ARGENTINA AL
MERCADO
¿Qué pretende usted de mí?
A la célebre pregunta que le lanzaba la Coca al libidinoso
personaje que la contemplaba con lujuria le correspondía
una respuesta tan fácilmente imaginable como la que hoy puede
esperar la Argentina del mercado financiero internacional. El extraño
le ha cortado el paso. No le deja escapatoria. Es ella la que debe
decidir cuánto está dispuesta a entregar, no sabiendo
si con ello saciará su apetito. El dirá si se da por
satisfecho, o si no le alcanza y resuelve arrinconarla. Pero esta
escena, en su rodaje actual, ni siquiera pudo ser imaginada por
Armando Bo: excede su fantasía de realizador. El argumento
de la cinta, filmada en la era de la globalización capitalista,
puede contarse en los siguientes términos.
Si los inversores (el capital financiero) creen que la Argentina
quebrará, entonces la Argentina va a quebrar. Esto no tiene
por qué ocurrir en lo inmediato, pero sí el día
en que no se pueda afrontar un vencimiento porque no sea posible
colocar un nuevo bono. La clave para prever, entonces, si el país
evitará la quiebra reside en saber si el pronóstico
de los mercados es definitivo o puede ser modificado. Cuatro son
las cuestiones que determinan las expectativas de los tenedores
o administradores de fondos, más allá del contexto
internacional:
Las cuentas fiscales
del país. Es decir, si el deudor (el Estado argentino) genera
el ahorro primario (antes de intereses) que necesita para hacer
frente a los servicios del endeudamiento. Déficit fiscal
cero significa que ese ahorro es igual al monto de los servicios
(que hoy se llevan alrededor de 4 por ciento del ingreso nacional).
El tamaño de la
economía. Si ésta crece, generará más
recursos impositivos, facilitando la consecución del ahorro
necesario por parte del sector público. Si la economía
permanece estancada o en retroceso (como sucede desde hace tres
años), el ajuste fiscal se volverá inviable.
El sector externo. Vale
decir, si habrá dólares para pagar los compromisos
de la deuda, que está tomada casi totalmente en moneda extranjera.
Nadie olvida que el Estado recauda y eventualmente ahorra en pesos,
pero que no es ésta la moneda de pago. Por otra parte, en
convertibilidad no pueden utilizarse las reservas de divisas para
cancelar directamente obligaciones porque ellas están caucionadas
como garantía de la circulación monetaria. En síntesis,
una cuenta corriente externa claramente deficitaria como la argentina
es una señal de alarma porque vuelve al país muy dependiente
del ingreso de capitales.
La situación política.
Dado que cualquier estrategia de ajuste, con fuerte transferencia
de recursos a favor de los acreedores externos, involucra medidas
indigestas para la población, o bien el ataque a otros intereses
internos, es crucial el respaldo político con que cuente
el programa. A tres meses de las elecciones y con un gobierno débil
y desacreditado, el punto es tan decisivo como los tres anteriores.
El tironeo con los gobernadores lo patentiza.
Atender a las cuatro cuestiones simultáneamente parece imposible.
Así, si se privilegia el objetivo fiscal puede profundizarse
la recesión, o si se prioriza la reactivación puede
agravarse el déficit externo porque aumentarán las
importaciones, etcétera. De este modo, como la demanda del
mercado de capitales abarca los cuatro aspectos, siempre quedará
insatisfecho por lo menos uno de ellos, y los tenedores de títulos
decidirán qué importancia le confieren. La Argentina
viene intentando, como sea, volcar la valoración de los acreedores,
pero partiendo de una posición crítica por el enorme
tamaño de su deuda y las taras de una economía comoditizada,
con sobrevaluación cambiaria.
Esta no es, por otro lado, una foto fija sino una película.
En la dinámica, la expectativa de los mercados que
se refleja en el precio de los bonos de deuda y en la nota de las
calificadoras de riesgo gravita sobre todos los parámetros.
Si es negativa empeorará el cuadro fiscal al encarecer cualquier
renovación de deuda (el megacanje y la reciente colocación
de una Lete son ejemplos frescos), profundizará la recesión
por el ahogo financiero y precipitará la salida de capitales,
que a su vez encogerá la economía. Quizá pueda
tener un impacto político positivo desde el punto de
vista de los acreedores porque la crisis asusta a los partidos
y los pone de rodillas. Es el temido golpe de mercado.
El desenlace puede continuar postergándose con maniobras
para ganar tiempo, pero sería un tiempo improductivo para
el país si los mercados siguiesen cerrados, no ingresaran
capitales y no se revitalizase la inversión. En tal caso
cabrían dos opciones. Una es proclamar la insolvencia, tipo
México 1982, presentándoles a los tenedores de títulos
una propuesta de quita y reprogramación de la deuda. Otra
es continuar la fuite en avant, con la esperanza de que la situación
afloje por algún vuelco extremadamente favorable en las fuentes
de capital y los mercados reales. En el trayecto siempre se corre
el peligro de que la actitud de rechazo al riesgo argentino se extienda
cada vez más a la plaza local y se desate una corrida, con
un eventual desemboque caótico.
Ahora bien, si el riesgo argentino está pisándole
ya los talones al nigeriano es, además de todo, porque con
George W. Bush alojado en Washington los tenedores de bonos creen
que el Tesoro estadounidense, ni directamente ni a través
del FMI o el Banco Mundial, organizará un rescate que, so
pretexto de salvar a un país emergente, los salve a ellos.
Por ende, olfatean el llamado moral hazard y deshacen sus posiciones
en papeles argentinos, absorbiendo fuertes pérdidas de capital.
Por último, en el hipotético caso de que el país
zafe de esta encrucijada, que Fernando de la Rúa y Domingo
Cavallo denominaron financiera pero es mucho más
profunda que eso, quedará luego la pesada agenda de largo
plazo (intertemporal) que reclaman los acreedores: nueva
reforma previsional, privatización de la salud social, flexibilización
laboral total... Pero la estrategia nacional no es un asunto para
este fin de semana. Por suerte para Cavallo, cuya hija celebra esta
noche su boda en el Alvear Palace Hotel, con la austeridad republicana
que impone esta hora de sacrificios.
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