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EL RECORTE A LOS JUBILADOS. LA FETICHIZACION DE ALFONSIN
Cuando la tijera viene colmada de ideología

La imagen de Alfonsín todopoderoso, un recurso político. Los límites que ni
la UCR ni el Frepaso pueden transgredir. Las cuentas que
no cierran por ningún lado. La eterna galera del mago Cavallo. La historia del déficit del sistema previsional. Y buenos deseos, que falta hacen.
OPINION

Por Mario Wainfeld

¿Qué hubiera podido pensar de Raúl Alfonsín un analista desinformado y desprevenido que hubiera recorrido las noticias provenientes de Argentina por estas horas? Hubiera concluido que era una mezcla de Vladimiro Montesinos, Hugo Moyano, Raúl Moneta, Juan Perón y León Trotsky. Un ideólogo potente e irreductible, un poder detrás del trono, el dueño de resortes económicos y mediáticos, el as de las movilizaciones callejeras, el líder de un movimiento de masas, entre otras variables, todo junto en un solo cuerpo.
La oposición de ese hombre al plan de ajuste presentado por el Gobierno sería, según la historia oficial que se escribe en medio del incendio, un obstáculo insalvable.
“Los mercados” braman. Alfonsín está en contra, nada será posible. De igual modo pontifican los matutinos de negocios que se venden en la Capital de esta comarca del Sur (tres, nada menos). Y aun el tradicional La Nación le dedica un editorial al ex presidente sugiriéndole que cuide sus palabras.
El hombre es un imán para los medios, aun los de registro más liviano. En un programa “para mujeres” Marcela Tinayre mecha un reportaje a Fernando Peña con un televoto que habla por sí solo: “¿Está Alfonsín poniéndole palos en la rueda al gobierno?”, le pregunta a las atentas teleescuchas. Cuando llegan los primeros votos escrutados (59 por el “sí”, 41 por el “no”) la hija de Chiquita Legrand se sorprende: ella esperaba más votos por el sí.
En una tensa charla de quincho en Olivos José Manuel de la Sota se lo espeta de cuerpo presente a De la Rúa: “Fernando: la gente no sabe si el poder está en la Rosada o en Santa Fe al 1600”. Santa Fe al 1600, tal parece, es la versión actual de lo que alguna vez fue Puerta de Hierro.
Y sin embargo...

Una visión parroquial

Y, sin embargo, una visión parroquial, empírica, localista sugiere que el demiurgo no es tal. Que Alfonsín es, hoy por hoy, un dirigente de menguado poder. Es, a no dudarlo, el líder de su partido pero no controla a los intendentes ni a los gobernadores radicales, ni aun menos al Presidente. Es una figura reconocida públicamente pero, como ya le ocurriera en 1997 en las vísperas del parto de la Alianza, no está en condiciones de garantizarle a sus correligionarios un segundo puesto en la cercana elección bonaerense.
No maneja resortes institucionales, ni mediáticos. Para colmo, el protagonista que el todopoderoso establishment financiero presenta como un cuco no ha sido a lo largo de su carrera un gladiador imbatible ni siquiera uno incapaz de darse por vencido. Antes bien, en las dos peleas más duras que enfrentó, las que terminaron con la obediencia debida y el pacto de Olivos, eligió como estrategia la rendición casi incondicional.
Tampoco se jugó a fondo cuando Chacho Alvarez puso en crisis a la Alianza denunciando corrupción en el Senado. Allí transitó una media agua que hoy parece volver a fatigar aunque lo tilden de extremista.
¿Es creíble que el poder económico no pueda torcer esa muñeca a la que doblegaron, con relativa facilidad, Aldo Rico y Carlos Menem? No, es manifiestamente increíble diría un observador local, sensible a lo que sus ojos ven y su memoria recuerda. No, más vale que no, respondería si se valiera tan sólo de la lógica cartesiana, del sentido común y no creyera en embelecos, en rastreras mitologías fraguadas en la city.
¿A qué viene esa fetichización del poder menguante de un político de fuste, en el ocaso de su carrera? ¿Qué quieren los que le piden a Fernando de la Rúa que le saque tarjeta roja (signifique lo que signifique esa tarjeta roja)? Quieren exorcizar la mediación política, que Alfonsín representa muy bien, en virtudes y defectos. Cuando los mercados y a su vera el PJ le exigen a De la Rúa que lo expulse, quieren conseguir que confiese en voz alta un hecho que ya tiene larga data: que ha renunciado a la Alianza que lo llevó al poder. Y que aplique un programa que jamás ningún presidente ungido por el voto pudo poner en marcha pues sólo es pasible de ser implementado en un escenario de supresión de garantías constitucionales.

Las razones de Alfonsín

Desmesurado es el poder que la vulgata liberal le atribuye a Alfonsín, delirante el tributo que le pide el Gobierno. Ningún dirigente de un partido popular puede bendecir un ajuste perversamente liberal que carga la parte del león del pago de la crisis sobre los jubilados.
Se suele tildar de ideologistas a quienes, como los dirigentes del Frepaso residual y Alfonsín, defienden estándares mínimos de dignidad para los más desfavorecidos. Pero no hay nada más ideológico, esto es más poblado de valores, que priorizar el interés de los acreedores externos o de las privatizadas sobre el de los jubilados autóctonos. Si una deuda se honra y otra se profana es porque sus acreedores valen distinto a los ojos del pagador. Si eso no es ideología (ideología derechista y cipaya por decirlo con eufemismos) la ideología dónde está.
Alfonsín es un político dubitativo, pródigo en dobles señales usualmente culposas (recuérdese el Punto Final en el que se encubría una amnistía detrás de una orden de investigar o la famosa “la casa está en orden”) pero echar por la borda las mínimas banderas democráticas y liberales es una demasía.
Demasía que tuvo en una semana pródiga en escenas de parodia, momentos cúlmines. Uno de ellos fue la cena entre el Presidente, el líder de la UCR y los gobernadores aliancistas. En su transcurso Alfonsín retó de viva voz a De la Rúa, le espetó que no controla a todo su Gobierno, acusó al oficialismo de operaciones en su contra más graves que las que urdieron los peronistas o los militares. Mientras Alfonsín se desgañitaba (literalmente porque estaba muy congestionado) De la Rúa le concedía parte de razón y lo instaba a una conferencia de prensa para exteriorizar su apoyo. “Parecía autista”, cuenta un asistente y su diagnóstico podría servir para pintar otros encuentros. O toda una gestión de gobierno.

A la manera de Sherezade

–Cavallo llega el lunes y dice: “Presidente, hay que hacer tal cosa y mañana los mercados entienden, baja el riesgo país y comienza la reactivación”. De la Rúa le hace caso, el riesgo país vuelve a subir. El martes Cavallo, como si tal cosa, explica “ahora hay que hacer esto otro y las variables cambiarán dramáticamente”. Y vuelve a salir todo mal. Adivine qué pasa el miércoles, propone la figura del Gobierno, narrando las reuniones de gabinete como una remake de Las Mil y una noches. La gestión del ministro de Economía es, en efecto, un doble record: de iniciativas fracasadas que se suceden y se contradicen y de knocks downs no registrados, que el ministro, como suelen hacer los boxeadores, intenta negar sobreactuando la quinesis ulterior a cada caída, haciendo visajes que lo demuestran entero.
Ahora el viraje ha sido de 180 grados, de la búsqueda de la reactivación y la competitividad al déficit cero. El hecho generador es innegable: el sector público argentino no tiene más crédito. La consecuencia que de ello se desprende –el faltante de caja lo tienen que aportar básicamente los jubilados– es una decisión política..
Vale la pena recordar que el déficit sideral del sector público tiene dos componentes esenciales: los intereses de la deuda y el desfinanciamiento del sistema previsional. Ambos son la enseña que Cavallo nos legó. El último fue engendrado durante el emirato de Carlos Menem. El,en ese entonces, diputado Juan González Gaviola (hoy vicegobernador de Mendoza) anticipó en el Congreso que si las AFJP no se hacían cargo de los costos de la transición de un sistema a otro, se produciría la quiebra del sistema público y un enriquecimiento perverso del privado. Cavallo perdió por goleada esos debates a la hora de sopesar argumentos pero los ganó con el voto de los compañeros peronistas. Las consecuencias, tan previsibles que fueron preavisadas, están a la vista hoy. AFJP podridas en plata que no asisten a nadie y déficit que es de todos. Cavallo prometió entonces un floreciente mercado de capitales. Se solicita a los lectores que lo busquen, se recompensará bien si lo llegaran a hallar.
Que Cavallo, padre del modelo y del déficit previsional proponga una poda a las jubilaciones no es una paradoja pero sí una afrenta. Es además, poco serio, aunque digan otras cosa los gurúes del poder económico.
Así lo reconoce ante Página/12 una fuente del Gobierno, que pide anonimato. “Va a ser imposible cumplir con lo que dice Mingo, calcular mes a mes lo recaudado y liquidar todas las deudas del Estado en consecuencia. Eso toma un tiempo, la recaudación se conoce recién a fin de mes y por lo tanto, habría que pagar todo 20 o treinta días después, desagiados para colmo”. El funcionario es uno de los pocos que Cavallo respeta y estima. Página/12 lo recuerda y le pregunta: ¿Usted, que tiene “entrada” con él, le comentó eso? Adivine la respuesta. Le damos una ayudita: tome en cuenta que hablamos de una corporación política proclive al autismo.
“Si algo conmueve a De la Rúa es el equilibrio fiscal. Está convencido de que suprimir el déficit es el comienzo del despegue”, describe un integrante del Gobierno que no quiere mal al Presidente. Tal vez así sea pero cuesta imaginar que De la Rúa, hombre obsesivo si los hay, crea que son sean correctos los cálculos que con enorme frivolidad han prodigado los cavallo boys. Podría decirse que pululan en la Rosada cuentas de almacenero pero en rigor éstas son simplistas pero no erróneas. Economía no ha terminado de determinar el montante de la quita por venir. Ni que esa quita vaya a alcanzar el mes próximo o el otro.
En verdad, la jugada es política. Escenifica poder, mejor dicho una demostración de fidelidad: probar que el Gobierno se subordina sin más al poder financiero. Quienes dicen que hay, dendeveras, una solución al déficit, sencillamente mienten. Una práctica en la que están bien entrenados. Tras esa agresión vendrá otra, otro cercenamiento de derechos adquiridos, otro asedio a lo que de Estado y gobierno queda: el Banco Nación, el sistema de salud, las mínimas regulaciones laborales que sobreviven aquí y allá.

La coalición imposible

“Tenemos que gobernar los ejecutivos y no hacer caso a los que hablan desde afuera.” La frase de Patricia Bullrich propendía a sugerir una coalición transversal entre quienes tienen responsabilidades de gestión (incluidos los gobernadores peronistas) y los que no, que serían de palo (incluidos Alfonsín y los frepasistas que no se disciplinaran tras Cavallo). Y proponía seguir adelante sin dar baza al radicalismo o al Frepaso. Jorge de la Rúa, Horacio Jaunarena y Juan Pablo Cafiero pidieron que se debatieran las medidas con los partidos aliados. El Presidente, fiel a su esencia, hizo las dos cosas: emitió la decisión haciendo gala de su capacidad de decidir y luego comenzó a discutirla.
Esa coalición también subyace en discursos de flagrante precariedad, que pululan por la city y por la Rosada. Un buen articulador entre esos dos espacios es el amigo presidencial Fernando de Santibañes, quien se lleva el Oscar en medio de la esquizofrenia que campea en estos días: asesora personalmente al Presidente y trabaja con los sectores del CEMA que apuestan a un golpe de Estado institucional. La propuesta sería desplazar a radicales díscolos y los frepasistas que sobreviven y armar un gabinete con integrantes del delarruismo, Acción por la República y figuras prominentes del peronismo. Parece misión imposible conseguir un peronista de predicamento que acepte incendiarse en un gobierno agonizante. Y es un dislate dar por cristalizados escenarios posteriores a octubre en un país en que una semana parece un lustro. Sin contar que nadie puede hacer pactos a futuro sin saber el resultado de la elecciones. Pero los extraños operadores políticos de la movida –los hijos del presidente, Santibañes, por momentos Armando Caro Figueroa– la siguen impulsando.
Los gobernadores peronistas no dieron la impresión de estar muy motivados en inmolarse con el Gobierno. Su reunión del viernes con el Presidente fue durísima. Carlos Ruckauf hasta amagó con irse y luego compitió (perdió por poquito) con De la Sota a la hora de zarandear a Fernando. En un momento quedaron en una punta del quincho los visitantes, cabildeando. De la otra el Presidente. Yendo y viniendo, el jefe de Gabinete Chrystian Colombo buscando un mínimo de armonía. Todo un símbolo de la ansiedad del Gobierno, de la incomunicación, de su carencia de recursos. “Si no arreglamos antes del lunes, se caen los bancos”, espetó Colombo, el interlocutor oficialista más valorado por “los gobernas”. Sus invitados replicaron que no era su responsabilidad. Colombo y Bullrich confían en que sea parte de un regateo, del reclamo de emisión de un “bono federal” aplicable a todas las provincias que Cavallo resiste.

Límites

¿Cuál es el límite de un gobierno popular? ¿No lo transgrede quien, a sabiendas de que es una medida inútil por insuficiente poda salarios y jubilaciones de hambre para saciar a mercados insaciables? ¿Cuál será el precio, para la democracia argentina de instalar la conflictividad social desde un gobierno de base popular? Son preguntas que el riesgo país no pondera. Elegido por el voto de los argentinos, tironeado por los mercados para que se transforme en una suerte de Bordaberry del año 2001, el Presidente cavila. Hasta ahora sus dudas sólo han desembocado en otras dudas o en decisiones lamentables. “Que Dios lo ilumine”, concluía, quizá con más sorna que buena leche, el documento que le entregaron anteayer los gobernadores peronistas. De buena onda, que así sea.

 

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