Página/12
en Francia
Por
Eduardo Febbro
Desde París
Cumbre
de las Américas en Québec, cumbres europeas de Niza y Gotenburgo,
Foro Económico de Davos, la reunión de Seattle organizada
por la OMC (Organización Mundial del Comercio) o las citas anuales
del FMI y el Banco Mundial: cualquiera sea el país o el continente,
las manifestaciones organizadas por la multinacional de ONG opuestas al
curso actual de la globalización se han vuelto un actor central
de las reuniones de los grandes. La cumbre del Grupo de los Ocho que se
celebrará en la ciudad italiana de Génova del 20 al 22 de
julio no escapa a esta regla. Todos los movimientos contra la globalización
y el neoliberalismo, aquellos que defienden la ecología, los que
exigen la condonación de la deuda de los países del Tercer
Mundo, los pacifistas, los foros sociales, Attac, sindicalistas y una
incontable galaxia de grupúsculos se dieron cita en Italia con
la férrea intención de aguar el banquete de los grandes.
Las Túnicas Blancas, una de las organizaciones italianas más
activas en su militancia contra la mundialización que nuclea a
unos 700 grupos, advirtió al presidente del gobierno italiano Silvio
Berlusconi que su principal objetivo es bloquear la cumbre antidemocrática
y perjudicial, para lo cual utilizaremos la desobediencia civil y nuestros
cuerpos. Así nos protegeremos de la violencia de su ejército
y violaremos la zona roja del perímetro de seguridad.
Mensaje claro al que el gobierno italiano intenta responder adoptando
medidas sin precedentes a fin de impedir el acceso al país de todos
los justos y revoltosos de la Tierra. Entre el 14 y el 21 de julio Roma
decidió suspender los acuerdos europeos de Schengen que permiten
la libre circulación de las personas entre algunos de los 15 países
de la UE. Roma decidió ampliar el muro de protección hasta
alturas insospechadas. Entre el 18 y el 22 de julio, las principales estaciones
de trenes y los grandes ejes de circulación permanecerán
cerrados, al tiempo que todos los vuelos comerciales van a ser desviados
hacia otros aeropuertos de Italia. Como si fuera poco, el mismo acceso
a la ciudad de Génova estará controlado con cuentagotas.
Según la prensa italiana, las autoridades previeron incluso que
las delegaciones no se reúnan en el centro internacional de conferencias
sino en un barco. Hasta ese barco deberán desplazarse el presidente
norteamericano, George Bush; el ruso, Vladimir Putin; el premier japonés,
Junichiro Koizumi; el británico Tony Blair, el francés Lionel
Jospin, el italiano Silvio Berlusconi, el canadiense Jean Chrétien
y el jefe de gobierno alemán Gerhard Schroeder, además de
los presidentes de El Salvador, Francisco Flores, y de Sudáfrica,
Thabo Mbeki, quienes hablarán en nombre de los países pobres.
La construcción de esta fortaleza policial en torno a una cumbre
no pone a todos los participantes de acuerdo. Schroeder defendió
la necesidad de tomar en cuenta las protestas, de abrir el diálogo
con los movimientos y distinguió a aquellos que no
tienen otro programa político que el de la violencia, y que no
son la mayoría de los militantes antiglobalización
mayoritarios que están abiertos a la discusión.
Según el jefe de gobierno alemán, la opinión de esos
núcleos contestatarios sobre la globalización, las
relaciones entre la economía y la política que acentúa
la diferencia entre los países ricos y pobres, todo eso constituyen
argumentos a los cuales debemos enfrentarnos. El Estado italiano
tiene una idea más radical y más romántica. Por un
lado, es preciso reprimir y, por el otro, según lo expresó
el presidente italiano Carlo Azeglio Ciampi, las prioridades que
se deben definir para terminar con las dificultades no hay que buscarlas
en el diálogo con los grupos que se oponen a laglobalización.
Se trata, más bien, de crear un fondo especial para la salud y
la alimentación.
Mitad buenos y mitad malos, violentos o pacifistas, lo cierto es que la
presencia de tantos activistas constituye un auténtico rompecabezas
para las autoridades que temen como a la peste no sólo a la violencia
sino, sobre todo, a las imágenes que las televisiones difunden
sobre esa violencia. Como lo reconocía a Página/12 un miembro
del Ministerio del Interior francés, cada vez que se muestra
una imagen de policías reprimiendo brutalmente como ocurrió
en la Cumbre de Gotenburgo, los países occidentales pierden una
batalla primordial. Allí lo que se ve es que quienes pretenden
defender a las víctimas son también objeto de la violencia,
es decir, víctimas.
La tarea y la reflexión sobre la presunta seguridad es tanto más
ardua puesto que los activistas que acuden a las cumbres lo hacen con
un adecuado entrenamiento previo. Todo está calculado: desde la
manera de soportar los gases lacrimógenos hasta los métodos
para resistir a un arresto o enfrentar a la policía. Sin embargo,
los últimos hechos prueban que la frontera entre buenos
y malos es menos evidente. El pasado 24 de junio, el Banco
Mundial debía reunirse en Barcelona. La violencia que se desató
en las calles de la capital catalana la víspera de esa cumbre obligó
a su posterior anulación. ¿Quiénes fueron los culpables?
Hoy no hay más dudas. Cientos de testigos, 13 horas de video y
decenas de fotos demuestran que los activistas que rompían vitrinas,
incendiaban autos y provocaban disturbios habían salido de
civil de las mismas filas de las fuerzas del orden desplegadas para
impedir la violencia.
EDDY
FOUGIER, ESTUDIOSO DE LA GLOBALIZACION
Nadie
ve esto con optimismo
Por
E. F.
Eddy
Fougier estudió muy de cerca el comportamiento de los activistas
antiglobalización. Este investigador del Instituto Francés
de Relaciones Internacionales, el IFRI, es autor de un documentado trabajo
sobre la forma en que se perciben los efectos de la globalización
de un continente a otro. Titulado Percepciones de la globalización
en Francia y en Estados Unidos, el trabajo pone el acento sobre la diversidad
de los movimientos que componen la galaxia antiglobalizadora y la forma
en que ésta es percibida a través del mundo.
Además de las diferencias entre un continente y otro, usted
pone de relieve la distancia cada vez mayor que existe entre la opinión
pública y las altas esferas.
En efecto, sobre todo después de las crisis alimentarias
como la de la vaca loca o las sanitarias como el sida. Ambas acrecentaron
la fosa entre los expertos, que a menudo se equivocan, y las personas
tradicionales, sean los empleados o los asalariados. Cada una de estas
categorías no soporta de la misma manera los efectos de la globalización.
Para los expertos, por ejemplo, las consecuencias son menos negativas
que para los empleados y asalariados. Además, la globalización
tiene otra consecuencia, que consiste en hacer cada vez mayor el sentimiento
de la inseguridad. Mientras los expertos y las altas esferas tienen una
visión muy positiva de la globalización, la opinión
pública no comparte ese optimismo. El 87 por ciento de las élites
norteamericanas mira positivamente la globalización contra el 54
por ciento para la opinión general. En Francia es todavía
más drástico, porque el 70 por ciento de las personas interrogadas
tiene la impresión de que los cambios se producen sin que el público
esté al corriente o haya sido consultado. Esta diferencia se explica
en mucho por las evoluciones de las relaciones sociales, por los cambios
que intervinieron en la relación entre la empresa y el individuo.
Antes, cuanto más ganaba una empresa, más empleos creaba.
Esto ya no es tan así. De hecho, asistimos a la ruptura del contrato
social de la llamada democracia industrial y mediante el cual los grandes
grupos industriales les garantizaban cierta estabilidad a los individuos.
Usted constata en su trabajo que existe una frontera clara en la
manera en que norteamericanos y franceses asimilan la mundialización.
Desde luego. Hoy se da una convergencia de criterios en las críticas
que los movimientos dirigen contra la globalización. Pero hay distinciones.
Francia es un país percibido como la cuna de la rebelión
contra la globalización. Es el país del sindicalista José
Bové, de la excepción cultural, es la tierra donde nació
Attac (el movimiento que reclama la creación de un impuesto a las
transacciones financieras). En cambio, Estados Unidos aparece como todo
lo contrario, es decir, como el símbolo de la globalización
con sus gigantes como McDonalds, Coca Cola, Microsoft, etc. Con
todo, las diferencias dependen de una suerte de prisma que hay en cada
país. En Francia, la gente ve sobre todo la dimensión financiera
de la globalización. Esto se debe a que el Estado sigue siendo
un entidad protectora. En Estados Unidos, la globalización entra
a través la liberalización de los intercambios y se la percibe
a partir del rechazo a que exista un Estado intervencionista. Le doy dos
cifras. En Estados Unidos, el 61 por ciento de los interrogados piensa
que la globalización es positiva para las empresas. No obstante,
sólo el 31 por ciento considera que es beneficiosa para ellos mismos.
En Francia, las encuestas muestran que el 65 por ciento de las personas
piensa que la globalización agrava las desigualdades sociales.
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