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EL RESTAURANTE QUE COBRO 62.000 DOLARES POR UNA COMIDA PARA SEIS
La cena más cara del mundo

Se llama Petrus y queda
en Londres. Allí la semana pasada un grupo de seis hombres se anotó el record de la cena más cara:
superó los 10.000 dólares per cápita. El secreto radica en la lista de vinos. En Buenos Aires, por mucho que uno quiera gastar, esas cifras no se consiguen.

La lista de vinos de Petrus: los precios, claro, están en libras esterlinas.

Por Richard Adams *
Desde Londres

¿Tuvo una buena semana en el trabajo? Es hora de celebrar: cena con sus colegas, unas botellas de un vino decente. No se preocupen, dice el jefe, la empresa paga. Y luego llega la cuenta que suma... 62.040 dólares. A esta altura probablemente es inútil tratar de decir “pero yo no comí entrada”, mientras uno se deliza hacía la puerta murmurando algo acerca de tomar el último subte. Mejor quedarse quieto, esperar que la tarjeta de crédito del jefe soporte la tensión, y empezar a gozar el ser parte de la cuenta de restaurante más cara del mundo. Si usted asiente al leer estas líneas anteriores, entonces es uno de los seis hombres que juntos gastaron 62.000 dólares la semana pasada en Petrus, el restaurante de Londres recomendado por la guía Michelin y dirigido por Gordon Ramsay.
“Ni parpadearon cuando recibieron la cuenta”, dijo Ramsay de los seis hombres de entre 35 y 45 años que consumieron tres botellas de Chateau Petrus claret que costaban una combinación de 46.950 dólares. Sí, leyó correctamente: tres botellas que valen un promedio de 15.650 dólares cada una. Una botella de la cosecha 1945 cuesta 16.300 dólares, seguida por una botella de 1946 que cuesta 13.300 dólares (por supuesto, el año 46 no fue un buen año), y luego hacia arriba, a un altamente estimado año 47 por valor de 17.300 dólares –”un gran vino, poderoso,” según un experto del departamento de vinos de Sotheby’s–. Un vino para el postre, un Chateau d’Yquem 1900, de 12.900 dólares y una botella de Montrachet de 1982 a unos meros 2000 dólares redondearon la cena, más 420 dólares por la comida misma. La cuenta total fue de 10.300 dólares por cabeza, ganándole a la previa más cara de 6150 dólares por persona consumida en el restaurante Le Gavroche en Londres en 1997, según el Libro Guinness de los Récords.
Ramsay no dice quiénes eran sus clientes ni de dónde venían, aparte de describirlos como “gentlemen de la City”. Desde la semana pasada, las casillas de mensajes y los sistemas de intranet entre los banqueros de la City han estado zumbando con especulaciones, no tanto por la identidad de los comensales como por lo que estarían celebrando. “Los grandes festines no son tan raros –dijo un banquero que se especializa en préstamos–. Pero el mercado ha estado tan tranquilo últimamente que la gran pregunta es: ¿en qué andan? Nadie lo sabe con seguridad, pero apuesto a que no era el cumpleaños del jefe.”
Tradicionalmente, los gastos en jolgorios en la City suceden por uno de los siguientes eventos: la firma de un gran negocio con un cliente, la terminación exitosa de un evento de mucho dinero como una fusión o compra, o el pago de un bono anual. De éstos, la fiesta del cliente tiende a ser un asunto más sedado, porque el cliente puede molestarse por los excesos -alcohólicos y de dinero– pagados con los honorarios cobrados. Las celebraciones por un bono tienden a ser más cortas y sólidas –digamos, comprando un Lotus Elise, o el más tradicional Rolex Oyster– en lugar de largas y líquidas, porque el costo sale de los bolsillos de un banquero individual.
La verdadera perla de las celebraciones tiende a ser la fiesta post negocio, porque utiliza el dinero de otra gente, no sucede bajo el ojo desaprobador del cliente, y está justificado por los enormes honorarios que se cobraron. Y es por eso que 62.000 dólares se pueden pasar por gastos: es un pequeño precio para el banco o alguien similar a pagar si quienes celebran acaban de ganar 14 millones de dólares de un solo golpe.
Para poner este tipo de cifra en contexto, el banco Dresdener Kleinwort Wasserstein aconsejó sobre las fusiones europeas y los negocios de compras por un total de 102 mil millones de dólares en los primeros seis meses de este año solamente. Merrill Lynch, una de las grandes empresas de inversión, ganó mil millones de dólares por la compra-venta de acciones en los primeros tres meses de este año. Como explicó el jefe de relaciones públicas de un gran banco europeo: “Si uno es el jefe de departamento ysus “fabricantes de lluvia” (la gente responsable de generar grandes negocios) quieren pedir el Chateau Petrus, uno no dice que no. Uno pregunta, “¿El 1945 o el 1946?”
En realidad, lo más extraño sobre la cuenta de Petrus, aparte de su tamaño, es la publicidad que ha recibido. Hasta los que ganan mucho dinero son conscientes del difundido displacer del público por los nuevos ricos haciendo ostentación, y existe una tendencia a que las fiestas más caras tengan lugar en ciudades como París o Nueva York, fuera de la vista de celosos colegas, competidores y la prensa. Este record de bebidas puede representar el ejemplo del boom financiero que empezó a comienzos de la década de 1990 y siguió subiendo durante 10 años hasta que la ola se quebró a principio de este año. Esos 62.000 dólares probablemente sean el último hurra de una generación que vio trepar los honorarios con las megafusiones y los comienzos de Internet, cuando todo se vendía como pan caliente antes de que llegara el invierno.
Pero desde marzo de este año la historia es diferente. La salvaje declinación en las acciones tecnológicas y el estallido de la burbuja de Internet significó que se descorchaban menos botellas. En abril, un memo de la gerencia del banco de inversión Crédit Suisse First Boston le pedía a su personal que bajara los costos para agasajar a los clientes. El memo decía: “Dadas las actuales condiciones del mercado, traten de mantener las cenas por debajo de los 10.000 dólares, especialmente cuando no haya un viaje de por medio”. La palabra clave es “traten”, lo que significa que una cena para 20 personas para celebrar un negocio costaría unos austeros 500 dólares por cabeza.

* De The Guardian de Gran Bretaña Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère

 

Un vinito

En septiembre llegará a Buenos Aires el vino más caro del mundo. Sus importadores ya anticiparon la pésima noticia: no alcanzará para todos. La empresa Gran Cru SA consiguió sólo cinco botellas de las cuatro mil cosechadas este año por la bodega francesa Domaine la Romanée Conti con la etiqueta Pinot Noir. Costo de la unidad: 3000 dólares, y sólo porque la cosecha es de este año. Uno de esos ejemplares, pero del ‘39, acaba de subastarse a 75 mil dólares. El precio está vinculado con el tipo de producción, extremadamente limitada. Esta variedad se cultiva en una sola hectárea de tierra de la Borgoña: sólo se producen 4000 botellas al año y “es muy difícil lograr que la bodega los venda”, explica Nicolás Levy, director de Grand Cru Argentina. “Como la producción es tan reducida, la demanda es infernal”, dice Levy. Después de varios meses de negociación, consiguieron importar cinco de las preciadas botellas junto con otras de menor valor. Aunque Francia ya terminó el proceso de envasado, la bodega no enviará los vinitos hasta septiembre porque, simplemente, consideran que el tiempo estará mejor para el traslado.

 

QUE SIGNIFICA UNA CENA CARISIMA EN BUENOS AIRES
La exclusividad porteña

Para comer caro en Buenos Aires hay que partir de un supuesto: nunca, aunque se insista, se encontrarán aquí los lujosísimos precios ingleses. Aun así, quien persista podrá localizar algunos mínimos reductos donde dejar unos 150 pesos por cubierto o beberse un vino de 1200. Existe aquí en la urbe porteña y en medio de la crisis.
Uno de los mejor entrenados en este tema es Ariel Rodríguez Palacio, director de arte culinario de la Escuela Argentina de Gastronomía. Desde allí parten algunos datos. “Nectarín, un pequeñísimo restaurante ubicado en un primer piso de Palermo, suele tener botellas de entre 600 a 1200 pesos”, explica antes de una advertencia: “Eso sí, tiene unos diez lugares”. Los otros lugares exclusivísimos en Baires son Tomo 1 y el restaurante del Hotel Alvear. Tanto es así, que un cubierto puede costar allí entre 120 y 150 pesos aunque los platos más caros en Argentina, dice el gastrónomo, son el resultado de una mixtura entre materia prima y marketing.
Los platos carísimos no son muchos. El “foie gras con trufas” por ejemplo, es uno de los privilegiados. Ese foie gras es en realidad hígado engrasado del pato que, como ave migratoria, suele alimentarse exageradamente antes de emprender su vuelo para tener reservas. “Algunos notaron lo exquisito del plato, especialmente en los patos de Pekín y Bavaria”, sigue Rodríguez Palacio. Aunque por este plato puede pagarse entre 35 y 50 pesos, no es el único privilegiado. Entre las carnes de pescado, al esturión suele considerárselo como plato digno para los reyes. Comerlo aquí implica tal vez contar también con un dignísimo presupuesto real: un plato se paga 50 pesos. El patito entero y el caviar iraquí son para el chef “prohibitivos” aunque les compite en precio el ecrevisse, un cangrejo de río muy sofisticado.
Entre los sommeliers, la sensación es idéntica. Aunque exista el mayor costo de producción, no es posible que una mesa de tres personas supere los 500 pesos. Para Fabricio Portelli –uno de ellos– ni siquiera se puede encontrar en Buenos Aires un Chateau Petrus cosechado en el ‘45. El más viejo aquí es del ‘93 y cuesta 1200 pesos en un restaurante, aunque por unos 500 pesos puede conseguirse en alguna vinoteca. De todos modos, las ventas de estas etiquetas son tan pocas que no hay bodega de restaurante o cava con más de dos botellas. Para reemplazarlo, puede pedirse, entre los más antiguos, un Monchenot cosecha 72 y apto por 80 pesos para acompañar una rica cena.

 

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