Por Horacio Cecchi
Al borde de la villa Loyola,
en el partido de San Martín, los desajustes económicos de
Cavallo ya poco importan. Tampoco si brilla el piso de cerámica
de la casa de la familia Ramírez, sobre la calle 4 de Febrero,
ni el orden ni la limpieza de sus cuartos, desde que una bala desordenó
la vida interna, el miércoles pasado, atravesando de lado a lado
la cabeza de Florencia, de casi 7 años. La Justicia secuestró
la bala, calibre 9 milímetros, el mismo que utiliza la policía.
El proyectil se encuentra en perfectas condiciones para ser cotejado con
las armas de tres uniformados que participaron de la persecución
de un trío de asaltantes que desató la tragedia. Todas las
evidencias los señalan.
El miércoles por la tarde, tres jóvenes de entre 23 y 25
años se ocultaron en una canchita de fútbol sobre la calle
4 de Febrero al 2800, en Villa Concepción, partido de San Martín.
La 4 de Febrero es paralela a la avenida Constituyentes. El potrero, en
la intersección con la calle Colombia, está a unas 30 cuadras
de la General Paz. La 4 de Febrero también es el límite
de la villa Loyola, un asentamiento de casillas precarias que linda, del
otro lado, con el campo del Golf Club San Andrés.
Alrededor de las cuatro, una camioneta Toyota Hilux avanzó por
la 4 de Febrero. Avanzó mientras pudo: al pasar junto a la canchita,
su dueño, un comerciante, fue interceptado por los tres jóvenes.
En ese momento, dos suboficiales del servicio de calle de la comisaría
8ª de San Martín, recorrían la zona en un Clío
particular, de color verde. Una versión, prudentemente policial,
sostiene que dieron la voz de alto. El trío optó por abandonar
la Toyota a su suerte, y corrió hacia el interior de la villa.
Sobre la 4 de Febrero, además, se encuentra la vivienda de los
Ramírez, tan humilde como sus expectativas de vida, apenas cubiertos
por un techo de chapa del frío y los vendavales del ajuste. A la
hora en que los asaltantes corrían hacia la villa, Florencia miraba
televisión con su mamá, embarazada de seis meses, de espaldas
a la calle y en el primer cuarto de la casa. Paredes de ladrillos huecos
y mampostería, suficientes para detener el viento, pero no un proyectil
9 milímetros. Especialmente si la bala cruza a través de
los huecos de un ladrillo.
El proyectil penetró un poco más arriba de la nuca de la
pequeña y salió por su frente hasta incrustarse en la puerta
de un placard. Florencia se desplomó mientras afuera sonaban los
tiros. Cuatro o cinco según los testigos. Los asaltantes se esfumaron
y sus armas junto con ellos. El caso quedó a cargo de la fiscal
2 de San Martín, Fabiana Ruiz. Las pruebas recogidas: el proyectil
que hirió a Florencia; otra bala calibre 38 que atravesó
la puerta delantera izquierda del Clío y se incrustó en
el asiento. Aunque las evidencias parecen señalar la responsabilidad
policial (la bala ingresó por el frente de la casa desde una ubicación
similar a la de los perseguidores), el caso es un dilema: cinco testigos,
vecinos de la villa, afirman que sólo tiraron los policías
y que los ladrones no iban armados. Pero el dueño de la camioneta
aseguró que dos de los asaltantes estaban armados, aunque no supo
describir las armas.
No fue fácil sostuvo una fuente de la fiscalía.
La fiscal y sus dos adjuntos estuvieron en la casa, recuperaron la bala,
determinaron que era 9 milímetros, el mismo calibre usado por la
policía, y secuestraron las armas de los dos policías y
de un tercero que llegó al lugar más tarde. Confeccionaron
un identikit de los asaltantes. Pero no pudieron avanzar con más
recolección de pruebas: el barrio estaba enardecido con la policía
y era imposible acercarse a más de cien metros.
En la fiscalía se hacen dos preguntas: Primero, si hubo o
no tiroteo -explicó la fuente. Segundo, determinar la posición
de los policías.
Por el momento, todo quedó en suspenso: la situación de
los uniformados, que pueden ser imputados o testigos. La de los asaltantes,
que permanecen ocultos en algún lugar desconocido. La de la bala,
ya que no se sabe aquién pertenece. La calificación del
delito. Las pericias balísticas y planimétricas, ya que
la efervescencia en el barrio no las permite (fueron postergadas hasta
el próximo martes y estarán a cargo de la Policía
Científica bonaerense, bajo el control de la fiscal en persona).
Pero, especialmente, quedó en suspenso la vida de Florencia, que
ayer por la noche, según el informe de la directora asociada del
hospital, Adriana Villarosa, intentaba sobrevivir en estado de coma,
asistida con un pulmotor y enfrentando un cuadro gravísimo.
TUVIERON
CAUTIVO A UN CHICO DE 12 AÑOS
Condena para dos secuestradores
No te hagas la boluda,
buscá al hombre de la casa; no te hagás la gila que tenemos
(secuestrado) al pibe, a tu hijo, al que salió en la moto con el
equipo gris. Estas palabras, pronunciadas a través de una
ventana por dos desconocidos, le helaron la sangre a Esther. Dos años
después de aquella pesadilla, que duró tres días,
un tribunal oral de Capital Federal condenó a los secuestradores
de su hijo a penas de entre 9 y 11 años de prisión. Según
el testimonio de Esther y de sus familiares, el chico que tenía
12 años cuando fue raptado sufre de stress postraumático
desde el episodio; no quiere salir y se levanta llorando por la
noche. La salud del jefe de la familia también se deterioró
después del secuestro: el hombre enfermó de cáncer,
y sufrió un coágulo cerebral.
El 23 de febrero de 1999, después de almorzar, A.D.S. le pidió
permiso a sus padres para salir a dar una vuelta con su ciclomotor. A
dos cuadras de su casa ubicada en Araujo al 3300, en el barrio porteño
de Villa Lugano- la moto se descompuso, y el chico tuvo que regresar caminando.
Pero a pocos metros de la puerta de la vivienda, dos hombres le cerraron
el paso y lo obligaron a subir a una camioneta Renault Trafic blanca.
Luego, dos de los secuestradores se acercaron hasta la ventana, golpearon
el vidrio y le dieron la noticia a Esther.
El hombre y su hijo mayor salieron de la casa e intentaron detener a los
delincuentes, pero recibieron una ráfaga de disparos como respuesta.
El chico fue llevado a una casa de Lomas de Zamora, donde uno de los captores
le pegó y lo obligó a escribir una carta. Hola papi,
yo estoy bien, le dictaron, pero el chico empezó a llorar
desesperadamente, y el mensaje lo terminó de escribir un miembro
de la banda. Después lo trasladaron a una casa de Carlos Spegazzini,
donde lo tuvieron hasta el 26 de febrero: los secuestradores habían
elegido para liberarlo el día de su cumpleaños.
Un abogado de la querella consideró en su alegato que los delincuentes,
basándose en la lesión del sentimiento de amor que
une a padres e hijos, (trataron) de sacar provecho económico intentando
vender la libertad de un niño de 12 años, que fue humillado,
torturado e interrogado a golpes. Por su parte, el fiscal señaló
como agravantes la edad de la víctima, la violencia a la que fue
sometido el menor, y el uso efectivo de armas de fuego. Los miembros del
Tribunal Oral en lo Criminal número 20 los jueces Cecilio
Pagano, Hernán San Martín y Luis Niño condenaron
por secuestro extorsivo a José González Velis, Maximiliano
Ainardi, Martín Berhan y Pedro Galarza.
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