Por Julio Nudler
Una auténtica fiesta
de tango instrumental, brindada por una orquesta cosmopolita, de nervio
argentino, celebrando la inspiración de grandes compositores, con
el debido tributo al arreglo como elemento decisivo, y un puñado
de virtuosos de los clásicos instrumentos que desde siempre son
arte y parte de la música mayor de Buenos Aires. Al frente del
conjunto, Juan José Mosalini, su excepcional fuelle y varios méritos
piramidados en su haber de músico exiliado en 1977. Uno, haber
fundado en 1988, por encargo oficial francés, la primera cátedra
de bandoneón en la Ecole Nationale de Musique de Gennevilliers,
París, labor en la que lo acompaña César Stroscio.
Otro, la creación de una suerte de orquesta escuela, que se proponía
recoger y explorar los grandes estilos instrumentales rioplatenses. De
aquella agrupación hubo un primer CD en 1994, llamado Bordoneo
y 900, por la audaz composición de Osvaldo Ruggiero, legendario
bandoneón mayor de Osvaldo Pugliese. Allí se anunciaba a
JJM et son grand orchestre de tango. De sus once integrantes permanecen
siete en el segundo compacto (con baluartes como el pianista Osvaldo Caló
y el violinista Sebastién Couranjou), definidamente más
maduro, que ahora aparece invocando Ciudad triste, esa melancólica
estela que dejó el pianista Osvaldo Tarantino.
Este nuevo álbum, editado por Label Bleu y distribuido localmente
por Zivals, se abre con la célebre Selección
de tangos de Julio De Caro, que arreglara Argentino Galván
y que Aníbal Troilo grabó el 22 de julio de 1949. Por aquella
misma época, De Caro volvía a registrar, estrictamente fiel
a su estilo de un cuarto de siglo atrás, algunas de sus cautivantes
páginas, mientras Galván, y también Horacio Salgán
o Astor Piazzolla, entre otros, las zarandeaban en nuevos tamices, pero
recuperándoles las mismas esencias. Esto vuelve a acontecer hoy
con el sonido envolvente y cálido que impregna esta orquesta de
Mosalini, que juega entre diversas vertientes del tango pero caminando
sobre un constante riel emocional. Es probablemente la marca generacional
de este virtuoso nacido en 1943 y cuyo primer bandoneón exigió
que la abuela empeñara algunas pertenencias.
La segunda banda del CD es para Ciudad triste, en el arreglo
de Piazzolla para su Nuevo Octeto (1963), reorquestado por el guitarrista
Gustavo Gancedo. Más adelante surge Bandó, una
de esas piezas magnéticas que Astor compuso y grabó en la
capital francesa en 1955, en versión para bandoneón, piano
y cuerdas (de la Opera de París). Mosalini presenta aquí,
como fuelle solista, al joven Víctor Villena (22 años),
un excepcional representante de la nueva generación, que se gana
hoy sus euros tocando en las milongas parisinas.
Acto seguido, la orquesta se rinde ante el brío tanguero de Leopoldo
Federico, interpretando con adaptaciones su arreglo de La
cumparsita, en una versión libre y visceral, que utilizó
con Julio Sosa, con un descollante solo de bandoneón enmarcado
por las cuerdas. También hay lugar para Emilio Balcarce, con su
tango La transa y su impronta puglieseana. Este violinista,
devenido bandoneonista, gran compositor (La bordona y otros)
y arreglador, director de magníficas orquestas en la década
del 40 (las que acompañaron, sucesivamente, a Alberto Castillo
y Alberto Marino), está hoy al frente de la orquesta escuela de
tango que creó el municipio porteño, como a imagen de la
parisiense.
Entre otros placeres, la placa entrega un arreglo del pianista Gustavo
Beytelmann (orquestado por Gancedo) sobre Romance de barrio,
entrañable vals de Troilo. Músico de vanguardia, Beytelmann
aprovecha el tema para un retorno evocador a la pampa gringa de la que
es oriundo. Taconeando, de Pedro Maffia, orquestado por Leonardo
Sánchez, y Tres minutos con larealidad, de Piazzolla,
que éste estrenó con su orquesta de cuerdas en 1957, son
otras gemas de este estupendo disco.
Menos terminante es el juicio que suscitan las cuatro obras cantadas que
Mosalini incluyó en el compacto. Lo mejor es Balada para
mi muerte (Piazzolla/Horacio Ferrer), en la voz de Sandra Rumolino,
irreprochable cantante que, sin embargo, muestra más corrección
que personalidad en Volver (Gardel/Le Pera). En cuanto a Reynaldo
Anselmi, que vuelca Sur (Troilo/Manzi) y Patio mío
(Troilo-Cátulo Castillo), hay en él mucho sabor y autenticidad,
pero tal vez le falten otras cualidades para ponerse a tono con tan grand
orchestre.
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