Por Horacio Bernades

“Desde que existen imágenes en movimiento, nunca hubo una sola clase de documental. Frente al modelo predominante se recorta otro, en el que el relato lineal, el modo enunciativo y las intenciones de descubrir una verdad en el mundo, o de verificar una tesis sobre él, ceden su lugar a formas más libres y subjetivas, construidas a partir de una fuerte intervención del autor. De allí la designación de documental de autor para este otro tipo de discurso audiovisual sobre lo real.” La que habla es Graciela Taquini, licenciada en Historia del Arte y coordinadora del Area de Artes Electrónicas del Museo de Arte Moderno. Desde el mes pasado, Taquini viene llevando adelante un ciclo dedicado al documental de autor y a sus más recientes manifestaciones en video. Parte de un proyecto de investigación que culminará con la edición de un libro sobre el tema, el ciclo tiene lugar, hasta fin de mes, en el Centro Cultural Ricardo Rojas, e incluye un seminario sobre el tema (ver recuadro).
Según Taquini, el desarrollo de esta forma de expresión es creciente, presenta insospechadas vinculaciones con el videoarte y se desarrolla de modo espontáneo, al margen de los canales conocidos, ya se trate de televisión, circuitos comerciales o el ámbito académico. El ciclo del Rojas permite entrever un amplio arco estético, que va desde documentales en los que personajes marginales cobran súbito protagonismo hasta sofisticadas reflexiones sobre la mediatización de la realidad. Así, en la trilogía denominada Documental del puerto, que podrá verse el lunes 26 de julio, pintorescos personajes de Ingeniero White hablan distraídamente a cámara, cuentan chistes, cocinan y cantan. Los realizadores Nicolás Testoni, Sergio Raimondi y Aldo Montecinos filman a esos personajes con una estética acorde, deliberadamente rústica.
Contrariamente, un pionero del video experimental como es Joaquín Amat yuxtapone, en Argentina Odissey (lunes próximo) titulares de diarios y revistas, capturas televisivas y audio directo, para armar –sin el menor asomo de opinión personal– un provocativo juego de oposiciones entre la Argentina de los comienzos del alfonsinismo y la actual, atravesadas a su vez por las memorias del 17 de octubre de 1945. A su turno, En memoria de los pájaros, de Gabriela Golder, y Un nuevo día, de ese otro adelantado del experimentalismo que es Claudio Caldini (lunes 30), representan sendos viajes personales hacia el fin de la noche argentina, al recordar a sendas víctimas de la dictadura. Lo llamativo es que lo hacen sin la menor concesión a las formas tradicionales del relato documental, recurriendo en cambio a un heterógeneo –pero demoledoramente preciso y evocativo– montaje de las más diversas imágenes de archivo.
Al dejar el armado final en manos del espectador y eludir pudorosamente toda conclusión emocional, los resultados son, en los tres casos, mil veces más devastadores que cualquier mensaje directo. “Más allá de las diferencias”, apunta Graciela Taquini, “lo que subyace a los distintos tipos de documental de autor es la idea de que lo real no es algo preexistente sino algo que se construye. Para hacerlo, primero es necesario deconstruir. De allí la apuesta, común a todos ellos, por lo fragmentario, lo heterogéneo, lo azaroso y descentrado”. La mejor forma de comprobarlo es darse una vuelta, de aquí a fin de mes, por el Centro Rojas, donde la palabra “documental” deja de parecerse a lo que siempre fue.

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