Por Hilda Cabrera
Sucede a veces que los títeres
se plantan en escena como si fueran expresión de la fantasía
de una libertad sin límites. Levitan, se descoyuntan y rearman,
y se los puede mostrar del derecho y del revés, como a un guante.
Pero no es eso lo más asombroso y provocador. Lo realmente transgresor
es la variedad de emociones y sentimientos que, manipulados por avezados
marionetistas, pueden llegar a despertar en quien los observa. Y esto
es lo que ocurre con Amoratado (o amor atado), una historia de amor tan
desoladora y punzante como bella y surreal, sobre todo por el modo en
que registra el delirio ante la pérdida del ser querido. En esta
creación del marionetista Marcelo Peralta (aquí en calidad
de director), el amor adquiere, además de un tono elegíaco,
caracteres propios de una resistencia mental y física semejante
a ese no te canses ni te duermas cuando no conviene, que menciona
el poeta Rafael Alberti en uno de los capítulos de La arboleda
perdida.
Destacado en el II Certamen Metropolitano de Teatro 2000, este espectáculo
sin palabras, destinado al público adulto, es animado con excelencia
por los titiriteros Sergio Ponce y Javier Cancino según la técnica
del bunraku. Estos artistas son los encargados de dar vida a muñecos,
telas y demás objetos, elaborando secuencias en las cuales sus
manos son siempre protagonistas. Estas son las que se agitan de modo convulsivo
debajo de un lienzo que ahoga el llanto de un bebé o se metamorfosean
para ser el rostro de un individuo sin escrúpulos.
En ese accionar, Ponce y Cansino manejan un idioma común, comparable
al que se utiliza en la ejecución de una pieza para piano a cuatro
manos. El espectador descubre así fragmentos de la vida de una
mujer gobernada por las circunstancias (o el destino), invariablemente
adversas. Quizá por eso se vuelve imprescindible en alguna que
otra escena desafiar a la tristeza con la inserción de un percance
pintoresco o de una broma, a manera de remate. La acción se inicia
en realidad en la platea, cuando los marionetistas, cubiertos por ascéticos
hábitos de monje, avanzan por el pasillo de la sala de Liberarte
hacia el escenario. En ese espacio, acotado y libre de adornos, armarán
su retablo. Para entonces, la sala habrá quedado a oscuras. La
luz llegará poco después iluminando un revoltijo de tela
blanca que se mueve, mientras se oye, amortiguado, el llanto de un bebé.
De ahí en adelante todo será penumbra e imágenes,
fragmentos de situaciones vividas y soñadas por una joven que experimenta
en sí misma la mansedumbre y la rebeldía, y conoce el amor
y la humillación.
Su figura solitaria parece fundirse con los objetos cotidianos y levantar
vuelo sólo en sueños, allí donde el tiempo se comprime
y amplía y es ayer y hoy. En Amoratado se enlazan como en un presente
continuo la historia y la música, que aquí es utilizada
para intensificar los climas,e incluso anticipar la posibilidad o imposibilidad
de los personajes de escapar a su destino (o circunstancia).
Creador del Grupo Harapo, Peralta es considerado un maestro del arte de
las marionetas. A fines de los 70 pudo concretar junto a su hermano
Horacio (residente en Francia) varios espectáculos en París,
y a su vuelta integró durante dos años el elenco de titiriteros
del San Martín. Participó de los ciclos que durante varias
temporadas ofreció la cooperativa La Calle de los Títeres,
y de festivales nacionales e internacionales (de Francia, Suiza, Portugal
y Brasil) con obras de diferente formato, entre otras Una historia de
amor y su elogiada versión de El retablillo de Don Cristóbal,
de Federico García Lorca, las dos para público de toda edad.
Amoratado es la historia de un amor, pero también la del viaje
de una mujer violentada que no sabe cómo franquear el abismo que
existe entre el lugar donde está y aquel otro donde desea estar.
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