Por Diego Fischerman
El poeta Chester Kallman, colaborador
y amante de Wystan Hugh Auden, contaba que el escritor y Stravinsky reían
a carcajadas mientras trabajaban en The Rakes Progress. Durante
una semana, ambos estuvieron casi encerrados, definiendo escena por escena.
El ataque de risa mayor fue cuando alguno de los dos Kallman no
recordaba cuál propuso que la mujer del protagonista fuera
Baba, la mujer barbuda. La ópera fue terminada en abril de 1951
y estrenada en septiembre de ese año. Música y texto celebran
un culto al pastiche, a la cita y a la descontextualización de
elementos artísticos del pasado. Pero ese es apenas el comienzo
y explica bastante poco acerca de una de las obras de teatro musical más
importantes y al mismo tiempo subestimadas de todo el siglo
XX.
The Rakes Progress (traducible como la carrera o, más bien,
el aprendizaje del libertino) refiere ya desde su título al universo
mozartiano (el Don Giovanni llevaba en su carátula la leyenda el
libertino castigado). Musicalmente, como todas las obras asimilables
a lo que habitualmente se considera el período neoclásico
de Stravinsky, trabaja con lenguajes del pasado, en este caso de la ópera
clásica, tanto en lo fraseológico como en lo formal. Arias,
recitativos y movimientos de conjunto se suceden como si se tratara de
una ópera del siglo XVIII. Pero la operación de Stravinsky,
lejos del arcaísmo, es de una modernidad apabullante. Mucho más
cerca del cubismo que de cualquier estética retardataria, el autor
lo que hace es recortar y pegar. O, en términos cinematográficos,
realizar un fenomenal trabajo de montaje. Anticipando mucho de lo que
mucho más adelante sería esencial para el posmodernismo,
aquí se pone en escena que todo (desde los ritmos primitivistas
de La Consagración de la Primavera a Tchaikovsky, Mozart o Pergolesi)
es ni más ni menos que un material sujeto al trabajo del compositor.
En esa reivindicación de la composición como trabajo artesanal
es, en todo caso, donde radica uno de los aspectos más revulsivos
(e incomprendidos) de Stravinsky.
El filósofo Theodor Adorno, en Filosofía de la Nueva Música,
consideraba a este autor el exponente más acabado de las tendencias
estéticas más reaccionarias (un lenguaje que ponía
énfasis en la organización rítmica era leído,
además, como signo inocultable de fascismo). Y lo oponía
a Arnold Schönberg, creador del dodecafonismo (un sistema que utilizaba
como elementos del mismo valor los doce sonidos de la escala y con el
cual se desdibujaban las jerarquías de tensión y distensión
entre sonidos). Es cierto que la música de Schönberg parece,
en una primera audición, mucho más alejada de la tradición
que la de Stravinsky. Entre The Rakes Progress, con sus arias de
aparente dulzura melódica, y Moisés y Aarón, de Schönberg,
la primera tiene, en apariencia, muchos más contactos con el pasado.
Pero Schönberg, incluso en su ruptura del lenguaje dominante durante
el romanticismo, es fiel a un ideal romántico. Stravinsky, en cambio,
es de un antirromanticismo irreductible. Y si Juan Carlos Paz se deleitaba
en criticarle sus cambios estilísticos, lo cierto es que desde
su Canto del Ruiseñor hasta sus últimas obras seriales,
pasando por la revolución rítmica de La Consagración
y por el pre-posmodernismo de los años 30 a los 50,
el estilo de Stravinsky es siempre el mismo. Cambian los materiales, cambia
incluso el alfabeto. La entonación, la manera de encarar el discurso,
los gestos, permanecen invariables.
Parte de los encantos de The Rakes Progress tiene que ver, también,
con la inteligencia del texto. La revisita al viejo tema del pacto fáustico,
que Stravinsky ya había transitado en La historia del soldado es
tratada aquí con un elegante sentido del humor que empieza, por
ejemplo, con los nombres de los personajes. La novia buena es Anne Trulove
(verdadero amor, en inglés), el diablo es Nick Shadow (sombra),
el libertino es Tom Rakewell (buen libertino) y el rematador se llama
Sellem (un juego de palabras entre la pronunciación del nombre
árabe Selim y la forma coloquial para decir véndalos).
Esta ópera se estrenó en Buenos Airesocho años después
que en Europa. Volvió al escenario del Teatro Colón recién
en 1977. Este martes se repondrá, con un elenco ideal, puesta del
notable Alfredo Arias y la dirección del excelente músico
Stefan Lano (que la condujo en el Metropolitan Opera House, alternado
en el podio con James Levine). Entre los protagonistas estaránel
bajo Samuel Ramey como Shadow y la soprano Deborah York como Anne.
En el Colón
The Rakes Progress subirá a escena, en el Teatro Colón,
en cinco funciones, a partir del próximo martes 17. El resto
de las presentaciones serán el jueves 19, el domingo 22,
el martes 24 y el jueves 26. Con dirección musical de Stafan
Lano y régie de Alfredo Arias, la escenografía y vestuario
es de Graciela Galán, la coreografía de Alejandro
Cervera y el diseño de iluminación de Jacques Rouveyrollis
(el mismo que iluminó la brillante puesta de Roberto Plate
para Juana de Arco en la Hoguera de Honegger). Participarán
la Orquesta y Coro Estables del Colón (este último
preparado por Vittorio Sicuri) y un elenco encabezado por Samuel
Ramey (Shadow), Deborah York (Anne), Paul Groves (Rakewell) y Victoria
Livengood (la recordada secretaria en la versión de El Cónsul
de Gian-Carlo Menotti que se vio en el Colón) como Baba,
la Turca. Alejandra Malvina será Madre Gansa, personaje que,
junto a un grupo de muchachos pendencieros hace de coro griego y
cuyo nombre hace referencia, a la vez, a una canción infantil
y a la manera en que se llamaba a las enfermedades venéreas
en la Inglaterra del siglo XVIII. Eduardo Ayas encarnará
a Sellem, el rematador, y Carlos Esquivel será el responsable
del papel del guardián. Tanto York (que cantó este
papel en la versión discográfica dirigida por Sir
John Eliot Gardiner) como Ramey (el impactante diablo de la puesta
que se vio en esta ciudad de la ópera de Boito) y el tenor
Paul Groves, están entre los principales cantantes del momento.
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