La caída
de Vladimiro Montesinos hubiera sido imposible sin la imperativa
bajada de pulgar de la CIA y el Departamento de Estado norteamericanos,
así como el derrumbe de Fujimori no podría concebirse
sin la quita del apoyo de una parte decisiva de la oficialidad militar.
No es que la movilización popular peruana contra el régimen
no haya importado, sino al contrario: la CIA bajó su pulgar,
y la oficialidad dependiente de la ayuda norteamericana obedeció
su consigna, precisamente porque Fujimori-Montesinos habían
perdido la capacidad de sostenerse sin una represión de efectos
peligrosamente incalculables para la estabilidad deseada por los
poderes establecidos.
El paralelo más pertinente de la dupla Fujimori-Montesinos
es el general Manuel Antonio Noriega, de Panamá. Como Noriega,
Montesinos empezó su carrera al servicio de la CIA, y como
Noriega, trató de violar su pacto fáustico con el
imperio acordando con el narcotráfico. El paralelo se confirma
con Fujimori, jefe político de Montesinos. Como Noriega,
fue en su momento un hombre fuerte autoritario con apoyo popular,
y como Noriega, fue perdiendo ese apoyo hasta tener que recurrir
al fraude más insostenible. Y si Noriega, bajo asedio norteamericano,
había cortejado el apoyo de Cuba, Montesinos logró
por ocho meses la protección y el santuario por parte de
al menos un sector del gobierno nacionalista de Venezuela. Montesinos
también puede mirarse en el espejo de Pinochet, de cuyo destino
EE.UU. se desinteresó de modo análogo cuando dejó
de importar. O de Slobodan Milosevic, considerado una vez un par
de negociación, pero que fue entregado hace dos semanas a
La Haya por Serbia a cambio de un virtual rescate norteamericano
de 1300 millones de dólares.
Una aplicación literal de la sociología marxista diría
que a globalización de la economía corresponde una
globalización de la Justicia. El concepto, a grandes rasgos,
puede ser correcto, pero a condición de recordar que globalización
no implica democratización ni universal igualdad de derechos,
y que el protagonista de la economía global domina también
por acción o por omisión la justicia global.
Ya que en la medida que no existen un Estado global ni un
Tribunal Penal Internacional de Justicia, con leyes universalmente
consensuadas no existe una justicia global para todos,
sino la repetición de las viejas relaciones de fuerza, que
a veces pueden permitir la justicia, y otras no.
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