Por
Cristian Alarcón
Esta
la historia de un crimen sobre la calle Arenales, a las seis y media de
la mañana, cuando aún duerme Recoleta. Pero no es la historia
de un tiroteo entre ladrones y policías, ni la de una simple pelea
callejera. Es la del cruce entre Osvaldo Rojas, un hombre de 26 años
declarado insano por un diagnóstico psiquiátrico, bailantero,
con un antecedente por robo, con Julio Alberto Pueyrredón Saavedra
Lamas, entonces de 81 años, abogado, ex banquero, ex embajador,
de linajes patricios varios y apasionado coleccionista de armas. Con una
de ellas, un revólver calibre 38, fue que ese día, el 20
de septiembre de 1998, mató a Rojas porque, según jura,
lo quisieron asaltar. Había salido a comprar leche y sandwiches
para el desayuno. La calle estaba vacía, los porteros de la zona
sólo escucharon dos disparos. Uno vio a Rojas caminar tambaleante
y balbucear sus últimas palabras, antes de caer al piso. Ocho días
más tarde la policía dio con el anciano de alta alcurnia.
Ayer el fiscal solicitó tres años por homicidio simple
atenuado por el exceso en la legítima defensa. Pudo haberlo
amenazado, disparado al suelo, pero lo mató, dijo.
El pasado de estos hombres de clases tan distantes, acaso símbolos
de dos argentinas en tiempos en que la polarización crece, salió
al ruedo durante el proceso judicial que comenzó con el asesinato.
Fue sobre todo la defensa a cargo de Miguel Angel Pierri, abogado
de la familia del cantante Rodrigo Bueno quien hizo hincapié
en los antecedentes del muchacho, y en que Pueyrredón es una
víctima de la violencia callejera. Ayer fue el día
de los alegatos. Pierri confirmó que fue el con su arma quien disparó,
pero en uso de su legítima defensa. Seguramente fue víctima
de un joven que robaba a ancianos. Es un privilegiado porque puede contarlo,
dijo y pidió a los jueces la absolución.
Para los abogados de la familia Rojas se estaba encaminando. Tuvo
un brote oligofrénico cuando era adolescente pero estaba estudiando
panadería, tenía una novia y una pensión del Estado
por cien pesos.
La madrugada del 20 había ido a bailar con la chica a una bailanta
de Once. Según ella, regresaron a la casa de él, en Jean
Jaurés y Corrientes y luego salió a comprar cigarrillos.
Pero se volvió a saber de Rojas a unas 30 cuadras. La versión
del ex embajador es que cuando estaba cerca del quiosco tres hombres lo
atacaron: uno lo agarró del cuello y otros dos intentaron aferrarlo.
Al tercero le vio un cuchillo de cocina. Por eso no dudó en sacar
el arma del bolsillo derecho del tapado y disparar al aire.
En el forcejeo uno de sus agresores le habría bajado el brazo,
y por eso la bala 38 fue a dar en el estómago de Rojas.
Después del incidente Pueyrredón decidió no denunciarlo.
Caminó a su casa y allí se quedó, con algunas heridas,
jura. La policía allanó su casa ocho días después.
El comisario Larrosa, que entró al departamento de Arenales 1384,
detalló que el anciano en el dormitorio intentó tomar un
objeto que tenía oculto bajo las frazadas. Era un revolver Colt
calibre 38 con seis cartuchos. Por eso decidieron registrar cada rincón
del tres ambientes con vestidor en el que vivía con su mucama.
La sorpresa no fue menor. Ayer, al preguntar a un perito forense sobre
una posible paranoia del acusado, uno de los jueces detalló: en
el placard un revólver, una pistola, cartuchos; en una valija un
revólver; en otra valija otro revólver; en el interior de
la cocina un revólver, más cartuchos; en un vestidor una
escopeta, un rifle; debajo de un sillón una ametralladora; en el
armario de la cocina otra pistola. En total eran 20 armas. Todas
estaban cargadas. En el bolsillo del perramus estaba el 38 con el que
se comprobó que fue asesinado Rojas.
Ayer el abogado de la querella, José Luis Fernández, hizo
hincapié en el polvorín que tenía en
su departamento, en su título de campeón de tiro y en la
declaración de Nicolás Olivera, un portero de la cuadra
que dijo que Pueyrredón al fin y al cabo tataranieto de Cornelio
Saavedra y descendiente de Martín de Pueyrredón iba
siempre armado y con un elegante bastón de madera con un estile
disimulado en la punta. Pierrialegó que su defendido tenía
el revolver en el bolsillo porque el día anterior se lo había
devuelto su amigo, el embajador José María Figuerola, a
quien se lo había prestado. Y explicó que hubo un tiempo
en que el coleccionista vivía en un palacete de la calle Austria
con espacio suficiente para mostrarlas sobre la pared. El fiscal Luis
Misculín no se detuvo en las armas. Ni en el pasado de titulos
y cargos del acusado. Pero consideró posible un ataque. Rojas
era proclive a este tipo de hechos, dijo. Y aunque sin testigos
directos, pidió tres años para el anciano de armas llevar,
porque se habría defendido sobrepasando los límites
de la racionalidad.
Un
testigo para Trovato
Por C.A.
No
sólo que Julio Pueyrredón Saavedra Lamas tuvo tantos
cargos como armas, sino que es descendiente directo de Martín
de Pueyrredón, tataranieto de Cornelio Saavedra, hijo del
intendente de Buenos Aires durante el gobierno de Castillo y nieto
del Premio Nobel de la Paz Carlos Saavedra Lamas. Pero sus relaciones
sociales no terminan en los ilustres apellidos. Hace poco más
de dos años, durante el juicio al ex juez Francisco Trovato,
Pueyrredón fue la estrella de una de las audiencias. Declaró
que su amigo Trovato le había dado dinero para pagar el famoso
placard por el que lo encarcelaron, con lo cual se intentaba demostrar
que el juez había pagado el mueble y no la empresa Almagro
Construcciones como parte de una coima. Aquella vez con su bastón,
su saco de tweed, el pañuelo de seda en el bolsillo, arrancó
carcajadas en el público y la ira de los jueces. Me
dijo que tenía tan buen gusto que quería que fuera
a su casa a controlar el placard, dijo entre un sinfín
de autorreferencias y comentarios sobre su largo currículum
con los que enojó a los jueces.
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