ATLANTIS: EL IMPERIO PERDIDO, LOS NUEVOS DIBUJOS ANIMADOS
DE DISNEY
Cuando el viaje a la aventura es un mito
Por Martín
Pérez
Un mundo perdido, un mapa secreto,
un tesoro escondido. Tres pasos hacia el mito y hacia la desaparición
de éste. Porque todo mundo perdido puede encontrarse, todo mapa
secreto puede develarse y todo tesoro escondido puede ser hallado. Y el
camino más corto entre semejante enumeración de opuestos
es siempre el mismo: la aventura. Y aún más: en un mundo
cinematográfico en el que cada vez más los efectos especiales
de los films de aventuras son lisa y llanamente dibujos animados, el camino
recto hacia la aventura deberían ser los dibujos animados. Así,
a secas. Al punto que Disney parece también haber comprendido la
lección, y puso al equipo de dirección de La Bella y La
Bestia y El Jorobado de Notre Dame lejos de los musicales y cerca de Julio
Verne e Indiana Jones. Y el resultado es Atlantis: el imperio perdido.
Si a la hora de contar aventuras con dibujos animados Fox se decidió
por el futurismo y la estética de videojuego de un fracaso llamado
Titan A.E., el camino de Disney en búsqueda del mismo grial animado
eligió el rumbo opuesto. En lugar del futuro, Trousdale y Wise
decidieron contar su historia desde un pasado cercano, pero lo suficientemente
pasado como para que todavía hubiese historias por contar. Y, aún
más sagazmente, a la hora de elegir una estética gráfica
para su historia, en vez de utilizar la de los videojuegos eligieron la
de la historieta, un medio más interesado en narrar antes que en
jugar. Con el mismo espíritu amplio con el que el equipo de animadores
de Hércules invitó al caricaturista inglés Gerald
Scarfe (conocido por su labor en The Wall) a formar parte de la creación
de aquel film, Mike Mignola fue el talento off-Disney convocado para Atlantis.
Y el resultado no podía haber sido más satisfactorio.
A medio camino entre el mundo de las aventuras y el mundo Disney, Atlantis:
el imperio perdido comienza presentando a su héroe, un lingüista
ingenuo llamado Milo Thatch, que sueña con poder ir en busca de
su mito de cabecera: el de una civilización avanzada que fue vencida
por el peso de su propia soberbia. Ninguneado por la ciencia subvencionada,
Thatch será tentado por la empresa privada y sumará su talento
lingüístico al poder tecnológico de un expedición
decidida a llegar hasta donde haga falta llegar para develar los secretos
del mundo perdido.
Con Viaje al centro de la tierra como modelo confeso a la hora de construir
su trama, Atlantis es un film que debe leerse como una historieta de las
de antes. Si su trama está ambientada a comienzos de siglo, cuando
el mundo y la humanidad aún desconocían sus límites
tanto físicos como atrozmente inhumanos, su historia exige ser
consumida también desde esa ingenua ansiedad del que aún
tiene curiosidad por ver qué se esconde detrás del horizonte.
Sin el filo de lo mundano ese que tan bien ostentan Han Solo o,
incluso, Indiana Jones, a Milo Thatch no le alcanza con enfrentar
la ilusión de su idealismo contra la profesionalidad de sus compañeros
mercenarios para ganar la profundidad que necesita su aventura para ser
aún más aventurera.
Desde esos límites, sin embargo, su historia entretiene e incluso
asombra desde más de una escena resuelta con una estética
que excede el marco Disney para buscar el mejor dibujo animado. Con el
trazo sencillo pero contundente de Mignola a la cabeza, mucho de lo que
se ve en Atlantis recuerda al más reciente comic de aventuras,
e incluso al mejor trabajo animado fuera del mundo Disney, como el de
Brad Bird (The Iron Giant). Entonces el mito de Atlantis sigue siendo
perdido, secreto y escondido. Y la aventura de Thatch se presenta como
el camino más corto, sí, pero no por eso menos disfrutable.
PUNTOS
AL
CALOR DE LAS ARMAS, DE CHRISTOPHER McQUARRIE
Los otros sospechosos de siempre
Por
Luciano Monteagudo
Ya se sabe: en
Hollywood no hay guionista que no sueñe con ser también
director, con manejar sus propios materiales sin tener que someterlos
a los caprichos y veleidades de un extraño. Después del
éxito de Los sospechosos de siempre, que le valió el Oscar
de la Academia de Hollywood al mejor guión original, Christopher
McQuarrie tuvo esa oportunidad. No se puede decir que la haya desaprovechado,
pero Al calor de las armas es una de esas películas que confunden
personalidad con autocomplacencia, como si la consigna fuera ante todo
ser original, o pretender serlo, a toda costa, con vueltas de tuerca,
traiciones y dobles traiciones que rizan exageradamente el rizo, hasta
convertirlo en una madeja de nudos.
Algo de eso había también en The Usual Suspects, un film
quizá sobrevalorado en su aporte al género del film noir,
pero este camino de las armas (como sugiere el título
original) hace de esa vanidad todo un programa: llamar la atención,
intentar sorprender, hacerse notar en un panorama que con Tarantino, Jarmusch
y los hermanos Coen ya parecería estar superpoblado. En el extremo
opuesto al cine de James Gray el director de Little Odessa y La
traición, injustamente inadvertida en su reciente estreno porteño,
que adscribe al más severo clasicismo narrativo, McQuarrie parecería
confiar sobre todo en los golpes de efecto, ya sean de guión o
de puesta en escena. Algunos funcionan y otros no tanto, pero finalmente
son sólo eso, dispositivos, artilugios, efectos.
Para que conste, las figuras centrales dicen llamarse Mr. Parker y Mr.
Longbaugh (los apellidos desconocidos de los ilustres Butch Cassidy y
The Sundance Kid). Poco y nada se sabe de ellos, salvo que los personajes
que interpretan Ryan Phillips y Benicio del Toro son ex convictos, que
pueden considerarse muy peligrosos y que están dispuestos a arriesgar
sus vidas por el plan más absurdo y complicado que se haya visto
en mucho tiempo: secuestrar a una chica (Juliette Lewis, histérica,
como siempre) a punto de dar a luz un bebé que debía pasar
a manos de un multimillonario. Lo que Parker y Longbaugh no saben cuando
piden el rescate es que ese magnate (Scott Wilson) que vive en una
mansión vidriada de Monument Valley similar a la de James Mason
en Intriga internacional, de Hitchcock ha amasado su fortuna manejando
dinero de la mafia. Por lo tanto, pondrá en acción todos
sus recursos para recuperar al inminente bebé, aunque no necesariamente
a la madre.
Es así como aparecen primero dos killers jóvenes y sofisticados,
luego un médico obstetra demasiado involucrado con su paciente
y finalmente un viejo guardaespaldas del millonario, un sobreviviente
de otros tiempos, acostumbrado a lavar la ropa sucia de su patrón
y que en manos de James Caan se convierte en el personaje más interesante
de la película, a pesar de que McQuarrie le hace decir cosas como
el Karma es justicia sin satisfacción. De hecho, este
tipo de frases ampulosas abundan en Al calor de las armas, como si el
guionista hubiera puesto en boca de sus personajes aquellas líneas
que otros directores le pidieron que cortara.
Por el contrario, los tres tiroteos que pautan el recorrido de la película
están lo suficientemente bien coreografiados y diferenciados entre
sí como para compensar aunque más no sea en parte
el grado de sadismo y violencia gratuita con el que McQuarrie se ocupa
del parto de la madre sustituta, una cesárea improvisada y sangrienta,
practicada en un mugriento prostíbulo de México (otra vez
el sucio patio trasero), en medio de una lluvia de balas. Sam Peckinpah
que parecería ser el modelo nunca lo hubiera permitido.
PUNTOS
Evolución,
o Los expedientes X
en versión Hombres de negro
Por
Horacio Bernades
Evolución
pudo haberse llamado Los cazamonstruos del espacio. Es decir Alienbusters,
en inglés. Es raro que no le hayan puesto ese título, ya
que la película es algo así como una remake no autorizada
de Ghostbusters/Los cazafantasmas, en la que las emanaciones ectoplasmáticas
son reemplazadas por unos bicharracos venidos de algún planeta
que, por lo que deja ver su fauna, debe ser bastante asqueroso. Dirigida
por Ivan Reitman, creador de aquel superexitazo de los 80, Evolución
vuelve a presentar un trío de cochambrosos especialistas, dedicados
a salvar el planeta de la monstruosa plaga, en compañía
de una dama. Si Los cazafantasmas había resultado una comedia sorprendentemente
buena para tratarse de una gran producción, algo parecido ocurre
con Evolución, y la mano de Reitman no parece ajena.
El truco pasa ahora por presentar a David Duchovny, ex agente Mulder de
Los expedientes X, tomándose el pelo a sí mismo y envuelto
una vez más en un asunto alienígena. Duchovny es Ira Kane,
profesor de biología llamado a intervenir, cuando un gigantesco
meteorito espacial se hace polvo en el desierto de Arizona. Allí
va a investigar Ira, en compañía de su amigo, el falso geólogo
Harry Block (el morocho Orlando Jones), un chanta con todas las reglas,
que es entrenador de un equipo femenino de voley pero se hace pasar por
científico, para darse corte con las chicas. A ellos se les une
Wayne (Sean William Scott), a quien la cabeza no le da ni para aprobar
el examen de bombero, y ya está armado el trío de improbables
mosqueteros. Que no tardará en hacerse cuarteto con el aporte de
la doctora Allison, epidemióloga que parece muy seria pero no puede
dar un paso sin tropezarse (Julianne Moore, que ya había tenido
que vérselas con el bicherío en Jurassic Park).
Hay un quinto protagonista, pero no está delante sino detrás
de cámara. Se trata de Phil Tippett, creador de la fauna jurásica
del film de Spielberg, que aquí vuelve a dar vida a la gran atracción
de Evolución: el variado, sorprendente e imaginativo bestiario
que anda suelto y hambriento, reproduciéndose a mil por hora y
haciendo de las suyas en Arizona. Sólo nuestros héroes podrán
salvar la Tierra ... Sí, Evolución se parece muchísimo
a Hombres de negro, cuya segunda parte se demora lo suficiente para permitir
que Reitman y los suyos les copen la parada. Como en Men in Black, Evolución
hace uso de todos los clichés de la ciencia ficción berreta
de los años 50, incluyendo la clásica oposición entre
científicos curiosos, políticos demagogos (el papel del
gobernador le da pie a Dan Aykroyd para hacer una especie de cameo extendido)
y militares que quieren rociar el desierto entero con napalm.
La farsa desatada y las citas a la ciencia ficción de los 50 admiten
también comparaciones con Marcianos al ataque. A diferencia del
film de Tim Burton, Reitman parece sentirse más cómodo en
el terreno de la comedia deliberadamente burda, que viene cultivando con
éxito en films como Meatballs, Gemelos o Junior. Como en ellas,
el realizador sabe mostrar, aquí, a América y los americanos
en su costado más vulgar y adocenado, con gordos de 200 kilos,
jóvenes descerebrados, amas de casa de escasas luces y una comicidad
en ocasiones gruesa, pero eficaz. Se respira, todo a lo largo de Evolución,
una diversión genuina por parte de quienes están delante
y detrás de cámaras, y eso se transmite sin intermediaciones.
No por nada, cuando los héroes festejan su primera victoria, lo
hacen al ritmo de un clásico funky: Evolución es una comedia
tan alegre y contagiosa como un tema de Funkadelic.
PUNTOS
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