Por
Andrew Graham-Yooll
Su
novela Noticias del exterior deambuló bastante desde la versión
inglesa de 1991 hasta la edición en castellano de hace un año.
La novela no fue difundida...
No hace mucho, un periodista francés dijo que había
vuelto a leer mi novela y que es extraordinario como anticipa los
testimonios del general (Paul) Aussaresses, en Francia. El general
confesó detalladamente, con orgullo, en un libro publicado en mayo
y en una entrevista en Le Monde, lo que les había pasado a los
revolucionarios que fueron torturados durante la guerra en Argel. Esto
salió a la luz ahora y el general enfrenta un juicio por apología
de la violencia. Fue jubilado en junio, ya que permanecía como
oficial de reserva. Aussaresses está protegido por una amnistía
de 1968, pero una fiscalía parisina investiga si lo pueden procesar
bajo una ley de 1951, por apología del ataque a la vida y a la
dignidad. Lo interesante de Aussaresses es que fue entrenado por los británicos
en combate especial durante la Segunda Guerra y aplicó
las técnicas de tormento que aprendió contra los revolucionarios
argelinos. El mismo aprendizaje se lo impartió Francia a los funcionarios
argentinos del Plan Conintes en 1960 y también a los oficiales
de la dictadura en los años setenta. Mi novela es tangencial, pero
central al interrogante ¿por qué lo hacemos? El personaje,
Berence, es un francés veterano de Argelia, amante de la literatura
y la plástica, que llega a la Buenos Aires de la dictadura como
asesor en torturas. Eso se publicó una década antes de las
confesiones de Aussaresses. Es decir, se sabía pero nadie quería
verlo como hecho público. Está inspirado en un profesor
que tuve en el Colegio Nacional, un maestro que yo admiraba, que me enteré
luego de que había delatado a alumnos durante la dictadura. Yo
me sentí muy mal cuando leí El vuelo (1995), de Horacio
Verbitsky, con las declaraciones del capitán Scilingo, que contó
cómo se arrojaba a la gente al mar. El pueblo sabía que
esto había pasado. Solamente era un secreto porque la gente no
quería hablar de ello, o no quería saber, que es lo mismo.
Ahora tenemos confirmación documentada de los crímenes.
Por una parte se trata de un mea culpa retrasado. De otro modo, confirma
el valor de la ficción que se aventura a abrir puertas que la historia
de los hechos mantiene cerradas hasta su maduración.
¿Tuvo usted que tomar distancia, en tiempo y lugar, para
escribir el libro?
No tanta distancia, como tiempo para leer y reflexionar. Yo me fui
de la Argentina en 1968. Aunque volví en 1974 no se trató
de un retorno, fue para recibir un premio de La Nación y para la
confirmación de que éste no era mi lugar. Aunque nacido
en la Argentina, fue como un extraño que oí
hablar de lo que sucedía en el país, un extraño con
fuertes lazos de amigos, parientes y recuerdos. Escribir la novela fue
una forma de contar lo que parecía una pesadilla ajena. La novela
era algo que les había sucedido a los demás, que no me pasó
a mí, y a mí me quedaba la sensación culposa de ser
un sobreviviente indigno.
La novela trata de amor, de ternura, de un afecto que coexiste con
el horror.
El personaje es un militar, un oficial que cree en la cultura, pero
en una cultura completamente desprendida de un compromiso humano pleno.
Siente que la cultura es importante para él, pero no lo ilumina
del todo. Es un extraño descubrimiento, que el arte que sentimos
puede redimirnos pero no siempre lo hace, y produce en él un cambio
radical de actitud en su carácter y conducta. La iluminación
es una posibilidad. Pero es igualmente posible que la cultura no nos haga
mejores ni más juiciosos. Lo sabemos, pero seguimos esperando que
suceda. Una historia de la lectura es un libro muy personal. ¿Cómo
anduvo en sus traducciones?
Hubo dos ediciones en español. No me gustó la primera,
así que se volvió a traducir. El libro se tradujo a 28 idiomas.
Es Una historia y no La historia, porque es mía.
El aspecto personal llegó después de haber completado la
investigación y compilación. Cuando lo escribí, traté
de descubrir por qué etapas pasa un lector y si sus características
son las que reconocía en mí mismo: un sentido de posesión,
privacidad, traducción a un lenguaje personal, y una forma de leer
y catalogar los libros a medida que leemos. Cuando terminé de escribir,
le pedí a un amigo que lo leyera. Me dijo que faltaba mi presencia,
que no estaban las historias sobre mis lecturas, sobre la aventura de
leer. Repasé el libro, introduciendo distintos aspectos de la lectura
en mi relación con ella. No quería ser autobiográfico.
Detesto leer relatos confesionales que no le interesan a nadie fuera de
la familia del autor... y aun a ellos no demasiado. Conocí a un
editor canadiense que decía que uno necesita preguntarse si el
lector no tendrá derecho a preguntar: ¿Por qué
me cuenta todo esto a mí, un extraño?. Teniendo eso
como guía de cautela volví a escribir Una historia de la
lectura.
¿Qué relación establece usted en la lectura
de distintas épocas? Un lector del siglo diecinueve difiere de
uno contemporáneo en su relación con lo que le rodea.
Sí y no. Una de las cosas que no quería producir en
Una historia de la lectura era un orden cronológico. No quería
adoptar categorías dogmáticas, o académicas. En vez,
quería contemplar la corriente de cambio que a veces fluye hacia
adelante y otras retrocede. Al principio de la vida, leemos en voz alta,
luego, como adultos, silenciosamente, y después, con la edad, tenemos
que escuchar que otros nos lean fuerte otra vez, porque nos fallan las
fuerzas o la vista.
Ahora tenemos computadoras que leen en voz alta, o silenciosamente
(como cuando se escanea el texto).
Aunque podía ser útil comparar la práctica
medieval de los lectores universitarios, que copiaban a mano un texto
que no podían comprar, con el hábito moderno de fotocopiar
partes de un libro para estudiar, o más recientemente, bajar y
copiar lecturas de Internet, yo comparo, no para decir que nada es igual,
o al revés, que nada cambia, sino para establecer referencias que
nos llevan a comprender que lo que quizás percibimos como extraordinario
no lo es en realidad cuando lo vemos a la luz del oficio del lector.
Déme una descripción práctica de un lector...
Creo que el atributo más importante de un lector es el inmenso
poder que tenemos. Es un poder que no se reconoce lo suficiente. Lo más
conveniente es ignorar al lector como una fuerza en el contexto social,
porque los lectores son consumidores sin edad, que por lo tanto no se
pueden situar en el tiempo. Siempre estarán allí. Pero pensemos
en la perpetuidad de su presencia, pensemos en el hombre prehistórico
que leía las estrellas para encontrar su rumbo o para saber la
época del año.
Luego está el poder de decidir la suerte de un libro o de la literatura.
Un escritor no tiene nada, absolutamente nada que ver con el hecho de
si un libro sobrevivirá o no. Nada. Cualquier escritor en su sano
juicio quiere que su libro sea un clásico. Solamente los lectores
pueden decidirlo. Por ejemplo, tengo una gran diferencia con Annie Proulx,
la escritora estadounidense que tuvo éxito con la novela The Shipping
News y es muy respetada como autora. Causó una controversia cuando
alabó un libro que yo encuentro deplorable, que tiraría
a la basura, el bestseller American Psycho.
¿Por qué? Porque en sus comentarios Annie Proulx
inventó un libro que Brett Easton Ellis, autor de American Psycho,
no escribió. En el texto ella leyó una sátira sobre
la sociedad de Estados Unidos que no está ahí. Me gustaría
sentarme con ella y el libro y pedirle que me mostrara dónde ella
encuentra la sátira graciosa. Así sucede: los
lectores hasta pueden decidir eso, y no importa lo que el escritor quiera
que lean o crean.
En la metáfora, el tema de su disertación del Día
del Escritor, en Londres... ¿dónde coloca usted la propaganda
política?
No la coloco. Una de las obligaciones del lector es examinar las
llamadas metáforas y desarmarlas. En consecuencia, podríamos
discernir las metáforas aparentes de la propaganda y la pornografía.
Hay una proliferación de textos que solamente son una superficie,
de modo que el lector no puede penetrar en ellas y llegar a ninguna profundidad.
La sutileza de la metáfora no se encuentra ahí porque no
hay elaboración del contexto. Y eso es lo que sucede con la propaganda
política y con la pornografía, y con American Psycho de
Brett Easton Ellis. La propaganda política corresponde al mismo
nivel que la pornografía. La propaganda se crea para que sólo
se lea la superficie, y no hay más donde ir. Si uno fuera a desarmar
la propaganda, como puede hacer con la pornografía, el contenido
no tolera ningún análisis. No hay metáfora. Lo mismo
sucede con cualquier clase de propaganda. Si uno analiza Tome Coca
Cola, no hay nada detrás de esas tres palabras. Uno obedece
la orden, puede excitarse con la imposición, o la ignora. Con la
propaganda política pasa, al igual que con la pornografía,
que la imagen erótica se contamina de un fin que es sólo
aparente. La propaganda política toma el idioma y lo contamina
con un propósito que queda sólo en la superficie.
¿De modo que usted ve al norteamericano Brett Easton Ellis
como pornografía?
Pornografía violenta. Lo veo emparentado con las películas
snuff, lo mismo que a Dennis Cooper. Las películas que se denominaron
snuff en Inglaterra eran pornografía violenta en donde se atormentaba
a una víctima hasta el asesinato. Snuff significa apagar: apagan
una vida para hacer películas pornográficas. Es interesante
que las víctimas elegidas en los libros de Ellis y Cooper sean
mujeres y homosexuales. Annie Proulx se equivoca cuando deja de lado los
crímenes en el texto. En American Psycho hay sólo homosexuales,
hombres y mujeres, que son víctimas. En los libros de Dennis Cooper,
las víctimas son gays y escribe como si estuviera bien despedazarlos
sin que importe el contexto. Cuando Annie Proulx comparó esos libros
con el incesto en Sófocles (escribió 123 dramas, de los
cuales sólo sobrevivieron siete, siendo el más famoso Edipo
Rey), o en Shakespeare, tiene que darse cuenta de que esos dos autores
usaban el incesto en contexto. Hasta en Sade hay un contexto, un concepto
filosófico que uno puede aceptar o no. Pero está. Cuando
uno mira las escenas de tortura y martirio en la pintura medieval, hay
un contexto. Uno puede oponerse al dogma de la Iglesia, pero el contexto
está: un contexto en el que la tortura tiene cierto significado
que se puede leer o ignorar.
Uno puede tener una erección contemplando una escena de tortura
medieval. Depende de cada uno. La cosa es que Brett Easton Ellis no tiene
contexto, no es nada. Si uno leyera su libro dentro de diez años,
ni siquiera reconocerá los nombres de algunas marcas que él
usa y después todo lo que queda es la tediosa descripción
de mujeres a quienes matan a golpes.
En Dennis Cooper sucede lo mismo.
Hay una notable tendencia en la estética gay a dedicar gran
atención a la autodestrucción. Los homosexuales fueron perseguidos,
fueron considerados la escoria del mundo, durante tanto tiempo que la
destrucción se volvió estéticamente atractiva. No
es casual que gran parte de la imaginería gay tenga que ver con
oficiales nazis que apaleaban y matabanhomosexuales. Esto está
llevando las imágenes a decir que la victimización es buena.
Es como decir que a las mujeres les guste que las violen.
¿Cómo se ve esto en la Argentina, quiero decir, el
contexto de la propaganda política?
Recientemente me preocupó descubrir que en Argentina se ha
degradado gran parte del vocabulario. Cosas que antes se apreciaban, se
atesoraban se han devaluado en el idioma: honestidad, perseverancia en
las creencias, rectitud, cosas así. Son palabras usadas con tono
irónico. En Argentina no se puede decir que alguien es honrado
sin parecer irónico ni parecer que está disminuyendo a alguien.
Eso no es reciente.
Es cierto, pero yo hablo de la degradación del lenguaje ocurrida
después de la década del 70. Pienso que antes de esa época
el idioma seguía siendo un instrumento de la imaginación
que nos permitía usar las palabras en su plenitud. Pienso que debe
haber sido más o menos por la década del 50 cuando comenzó
la decadencia, durante los primeros años de Perón. Es entonces
que el lenguaje comienza a ser maltratado. Cuando yo estaba en el Colegio
Nacional, los discursos de los profesores ya les quitaban peso a palabras
como democracia. Ahora es peor. No es solamente que la palabra democracia
ha sido degradada como afirmación de valor, ahora se usa con tono
de burla. En la Argentina, comenzó a darme vueltas una idea para
un trabajo futuro. Voy a llevar un diario de los libros que leo. Cuando
estuve en Buenos Aires volví a leer La invención de Morel,
de Adolfo Bioy Casares. Me parece la metáfora perfecta de Argentina:
un país de muertos. Los únicos que hablan son figuras y
voces que ya no están, de modo que su idioma está degradado.
Cito a Bioy Casares, pero es difícil no citar a Borges. Tengo que
hacer un gran esfuerzo para no citar a Borges todo el tiempo. Es la única
voz que se destaca en la Argentina.
¿Pero esto sucede sólo en la Argentina..? Seguramente
sucede en Francia y en otras partes.
Sucede en Francia. Comenzó en Alemania con los nazis, probablemente
por eso llegó a la Argentina en la década del 50.
Hay una novela de Günther Grass sobre el siglo dieciséis,
donde hombres cultos discuten la reconstrucción del idioma alemán.
Por supuesto el autor está reflejando el idioma de los nazis.
El lenguaje es algo viviente, un producto de la sociedad. Si una
sociedad es injusta, si carece de leyes, de moral, el lenguaje se verá
afectado. El vocabulario que hemos construido a través de siglos
para denotar las cualidades de moralidad, ley y justicia se corromperá,
se degradará. Como en Alemania después de los nazis, en
la Argentina hoy. No estamos de acuerdo respecto de lo que sucedió
en la década del 70. Por eso, nuestro vocabulario moral, legal
no se puede usar sino con sentido irónico, para eludir compromisos.
Este es un problema serio y prolongado, que tiene (y seguirá teniendo)
consecuencias terribles para el país.
¿Cómo mira usted a un cuadro? Déme una descripción
del lector de cuadros (el título de su libro más reciente).
Leyendo cuadros se originó en una pregunta: ¿podemos
leer las imágenes, cualquier imagen, del mismo modo en que leemos
un texto? ¿Tenemos un vocabulario compartido que nos permite leer
una pintura, una escultura o una fotografía? ¿O son todas
esas lecturas arbitrarias, construidas al estar frente a una imagen? Creo
que existe un instinto humano básico para leer, es
decir descifrar (o tratar de descifrar) el mundo que nos rodea, compuesto
de imágenes naturales como artificiales. Y creo que es un impulso
saludable, que nos permite establecer relaciones privilegiadas con la
naturaleza y con el arte. Mi libro intenta ofrecer algunos ejemplos de
lecturas de Picasso, de Caravaggio y de artistas menos conocidos. Estas
son mis propias lecturas, ya que cada una es personal, nacida de cada
experiencia individual.
POR
QUE ALBERTO MANGUEL
Un apóstol de la lectura
Por A. G.-Y.
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Son pocas
las oportunidades en que uno se encuentra con un hombre de conocimiento
tan fino, tan dedicado a los libros, un apóstol de la lectura
como lo es Alberto Manguel. Desde temprana edad se enamoró
de los libros. Estuvo casado, es padre de tres hijos, pero su segundo
gran amor es la lectura. Nació en Buenos Aires en 1948, hijo
de un diplomático, el embajador de Perón en el naciente
Estado de Israel. Siente que a partir del regreso al país,
en 1955, puso la lectura por encima de toda otra actividad. Su abuela
le decía: Dejá de leer, andá a vivir.
A los 16 años trabajaba en la librería Pygmalion,
en la avenida Corrientes. Ahí lo halló Jorge Luis
Borges, casi ciego, y le pidió que fuera a su casa a leerle.
Marta Lynch lo alentó a escribir. Willy Schavelzon le dio
trabajo en la librería Galerna en 1966. En 1968 se fue de
la Argentina. Viajó a Tahití, siguió a Londres
y se instaló con mujer inglesa e hijos en Canadá,
donde hoy es un respetado ciudadano. En abril de este año
participó de la comitiva del jefe de gobierno canadiense
en una visita oficial a Buenos Aires y de aquí partió
para Londres para dar una conferencia para el Día del Escritor.
Fue en un Londres primaveral donde ocurrió esta entrevista.
Manguel hablaba apurado por irse a Francia, donde ahora vive. Acaba
de comprar un antiguo presbiterio en Mondion, que está restaurando
para instalar sus 50.000 libros, dispersos por domicilios en Toronto,
Londres y París.
En Buenos Aires se conocen su novela Noticias del extranjero (Norma),
Guía de lugares imaginarios (Alianza), Una historia de la
lectura (Norma, 1998), y para fin de año se publicará
una colección de ensayos, Hacia el bosque del espejo, ganadora
del Premio France Culture. Y también se espera su texto más
reciente: Leyendo cuadros: una historia de amor y de odio, como
continuación de la historia de la lectura.
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