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KATHARINE GRAHAM, LA EDITORA QUE DERRIBO A RICHARD NIXON
La muerte de la señora Watergate

Ayer murió Katharine Graham,
la editora del �Washington Post� que publicó los papeles del Pentágono sobre
la guerra de Vietnam y el caso Watergate que provocó la caída de Nixon.

Escándalo: El ministro de Justicia de Nixon, John Mitchell, dijo: �A Katie Graham le van retorcer una teta con pinzas si publica información sobre esto�.

Una foto de 1995 de Katharine
Graham, que murió ayer a los 84 años.
Publicó la investigación periodística con
más repercusión del siglo.

Por Godfrey Hodgson *
Desde Londres

De Katharine Graham, que ayer murió a los 84 años en Idaho por un accidente, se decía a menudo que era una de las mujeres más poderosas de Estados Unidos. Ella odiaba que la caracterizaran así: decía que sonaba como si fuera una fisicoculturista, una levantadora de pesas. Sin embargo, el peso que ejerció fue notable, como editora del Washington Post en sus mejores días y después como presidenta de The Washington Post Co., la empresa también dueña de la revista Newsweek y de varias estaciones de televisión y radio.
El éxito de Katharine Harris como una de las primeras mujeres norteamericanas en liderar una empresa fue tanto más inesperado porque la vocación le fue impuesta recién a los 46 años y como consecuencia de un accidente trágico. Hasta entonces, era un ama de casa rica y sin preocupaciones, madre de cuatro hijos y esposa del editor y dueño del Washington Post, Phil Graham. Su marido, amigo personal de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson –convenció al primero que aceptara como vice al segundo–, sufría de una depresión que nunca había sido diagnosticada. Phil Graham empezó un affaire con una muy joven reportera de Newsweek, con la que hizo un tour al mejor estilo Lolita por los moteles del país para terminar en la convención de Associated Press de 1963, en la que tomó el micrófono y empezó a decir obscenidades mientras se desnudaba. Después se arrepintió, volvió a casa, y se disparó. Su esposa encontró el cuerpo.
Todos sus amigos le dijeron a Katharine Graham que dejara que otros dirigieran la empresa. Ella decidió que tenía que hacerlo, por amor a sus hijos. Fue la editora del Post durante la exitosa batalla legal que libró aliada con el New York Times contra la administración Nixon. La presidencia buscó inútilmente impedir la publicación de documentos secretos sobre los orígenes de la guerra de Vietnam: los célebres documentos del Pentágono. Y también estuvo al frente del Post en el gran momento de triunfo: la serie de escándalos conocidos como Watergate, sobre el espionaje del cuartel general demócrata en Washington, que forzaron la renuncia del presidente Nixon y transformaron para siempre al periodismo norteamericano.
Kay Graham, tal como era llamada, nació en 1917 en la era del ragtime y en el centro social de unos Estados Unidos en plena expansión imperial. Ella hubiera querido estudiar en la London School of Economics, pero su padre, un rico banquero judío, insistió en que asistiera a la Universidad de Chicago. Allí resistió todos los intentos de jóvenes compañeros comunistas y de otras afiliaciones izquierdistas por conquistarla, inconmovible en su fe en el sistema capitalista que había tratado tan bien a su padre. Fue en 1940 que se casó con Phil Graham, el futuro suicida. En los 50s el esposo de Graham había de suceder al padre de Kay como editor del Post: el viejo Eugene Meyer no confiaba en las mujeres.
Cuando Kay Graham heredó la empresa familiar, inmediatamente antes del asesinato de Kennedy, era una simple ama de casa, pero ya jugaba al tenis y cenaba con la élite política de Washington. Era un miembro incontrovertible del “Georgetown set”, uno de los círculos de poder y fortuna de la capital norteamericana. Graham era la única mujer en las asambleas y demás reuniones de la empresa, y entonces se dirigían a los presentes como “lady and gentlemen”. Pero no le faltaban contactos que la aconsejaran: Robert McNamara, McGeorge Bundy y las llamadas “grandes ballenas” del Congreso. En Nueva York empezó a frecuentar el círculo del escritor Truman Capote y el de Marella Agnelli, cuyo esposo era el dueño de Fiat.
Al principio, Graham no simpatizó con la oleada de feminismo que alcanzó niveles tempestuosos en los 70. Nunca tan tempestuosos como precisamente en las redacciones de diarios y revistas, donde las mujeres no sólo eran discriminadas profesionalmente, sino muchas veces tratadas coninsensibilidad brutal por sus colegas varones. La periodista feminista Gloria Steinem, fundadora de la revista Ms, procuró, al principio con muy poco éxito, interesar a Graham en el movimiento. Una influencia más fuerte resultó la de Meg Greenfield, editorialista y luego editora de la página de editoriales en el Post, quien se convirtió en la mayor amiga mujer de Graham. “Aunque me llevó mucho tiempo librarme de mis presuposiciones más tempranas y más internalizadas”, escribió en 1997 en su franca y exitosa autobiografía con la que ganaría el premio Pulitzer el año siguiente, “llegué a entender la importancia de los problemas básicos de la igualdad laboral, de la movilidad ascendente, de la equidad en términos de salarios y del cuidado de los hijos”.
Aunque vivió toda su vida en un medio intensamente político, generalmente era percibida, en especial por los conservadores, como una progresista. Ella se proclamaba una típica “progre con limusina”. Pero sus lealtades y posicionamientos políticos eran complejos. Su padre y su madre eran republicanos, y su esposo, antes de transformarse en escuchado consejero de futuros presidentes demócratas, había votado por el republicano Dwight Eisenhower en 1952. Al principio, ella no había sido desfavorable al presidente Nixon. Sólo cuando su diario fue amenazado por la administración en el caso de los documentos del Pentágono sobre Vietnam y cuando su compañía estuvo a punto de perder derechos televisivos durante la batalla de Watergate fue que se convirtió en la temible antagonista del presidente.
La posición que adoptó Graham no podía sorprender. El vice de Nixon, Spiro Agnew, había singularizado al Post en el grupo de los “snobs afeminados del Este” que dominaban en los medios nacionales. Y cuando el joven periodista Carl Bernstein, futuro premio Pulitzer con Bob Woodward por su investigación sobre Watergate, llamó al ministro de Justicia John Mitchell, para chequear hasta qué punto estaba involucrado en el escándalo, éste dijo: “A Katie Graham le van retorcer una teta con pinzas si publica eso”.
Durante la crisis de Watergate, Graham forjó una alianza íntima con Ben Bradlee, un editor con fama de duro y mal hablado, que ella había traído de Newsweek. Graham estaba totalmente identificada con la investigación periodística del Post que derribó a Nixon. Después, sin embargo, decepcionó a muchos formando grandes amistades con Henry Kissinger y su esposa Nancy, y más tarde con Ronald Reagan y su esposa Nancy. Como muchos “neoconservadores”, Graham se corrió a la derecha como reacción ante las políticas de confrontación de los 7Os. Las lealtades progres de la era del New Deal no soportaron el enfrentamiento con los sindicatos, en la cual los de prensa, en particular, supieron usar tácticas violentas.
En 1977, Graham integró la Comisión Brandt cuyo fin era mejorar las relaciones mundiales Norte-Sur. Le dio mucho gusto cuando uno de los tercermundistas que también era miembro de la Comisión buscó un affair con ella. Graham dijo que su lema era “Donde se trabaja no se...”; su admirador le respondió que el suyo era “Nunca digas nunca”. Después de retirarse, y dejar a su hijo Donald al frente del Post, viajó intensamente, y entrevistó al Shah de Irán, a Mijail Gorbachov, a Mohammed Kadafi. Estaba orgullosa de que Newsweek hubiera publicado, incluso, la foto que tomó de Kadafi.

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

 

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