Nuevamente
el círculo íntimo del Presidente se ocupó a
full de su máxima obsesión: el discurso y sus aledaños.
Fernando de la Rúa se maquilló debidamente, se ingenió
para derivar el anuncio de los puntos más desagradables de
sus decisiones: delegó en Chrystian Colombo la incómoda
misión de ser preciso. Esto es, de reconocer que el recorte
a jubilados, proveedores y empleados públicos será
del 13 por ciento. El Presidente optó por el alivio del eufemismo:
llamar ahorro a una rebaja que no tiene promesa alguna
de restitución.
Ya lanzado, explicó que una quita salarial no es un ajuste.
Dos conceptos dignos de incorporarse al diccionario de falacias
gubernamentales que inauguró su correligionario Raúl
Alfonsín con la casa está en orden y al
que Carlos Menem hiciera cuantiosos aportes, desde el salariazo
en adelante.
De la Rúa usó la palabra equidad o derivados
una larga docena de veces. Pero queda claro que, como hiciera hace
menos de cuatro meses Ricardo López Murphy, les habló
a los mercados y no a la gente del común. Decidió
seguir adelante con el ajuste... perdón, con el ahorro, sin
haber sumado el apoyo de los gobernadores del PJ, ni de los integrantes
de la Alianza y tras haber suscripto con los gobernadores de su
coalición un aval lavado. Quedó solo, de la mano de
Domingo Cavallo, defendiendo un plan de nula equidad y escasa seriedad.
El primer detalle de que las medidas contienen una marcada dosis
de improvisación fue alterar lo que el mismo Presidente prometió:
la quita no durará un mes, para ser reformulada con los datos
de recaudación a la vista, sino tres. Es que como informó
Página/12 ayer es imposible cumplir con ese modus operandi,
aunque Cavallo y De la Rúa afirmaron lo contrario apenas
horas atrás.
La aseveración presidencial que un desagio del 13 por ciento
en el sector público no impacta en el sector privado es insostenible.
La recesión obrará efectos para todos. Por añadidura,
es de libro que, amén del contagio al sector privado, sobrevendrá
una baja en la recaudación de impuestos.
No se sabe nunca cómo reaccionarán los mercados, pero
deberían al menos aplaudir de pie al Presidente que aseguró
que el único modo de llegar al déficit cero es sisar
a los jubilados, empleados públicos (eso sí, de los
tres poderes) y funcionarios de todo calibre. Ni siquiera sería
justo que se enfurruñaran ante una confusa convocatoria a
la lucha contra la evasión. Aunque prometió crear
tribunales especiales, eso llegará mucho después que
los recortes, tal vez nunca. Y, aunque describió que un evasor
preso es un símbolo de justicia y equidad, los
mercados saben que la gestión aliancista ha estado signada
por una marcada carestía de símbolos tales.
Las medidas que De la Rúa maquilló y Colombo contó
son crueles, injustas y, para colmo, ni siquiera cierran. Pero las
acompañó un mensaje preciso: De la Rúa acaba
de romper definitivamente su contrato electoral. Tamaña decisión
no es ilegal: en una democracia representativa el mandatario electo
representa a todos los ciudadanos y se autonomiza en cierto sentido
de sus propios electores. Pero sí es cuestionable desde el
ángulo de la ética política.
Así y todo, se dirá: Menem hizo lo mismo y no le fue
tan mal, hasta fue reelecto que es una forma de santificar los cambios
de rumbo. Tal vez De la Rúa piense lo mismo. Pero, si se
sopesan la consistencia de su base política, su muñeca
y el hastío palpable en la gente del común, la impresión
primera es que el actual inquilino de Olivos no tendrá la
estrella electoral de su antecesor que se prolongó desde
1989 hasta 1995 inclusive. Todo sugiere que, en su esfuerzo por
complacer a los mercados, Fernando de la Rúa ha terminado
de dilapidar la legitimidad política que le concedieron los
argentinos hace menos de dos años. Y todo induce aconcluir
que ese feroz recorte, como acontece con el ahorro de
los jubilados, jamás volverá a integrar su patrimonio.
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