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SUSANA RINALDI FANATIZO A LOS CATALANES EN EL GREC 2001
Buenos Aires puede ser un orgullo

El ciclo argentino en el festival catalán produjo una respuesta que sorprendió a propios y extraños. Rinaldi, Adriana Varela, Cecilia Rossetto, Los Macocos, �El amateur� y �El fulgor argentino�, entre otros, conformaron una embajada formidable.

Tango: Después de las actuaciones de Varela y Rossetto, Rinaldi vino a cerrar la trilogía de voces femeninas dedicadas al género porteño por excelencia.

Rinaldi y su quinteto
entusiasmaron al público barcelonés.

Por Eduardo Fabregat
Desde Barcelona

El vozarrón inunda el Anfiteatro Grec, y no hay rastros de las horas de plantón en Barajas, tras el show en Cartagena (el jueves) y gracias al paro de Iberia. Es que Susana Rinaldi gana el escenario, y cómo: en una noche que volvió a amenazar tormenta, La Tana fanatizó a la gente, que deliró desde que les disparó que “en la lengua catalana está el beneficio de la generosidad”. Rinaldi y su quinteto (Juan Carlos Cuacci en guitarra, teclados y dirección, Juan Esteban Cuacci en piano, Walter Ríos en bandoneón, Lila Horovitz en contrabajo y José Luis Colzani en batería) brindaron al Grec 2001 una velada intensa, otra cita de honor con la Buenos Aires tanguera.
Entre gritos de aliento y pedidos (alguien solicitó “Sin piel”, y ella respondió “Si canto eso les amargo la noche”), la mujer que hace poco provocó una polémica en Francia al decir “después de mí, todos son cero” demostró que, más allá de esas cuestiones matemáticas, lo suyo es impecable. Más de veinte títulos, con referencias a Discépolo (“Qué vachaché”, bien orillero), Cátulo Castillo (“Tinta roja”), Homero Expósito (“Sexto piso”), el clásico de Gardel/Le Pera “Melodía de arrabal”, incluso el tandem Piazzolla/Borges de “Alguien le dice al tango”, le dieron forma a otra noche caliente de Buenos Aires al Grec. Y que permitió un jocoso ida y vuelta al cantar –y hacer cantar, mezclada en la platea– el indestructible “Uno”.
Así, Rinaldi vino a cerrar la trilogía de voces femeninas dedicadas al género porteño por excelencia, en un ciclo al que aún le quedan un par de exponentes para alimentar la buena imagen que dejó aquí Buenos Aires: la orquesta El Arranque en La Paloma y Julio Pane Trío y Patio de Tango en la Plaza Real (la misma donde Calamaro vio a alguien “quemando el pasaporte con rabia”), mientras que en lo teatral solo resta La Modestia (Rafael Spregelburd) en la Sala Beckett. Pero lo visto supone un paso triunfal (signifique lo que signifique eso) por tierra catalana, con salas bien provistas de un público mayoritariamente español, que celebró todo con franqueza y pasión.
Borja Sitjà habla de la “diversidad” del ciclo (ver aparte), algo que salta a la vista pero no deja de sorprender a quienes saben la cantidad de rocas que el teatro encuentra en su camino en Argentina. La apuesta teatral pasó por El amateur, y Mauricio Dayub y Vando Villamil dejaron el Versus Teatre con los oídos dulces de aplausos que coronaron la historia de Lopecito y Pajarito. Los Macocos apenas podían salir de su asombro con las reacciones a La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi, que en la prensa local desató elogios a la ductilidad escénica de Daniel Casablanca, Martín Salazar, Gabriel Wolf y Marcelo Xicarts. En una víaabsolutamente diferente, Kleines Helnwein permitió el lucimiento de Belén Blanco en una obra de notable densidad y conexiones con una historia de nazismo que aquí es por demás conocida.
Sin dudas, el espectáculo que más sorprendió a los catalanes fue El fulgor argentino: no sólo por su ajustada representación de cien años de vida en esa extrañeza llamada Argentina, sino por el origen de Catalinas Sur y la labor de ese centenar de actores amateurs que montaron su club social y bailaron, cantaron y se movieron por el escenario con un encanto arrasador. Encanto es también lo que atraviesa Rojo tango, con una Cecilia Rossetto inspirada, conocedora del tango, el monólogo y la esencia catalana (“Yo los conozco, parecéis bastante duritos por fuera pero dentro el corazón se les estremece... lo sé porque me he casado con dos o tres”, disparó sobre las tablas del Teatre Principal, y los catalanes rugían de gusto). Adriana Varela y Juanjo Domínguez protagonizaron una noche de pura magia en el Teatre Grec: bajo un cielo blanco de tormenta, el guitarrista dejó boquiabiertas a dos mil personas que no podían creer lo que surgía de su guitarra en melodías tan conocidas como “La cumparsita”. La Varela, habituada ya al trato con españoles, creó una rara sensación de intimidad acuclillada en el enorme escenario, muñeca brava con una voz de seda y arena a la vez.
No podrá tomarse a esta aventura argentina en España como la conquista definitiva. Pero algo quedó claro: mientras las bolsas caen y los ajustes se suceden, todavía queda el arte. Y por lo menos el alma sudaca tiene un respiro. ¿Vale? Vale.

 

Claros y oscuros del Grec

La sorpresa. Era fácilmente predecible que las características de El fulgor argentino iban a llamar la atención de los catalanes, pero nadie se esperaba ese desborde de alegría rioplatense: al término de casi todas las funciones llevó la murga a la calle y, aun involuntariamente, los españoles presentes terminaban sacudiéndose con Catalinas Sur.
El fiasco. Joaquín Sabina, que prometía una noche encantadora y terminó cancelando su “solo” en el Convent de San Agustí.
La anécdota. La contó con placer el mismo Borja Sitjà: en el solo de China Zorrilla, la uruguaya recordó una representación de La gaviota de Chéjov, una escena en la que suena un disparo y alguien dice “llévate a esta mujer, que su hijo se ha volado la cabeza de un tiro”. El efecto especial fue tan desproporcionado que el actor finalmente dijo: “llévate a esta mujer, que su hijo se ha volado la cabeza de un... cañonazo”. Según Sitjà: “Ochenta años, dos horas y pico de charla, y no repitió un solo concepto, una sola anécdota”, decía admirado el director del festival.
El diálogo. Durante el show de Adriana Varela en el Teatre Grec, un catalán aprovechó una pausa para gritar “¡Oye, que regulen los parlantes!”. “¿Qué?”, preguntó Varela, y el hombre repitió el pedido. “Bueno, vamos a regular los parlantes... en cuanto descubramos qué es eso”, respondió la cantante entre risas de todo el auditorio.
El personaje. Dolores, la bailaora que Daniel Casablanca interpreta en La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi. Era todo un desafío encarnar ese papel aquí, pero ayudó el hecho de que los catalanes suelen reírse con ganas de los gitanos. Cada vez que aparecía, eso sucedía.
La noche cool. Brad Mehldau Trio en el Teatre Grec. El pianista hechizó la noche con material de Elegiac Cycle y Places, el disco que entrega relajadas canciones con nombres de ciudades.

 

EL BALANCE DE BORJA SITJA, DIRECTOR DEL FESTIVAL
“El teatro es un bien necesario”

Borja Sitjà no parece un funcionario enloquecido por la organización de un festival de la magnitud del Grec, sino una persona amable y apasionada que tiene lo que hay que tener para la labor: sentido común para la producción y, fundamentalmente, amor al teatro. Eso, según dice en la entrevista con Página/12, es también algo que distingue a Buenos Aires, y que llevó a que su expresión cultural en el Grec 2001 haya sido tan potente. “La actitud de la gente hacia el teatro, la que va y la que no va, es diferente. En Buenos Aires el teatro es un bien necesario, como en Londres o Moscú. Es imposible ir a Bogotá y explicar que estás haciendo un festival y que quieres llevar una delegación y eso... para mí ha sido técnicamente mucho más fácil traer a Buenos Aires que el año pasado a Nápoles... claro que Nápoles no es un buen ejemplo, ¿no? No estoy hablando de Stuttgart”, dice entre risas.
–¿Cuál es su balance hasta aquí de Buenos Aires al Grec?
–Bueno, faltan algunos espectáculos musicales, pero es muy bueno, conseguimos mostrar lo que queríamos mostrar, hemos tenido buenos comentarios, sobre todo por la diversidad que muestra dos extremos como Kleines helnwein y El fulgor argentino. Seguramente no hay grandes producciones, pero no esa no era la pretensión, sino enseñar espectáculos escritos por gente de allá y hechos por gente de allá.
–A diferencia de la Semana Argentina en Madrid, en las plateas hubo mayoría de público español...
–Sí, quizá por el hecho de que Madrid era más musical. Y esto es un festival, lo de Madrid era una cosa más concreta. El público y la prensa hicieron muy buenos comentarios, se agradeció mucho esta presencia que permitió enterarse del panorama del teatro argentino. Y hubo mucha actividad política entre Jorge Telerman y Ferrán Mascarell (director del Instituto de Cultura de Barcelona), con lo que es posible que pronto haya un retorno de esto en Buenos Aires.
–Usted fue director del Odeón de París durante diez años, y conoce bien la gestión cultural europea. La realización de estos eventos, ¿depende de la infraestructura o de la voluntad política?
–Siempre hay una cuestión de infraestructura, pero si hoy es diferente es algo que se construye históricamente. Con Buenos Aires tuvimos una respuesta positiva y muy seria a lo que planteamos. Pero repito, Buenos Aires es extraña, especial, tiene mucho amor al teatro, y no lo digo en un sentido cursi. Los artistas tienen la palabra, sólo por lo que han hecho en el escenario: si a Alfredo Alcón, Federico Luppi o quien sea le da por hacer unas declaraciones sobre algo, lo van a escuchar. Aquí, aun con la actividad teatral que hay, sale el equivalente a Alcón y dice algo y... a ver si se lo publican en el diario

 

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