Por Eduardo Fabregat
Desde
Barcelona
El vozarrón inunda el
Anfiteatro Grec, y no hay rastros de las horas de plantón en Barajas,
tras el show en Cartagena (el jueves) y gracias al paro de Iberia. Es
que Susana Rinaldi gana el escenario, y cómo: en una noche que
volvió a amenazar tormenta, La Tana fanatizó a la gente,
que deliró desde que les disparó que en la lengua
catalana está el beneficio de la generosidad. Rinaldi y su
quinteto (Juan Carlos Cuacci en guitarra, teclados y dirección,
Juan Esteban Cuacci en piano, Walter Ríos en bandoneón,
Lila Horovitz en contrabajo y José Luis Colzani en batería)
brindaron al Grec 2001 una velada intensa, otra cita de honor con la Buenos
Aires tanguera.
Entre gritos de aliento y pedidos (alguien solicitó Sin piel,
y ella respondió Si canto eso les amargo la noche),
la mujer que hace poco provocó una polémica en Francia al
decir después de mí, todos son cero demostró
que, más allá de esas cuestiones matemáticas, lo
suyo es impecable. Más de veinte títulos, con referencias
a Discépolo (Qué vachaché, bien orillero),
Cátulo Castillo (Tinta roja), Homero Expósito
(Sexto piso), el clásico de Gardel/Le Pera Melodía
de arrabal, incluso el tandem Piazzolla/Borges de Alguien
le dice al tango, le dieron forma a otra noche caliente de Buenos
Aires al Grec. Y que permitió un jocoso ida y vuelta al cantar
y hacer cantar, mezclada en la platea el indestructible Uno.
Así, Rinaldi vino a cerrar la trilogía de voces femeninas
dedicadas al género porteño por excelencia, en un ciclo
al que aún le quedan un par de exponentes para alimentar la buena
imagen que dejó aquí Buenos Aires: la orquesta El Arranque
en La Paloma y Julio Pane Trío y Patio de Tango en la Plaza Real
(la misma donde Calamaro vio a alguien quemando el pasaporte con
rabia), mientras que en lo teatral solo resta La Modestia (Rafael
Spregelburd) en la Sala Beckett. Pero lo visto supone un paso triunfal
(signifique lo que signifique eso) por tierra catalana, con salas bien
provistas de un público mayoritariamente español, que celebró
todo con franqueza y pasión.
Borja Sitjà habla de la diversidad del ciclo (ver aparte),
algo que salta a la vista pero no deja de sorprender a quienes saben la
cantidad de rocas que el teatro encuentra en su camino en Argentina. La
apuesta teatral pasó por El amateur, y Mauricio Dayub y Vando Villamil
dejaron el Versus Teatre con los oídos dulces de aplausos que coronaron
la historia de Lopecito y Pajarito. Los Macocos apenas podían salir
de su asombro con las reacciones a La fabulosa historia de los inolvidables
Marrapodi, que en la prensa local desató elogios a la ductilidad
escénica de Daniel Casablanca, Martín Salazar, Gabriel Wolf
y Marcelo Xicarts. En una víaabsolutamente diferente, Kleines Helnwein
permitió el lucimiento de Belén Blanco en una obra de notable
densidad y conexiones con una historia de nazismo que aquí es por
demás conocida.
Sin dudas, el espectáculo que más sorprendió a los
catalanes fue El fulgor argentino: no sólo por su ajustada representación
de cien años de vida en esa extrañeza llamada Argentina,
sino por el origen de Catalinas Sur y la labor de ese centenar de actores
amateurs que montaron su club social y bailaron, cantaron y se movieron
por el escenario con un encanto arrasador. Encanto es también lo
que atraviesa Rojo tango, con una Cecilia Rossetto inspirada, conocedora
del tango, el monólogo y la esencia catalana (Yo los conozco,
parecéis bastante duritos por fuera pero dentro el corazón
se les estremece... lo sé porque me he casado con dos o tres,
disparó sobre las tablas del Teatre Principal, y los catalanes
rugían de gusto). Adriana Varela y Juanjo Domínguez protagonizaron
una noche de pura magia en el Teatre Grec: bajo un cielo blanco de tormenta,
el guitarrista dejó boquiabiertas a dos mil personas que no podían
creer lo que surgía de su guitarra en melodías tan conocidas
como La cumparsita. La Varela, habituada ya al trato con españoles,
creó una rara sensación de intimidad acuclillada en el enorme
escenario, muñeca brava con una voz de seda y arena a la vez.
No podrá tomarse a esta aventura argentina en España como
la conquista definitiva. Pero algo quedó claro: mientras las bolsas
caen y los ajustes se suceden, todavía queda el arte. Y por lo
menos el alma sudaca tiene un respiro. ¿Vale? Vale.
Claros y oscuros del
Grec
La sorpresa. Era fácilmente
predecible que las características de El fulgor argentino
iban a llamar la atención de los catalanes, pero nadie se
esperaba ese desborde de alegría rioplatense: al término
de casi todas las funciones llevó la murga a la calle y,
aun involuntariamente, los españoles presentes terminaban
sacudiéndose con Catalinas Sur.
El fiasco. Joaquín
Sabina, que prometía una noche encantadora y terminó
cancelando su solo en el Convent de San Agustí.
La anécdota. La
contó con placer el mismo Borja Sitjà: en el solo
de China Zorrilla, la uruguaya recordó una representación
de La gaviota de Chéjov, una escena en la que suena un disparo
y alguien dice llévate a esta mujer, que su hijo se
ha volado la cabeza de un tiro. El efecto especial fue tan
desproporcionado que el actor finalmente dijo: llévate
a esta mujer, que su hijo se ha volado la cabeza de un... cañonazo.
Según Sitjà: Ochenta años, dos horas
y pico de charla, y no repitió un solo concepto, una sola
anécdota, decía admirado el director del festival.
El diálogo. Durante
el show de Adriana Varela en el Teatre Grec, un catalán aprovechó
una pausa para gritar ¡Oye, que regulen los parlantes!.
¿Qué?, preguntó Varela, y el hombre
repitió el pedido. Bueno, vamos a regular los parlantes...
en cuanto descubramos qué es eso, respondió
la cantante entre risas de todo el auditorio.
El personaje. Dolores,
la bailaora que Daniel Casablanca interpreta en La fabulosa historia
de los inolvidables Marrapodi. Era todo un desafío encarnar
ese papel aquí, pero ayudó el hecho de que los catalanes
suelen reírse con ganas de los gitanos. Cada vez que aparecía,
eso sucedía.
La noche cool. Brad Mehldau
Trio en el Teatre Grec. El pianista hechizó la noche con
material de Elegiac Cycle y Places, el disco que entrega relajadas
canciones con nombres de ciudades.
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EL
BALANCE DE BORJA SITJA, DIRECTOR DEL FESTIVAL
El teatro es un bien necesario
Borja Sitjà no parece
un funcionario enloquecido por la organización de un festival de
la magnitud del Grec, sino una persona amable y apasionada que tiene lo
que hay que tener para la labor: sentido común para la producción
y, fundamentalmente, amor al teatro. Eso, según dice en la entrevista
con Página/12, es también algo que distingue a Buenos Aires,
y que llevó a que su expresión cultural en el Grec 2001
haya sido tan potente. La actitud de la gente hacia el teatro, la
que va y la que no va, es diferente. En Buenos Aires el teatro es un bien
necesario, como en Londres o Moscú. Es imposible ir a Bogotá
y explicar que estás haciendo un festival y que quieres llevar
una delegación y eso... para mí ha sido técnicamente
mucho más fácil traer a Buenos Aires que el año pasado
a Nápoles... claro que Nápoles no es un buen ejemplo, ¿no?
No estoy hablando de Stuttgart, dice entre risas.
¿Cuál es su balance hasta aquí de Buenos Aires
al Grec?
Bueno, faltan algunos espectáculos musicales, pero es muy
bueno, conseguimos mostrar lo que queríamos mostrar, hemos tenido
buenos comentarios, sobre todo por la diversidad que muestra dos extremos
como Kleines helnwein y El fulgor argentino. Seguramente no hay grandes
producciones, pero no esa no era la pretensión, sino enseñar
espectáculos escritos por gente de allá y hechos por gente
de allá.
A diferencia de la Semana Argentina en Madrid, en las plateas hubo
mayoría de público español...
Sí, quizá por el hecho de que Madrid era más
musical. Y esto es un festival, lo de Madrid era una cosa más concreta.
El público y la prensa hicieron muy buenos comentarios, se agradeció
mucho esta presencia que permitió enterarse del panorama del teatro
argentino. Y hubo mucha actividad política entre Jorge Telerman
y Ferrán Mascarell (director del Instituto de Cultura de Barcelona),
con lo que es posible que pronto haya un retorno de esto en Buenos Aires.
Usted fue director del Odeón de París durante diez
años, y conoce bien la gestión cultural europea. La realización
de estos eventos, ¿depende de la infraestructura o de la voluntad
política?
Siempre hay una cuestión de infraestructura, pero si hoy
es diferente es algo que se construye históricamente. Con Buenos
Aires tuvimos una respuesta positiva y muy seria a lo que planteamos.
Pero repito, Buenos Aires es extraña, especial, tiene mucho amor
al teatro, y no lo digo en un sentido cursi. Los artistas tienen la palabra,
sólo por lo que han hecho en el escenario: si a Alfredo Alcón,
Federico Luppi o quien sea le da por hacer unas declaraciones sobre algo,
lo van a escuchar. Aquí, aun con la actividad teatral que hay,
sale el equivalente a Alcón y dice algo y... a ver si se lo publican
en el diario
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