Por Roque Casciero
Si mi trabajo no alterara,
si no afectara de forma positiva a quienes lo ven, me consideraría
un fracasado. La frase es de Richard Avedon, un artista de la fotografía
mucho más que un fotógrafo tan controvertido
como admirado, un provocador genial que no necesita de grandes golpes
de efecto ni de una batería de accesorios para impactar con sus
tomas. Luz y oscuridad, el excelente documental que People
& Arts emitirá hoy a las 21 (con repetición a las 2
de mañana), recorre la vida y la obra de Avedon, a la vez que funciona
como una suerte de clase magistral para todo aquel que toma una cámara.
Los trabajos tempranos de Avedon fueron en el campo de la moda, que conocía
de primera mano por su familia. Su padre tenía una gran tienda
de ropa femenina en la Quinta Avenida de Nueva York, la ciudad donde nació
en 1932. A los 20 años, recién salido de la marina mercante,
fue contratado por la revista Harpers Bazaar, que al fin de la Segunda
Guerra Mundial apoyaba el renacimiento de la moda francesa. Las tomas
que hizo en París rompieron todos los esquemas de la época:
si antes las modelos parecían estatuas, en sus trabajos salían
llenas de vida, saltando y bailando. Su trabajo más famoso en este
campo fue una suerte de ballet entre la frágil mannequin Dovima
y dos enormes elefantes.
En un momento, Avedon se hartó de la cultura de las celebridades
y empezó a boicotear sus imágenes. Cuando pasó a
Vogue, ya tenía en claro que su trabajo en la revista serviría
como sustento económico para sus proyectos más personales.
Aunque en algún momento intentó desarrollarse como fotógrafo
documental, enseguida se dio cuenta de que no le alcanzaba: él
precisaba crear, modificar la realidad como lo haría un pintor
o un escultor. La fotografía no es periodismo, sino ficción,
afirma Dick, como lo conocen sus amigos.
Luz y oscuridad muestra la evolución del estilo de
Avedon, y la relación entre sus tomas y lo que pasaba en su vida
personal. Un buen ejemplo de esto es la serie de retratos que formaron
el libro In the American West, que muestran con crudeza a la clase obrera
de la costa oeste de Estados Unidos. El fotógrafo emprendió
este trabajo que considera el mejor de su carrera a los 60
años, después de haber sufrido dos ataques cardíacos.
Fue su consagración: los retratados aparecían con un fondo
blanco detrás; sin elementos de distracción, el alma de
cada uno se plasmaba en el negativo. Veinte años después,
la producción del documental acompañó a Avedon a
reencontrarse con algunos de los fotografiados. Uno de ellos, Billy Mudd,
reconoció que haberse enfrentado a la imagen que el fotógrafo
le había tomado le cambió la vida.
Los trabajos de Avedon son impactantes por diferentes motivos: a la hora
de retratar, su ojo puede ser cruel o compasivo, humorístico o
tremendamente serio (como las de su propio padre en su lecho de muerte).
Varias de sus tomas son iconos del siglo XX, desde una Marilyn Monroe
desolada hasta la de un Charles Chaplin que se ríe de la demonización
que el macartismo había hecho de él. Una de las más
famosas merece una revisión detallada en Luz y oscuridad:
la de Nastassja Kinski con la serpiente. Hubo que esperar a que el animal
se acomodara sobre el cuerpo desnudo de la actriz, quien estuvo dos horas
acostada sobre el suelo de cemento. Cuando el fotógrafo notó
que todo estaba en el lugar correcto, le pidió a Kinski que se
relajara. Entonces se produjo el milagro: la serpiente sacó su
lengua y besó la oreja de la actriz. Avedon hizo sólo una
toma, la convirtió en poster y vendió dos millones de copias.
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