemos perdido a la hora de la información compulsiva y de la noticia ininterrumpida y por siempre fresca es la incapacidad de saber y de estar seguros si se trata de algo bueno o de algo malo aquello que está sucediendo. De acuerdo: una buena noticia para uno siempre puede ser una pésima novedad para otro. Siempre fue así. Pero ahora la cosa está más difusa y uno lee los noticieros y mira los diarios como intentando descifrar una clave escondida, un dato imprescindible oculto entre líneas y cables. Y así las polaridades de una noticia aparecen turbias y fuera de foco y enseguida te duele la cabeza ante la presencia potencial y constante de una efemérides en gestación y te vas a dormir y tenés sueños raros. El mío de ayer a la noche, por ejemplo. De la Rúa renunciaba (me lo decía Mónica Cahen DAnvers con ese estilo entrecortado y suspirante tan de ella y al que tan poco extraño) y las masas acudían a liberar a Menem de su prisión para que volviera a la Rosada y yo caminaba por ahí como aturdido y preguntaba qué día era y me respondían que qué día iba a ser: 17 de octubre, gil. Ahí nomás me desperté gritando y corrí hasta mi CNN para asegurarme que no era cierto y que no me salía sangre por los ojos. Todavía. CUATRO Tarea para el hogar: buscar en el diario noticias que sean inequívocamente buenas. No es fácil. De acuerdo otra vez: Milosevic está preso. ¿Pero es Milosevic el único malo de la película balcánica? Perfecto: en España se ha decidido retirar como medida preventiva todo el aceite de orujo del mercado pero ¿por qué ahora, qué descubrieron? Astiz cayó preso pero, casi en el acto, se supo que no sería exportado a ninguna parte. Así con todo. Debo decir ahora, a la hora del recuento, que hoy nada más pude encontrar tres noticias indiscutiblemente buenas: 1) elcanal de cable TCM inicia una retrospectiva de John Cassavettes (lo que prueba que lo alguna vez diferente puede ser asimilado y difundido con nobleza por el establishment); 2) Un pícaro abogado australiano de nombre John Keough decidió, como nadie lo había hecho hasta ahora, patentar la rueda como mecanismo circular para la facilitación del transporte (lo que prueba que el hombre sigue siendo un animal impredecible e inspirado); y 3) Leonard Cohen dejó su monasterio zen de San Diego y saca su primer disco en seis años titulado The New Songs y por aquí anda, dando entrevistas con esa voz de caverna platónica y diciendo cosas como Trato de ser honesto y decir que no sé para qué estamos aquí, que no tengo el coraje de soportarlo, que soy un cobarde. A pesar de eso, alzo mi voz para rezar. Lo que significa que no todo está perdido y que, tal vez, algún buen día de estos el Gran Conductor del Gran Noticiero oirá las plegarias de nuestro remoto control. Y las malas noticias serán mucho más lentas que las buenas y seguiremos informando.
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