Por Eduardo Fabregat
Desde
Barcelona
Esta ciudad tiene una interminable
lista de atracciones para el turista, que van de la playa a los increíbles
edificios de Antoni Gaudí, de allí al Palacio de Montjuic
o al Parque de la Ciutadella, o al imponente Camp Nou del Barcelona, donde
las camisetas con el número 7 y el nombre Saviola vuelan de las
estanterías. Los turistas pueden perderse algunos de estos puntos,
pero difícilmente se vayan de Cataluña sin haber paseado
a conciencia la Rambla, un paseo arbolado que va del Monumento a Colón
(aquí la calle del bajo también se llama Paseo Colón)
a la Plaza de Catalunya. Imperio de los bares y los buscavidas, la Rambla
tiene una abigarrada colección de personajes entregando performances
individuales que van de lo genial (un hombre con un sapo que toca
el piano, un guitarrista slide que sabe lo que hace, una bailaora
y hasta una pareja que baila el tango con Gardel de fondo) a lo que cualquier
porteño definiría como un robo: advinadoras
de la buena suerte, magos de mala muerte, simples sobrevivientes que hacen
cualquier cosa por ganarse unas pelas, aunque no tengan ningún
valor artístico.
En la rambla abundan las estatuas pintadas de pies a cabeza,
algunas de ellas muy poco convincentes: soldados de la Segunda Guerra,
faraones, un Drácula bien anémico, un tipo metido dentro
de una heladera, un Chaplin más que avejentado con una marioneta
de un solo hilo (y más de uno busca el delgado hilo que sostiene
al hombre), otro con solo una túnica negra y una máscara
de Scream. Por las noches en el lugar abundan las prostitutas subsaharianas,
muchas de ellas menores de edad, cuya agresividad en la búsqueda
de clientes hace que la buena sociedad barcelonesa esté poniendo
el grito en el cielo. Pero en la rambla, también, brillan especialmente
unos cartelones que adornan el Teatre Principal, de color tan furioso
como el nombre del espectáculo: Rojo tango. Los dominios de Cecilia
Rossetto en Barcelona.
La historia es más o menos conocida: la Rossetto siempre cantó
tangos, pero comenzó a hacerlo públicamente con este espectáculo
estrenado el año pasado, un recorrido tanguero altamente pasional
que se apoya no solo en su voz sino también en un quinteto de lujo
en el que luce Freddy Vaccarezza al piano. El resultado es que los catalanes...
mueren. Debido a su exilio español, Rossetto juega aquí
casi de local, pero no es eso lo que revienta el teatro todas las noches
y produce ovaciones interminables: cuando la actriz y cantante se planta
en su metro ochenta de estatura y ataca Balada para mi muerte
(Piazzolla-Ferrer), el Principal se electriza y no vuela una mosca. Pero
no es una noche de altas y bajas, porque hay momentos como Packard
(Carlos de la Púa) o Cuando me entrés a fallar
(Celedonio Flores) donde es más muñeca brava que nunca,
o ese final que eriza la piel con A un semejante, de Eladia
Blázquez.
El asombro de quienes pasan por el Grec 2001 decididos a un banquete de
tango no se queda en el vozarrón y la soltura de escenario de la
Rossetto. En Rojo tango hay momentos exclusivamente instrumentales en
los que Vaccarezza, etcétera, etcétera, hacen caer las mandíbulas
del público con la versión de Adiós Nonino
o temas de Binelli como Fueyazo y Preludio y candombe.
Tanto como para que Bernat, un catalán presente en la función
de anoche, fijara una especie de duelo (que no es tal) al comentar Hombre,
yo he visto a la Varela y me gustó, pero esto está de putísima
madre, para luego asegurar que completaría el menú
con la actuación de Susana Rinaldi, esta noche en el anfiteatro
Grec.
Con semejante trilogía de voces arrabaleras, la sección
Buenos Aires al Grec representó al tango con el poderío
que esperaban tanto el director Borja Sitjà como la Secretaría
de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, impulsora del intercambio junto
a su par de la Nación y la Secretaría de Turismo. Pero en
estos días hubo también una ceremonia argentinísima
que marcó otro de los puntos altos del ciclo: el grupo Catalinas
Sur viene impactando noche a noche a quienes se acercan a la sala Capmany
del Mercat de las Flors y se encuentran con el despliegue y la pasión
de El fulgor argentino. Más allá de cierta incomprensión
de algunos detalles históricos la esencia del espectáculo,
que recorre instancias del país entre 1930 y 2030, hace que sea
imposible pensar en una adaptación, el público
que ha leído que se trata de un grupo de vecinos del barrio de
la Boca se encuentra con una formidable expresión teatral, y ni
se detiene a pensar por qué, al final, sale agitándose detrás
de la murga que termina copando esas callecitas de Montjuic. La combinación
entre la recargada elegancia modernista de Barcelona y el más puro
barrio porteño termina de redondear la fiesta.
La noche de los brasileños
La noche del miércoles marcó una de las mayores
asistencias del Grec 2001. En el Poble Espanyol de Montjuic, Gilberto
Gil y Milton Nascimento convocaron a más de 4 mil personas
con una big band de nueve músicos y un repertorio que sacudió
la tranquilidad del lugar. Si en la edición del año
pasado el orgullo brasileño había pasado por sendos
shows de Caetano Veloso y Daniela Mercury, esta vez los dos próceres
compartieron escenario y liderazgo sin mayor conflicto. La lección
de tropicalismo a cargo de dos expertos tuvo sus momentos más
altos en Sebastian y Duas sanfonas (con
el dúo sacándole lustre a sendos acordeones), pero
incluso dio espacio a una inesperada versión de Yo
vengo a ofrecer mi corazón, un momento-Páez
entre arengas brasileñas y una escenografía de monte
español.
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