Por Julián
Gorodischer
Ningún cliché
del cine de acción parece haber quedado afuera de El hacker.
En su capítulo de estreno, las bombas explotaron, el héroe
se salvó por milagro, pero escapó, y nació un equipo
de justicieros que se dedicará a contribuir al bien común
(que no se estafe, esta vez, a los jubilados con medicamentos truchos),
pero recibiendo órdenes de un Charlie que lo maneja desde las sombras.
De cómo llegó el hacker a ser el prófugo millonario
que es, poco se supo: el impacto visual, en este programa, va por encima
del hilo narrativo. El estruendo y la corrida de los planos cotizan, aquí,
mucho más que una buena historia.
En El hacker hay dos temas fetiche, que construyen la extrañeza
de este mundo entre grotesco y futurista: la destreza de los jóvenes
para manejar las máquinas y el poder de las computadoras para lograrlo
todo. El guión pinta a los jóvenes como una franja que se
aprovecha de los viejos y las instituciones del dinero (bancos, bingos,
empresas) mediante su manejo de la tecnología con aparatitos, hasta
que aparece la presencia redentora del hacker bueno (Carlos Calvo), un
miembro de la cruzada por el bien que los pondrá a combatir en
su propio bando. Los talentosos en desvío, quedó claro sobre
el final, serán redimidos y puestos a ayudar a los jubilados. La
sociedad necesita, dice la sentencia, de estos hackers ahora virtuosos
para depurar sus cuadros. Y el programa da esta suerte de justificación
por el bien que viene asomando.
La acción, es cierto, nunca se detiene: la explosión del
inicio -pensada para castigar al Carlín fisgón y a su familia
ideal lo expulsa de su amorosa vida cotidiana. Al fugitivo lo creerán
muerto, y él no dirá lo contrario para no poner en peligro
a los suyos. ¿Cómo se salvó? La explosión
no dejó nada a salvo, pero al protagonista se lo ve tirado en una
playa, rescatado por un vagabundo, recuperado poco después. Instala,
quién sabe cómo, una nueva oficina de complejísima
tecnología en las afueras, y desde allí comienza la formación
de su equipo de jóvenes. Los jóvenes líderes de la
computación alternativa responden a señuelos triviales con
una obediencia supina y, pronto, ya son fieles soldados al servicio del
Charlie que ni siquiera conocen. Claro que, para compensar, en el medio
hay escapes veloces por la ciudad, computadoras solventes que castigan
a los malos y blanquean prontuarios de los nuevos buenos, y una imagen
acelerada que reemplaza los puntos débiles por el encanto de la
velocidad.
Como Calvo en la vida real, el hacker se accidenta y queda afectado en
sus gestos y movimientos. Pero el tono es declamativo y neutro; aquel
rasgo que debería hacerlo poderosamente seductor para reclutar
al equipo nunca aparece. Por el contrario, el personaje cultiva un estatismo
exacerbado. Nunca se desplaza ni demuestra un talento especial para ninguna
operación racional. Las apariciones especiales injustificadas (¿qué
rol jugó el minuto de Palito Ortega?), y la ausencia de un background
básico para volver sólido a cada protagonista son déficit
evidentes del programa. Sus creativos eligen, en cambio, transitar cada
uno de los momentos que se espera de una de acción, como en una
fast TV que todo lo perdona, y no paga costo. Igualmente, siempre parecería
haber aquí una bomba esperando para explotar y aportar algo del
interés que la trama escatima.
El rating
El capítulo inicial de El hacker arrasó
en su horario, con un promedio de 17.2 puntos de rating, de 23 a
24, en un día en que la mayor medición la tuvo otro
programa de Telefé, la telenovela Yo soy Betty, la
fea, que trepó a 30.5, muy cerca ya del final de su
historia, mañana. En el mismo horario de El hacker,
hizo 11.1 de promedio para Canal 13 la tira Culpables,
mientras el programa de Luis Majul, La cornisa, rindió
5.2 de promedio para América. Azul quedó cuarto en
este horario con los 4.5 de Matrimonios y algo más
y Pinky y la conversación midió 1.9 en
el 7. En este canal, el retorno de Desayuno, con Víctor
Hugo Morales, midió de promedio 1.2, pero de 7 a 9.30 de
la mañana.
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