Por
Lila Pastoriza
Casi
25 años después de que ocurrieron los hechos, fue identificada
como Azucena Victorina Buono,
militante de la Juventud Peronista y oriunda de Junín, la joven
asesinada con Mónica Jáuregui en el verano de 1977 cuando
un comando de la ESMA que integraba Ricardo Miguel Cavallo copó
a tiros una vivienda en el barrio de Abasto. La identificación
de quien fuera enterrada como NN en el cementerio de la Chacarita no sólo
recupera la historia inacabada de la Susy, de quien su familia
carecía de rastro. También pone el nombre faltante en un
doble asesinato que implica a Cavallo, cuya denuncia es una de las esgrimidas
por el juez español Baltasar Garzón al pedir a México
la extradición del represor.
Esta investigación comenzó a fines del año
pasado, cuando los hijos de Mónica Jáuregui pidieron una
foto de la compañera que murió con su mamá. Ese deseo
me sonó tan visceralmente profundo que se me impuso como un mandato,
dijo a Página/12 Alejandro Incháurregui, uno de los fundadores
del Equipo Argentino de Antropología Forense. Emiliano y Arturo,
que desde hace más de 20 años viven en Ginebra con su padre,
el periodista Juan Gasparini (secuestrado entonces y liberado dos años
después), salvaron su vida aquella noche porque las chicas alcanzaron
a esconderlos debajo de una cama.
Los hechos ocurrieron pasada la medianoche del lunes 10 de enero de 1977
en el noveno piso A del edificio ubicado en Bustamante 731,
muy cerca de lo que era el Mercado de Abasto. Según las actas de
defunción, dos mujeres no identificadas murieron a causa de múltiples
heridas de bala a las 3.00 horas del día 11. En el departamento
se encontraban Mónica Jáuregui, sus dos hijitos de 20 y
6 meses, y una amiga, Alba Aldaya, que vivía con la familia. A
Juan Gasparini, capturado el mismo día en un operativo que incluyó
varios secuestros, la patota lo llevó al lugar para
que engañara a su mujer haciéndola salir y entregándola.
Me negué y subieron. Estaba encapuchado en un Falcon, me
custodiaba Sérpico Cavallo. Escuché los tiros
y los gritos. Las fusilaron, ha reiterado desde entonces. Años
después, en diciembre de 1982, los diarios publicaron el nombre
de Mónica como el de uno de los 76 cuerpos identificados en tumbas
anónimas del Cementerio de la Chacarita. El de su amiga, también
enterrado allí, permaneció como N.N.
El 24 de agosto de 2000, a poco de que la justicia universal echara a
andar, el empresario y ex miembro del G.T.3.3.2, Ricardo Miguel Cavallo
fue detenido en Cancún, México, cuando una investigación
del diario Reforma detectó al gélido Sérpico
de los subsuelos de la ESMA tras la máscara del director del Renave
azteca. Fue el responsable del asesinato de Mónica Jáuregui,
declaró entonces el sobreviviente Osvaldo Barros, que lo reconoció
por haberlo padecido. El operativo que Cavallo protagonizó aquella
noche de 1977 es uno de los hechos por los cuales el juez Garzón
espera extraditarlo. Ahora el nombre de Azucena Buono se suma a las víctimas
del doble asesinato.
Presagios
Para obtener la foto indagué sobre la supuesta Alba
Aldaya y comprobé que ese nombre correspondía a una
identidad falsa. Supe por Gasparini que en la militancia se la conocía
como Mariana y que era viuda de Benigno Gutiérrez,
dato que fue la punta del ovillo. Averigüé que Gutiérrez,
muerto en Bahía Blanca en 1976, era oriundo de Junín. En
archivos descubrí una Mariana de esa ciudad. Se llamaba
Azucena Victorina Buono y no había denuncia de su desaparición,
relata Incháurregui, que hoy dirige en La Plata el Registro de
Personas Desaparecidas del Ministerio de Seguridad bonaerense. El 13 de
febrero de este año, cuando hacía unas compras, entró
a un locutorio y buscó a los Buono en la guía telefónica
de Junín. Había tres. El primero que llamé
me dijo que Azucena era su prima y que como todos allí sabían,
estaba desaparecida, cuenta Incháurregui. Me dio los
datos de la hermana, María Rosa, que trabaja en la Dirección
General de Cultura y Educación provincial, a menos de cien metros
del locutorio. Colgué y fui a buscarla. Eran las 13 horas. Le envié
un papel donde anoté mi nombre y apunté: consulta
por Azucena Victorina Buono. A los pocos minutos llegó María
Rosa, demudada. Cuando le di los datos que yo tenía de Mariana,
no le quedaron dudas de que se trataba de su hermana, a quien siempre
llamaron Susy y cuya suerte desconocían desde principios
del 77. Le conté lo ocurrido en la calle Bustamante y le
hablé de la foto que pedían los chicos. Estaba conmocionada.
Lloró mucho y llamó a sus hijos.
El final de la historia
María Rosa Buono tiene cincuenta y pico de años y un aire
vivaz. Es madre de dos hijos abogados y abuela de tres nietos. Militante
justicialista, desde los 90 es funcionaria de Educación en
la Provincia de Buenos Aires. Vive en Olivos, aunque mantiene su casa
en Winter 92, de Junín, que todavía conserva las paredes
de barro de lo que fuera la pensión de Juana Ibarguren, madre de
Eva Duarte. Meses después de la noticia, aún le cuesta asimilarla.
La aparición de Incháurregui fue un cimbronazo. Vino
a la oficina y me dejó un papel. Acá lo tengo... Cuando
lo leí, sentí bien fuerte que esto era el final de la historia.
Me contó lo que sabía, que Susy había muerto en ese
lugar. Fue un mazazo. Aún no pude ir a la Chacarita.
¿Qué pensaba usted que había ocurrido con su
hermana?
Estaba desaparecida. Y figura como tal (junto con Benigno, reconocido)
en este cuaderno sobre las 33 víctimas de Junín, y también
en el listado del monolito inaugurado en la plaza. Pero muerta, no. Pensábamos
que estaría en algún sitio. Al principio supusimos que en
el exterior, en España, con sus compañeros que viven allá.
Averiguamos, nada. Con papá decíamos: o perdió la
memoria o murió, pero no, porque en ese caso nos hubieran avisado.
Papá la buscó por institutos, por neuropsiquiátricos.
El murió en el 86. A mamá siempre le dijimos que se
había ido al exterior.
El nombre de Azucena Victorina Buono no aparece en los listados de la
Conadep ni figura en los registros de la Subsecretaría de Derechos
Humanos para acceder a la reparación económica. Su papá,
Antonio, omitió estas denuncias, quizás por no darla por
muerta o por resguardar una esperanza. Hoy, los documentos que prueban
la identidad de la joven están en poder de la Cámara Federal
porteña, que debe ordenar inscribir su deceso.
Esto que está ocurriendo es muy doloroso. Pero quizás
sea mejor que la incertidumbre. Me despierto de noche, reaparecen escenas,
recuerdo diálogos, cartas, que ahora empiezo a entender de otro
modo, dice María Rosa. Hace poco vi a Juan (Gasparini),
empujada por mi hija. Le pregunté por qué sus chicos querían
ver la foto. Me contó que conocía a mi hermana y a Benigno
de La Plata, que estuvieron un tiempo juntos en Bahía, que eran
amigos y por eso invitaron a Susy a vivir con ellos. Y me habló
de la vida que hacían entonces, de cosas que yo desconocía.
Entonces se me fue emparchando la historia. Sabíamos que ellos
militaban, pero recién ahora puedo dar sentido y unir los cabos
sueltos de lo ocurrido.
Mariana
Susynació en 1951, en un hogar modesto que el peronismo
hizo de clase media. Hija de ama de casa y de ferroviario y periodista
deportivo, se recibió de maestra en la escuela Normal Nacional
y siguió el profesorado de Filosofía y Letras que luego
terminó en la universidad platense. Aunque nueve años menor
que María Rosa, en 1971 ambas fundaron, junto con el padre Felipe
Mohamed, un Jardín de Infantes gratuito para los chicos de la villa
miseria. Militó desde muy joven en la Juventud Peronista,
dice su hermana. Era impetuosa, de ideales claros y firmes. Salía
con Benigno, también militante, que estudiaba para ser contador.
A fines del 72 se fueron a vivir a La Plata. Luego se casaron en
la iglesia de Junín.
Enrolados en Montoneros, la militancia se intensificó. Sabíamos
que estaba muy comprometida. Cuando regresó Perón, fue a
Ezeiza y la golpearon mucho, hasta Radio Colonia la dio por muerta.
En esos días reprochaba a María Rosa que no actuara. No
te podés quedar tras el escritorio, me decía. Hacia
fines de 1973, Benigno y Mariana/Susy se instalaron en Bahía Blanca.
El 20 de julio de 1976 Benigno fue abatido por el Ejército y ella
avisó para que buscaran su cuerpo. Lo velamos aquí,
relata María Rosa, estaba lleno de policías que pedían
documentos. Desde entonces nos vigilaron, buscando a mi hermana. Al año
de morir Beni se hizo una misa en Junín donde había más
policías que personas. Se había corrido la voz de que iría
Susy. Rondaron como dos años la tumba, por si ella venía...
Paradójicamente, Mariana ya había sido asesinada. La
vi por última vez en el 75 cuenta la hermana,
cuando fue a Junín a visitarnos. Después de la muerte de
Beni, le advirtió a papá por teléfono que la buscaban
y que no quería arriesgarnos. Pero se encontraron algunas veces
secretamente en Buenos Aires. El 5 de enero, días antes de morir,
llamó a casa por el cumpleaños de mi hijo Leonardo, su ahijado.
Me dijo que quizás no volviese a llamar, que nos controlaban el
teléfono. Fue la última vez.
Recuerdo su empuje y valor, dice Martín Gras, un compañero
de entonces. Y retengo la imagen de una chica alta, de pelo oscuro
y rasgos bellos. Quería apasionadamente a su marido muerto.
Su vida fue breve: al morir tenía 25 años, unos cuatro más
que cuando se sacó la foto que ilustra esta nota. Es la que envió
su hermana María Rosa a los hijos de Mónica Jáuregui.
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