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LA CRISIS SEGUN LOS EXPERTOS EN OPINION PUBLICA
Viendo la mano del Presidente

Röhmer, Zuleta Puceiro y Mora y Araujo analizaron los jugadores
en la crisis: el papel de los medios, el enfrentamiento con los gobernadores justicialistas, los escenarios posibles, la relativa importancia del Congreso, la posición de De la Rúa.

Para Graciela Röhmer, ya “desde mediados del año pasado se evidencia la retracción de las expectativas y de los niveles de apoyo de la sociedad al Gobierno”. La crisis, explica la socióloga, es “que se llegó al punto máximo de tensión entre posturas claramente bifrontes: la presión de los mercados y la presión de la sociedad. El problema es que la posibilidad de respuestas son mutuamente excluyentes en una economía de recesión y falta de confianza de los mercados. Hay una notable impopularidad del Gobierno, incluso entre sus propios electores. A veces me gustaría ser vidente, tengo mis dudas sobre si esto se puede sostener hasta octubre”.
Enrique Zuleta Puceiro ve una diferencia entre esta crisis y las anteriores, que “fueron producto de ondas expansivas de otros centros, y ahora por primera vez el país es el epicentro y la causa de otras crisis. La Argentina estaba acostumbrada a mirarse en el espejo del mundo y ahora no tiene espejo. Hoy no importa el Congreso, el mercado mira la relación con los gobernadores peronistas. Otra variable a tener en cuenta son las opiniones de la oposición interna del gobierno. Los mercados no se conmovieron con Menem preso, pero se mueven con velocidad ante cualquier cosa que diga Alfonsín. Otro actor político nacional principal son los medios de comunicación. Se supone que los economistas dicen siempre lo mismo, en cambio los periodistas están acreditados y son los que promueven un cambio”.
Para Zuleta Puceiro, hay un peligro que no debería preocupar: “De la Rúa no va a renunciar ni mucho menos. Es una figura más firme y autónoma de lo que muchos creen. Demostró paciencia, capacidad para manejar los tiempos políticos, toleró y escuchó opiniones fuera de lugar del interior de su propio partido y maneja bien la relación con los gobernadores y los banqueros. Tiene virtudes políticas para funcionar bien ante la crisis y además no hay nadie que le pueda disputar su espacio. No hay una figura fuerte a la que la gente escuche y siga”.
Manuel Mora y Araujo ve tres escenarios posibles de aquí en adelante: “El primero es que a partir de esta crisis la economía se reequilibre. Entonces el Gobierno podría ganar tiempo y comenzar a dar señales de avance en el control del gasto, ofrecer tranquilidad a los mercados y podría venir un proceso de baja del riesgo país. De todos modos seguirá la puja entre De la Rúa y la Alianza, y entre Cavallo y los gobernadores justicialistas. Otra posibilidad es seguir a los tumbos y quedar en una indefinición. El tercer escenario sería que todo se venga abajo y se desencadene una corrida contra el peso, que la gente saque sus depósitos de los bancos, se produzca la devaluación y una inflación galopante, y se desmorone todo el sistema económico. En ese caso el default es inevitable. No creo que haya, como en otros países, posibilidad de una devaluación controlada. Si esto sucede es posible que la caída arrastre al gobierno y va a ser necesario un acuerdo, pero sobre las cenizas. Personalmente le apuesto más al primer escenario. En ese caso, en octubre no va a pasar nada significativo ni conmovedor, ni a favor ni en contra del Gobierno. Va a haber un Congreso parecido al actual.
“Mirando hacia el 2003 hoy hay jugadores tranquilos que van a comenzar a moverse y se va a generar un proceso más dinámico. El justicialismo se va a poner en marcha, el Frepaso tendrá que definirse y los radicales deberán decidir si acompañan o no al Gobierno”.

 

OPINION
Por Miguel Bonasso

LA CRISIS SEGUN PAPINI Y FIDEL
Las dos profecías

Uno escribió un cuento sobre un millonario que se compra una República que tiene escalofriantes semejanzas con la nuestra. Otro explicó, matemáticamente y con todo detalle, por qué Pitágoras prueba que la deuda externa es simplemente impagable.

Satán será liberado de su cárcel Y saldrá para reducir a las naciones, Gog y Magog...
(APOCALIPSIS, XX, 7)

Profecía Uno

La primera profecía, admirablemente plantada en el mundo por el escritor católico italiano Giovanni Papini, pasó de largo por mi conciencia cuando leí su libro Gog a finales de mi adolescencia. Tuvieron que transcurrir más de cuarenta años para que el capítulo “La compra de la república” regresara para quedarse, cuando me lo envió por e-mail una lectora. Con sagacidad, Silvia Teitelbaum lo proponía como metáfora en marzo pasado, cuando Domingo Felipe Cavallo llegó con lujo de fanfarrias a ocupar la Regencia bajo la mirada obnubilada de Fernando Séptimo. Después los pujos pseudoindependentistas y pseudokeynesianos del Regente postergaron la divulgación de la portentosa anticipación de Papini, escrita en 1932. Pero los acontecimientos apocalípticos de los últimos días volvieron a tornar imprescindible su publicación.
El Gog de Papini es un multimillonario norteamericano, nómade y enfermo de los nervios, que pasea su mirada –lúcida y perversa– por lo que el autor llama “el mundo cosmopolita” y resulta –como el “Cambalache” de Discépolo– la quintaesencia de la modernidad y ciertamente de la posmodernidad. Los avatares cada vez más ominosos del riesgo-país confirman la belleza sombría del augurio de Papini y ubican al Regente en su verdadero lugar como mandatario vapuleado y finalmente sumiso de los dioses oscuros que se ocultan bajo el engañoso ropaje de “los mercados”.
A continuación, los párrafos centrales de “La compra de la república”:
“Este mes he comprado una República. Capricho costoso y que no tendrá imitadores. Era un deseo que tenía desde hace tiempo y he querido librarme de él. Me imaginaba que el ser dueño de un país daba más gusto (...)”
“La ocasión era buena y el asunto quedó arreglado en pocos días. El Presidente tenía el agua hasta el cuello; su ministerio, compuesto de clientes suyos, era un peligro. Las cajas de la República estaban vacías; imponer nuevos impuestos hubiera sido la señal del derrumbamiento de todo el clan que se hallaba en el poder, tal vez una revolución (...)”
“Un agente americano que se hallaba en el lugar me avisó. El ministro de Hacienda corrió a Nueva York: en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de dólares a la República y además asigné al Presidente, a todos los ministros y a sus secretarios unos emolumentos dobles de aquellos que recibían del Estado. Me han dado en garantía –sin que el pueblo lo sepa– las aduanas y los monopolios. Además, el Presidente y los ministros han firmado un ‘covenant’ secreto, que me concede el control total sobre la vida de la República. Aunque yo parezca, cuando voy allí, un simple huésped de paso, soy, en realidad, el dueño casi absoluto del país (...)”
“El espectáculo, para mí, es bastante divertido. Las cámaras continúan legislando, en apariencia libremente, los ciudadanos continúan imaginándose que la República es autónoma e independiente y que de su voluntad depende el curso de las cosas. No saben que todo cuanto se imaginan poseer –vida, bienes, derechos civiles– depende en última instancia de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí.”
“Mañana puedo ordenar la clausura del Parlamento, una reforma de la Constitución, el aumento de las tarifas de aduanas, la expulsión de los inmigrados. Podría, si me pluguiese, revelar los secretos de la camarilla ahora dominante y derribar así al gobierno, desde el Presidente al último secretario.”
“Esta potencia oculta e ilimitada me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todos los fastidios y la servidumbre de la comediapolítica es una fatiga bestial, pero ser el titiritero que detrás del telón puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a su movimiento, es una voluptuosidad única. Mi desprecio de los hombres encuentra un sabroso alimento y mil confirmaciones (...)”
“Yo no soy más que el rey incógnito de una pequeña República en desorden, pero la facilidad con que he conseguido dominarla y el evidente interés de todos los iniciados en conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones, tal vez más vastas e importantes que mi República, viven, sin darse cuenta, bajo una dependencia análoga de soberanos extranjeros. Siendo necesario más dinero para su adquisición, se tratará, en vez de un solo dueño, como en mi caso, de un “trust”, de un sindicato de negocios, de un grupo restringido de capitalistas o banqueros. Pero tengo fundadas sospechas de que otros países son gobernados por pequeños comités de reyes invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza que continúan recitando con naturalidad el papel de jefes legítimos.”

Profecía Dos

En agosto de 1985, Fidel Castro convocó a una gigantesca reunión en La Habana para tratar el tema de la deuda externa. Hubo más de mil doscientos asistentes, entre los que descollaban personajes de fama mundial como Gabriel García Márquez y líderes populares en oposición a sus respectivos gobiernos como el brasileño Luiz Inacio Da Silva (“Lula”), pero faltaron los mandatarios latinoamericanos en actividad. La tesis central de Castro era que la deuda de la región era impagable y debía ser condonada para propiciar el despegue económico. En aquel momento el Subcontinente debía menos de 400 mil millones de dólares que equivalían a poco más de un tercio del gasto mundial en armamentos.
Estuve allí en el Palacio de las Convenciones y escuché el discurso de cierre que pronunció el líder cubano. “Apenas” dos horas y veinticinco minutos que para el record histórico de Fidel distaban de representar un discurso largo. En uno de sus tramos principales analizó la política del presidente peruano Alan García de no destinar al pago de la deuda más allá del diez por ciento del ingreso por exportaciones y demostró que aún un pago módico como ese mantenía a las naciones deudoras atadas a un compromiso que se multiplicaba geométricamente. Sus cálculos de hace 16 años, cuando la deuda argentina era de 49 mil 300 millones de dólares, explican desde el pasado la encerrona actual. Dijo Fidel:
“Me culpan a mí de decir que la deuda es impagable. Bien. La culpa hay que echársela a Pitágoras, a Euclides, a Arquímedes, a Pascal, a Lobachevsky, porque son las matemáticas las que demuestran que es impagable. El gobierno de Perú dice que va a pagar con el 10 por ciento durante un año. Yo digo: bien, que América Latina aplique la fórmula de pagar solo con 10 por ciento no un año, sino 20 años, ¿qué pasaría? Suponiendo que haya 20 años de gracia, nada de amortizar capital y se pague sólo el 10% de las exportaciones por los intereses de la deuda y, aunque las exportaciones crecieran por encima de 100 mil millones al año, que el pago de intereses no rebasara los 10 mil millones anuales, con una tasa de interés aproximadamente igual a la actual y que no se contraigan nuevos préstamos ¿qué pasaría? América Latina habría pagado, en 20 años, 200 mil millones de dólares. Y al cabo de 20 años –cuando se sumaran el capital y los intereses y, a su vez, los intereses capitalizados empezaran a cobrar intereses, con esta fórmula del 10% y suponiendo que nunca pagaran más de 10 mil millones por año, la América Latina deberá 2 billones 75.140 millones de dólares, más de cinco veces lo que debe hoy.”
“Una segunda variante, ‘milagrosa’, supone 20 años de gracia, que se paguen los intereses de la deuda con el 10% del valor de las exportaciones, aunque pase de 100 mil millones a 200 mil; que la tasa de interés se mantenga como la actual y que las exportaciones se incrementen en la cifra fabulosa del 10% por año durante 20 años. ¿Qué pasaría al cabo de 20 años? Se habrían pagado 572.752 millones de dólares de intereses. ¿Y saben cuánto se debería en ese fabuloso e hipotético caso? 1.198.715 millones de dólares, aproximadamente cuatro veces lo que se debe hoy.”
“Una variante súper óptima: que sin un centavo nuevo de préstamo logren el milagro de encontrar los mercados, los precios, todo, para incrementar las exportaciones a una tasa promedio del 10 por ciento durante 20 años, con un 6 por ciento de interés y pagando los intereses de la deuda con no más del 10% de las exportaciones cada año. ¿Qué pasaría al cabo de 20 años? Habrían pagado 427.292 millones de dólares por concepto de intereses y todavía la deuda pendiente será de 444.681 millones. Casi 100 mil millones más que lo que se debe ahora, ¡’brillante’ porvenir!, después de hacer toda clase y todo género de milagros!”.
En 1992, en el marco del Plan Brady, Domingo Cavallo renegoció la deuda externa, que entonces alcanzaba los 62 mil millones de dólares y le aseguró al país que se postergaban los pagos y se reducirían –ahora sí– los montos, gracias a la venta de las empresas del estado. Una década más tarde, la deuda externa pública suma 147.667 millones de dólares y casi 200 mil si se le anexa la privada. Y el gobierno ha caído en default ante sus propios ciudadanos para seguir “honrando” lo que Pitágoras sabe que es impagable.

 

OPINION
Por Mempo Giardinelli

La democracia, estúpidos

Lo que el nuevo “cavallazo” hace, sin lugar a dudas, es colocar a la democracia ante una brutal prueba de fuego. Mucho más sutil que la Semana Santa del ‘87 y más directa y concreta que toda la década infame del menemismo, de la cual es corolario perfecto. Esta emergencia es mucho más que una crisis económica y es vital entenderlo: los ciudadanos estamos sometidos a un múltiple chantaje que exige convicciones firmes y acción civil. El chantaje es coordinado: de un lado un gobierno débil y genuflexo ante la presión de los ricos que ahora se llaman “mercados” y expresan su histórica vocación golpista mediante el uso de armas novedosas como el “riesgo país” y otros eufemismos.
Por otro lado tenemos a un ambicioso desesperado, ese Rasputín argentino que sirvió a la dictadura, al menemismo y ahora a De la Rúa. Es el mismo que tanto contribuyó a dinamitar la Argentina productiva e industrial y que hoy sigue sirviendo a sus amigos de siempre: la Banca Global con la que hace tan buenos negocios.
Como tercer protagonista tenemos a la dirigencia de la ya imposible Alianza. Empeñada en su inconducta política y encima ahora atontada, grogui, parece completamente incapaz de plantarse y poner freno a los chantajes anteriores. Es penoso ver cómo los verdaderos gobernantes de hoy son perdedores en las urnas de siempre, como Cavallo y Bullrich, mientras Alfonsín, Graciela y decenas de diputados y senadores se reúnen y declaman pero no se atreven a plantarse y ser coherentes aunque sea por esta dramática vez.
Una cuarta especie es la oposición justicialista, que navega entre la venganza, el silencio cómplice, las viejas impunidades y el oportunismo más despreciable, con lo cual sigue embarrando su propia historia.
El quinto elemento es el fascismo vernáculo, que fogonea la crisis con discursos apocalípticos y un impresionante poder en los medios. Exageran y mienten todo el tiempo desde cloacas radiales y televisivas, y halagan a los cuarteles y a los dinosaurios de la dictadura que están de nuevo ensoberbecidos gracias a la política militar suicida de De la Rúa y Jaunarena.
En sexto lugar, una dirigencia sindical en la que resulta muy difícil creer, incluso en sus expresiones supuestamente “duras”.
Y para completar el cuadro, la voracidad inmensurable de la banca extranjera, los grandes evasores, el empresariado suicida y los economistas guitarreros, todos ellos haciendo negocios y pervirtiendo a una sociedad exhausta.
La cuestión, ahora, es ver si la democracia es capaz de resistir. Y yo creo que sí, apuesto a que sí porque de esta crisis sólo saldremos adelante con más democracia. Es decir: con el pueblo plantado y resistiendo, como estamos resistiendo. La democracia argentina ha aprendido y está mucho más madura que lo que muchos creen. Es una democracia capaz de convertir el hartazgo y la bronca en acción de cambio, pero cambio en serio. Para salir de la convertibilidad de una buena vez y haciendo que el costo lo paguen los ricos. Para detener la dictadura economista. Para exigirle al Gobierno el real cumplimiento de lo que prometió y la sociedad votó en noviembre del ‘99.
Plantándonos, protestando y resistiendo no caerá De la Rúa –que debe terminar su mandato– pero sí caerá esta política económica infame, cretina y antisocial. No hay otra salida que sostenernos en la resistencia pacífica, seria, inteligente e inflexible. No es hora de bajar los brazos ni de resignarse.

 

OPINION
Por Sandra Russo

El nudo en la garganta

Con un pie en el vacío, con nubes negras de tormenta eléctrica sobre su cabeza y las de todos, el ministro de Economía recomendaba el miércoles a los ciudadanos argentinos controlar que el plomero nos entregue factura. ¿Se hablará castellano en las reuniones de gabinete? ¿Tendrán noción quienes están ahí dentro del nudo en la garganta que estrangula a millones de personas? Desde ayer el teléfono suena como cuando se ha muerto alguien querido: la gente se da mutuamente el pésame por el país ardido, fracturado, deshecho. Por la televisión una publicidad de agua mineral Villavicencio muestra el cruce de los Andes del ejército sanmartiniano en clave de clip posargentino: algo estaba naciendo, algo que no prosperó. Esta semana el Día de la Independencia fue distinto: en los colegios, el canto del himno fue entonado con una congoja colectiva.
Era inútil esperar la reacción de los mercados el jueves: el mecanismo hace rato que gira en falso. El coro griego de los funcionarios hace ademanes a cada rato, pero el mercado no quiere nuestros gestos: quiere nuestras cabezas.
Siempre hubo algo deseable en este país inexplicablemente enamorado de su propia derrota. Hasta en la dictadura, lo deseable era que la dictadura terminara. Lo que hoy anuda las gargantas de todos, mientras Cavallo da sus consejos pueriles y dice tener cifradas esperanzas en que el olmo dé peras, es que no hay horizonte. No hay ventana. No hay aire. No hay nombres ni apellidos. No hay rumbo. No hay, en fin, deseo que pueda ser puesto en el acto de salir a la calle a defenderse, o de esperar a que De la Rúa se vaya para que llegue ¿quién?
Una vez y otra vez la patada en los huevos recae sobre los mismos, una vez y otra vez se exhorta al esfuerzo a quienes de esforzarse tanto ya no tienen más resto. El miércoles, lo menos que se esperaba, era que se nos hablara en serio. Que las famosas reglas de juego a las que adscribieron cinco tipos cuando vendieron el patrimonio del Estado puedan ser revisadas en virtud de esta situación límite que sigue produciendo ganancias millonarias que salen del país, mientras ése país, éste país, acaba de inaugurar su ruina. Mientras se nos sigue aconsejando controlar al plomero, se aprieta el nudo en las gargantas: no hay furia, no hay resistencia. La Argentina yace hoy bajo la garúa de su profunda melancolía.

 

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