Por Cristian Alarcón
Para Selene, una niña de 11 años del barrio de Laferrère, los ojos de Gala, que aparecen al costado de El enigma sin fin, uno de los cuadros de Salvador Dalí expuestos en la muestra �De Picasso a Barceló�, parecen barcos. �Allá hay un hombre que parece de piedra�, dice otra de las nenas del grupo de chicos que pertenecen a un taller de títeres coordinado por madres del barrio. Y es el que apoya el mentón sobre el brazo con el cerebro fuera, derramado en forma de esfera sobre el infinito de una guitarra que podría ser un hueso pero tiene clavijas. A un costado dos nenes no se atreven a pedirle a la guía de la Fundación Arte Viva que se corra, que no alcanzan a ver �los sueños mezclados� de Dalí. Sentados en el piso, con algunos niños burgueses colados en su paseo de �chicos carenciados�, los pibes de Laferrère observan, ajenos a los guardias que cuidan que sus pies no crucen la línea que los separa de los millones que valen las obras del museo Reina Sofía, con los ojos enormes como barcos.
Es lunes a la mañana, es feriado, y el Museo Nacional de Bellas Artes tiene ya una buena cantidad de público. Dos hombres levantan a duras penas a un señor sentado sobre su silla de ruedas para que pueda sortear las escalinatas de ingreso a los ascensores. Cuatro señoras de tapado buscan el camino hacia la exposición venida de España y un montón de niños de entre 6 y 12 años, pasan entre las recomendaciones de las madres y los chicos más grandes que los acompañan. �¿Dé dónde son?�, pregunta una de las damas. �Somos del Kiosco Juvenil�, le contesta un chico y la deja más llena de preguntas. El Kiosco Juvenil es en realidad la Asociación Civil Filantrópica Juvenilles, tal el nombre que debieron ponerle a la ONG que funciona hace diez años en el barrio San José Obrero, en Laferrere. Los chicos que caminan por el museo son los que los sábados participan del taller de títeres coordinado por diez madres.
�¿Qué ven en este cuadro? Miremos de a poco y veamos�, dice, con tono de maestra jardinera Pía Landro, la rubia y delicada guía de Arte Viva, que introduce a los niños en el arte español contemporáneo. �Un caballo�, dice uno. �Un toro allá arriba�, larga otro. �Un hombre aplastado�, completa una nena. �Una cabeza de mujer�, apuntan. Pía Landro explica las bases del cubismo, quién era Pablo Picasso, cómo es que los planos de un cuadro del catalán se superponen, por qué esa cara que asoma en la esquina superior tiene dos ojos aunque un solo perfil, cómo fue que un primero de mayo de 1937 el bombardeo a una ciudad provocó en el artista esas imágenes en gris. Es la pared que muestra los estudios de composición para el Guernica: la cabeza que llora, los animales quebrados. �¿Guernica es la ciudad de las bombas, no?�, dice Ezequiel, diez años, buzo rojo, y rápido para las conclusiones. �Es una gilada, la gilada más grande que vi�, opina, por lo bajo, desde el fondo, uno más cerca de los doce, desestimando este acercamiento al arte, de entrada, sin miramientos. �Callate, callate�, le piden sin mover los labios sus compañeras. Y él: �es una gilada, una gilada total�.
La segunda estación es la de Dalí, pero para eso hay que pasar frente a la enorme tela de Antonio Saura en la que los trazos negros y fríos rompen todas las formas, cruzándose entre sí como violentos brochazos. La obra se llama Grito y no alcanza a embelesar a los niños. �Ese lo puedo hacer yo�, dice uno. �Ese lo hizo mi hermanita�, embiste una pequeña que ya puede dibujar muñecos con formas humanas y trasladarlos al papel maché con el que los sábados hacen los cuerpos de sus títeres. Finalmente, el �loco de los bigotes�, como identifica uno al más famoso de los artistas en la muestra, ya no encuentra resistencias. Hasta el rebelde que consideraba una gilada lo del Guernica se sienta a mirar El enigma..., sorprendido por eso de que �los sueños pueden pintarse�. Ni siquiera esa escultura de Angel Ferrant, el Maniquí al que �se le puede ver el esqueleto�, los retiene como el surrealismo previo al exilio franquista de Dalí. Hasta que rodean la escultura de Joan Miró Mujer y pájaro. Después del recorrido las guías les piden a los chicos que en unas hojas blancas dibujen lo que les inspiró la muestra y entonces se dedican a recrear lo que han visto, de los bocetos de Picasso a ese gato negro de Barceló que ha metido las patas en las pinturas, y por algo se llama �Animal de pintor�. El sábado harán lo suyo, lo propio, en ese taller de títeres del barrio San José Obrero. Esta vez son dos las obras que están preparando, cuenta Nair Gómez, una de las mamás que oficia de maestra titiritera. �La nuestra es sobre el sida y los chicos que se drogan�, cuenta Maira, de 11 años, con su bufanda naranja al cuello. Nair quiere que explique por qué en esta recorrida se portan �tan señoritos� y en el taller se tiran unos arriba de otros, se gritan, pelean, y no dejan de moverse. �Será porque acá estamos muy impresionados, muy interesados�, opina Selene. �Será porque allá no tenemos edificios grandes, ni cines, ni teatros, ni museos, ni tampoco tenemos shoppings�, dice la mamá. �Será porque estamos en la ciudad�, dice Selene, y mira haciendo una mueca con la boca, como tomándose el pelo a ella misma, como poniendo en su justo lugar las luces que dejarán atrás para dedicarse a sus títeres, que ahora quizás tengan ojos como barcos o cabezas con muchos perfiles.
|