Por David Cufré
Los salarios de empleados públicos
las jubilaciones y pensiones, y todo pago a proveedores del Estado estarán
sujetos a la recaudación impositiva. Si los ingresos no alcanzan,
cobrarán menos. El jefe de Gabinete, Chrystian Colombo, estimó
anoche que en las liquidaciones de sueldos y haberes previsionales de
julio habrá recortes de entre 8 y 10 por ciento. Cada mes se sabrá
cuántos fondos ingresaron a las arcas públicas, y en función
de ello se fijarán las partidas de gastos, que jamás podrán
superar a la recaudación. Eso es todo. En eso consiste el nuevo
ajuste que Fernando de la Rúa y Domingo Cavallo presentaron anoche
desde Casa Rosada. Se trata de una medida casi minimalista, consistente
en aplicar el criterio de caja a rajatabla. La contundencia
extrema de esa decisión intenta poner freno a una situación
igualmente delicada, que ayer volvió a reflejarse en los mercados
financieros y en las primeras reacciones de pánico de la población.
Ya una vez el Gobierno intentó imponer un ajuste salvaje, ideado
por Ricardo López Murphy, y se estrelló los dientes contra
el pavimento. Tal vez ahora considere que el abismo se ve tan cerca que
hasta lo insoportable será soportado. La sociedad y los mercados
siempre incrédulos a que se puedan aplicar sus recetas, por
saberlas indigeribles responderán a partir de hoy. Anoche,
la primera reacción en los partidos de la Alianza fue de estupor,
mientras que el justicialismo repudió los anuncios.
El anuncio de las medidas estuvo cerca de naufragar, ante la imposibilidad
del Gobierno de convencer a los gobernadores de que lo imiten en su acción.
De acuerdo a la estimación de Cavallo, el déficit fiscal
de la Nación en el segundo semestre ascendería a 1500 millones
de pesos. Y lo mismo en las provincias. El ministro resolvió que
para eliminarlo, se gastará lo que se recaude. Pero no logró
que los gobernadores se comprometan a seguirlo en ese camino. Esa pelea
y otras que debió librar el Ejecutivo con dirigentes de la Alianza
y el justicialismo, quienes retacearon apoyo político, provocó
que los discursos del Presidente y del ministro de Economía se
fueran postergando. Primero se suponía que hablarían a las
seis de la tarde. Después se convocó a la prensa para las
20, pero a esa hora tuvo que salir el vocero presidencial, Juan Pablo
Baylac, a decir que la presentación se haría dos horas más
tarde. Esas demoras reflejaron la intensidad de las disputas que libró
el Gobierno, hasta que finalmente pudo decir lo que quería, y esperar
a la reacción de hoy.
Quien diga que hay otra alternativa, miente, opinó
De la Rúa en su mensaje a la población, durante el cual
pidió a todos los argentinos un esfuerzo patriótico,
para superar una situación que, en este momento, es imposible
de sostener. Vamos a gastar sólo lo que tenemos y lo
que recaudamos, agregó, dejando los detalles de los anuncios
a Cavallo. En rigor, el ministro no amplió mucho más, sino
que avanzó en su explicación de por qué las medidas
son necesarias. En concreto, lo que el Gobierno comunicó anoche
fue lo siguiente:
Los sueldos, jubilaciones,
pensiones y pagos a proveedores del Estado dependerán de los ingresos
tributarios. En las liquidaciones de julio habrá descuentos de
entre 8 y 10 por ciento.
Las reducciones serán
transitorias, pero no se especificó cuándo dejarán
de aplicarse. Cavallo sostuvo que ocurrirá cuando se acomoden las
cuentas fiscales. Pero aclaró que el objetivo es eliminar el déficit
fiscal en el segundo semestre de este año y en todo el 2002.
En el acuerdo con el FMI estaba
previsto el déficit cero para 2005.
Las jubilaciones mínimas
estarán exceptuadas de los descuentos. Sólo los habrá
para haberes superiores a 200 pesos.
Los recortes salariales serán
mayores en el caso de los funcionarios con cargo político. Pero
no se especificó de qué magnitud.
En los entes de control de
las empresas privatizadas se reducirán los directorios a tres personas,
con sueldos nunca superiores al del jefe de Gabinete.
No hubo ningún detalle
sobre qué ocurrirá con las partidas para educación,
salud y seguridad. De la Rúa sólo enunció que serán
excluidos del esfuerzo los más necesitados.
Las partidas presupuestarias
para los poderes Judicial y Legislativo no serán modificadas.
A poco de asumir como ministro de la Alianza, Cavallo envió al
Congreso el proyecto de ley por el que se le concedieron superpoderes.
La iniciativa tuvo algunas correcciones de redacción, pero salió
con todos los artículos propuestos. Todos salvo uno, que fue rechazado
por unanimidad. Ese artículo era el que establecía que la
Nación ponía la recaudación de impuestos como garantía
del pago de la deuda, y lo que sobrara tras cumplir con los acreedores,
quedaba para ser repartido en salarios, jubilaciones y pagos a proveedores.
Fue una propuesta de Horacio Tomás Liendo, repudiada en el Congreso
y que al abogado le costó quedar afuera del equipo económico.
Ahora, el Gobierno sacó por decreto algo muy parecido a lo que
establecía aquel artículo, ya que todos los gastos del Estado
quedan sujetos a la recaudación, menos los pagos del servicio de
la deuda. El decreto 896, compuesto por siete artículos, fue firmado
por el Presidente y todos sus ministros. Uno de los puntos destacados
es que no se podrá alegar la existencia de derechos irrevocablemente
adquiridos en contra de las disposiciones de la medida. De este
modo, el Ejecutivo se cubrió ante una segura avalancha de juicios.
Para dar más certidumbre a los financistas de que Argentina cumplirá
a cada vencimiento de títulos, Cavallo también anunció
anoche una suba al 0,6 por ciento en la tasa del Impuesto a las Transacciones
Financieras, desde el 0,4 actual, y la eliminación de exenciones.
Pero el ministro dijo que a futuro se podrá computar el pago total
de ese gravamen a cuenta de IVA y Ganancias. Para De la Rúa, estas
medidas son producto de que ya se vendió todo lo que había
para vender. Ahora llegó el turno de vender el ajuste.
EL
DELARRUISMO PURO EXPLICA EL PORQUE DE SU INCONDICIONALIDAD
A Cavallo sólo podemos apoyarlo sí
o sí
Por
José Natanson
La decisión
ya estaba tomada. Ahora se trata de hacer todo lo posible para reducir
la resistencia política. Así definía en la
medianoche de ayer un importante funcionario, muy cercano a Fernando de
la Rúa, la tarea que le espera al Gobierno para las próximas
horas. Es que el anuncio de Domingo Cavallo de que se recortarán
sueldos, jubilaciones y pagos a proveedores del Estado tensó como
nunca la cuerda entre la Casa Rosada y los partidos de la Alianza, que
hoy analizarán si retiran su respaldo a la gestión delarruista.
La tormenta financiera que el Gobierno intenta frenar con el séptimo
ajuste desde diciembre de 1999 comenzó dos semanas atrás,
cuando circularon rumores sobre una renuncia de Cavallo. Lejos de detenerse,
la ofensiva de los mercados fue in crescendo, por lo que el círculo
íntimo de De la Rúa empezó a analizar seriamente
cómo reaccionar.
La idea, desde un primer momento, fue fortalecer a Cavallo. A pesar de
las advertencias de Raúl Alfonsín, que amenazó con
retirar su respaldo si el superministro se hacía cargo del PAMI
y el ANSES, la decisión estaba tomada. Tanto, que hasta llegó
a manejarse la hipótesis de convertir a Cavallo en jefe de Gabinete.
En esa ocasión, los dos ministros más cercanos a De la Rúa
Crhystian Colombo y Patricia Bullrich y el hijo presidencial
Antonio fueron los principales impulsores del plan para fortalecer el
poder del jefe de Hacienda.
Al final, los sostenidos reclamos del establishment, la suba del riesgo
país y las tasas ruinosas que tuvo que pagar el Estado pusieron
a De la Rúa ante una dura evidencia: respaldar a Cavallo implicaba
hacer un nuevo ajuste, algo que el ministro venía reclamando desde
hace días.
O sea: la decisión estaba tomada desde antes, y ayer sólo
quedaba definir el cómo. Cuando dudamos si convenía
o no darle el control del PAMI y el ANSES a Cavallo, los mercados casi
nos voltean en dos días. La decisión estratégica
del Gobierno es apoyarlo sí o sí. Es lo único que
podemos hacer, decían muy cerca del Presidente.
Esto explica que De la Rúa no haya participado de las accidentadas
reuniones con los legisladores radicales y frepasistas. Temprano, en la
Rosada, el Presidente estuvo analizando los detalles del decreto junto
a Cavallo, Bullrich, Colombo y Nicolás Gallo. Después fue
un rato a Olivos, a reunirse con el uruguayo Jorge Batlle (ver página
9). Volvió a la tardecita, para terminar de corregir el discurso
y hacer los anuncios en el Salón Blanco.
Los encuentros de ayer con los legisladores aliancistas no estaban pensados
como un debate sino a puro título informativo. Por eso derivaron,
en cuestión de minutos, en durísimos cruces entre un Cavallo
que sólo quería explicar el contenido del paquete y unos
legisladores que no estaban dispuestos a aceptarlo.
Durante el encuentro, el ministro de Economía funcionó como
fuerza de choque. Así fue como Cavallo se trenzó, a los
gritos, con Darío Alessandro, que advirtió que el Frepaso
no respaldaría un nuevo ajuste. También debatió con
el radical Marcelo Stubrin, quien aseguró que el Gobierno debería
haber discutido las medidas antes de decidirlas.
Mientras Cavallo y los legisladores discutían en voz cada vez más
alta, Colombo, presente en la reunión, se mantuvo casi todo el
tiempo en silencio. Bullrich, que entraba y salía de la sala, sólo
intervino para explicar que constitucionalmente era muy complicado dividir
las rebajas salariales en bandas y que por eso se aplicaban a todos los
sueldos por igual.
La conclusión es obvia: los dos funcionarios, delarruistas puros
que respaldan la estrategia de fortalecer a Cavallo, prefirieron dejar
al ministro de Economía en el papel de duro y asumir después
un rol moderador, más de acuerdo a sus funciones. Es lógico:
Bullrich deberá lidiar con las previsibles protestas de los gremios
(ayer, por ejemplo, ATE decidió tomar todos los organismos públicos
y analiza convocar a unparo por tiempo indeterminado). Colombo, por su
parte, tiene por delante la complicadísima tarea de convencer a
los gobernadores peronistas.
Pero, ¿qué ocurrirá con el radicalismo y el Frepaso,
que anoche debatían la posibilidad de emanciparse totalmente del
Gobierno? En la Casa Rosada confiaban en que la gravedad general de la
situación y el fantasma del default ayudarán a consensuar
un recorte que, según decían, excluye áreas sensibles
y conflictivas, como los fondos para educación, los programas sociales
o los planes de empleo temporario. Esas fueron las condiciones que
puso De la Rúa, además de que no se despedirá a empleados
públicos. Hicimos todo lo posible, aseguraba anoche un integrante
del Gabinete, con el desafortunado recorte de Ricardo López Muprhy
fresco en la memoria.
OPINION
Por Martín Granovsky
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Hambre y sed
Un viejo cuento judío que suelen relatar los rabinos, obviamente
irónico sobre ellos mismos, narra que un día se juntaron
en la plaza del pueblo el sacerdote y el rabino.
Cuando recogen la limosna, ¿cómo saben cuánto
queda para la iglesia y el templo y cuánto para ustedes mismos?
les preguntó un amigo.
Muy sencillo dijo el sacerdote. Yo hago un círculo
en el piso y tiro las monedas al aire. Lo que cae en el círculo
es para Dios. ¿Y vos?
Ah, lo mío es más fácil todavía
dijo el rabino. Igual que vos, yo tiro las monedas al
aire.
¿Y entonces cuál es la diferencia?
Las monedas que Dios agarra son para Dios. Yo solo me quedo
con el resto.
Según el plan que anunciaron anoche Domingo Cavallo y Fernando
de la Rúa, un plan desprovisto de la ternura irónica
del cuento, el papel de Dios quedará para los empleados públicos,
los proveedores y los jubilados. Lo que tomen del aire será
para ellos. Eso sí, las monedas serán menos, muchas
menos, porque antes el Estado cumplirá con su deuda financiera.
El de Cavallo y De la Rúa es un fiscalismo de una radicalidad
que hubiera envidiado Ricardo López Murphy. El Estado, que
ya se había desprendido de sus empresas, también quedará
supeditado a la sacralidad de las obligaciones financieras. ¿Podrá
aplicar Cavallo lo que López Murphy no consiguió llevar
a cabo? Tiene en su contra las mismas medidas, que generarán
amargura, nuevos piquetes y recelo político a punto tal que
el Frepaso podría dejar el gobierno. Y a favor, tres cosas.
Una, Cavallo mismo sigue siendo visto como la última carta.
Dos, desde el anuncio de López Murphy pasaron cuatro meses
más de depresión, con lo cual la desesperanza es mayor.
Y tres, el sector financiero continúa funcionando como la
vaca sagrada de los indios. No importa que mueran de hambre; jamás
deberán tocarlas porque, de otro modo, las cosas podrían
ser infernalmente peores.
En 1875, en medio de una severísima crisis mundial, el presidente
Nicolás Avellaneda anunció: Honraremos la deuda
sobre el hambre y la sed del pueblo argentino. Suspendió
las obras públicas, eliminó partidas enteras del presupuesto
nacional, quitó subvenciones a las provincias, rebajó
sueldos, pensiones y jubilaciones y redujo los gastos en más
de tres millones de pesos. Nada hay perdido cuando queda en
pie un pueblo que trabaja, dijo Avellaneda. Dos años
después, la recuperación del mercado mundial ayudó
a que la crisis cesara. El país y su gobierno se salvaron
por sus propios esfuerzos y sin ayuda externa, concluyó
entonces Avellaneda. La diferencia es que ésa era una Argentina
diminuta, donde ni siquiera había comenzado la gran ola inmigratoria,
y que Avellaneda, a diferencia del gobierno actual, tenía
un proyecto que no se agotaba en el simple estaticidio.
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LA
GUADAÑA DE CAVALLO
Sepa
quién gana y quién pierde con este ajuste
Con
una política prodepresiva, Economía se rinde ante
la banca y opta por el default interno.
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Por Julio Nudler
Domingo Cavallo aseguró
recientemente que a él no lo iban a arriar, pero ahora debería
darse por contento con que no lo icen hasta lo alto del mástil.
De la terapia indolora que prometió en marzo pasó ahora
a la consigna del déficit-cero-ya, que equivale a un lecho de
Procusto: al yacente que no quepa en el camastro se le amputa lo que
sobresalga (suplicio al que terminó sometido el mismo tirano).
Es el principio de caja. Apela a éste quien no tiene acceso al
crédito, cerrado para él porque a su vez le faltan perspectivas
de mejorar sus ingresos, ni vocación redistributiva (salvo la
que sugiere el sonsonete de la lucha contra los grandes evasores). Pero
no hay tal déficit cero si parte de los gastos se cubren con
bonos, como al menos ocurrirá en algunas provincias (financiación
compulsiva), ya que en este caso la deuda no queda cancelada sino diferida.
Además, tampoco hay déficit cero si algunas de las cuentas
que dejan de pagarse corresponden a acreencias que la Justicia amparará
como derechos adquiridos. Lo que florecerá es la industria del
juicio. En suma, frenar en seco el gasto público nunca es cuestión
de meros anuncios, más allá de las resistencias políticas
que provoque. De la poda anunciada anoche no es posible extraer una
conclusión definitiva: sólo expresa la voluntad de incurrir
en un parcial impago (default) interno, indefinido en magnitud y duración
(sólo se sabe que empezará por un 8 a 10 por ciento este
mismo mes), vulnerando el derecho a cobrar que tiene cualquier empleado
o proveedor de buena fe.
Respecto del impacto económico de la medida, éste no es
más benigno necesariamente por el hecho de que el perceptor del
dinero suprimido sea un aprovechador, un pícaro o un pequeño
corrupto, aunque el ahorro horizontal que comunicó
el Presidente está presagiando un castigo indiscriminado. De
todas formas, quien cobra una injusta jubilación de privilegio
quizás utilice ese ingreso para depositarlo en un banco local,
generando capacidad de crédito, o para comprar electrodomésticos
y estimular la demanda. Privarlo de esos recursos puede ser necesario
para el fisco y hasta equitativo, pero tan recesivo (o procíclico)
como dejar en la estacada a cualquier otro ciudadano. Definitivamente,
ajustar en medio de la depresión es ultradepresivo, siendo obvio
que detrás de esta amarga decisión no hay esta vez ninguna
teoría de shock de confianza ni círculo virtuoso que quiera
echarse a girar. Se hace porque no queda otra opción. Ni siquiera
hay margen teórico para discutirlo, salvo que se prefiera asumir
la debacle final.
De esta manera, Cavallo se ha quedado en pocas semanas sin sustento
conceptual para su política. El y toda la Fundación Mediterránea
afirmaban que no se podía perseguir el equilibrio fiscal en medio
de la recesión porque eso achica la economía y retroalimenta
el problema, además de tensar una crisis social que ya no tolera
mayores penurias. Pero cuando afuera explotan bombas, quien no puede
huir de la casa porque la sabe rodeada corre a encerrarse en el sótano.
Allí es donde quiere refugiarse Cavallo hasta que cese el estruendo,
o, como aguardan otros, la deflación toque fondo, si ese día
llega. Lanzando planes procompetitivos se comportó como quien
resuelve pintar las habitaciones sin reparar antes las goteras del tejado
ni las cañerías que revientan en las paredes. Ahora pretende
tapar los agujeros y distraer al público hablándole de
tarjetas para jubilados y boletas a reclamar en los comercios.
La Argentina y éste es el hecho debe demasiado y
su deuda devenga tasas cada vez más altas y más distantes
de su capacidad de generar recursos para servirla. Esta creciente divergencia,
que se retrotrae por lo menos a 1994 y la irracional reforma previsional
cavallista, trae al presente los males futuros. Ningún tenedor
de un título quiere retenerlo hasta que se lo repudien, y la
alta renta que le brindan los argentinos deja de seducirlo cuando se
empequeñece frente al aumento del riesgo. Tampoco hay modo de
sortear el cierre del mercado internacional de créditorecurriendo
a la plaza local porque la banca, con sus vasos comunicantes, ya no
quiere elevar su exposición: para tomar un nuevo papel albiceleste
vende uno viejo, con lo que la deuda nacional se deprecia adicional-mente.
Además de cargar con su deuda, al país le faltan recursos
industriales e instrumentos que otorguen mayor flexibilidad a su política
económica. Como no puede devaluar y vive rodeado de vecinos que
sí devalúan, o dejan que el mercado lo haga (Brasil, Chile,
Uruguay...), el único mecanismo de adaptación a ese adverso
shock externo es fiscal y recesivo. Casi el 97 por ciento de la deuda
pública está en dólares. La tajada que los acreedores
se llevan en intereses se expande inconteniblemente. Otros (empleados,
contratados, jubilados, proveedores, y obviamente científicos
o docentes) deben entonces dejar de comer del mismo plato presupuestario,
o conformarse con raciones menores. La histórica puja distributiva
arrecia así en toda la economía, desde el gasto público
hasta el último sector privado. El darwinismo económico
manda. Los más débiles no tienen cómo salvarse.
Entre Laurel y Hardy, la política económica siempre respeta
al gordo y abandona al flaco.
Los intentos de utilizar al Estado como palanca para relanzar la economía
han fracasado, antes incluso de Cavallo, porque nadie le cree a un garante
que puede quebrar en cualquier momento. No hay por tanto plan de infraestructura
ni ningún otro paquete de inversiones que pueda descansar sobre
fondos fiduciarios oficiales cuando no hay fe. Como tampoco aparece
el capital de riesgo privado, ni existe un sistema bancario orientado
a financiar proyectos, la economía no sale del letargo. A lo
sumo podría soñarse con una reactivación (reutilizar
parte de la amplia capacidad ociosa y absorber algo del desempleo),
pero crecimiento no se vislumbra. Como, mientras la Argentina retrocede,
gran parte del resto del mundo avanza, la brecha de productividad se
amplía y, con ella, la sobrevaluación del peso y la pérdida
de competitividad. Producir poco es unitariamente más caro que
producir mucho. Pero éste es un país que parece amar las
series cortas. Que de las largas se ocupe Brasil.
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