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OPINION

Las leyes del diablo

Por Claudio Uriarte

La caída de Vladimiro Montesinos hubiera sido imposible sin la imperativa bajada de pulgar de la CIA y el Departamento de Estado norteamericanos, así como el derrumbe de Fujimori no podría concebirse sin la quita del apoyo de una parte decisiva de la oficialidad militar. No es que la movilización popular peruana contra el régimen no haya importado, sino al contrario: la CIA bajó su pulgar, y la oficialidad dependiente de la ayuda norteamericana obedeció su consigna, precisamente porque Fujimori-Montesinos habían perdido la capacidad de sostenerse sin una represión de efectos peligrosamente incalculables para la estabilidad deseada por los poderes establecidos.
El paralelo más pertinente de la dupla Fujimori-Montesinos es el general Manuel Antonio Noriega, de Panamá. Como Noriega, Montesinos empezó su carrera al servicio de la CIA, y como Noriega, trató de violar su pacto fáustico con el imperio acordando con el narcotráfico. El paralelo se confirma con Fujimori, jefe político de Montesinos. Como Noriega, fue en su momento un hombre fuerte autoritario con apoyo popular, y como Noriega, fue perdiendo ese apoyo hasta tener que recurrir al fraude más insostenible. Y si Noriega, bajo asedio norteamericano, había cortejado el apoyo de Cuba, Montesinos logró por ocho meses la protección y el santuario por parte de al menos un sector del gobierno nacionalista de Venezuela. Montesinos también puede mirarse en el espejo de Pinochet, de cuyo destino EE.UU. se desinteresó de modo análogo cuando dejó de importar. O de Slobodan Milosevic, considerado una vez un par de negociación, pero que fue entregado hace dos semanas a La Haya por Serbia a cambio de un virtual rescate norteamericano de 1300 millones de dólares.
Una aplicación literal de la sociología marxista diría que a globalización de la economía corresponde una globalización de la Justicia. El concepto, a grandes rasgos, puede ser correcto, pero a condición de recordar que globalización no implica democratización ni universal igualdad de derechos, y que el protagonista de la economía global domina también –por acción o por omisión– la justicia global. Ya que –en la medida que no existen un Estado global ni un Tribunal Penal Internacional de Justicia, con leyes universalmente consensuadas– no existe una “justicia global para todos”, sino la repetición de las viejas relaciones de fuerza, que a veces pueden permitir la justicia, y otras no.


 

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