Por
Juan Jose Panno
Nadie
es más humilde que nosotros
Los
colombianos dicen en estos días, con más fuerza que nunca,
lo que hace mucho se sabe en toda América latina: que los argentinos
somos unos soberbios, creídos, agrandados, engrupidos, insoportables
y que nos creemos vaya a saber qué cosa. Es exagerado, por supuesto,
no todos los argentinos somos así, pero los dirigentes del fútbol
nacional con su turbia decisión de no participar de la Copa han
echado suficiente leña al fuego donde se cocina la leyenda.
Nos enorgullecemos de descender de los barcos; nos jactamos de ser muy
rápidos para todo; andamos por el planeta hablando a los gritos
para hacernos notar; proclamamos que somos el granero del mundo, tenemos
los cuatro climas; decimos ser los inventores del dulce de leche, del
colectivo y de la birome, y si algún gil nos discute, les tiramos
por la cabeza con Gardel, Borges y Maradona, y listo. Y si no, les decimos:
Pero, por favor.... Porque nosotros somos así: decimos
por favor con el pero adelante: ¡Pero
por favooor!, en tono bien pedante.
Somos, efectivamente, insoportables.
Los directivos del fútbol argentino enfrentados a la posibilidad
de pasar inadvertidos y hacer lo que hicieron todos los demás,
es decir participar de la Copa, dieron la nota: dijeron que no porque
habían licenciado al equipo; después que no, por razones
de seguridad; después que lo iban a pensar y después de
nuevo que no, por miedo y por imposibilidad de juntar a los jugadores.
En el medio de tanto desatino y de tanta mentira compactada se llegó
a recordar (lo hizo el presidente de la AFA ante las cámaras de
TV) la huelga del 48 y cómo los colombianos se llevaban jugadores
para su liga pirata y nosotros nos quedábamos calladitos la boca.
El primer eslabón de la cadena de despropósitos, es cierto,
no surgió de ningún argentino y nació de las presiones
económicas. Se recuerda que el sábado 30 de junio se resolvió
pasar la Copa al 2002, y el jueves 5 de julio se dio marcha atrás
en reuniones trasnochadas y se decidió jugarla a pesar de todo.
Un mamarracho. Argentina se apresuró a anunciar su renuncia con
la excusa de que, lamentablemente, se había licenciado al plantel.
Pero la coartada no resistía mucho y, mientras caía de maduro
que se podía ir con un cuadro remendado, se modificaron los justificativos
y se esgrimieron razones de seguridad por la violencia política
que impera en Colombia. Se han recibido amenazas en la embajada
argentina, se anunció. El mismo embajador calificó
esos anónimos como poco serios. Y además esa
misma amenaza trucha se había recibido en todas las embajadas de
los participantes.
Los jugadores agremiados le pusieron fichas a la AFA, y cierto periodismo
deportivo complaciente y chupamedias, que sólo defiende su propio
pellejo, hizo lo mismo. Corporativamente se decidió entonces que
no se iba para protegernos de la violencia imperante en Colombia (aquí
en la Argentina todo es pacífico, no hay robos ni asesinatos salvajes
ni nada parecido, je), para diferenciarnos de los demás hermanos
latinoamericanos y para mantener bien enarbolada la bandera de la soberbia,
cosa que solemos hacer con toda humildad.
Por
Pablo Vignone
Principistas sin principios
No debe ser casual que el Avila brasileño se llame Hawilla. La
misma tijera que los cortó no era sólo de carácter
fonético. El titular de Traffic, la TyC del país hermano,
fue el principal responsable de la vuelta de tuerca que transformó,
en sólo cinco días, una Copa América suspendida en
letra y forma en rigor, un empate técnico entre las federaciones
andinas, que querían jugarla en Colombia, y las del Mercosur, que
no querían en este remedo de torneo con que cerrarán
sus cuentas, y el mismo que ayer dijo, con esa levedad corporal que promueve
la obscenidad: 161 países compraron los derechos de televisión
del certamen. Por eso, equipos como Brasil, deberían haber traído
sus mejores jugadores, sin escatimar medios, opinó.
¿Para cumplir con el Avila de Río había que haber
ido a jugar esta Copa? El problema de la determinación de no concurrir
es que ésa fue una decisión principista tomada por gente
sin auténticos principios. Esta es la cuestión. Porque en
lugar de justificar la ausencia en los gruesos errores de sus pares dirigenciales,
en las insostenibles contramarchas de Leoz y Cía., Julio Grondona
prefirió cargar la responsabilidad en un pueblo herido e inocente.
Así transformó una razón atendible no viajar
a un torneo que no se iba a jugar con un rejuntado de apuro en una
mascarada repulsiva.
Por
Gustavo Veiga
Miserias de la doble moral y el doble discurso
Repugnan
la doble moral y el doble discurso, que es tributario de aquélla.
Una conducta tan deliberada como habitual entre dirigentes (de la política,
el empresariado y el deporte) en la Argentina de esta época en
que el miedo hace estragos. Miedo a morir durante un robo, miedo a perder
el trabajo, miedo a vivir en la indigencia, miedo y más miedo.
Como si no bastara con los temores a que nos someten en esta tierra, el
fútbol nos transfirió otro: el miedo a viajar a Colombia.
Por eso, la AFA decidió que el seleccionado nacional o una caricatura
de éste no debía jugar la Copa América.
El Comité Ejecutivo que preside Julio Grondona lo determinó
y sumaron sus adhesiones el gremio de futbolistas, más algunos
periodistas. No nos interesa tratar aquí la conducta de los dirigentes,
que bien desprestigiados están. Tampoco la de Agremiados, que intenta
resguardar a sus afiliados. Sí, en cambio, los conceptos de un
comunicador en particular: Marcelo Araujo. Es hora de que, también,
quienes trabajamos en los medios, nos miremos hacia adentro.
El relator que se desempeña en la productora Torneos y Competencias
se ocupó durante la pasada semana de cuestionar hasta el mínimo
atisbo de participación en la Copa. Dijo, entre otras cosas, que
en Colombia no había democracia y que, por primera vez en su larga
trayectoria, le había solicitado a su empresa la contratación
de un seguro de vida ante la hipótesis de un traslado a Medellín,
la sede donde debía jugar la selección que conduce Marcelo
Bielsa.
Pues bien, en setiembre de 1978, tras finalizar el Mundial de Fútbol,
Marcelo Araujo compartió junto a Mauro Viale la siguiente nota
periodística que, aquí, se reproduce en parte: Fue
el milagro argentino. Nadie discute que el país ganó el
Campeonato Mundial de Fútbol de 1978 antes de que se diera el puntapié
inicial. Su organización lograda contra los presagios, sorprendió
al mundo. Los periodistas argentinos que tuvimos que convivir con nuestros
colegas extranjeros durante esos días pudimos comprobar cómo
en los más honestos de ellos afortunadamente la mayoría
se disolvían los prejuicios que traían de sus países
merced a la insidiosa propaganda motorizada por las organizaciones subversivas
y los ingenuos de siempre. Es cierto que los argentinos todos vivieron
por primera vez en décadas la oportunidad de salir a la calle bajo
una sola bandera. Después de cuatro o cinco años de sufrir
una guerra sucia, la guerra desatada por la subversión, surgió
la ocasión de expresar entusiasmo. En rigor, la tranquilidad estuvo
volviendo lentamente antes del Mundial...
Araujo lo escribió para la revista Argentina ante el mundo. Hoy
puede sostener lo contrario, pero en democracia. Y en Colombia, acaso,
ni siquiera le atribuirán que ha sido un periodista dócil
a una insidiosa propaganda.
Por
Diego Bonadeo
�30 personas y como 100 indios�
Varios
sobresaltos fuera de libreto han soportado en las últimas semanas
los integrantes de la clase políticofutbolística de
esta parte del mundo, respecto de la organización de la Copa América.
Es que al poder omnímodo de quienes juegan a ser los plutócratas
de la pelota se le aparecieron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC) de Tirofijo, y en vez de robarles la caja fuerte se le
quedaron -por unos días con uno de ellos.
Y la organización del torneo, complicada desde que se decidió
que Colombia fuera el escenario, empezó a peligrar. Cuando a las
férreas corporaciones que presumen de monolíticas e inexpugnables
se le producen fisuras endógenas o exógenas,
las consecuencias pueden ser imprevisibles. Porque los integrantes de
dichas organizaciones no están preparados para que nada ni nadie
ni de adentro ni de afuera pueda meter una pica, y entonces
se resquebrajan sus misterios metodológicos, llenos de códigos,
guiños e hipocresías. Y eso fue lo que pasó.
Por eso, así las cosas, varias asociaciones y federaciones nacionales
lanzaron mensajes de dudosa comprensión respecto de la conveniencia
o no de que la Copa América se jugase en Colombia, y de la posibilidad
de que los seleccionados respectivos participaran o no del torneo. Y empezó
el cruce de intereses y de necesidades. Y una vez más se mezcló
el dinero de los auspiciantes a través de la televisión,
con la seguridad de la gente -jugadores, espectadores, cuerpos técnicos,
periodistas, dirigentes, etc.- que aparentemente nadie podía seriamente
garantizar. Como si la situación de Colombiapaís
haya aparecido como preocupante en las últimas semanas. Olvidando,
con empecinada amnesia, la participación de equipos de clubes en
las recientes ediciones de la Copa Libertadores de América, jugando
como visitantes en diferentes ciudades del país que ahora, de golpe,
cuestionan. Argentina fue, finalmente, el único amnésico
principista que no fue.
La decisión largamente anunciada tuvo su prólogo cuando,
al tiempo que el Juvenil ganaba el campeonato mundial de la categoría
en Vélez, Marcelo Araujo ortibaba con entusiasta desenfado todo
lo actuado hasta entonces y por actuar de ahí en más por
Julio Grondona, socio de su patrón Carlos Avila. Mientras, Nicolás
Leoz, el supuestamente paraguayo presidente de la Confederación
Sudamericana de Fútbol, recordaba en perversa sintonía
con los dichos de su connacional José Luis Chilavert respecto de
bolivianos y peruanos que en su pequeño pueblo natal vivían
treinta personas y como cien indios. Esa es la idea... Toda
una joyita para el museo de la cultura indoamericana.
Por
Nora de Cortiñas *
El ejemplo del Mundial �78
En
estos días escuchaba el tema de la Copa América en Colombia
y, con todos los problemas que estamos padeciendo, no le prestaba demasiada
atención. Hasta que en un momento escuché decir a Julio
Grondona que la Selección no viajaba por miedo a la inseguridad
que vive ese país. Eso ya me hizo reaccionar. Seguidamente oí
un diálogo, por radio, en que se argumentaba en que no había
que ir porque en Colombia hay 3 mil muertos por año. Ahí
directamente recordé el horror del Mundial 78: el terrorismo
de Estado, las personas desaparecidas, las mujeres embarazadas a
las que despojaban de sus hijos que se repartían como botín
de guerra torturadas que luego eran asesinadas, los presos políticos,
las familias obligadas a dejar el país. En ese contexto se vivía
en acá, en la Argentina.
Pero el Mundial se jugó y recibimos de las selecciones de Suecia
y Holanda y de algunos jugadores de otros equipos la solidaridad con las
Madres de Plaza de Mayo, inclusive en la propia plaza. La mitad de los
periodistas que vinieron nos hicieron entrevistas y reflejaron a través
de sus artículos la grave situación que se vivía
en nuestro país. Desde la cancha de River fotografiaron la ESMA,
aun cuando los periodistas no sabían que en esos días no
habían dejado secuestrados y torturados en ese lugar, ya que habían
sido trasladados a una isla del Tigre cedida por la Iglesia Católica.
Por más que los militares programaron el inicio del torneo para
un jueves a las 15.30, justo en el horario habitual de nuestra convocatoria...
El campeonato se jugó y siempre quedará la duda de si hubo
arreglos con algunos equipos, como el caso de Perú. Y desde luego
que la dictadura usó el campeonato para tapar el horror, necesitaba
que Argentina saliera campeón. Pero no pudieron evitar que Holanda,
el subcampeón, rechazara recibir sus premios de manos de los genocidas.
Y lo mismo quisieron hacer con el Juvenil del 79. El infame y cómplice
de la dictadura José María Muñoz se la pasó
haciendo propaganda triunfalista, cuando las Madres junto a otros organismos
reclamábamos ante la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos de la OEA.
Argentina debió concurrir a la Copa América. Como lo hicieron
Holanda y Suecia en el 78, era una oportunidad de diferenciar al
pueblo de su gobierno títere. El fútbol es una fuente de
alegría para los pueblos reprimidos, que no se engañan de
su situación por el juego. Los jugadores muchas veces no tienen
la culpa de lo que resuelven los dirigentes, pero no pueden decir que
no van por miedo, porque siguen yendo con sus equipos, con otras camisetas.
Lo menos que esperamos de los deportistas es que en un caso como éste,
en una difícil situación política y social como la
que está pasando este hermano país, se solidaricen con el
pueblo.
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Madres de Plaza de Mayo. Línea Fundadora
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