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“El gobierno de Ricardo Lagos se
rindió, hizo lo de Poncio Pilatos”

El sociólogo de izquierda Tomás Moulián es uno de los analistas más consultados a la hora de descifrar la realidad política chilena. En este reportaje, su balance del caso político-judicial más extraordinario de la historia de su país.

Cientos de personas se manifiestan
en el centro de Chile contra el reino
de la impunidad.

Por Mercedes
López San Miguel

“Ricardo Lagos nunca habló como presidente, sino como rey, por encima de todo... por encima de los que sufren”, dijo a Página/12 el analista político Tomás Moulián, sobre el jefe de Estado chileno, a raíz el reciente fallo de la Sexta Sala de Apelaciones que dio el lunes el sobreseimiento temporal a Pinochet. Con tal decisión se congeló la posibilidad de enjuiciar –mientras dure su demencia objetiva– al ex dictador chileno en calidad de encubridor de delitos contra los derechos humanos.
–¿Era de prever el fallo de la Corte de Apelaciones de sobreseer a Pinochet?
–De ninguna manera me sorprende, creo que evidencia los límites estructurales y objetivos de la transición chilena. Pinochet es culpable sin duda, y lo único que se pudo alegar fue su demencia. Si comparamos a Chile con Argentina, salta la diferencia entre un país en transición -el nuestro- y otro que condena a los militares, y donde, por ejemplo, Videla está siendo juzgado por su participación en el Operativo Cóndor. Porque para ustedes el significado social es de repudio a los militares y acá la dictadura sigue en el imaginario social como terror eficaz, y sigue operando lapidario el régimen que creó Pinochet. Ahora sí, su figura quedó sumamente deteriorada, aunque no nos sea consuelo. Porque necesitamos castigar, para que la repetición, si existiera, fuera costosa. Hoy un reo se salva de la sanción jurídica, pero no la moral.
—¿Cómo vio al gobierno?
–El gobierno hizo lo de Poncio Pilatos, entregó el poder a la Justicia en alianza con el bloque militar/empresarial de más peso. Refleja, sin duda, el reconocimiento realista a la correlación de fuerzas con la prescindencia del Ejecutivo. Un gobierno que no se jugó por el esclarecimiento, se rindió ante los poderes fácticos, lo que tuvo notables consecuencias en la decisión de los jueces. El tipo de neutralidad del gobierno es una pésima señal de la Justicia. Y para el comandante del ejército es todo un éxito porque, de todas formas, él sabía que iba a suceder esto, y se anota un punto.
–¿Y cómo muestra al Poder Judicial?
–Vemos que la Justicia se deslegitima, porque no hace valer problemas sustanciales. Ya que estamos hablando de terrorismo de Estado, que no debería quedar impunes. De hecho, revela que el país que tenemos no es auténticamente democrático, no es un ejemplo para nadie. Creo que la fortuna se puso de lado de Pinochet porque le tocó una sala en donde era muy previsible –por la composición de sus miembros– que se decidiera la vía moderada, esto de que “hasta aquí llegamos”.
–¿Cree en la posibilidad de penalización al final?
–No creo que se lo procese porque hay confluencia de intereses tendientes al “hasta aquí llegamos”, el bando de los realistas que amortiguan sus conciencias de este modo: “Es un reo y siempre lo será, pero se salvó por demente”. Es muy poco probable que haya un vuelco en la Corte Suprema. Más aún, percibo que en la decisión de los jueces de la Sexta Sala de Apelaciones hubo un cálculo en favor de las próximas elecciones en el Senado, quiero decir, su decisión de tanto contenido político pudo deberse a que advirtieron que era probable que ganara la derecha. Claro, también podríamos ilusamente pensar que los jueces actuaron por la justicia misma.
—Con este fallo, ¿el gobierno mejora su relación con las fuerzas armadas?
–Por supuesto, porque la estrategia del gobierno es estar bien con los militares y los empresarios. El presidente Ricardo Lagos siempre mantuvo su prescindencia, nunca habló como político sino como rey, por encima de todo, de su corazón y sobre todo por encima de los que sufren. Odio decir que era algo que esperaba.

 

OPINION
Por Alberto Fuguet

Un cobarde

Como dijo un amigo, Pinochet terminó entrando a la historia por la puerta de servicio. Ningún escritor se hubiera atrevido a inventar un final tan deslavado, patético. Es, a final de cuentas, la historia de un cobarde, que sale con la suya, pero apenas. Lo mejor de todo esto es que, ahora que se acabó el juicio, podremos empezar a juzgarnos a nosotros mismos.

 

OPINION
Por Roberto Bolaño

Pinochet le fou

Siempre tuvimos la sospecha de que Pinochet estaba loco. Chile es un país de extremos y contrastes y los locos son bastante corrientes. Digamos que lo que más abunda en Chile son los locos y los resentidos, seguidos muy de cerca por los medrosos, aquellos que presienten (con razón) que nada es seguro y no mueven un pelo para no contribuir en lo más mínimo al desastre que se avecina y que pone en peligro de muerte los frágiles cimientos de una existencia que alguna vez (pobres diablos) se pretendió feliz y duradera. Pero la palma, pese a la pujanza de los medrosos, se la llevan los resentidos (no le deseo ni a mi peor enemigo permanecer a solas con un resentido chileno, durante, digamos, un fin de semana completo) y los locos. Estos, por descontado, se subdividen en varias categorías. La más común es la del artista chileno que se cree genial o poseedor de cierto talento. Su locura suele ser inofensiva. Y además invita a la risa, que siempre es sano. También está el loco alucinado, el loco al que todo el mundo invita a las fiestas “porque es tan chileno”, el loco celoso que huele las prendas de vestir de su mujer, el loco terrateniente que se cree Dios bebiendo chicha en cacho y el loco que un día, sin saber cómo, se manchó las manos de sangre. Probablemente los médicos que atendieron a Pinochet (en donde seguramente, por pura ley de probabilidades, ha de haber, si no un loco sí un resentido o por lo menos un medroso) hayan visto en los ojos de su paciente esta última figura. El loco que un día, sin saber cómo, se manchó las manos de sangre, abunda en nuestra historiografía. Algunos se han hecho acreedores de exégesis sin fin; otros terminaron en la oratoria y en la retórica y sé de uno que no se ruborizó cuando algún cráneo privilegiado lo llamó Cicerón de los Andes. Pasados los ochenta años, en este mundo caótico, la demencia senil siempre acecha. En Chile, la demencia senil puede comenzar perfectamente bien a los doce años (conocí más de un caso). Así pues, el fallo de este jurado científico, que me recuerda en más de un sentido el fallo de algunos jurados literarios, no me extraña en lo más mínimo.

 

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