Por Martín
Pérez
Son espías, son enemigos,
son hombre y mujer. Se conocen en una misión que los enfrenta,
se cortejan con el mayor de los sigilos no hay que olvidar que son
espías enemigos pero finalmente abandonan todo para casarse.
Y, claro, cambiar una vida de aventuras por la aventura de formar una
familia. Tal es el cuento de las buenas noches preferido de Carmen, la
hija mayor del matrimonio Cortez, que le pide a su madre que arranque
con el clásico había una vez para escuchar otra
vez la historia junto a su hermano menor, Juni. Es una gran historia,
dirán al escucharla por enésima vez. Y concluirán:
Pero necesita monstruos, y otro final.
Rebeldes pero jamás engreídos, inocentes pero nunca tontos,
y revoltosos sin llegar a ser maleducados, vaya uno a saber qué
rostros les pondrán los queribles Juni y Carmen en su imaginación
a los protagonistas del relato. Pero para los astutos espectadores infantiles
y no tanto de Mini espías todo está claro desde
el mismísimo prólogo, ya que los protagonistas del cuento
llevan, precisamente, el rostro de papá y mamá Cortez. Y
entonces sólo será cuestión de dejarse llevar por
los hilos cinematográficos tan artesanalmente tejidos por Robert
Rodríguez para disfrutar del resto de la historia, conocer los
monstruos en cuestión y alcanzar ese nuevo final.
Presentado en sociedad a partir de los irrisorios siete mil dólares
del costo de su ópera prima El Mariachi (1992), el director chicano
Robert Rodríguez se hizo su nicho en el Hollywood de los noventa
como no podía ser de otra manera a base de films de
la mejor clase B. Mezcló vampiros con oeste y refilmó su
Mariachi con más presupuesto, un camino que lo reunió con
talentos seudo-rebeldes como Tarantino o Kevin Williamson (el guionista
de Scream), de cuya pluma salió la subvaluada Aulas peligrosas,
un disfrutable homenaje a Los usurpadores de cuerpos que data de tres
años atrás. Pero casi nada en el currículum de Rodríguez
anunciaba el viraje hacia un producto como Mini espías, un film
que recorre con muchos guiños todos los tópicos del género
al que refiere su título.
Con una imaginación digna de la época Beetlejuice de Tim
Burton a la hora de crear los monstruos pedidos por Juni y Carmen para
ornamentar la historia, y un antagonista que es un homenaje permanente
al malogrado Pee Wee Herman, Rodríguez construye alrededor de la
familia Cortez una película permanentemente consciente del sin
sentido de los films de espías, y del cine de aventuras en general.
Pero que, a pesar de esa conciencia, no deja de creer en la magia y la
diversión de semejante inconciencia. Y así es como el regreso
a la acción de papá y mamá Cortez luego de nueve
años de hacer sólo de papá y mamá sólo
puede conducir a su captura, con lo que llega la hora de Carmen y Juni,
los mini del título de espías.
Pletórica en toda clase de objetos encantadores (el mejor Bond
para niños) y guiños cómplices que a pesar
de todo lo que pudiera suponerse sólo existen en virtud de
la trama, Mini espías es un film que fluye sinesfuerzo y que es
todo disfrute. Tanto en cada tropezón de los sorprendentes Pulgares
los malos de la película así como en cada actuación,
desde el protagónico de Banderas hasta el cameo del legendario
Cheech Marin, e incluso las fugaces presencias de Clooney, Mike Judge
o Richard Linklater. Y, por supuesto, en cada segundo de cámara
que roban Alexa Vega y Daryl Sabara, sus pequeños protagonistas,
que viven sus aventuras en un sorprendente universo latino, donde deambulan
a las órdenes de un Rodríguez que dirige, edita, coproduce
y hace cámara en un film que dice haber filmado para ver con sus
hijos. Pero, se sabe, esa siempre es la última excusa adulta para
permitirse pasar un buen momento sin el peso de tanta adultez.
PUNTOS
CHIQUITITAS,
RINCON DE LUZ Y ANTEOJITO
Los eternos espíritus patrióticos
No todos son dinosaurios y miniespías
entre las novedades de esta semana en la cartelera porteña. Además
de Jurassic Park III, que se estrenó ayer, en coincidencia con
su lanzamiento a escala global, y de Spy Kids, en la que el Mariachi
Robert Rodríguez se divierte como un niño, los chicos también
tienen para elegir las producciones vernáculas. Precedida por su
exitoso estreno en el interior del país, donde ya lleva reunidos
más de 100.000 espectadores desde principios de julio, hoy llega
a los cines de Buenos Aires Chiquititas, rincón de luz, una producción
de Telefé montada a caballo de la tira diaria que ronda los 11
puntos de rating en cada emisión. La creación de Cris Morena
que también tiene un público cautivo en la versión
teatral que durante las vacaciones de invierno ocupa el Gran Rex
llega ahora al cine con dirección de Luis Massa, música
de Rocky Nilson y producción de Carlos L.Mentasti. El elenco está
encabezado por Romina Yan (como Belén) y Facundo Arana (Alejo),
la pareja que vive su cándida historia de amor en el idílico
pueblo de Ciervo Dorado, que alberga al orfanato regido por el sádico
Coronel (a cargo de Juan Leyrado), dispuesto a robarle la alegría
de vivir a todos los niños. En otros personajes del producto, hacen
su aporte Franklin Caicedo, Roberto Carnaghi y Alejandra Flechner.
Los espíritus patrióticos también podrán optar
por Anteojito y Antifaz, mil intentos y un invento, un largometraje de
dibujos animados de comienzos de los años 70, producido por
los entonces Estudios García Ferré, que ahora la aggiornada
empresa García Ferré Entertainment exhumó para una
nueva explotación comercial, luego de los éxitos de temporadas
anteriores de Las aventuras de Pantriste y muy particularmente Manuelita,
que llegó a cosechar 2.400.000 espectadores. Ahora García
Ferré se unió a su habitual competidor, la Disney Company,
que tomó en cuenta derrotas anteriores (Manuelita desplazó
en su momento a Tarzán) y compró los derechos de exhibición
de Anteojito para su distribución local. La película sigue
siendo la misma de hace treinta años, con la única novedad
de una banda de sonido remozada (anuncian que con sistema Dolby) y otra
música, más acorde con los ritmos actuales. El propio García
Ferré admitió también haber abreviado su propio film
en diez minutos, con lo que ahora padres y niños deberán
esperar solamente 80 para ver impresa la palabra fin.
Una
comedia que se parece a un mal partido de fútbol
Con una glamorosa
Nueva York como fondo y la presencia de la siempre sexy y carismática
Ashley Judd, �Alguien como tú� promete más de lo que finalmente
entrega.
Ashley
Judd y Gregg Kinnear, dos a quererse.
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Por Horacio Bernades
Con Alguien como tú pasa
como con algunos partidos de fútbol. Hay jugadores talentosos,
un arranque que permite abrigar esperanzas y una rica tradición
de juego (la de la comedia clásica). Además, tener como
fondo a una Nueva York bien fotografiada es el equivalente perfecto de
ese día soleado, que predispone los ánimos para la práctica
del deporte. A los pocos minutos, da la sensación de que el partido
se cayó en un pozo, pero la sola presencia de buenos jugadores
en la cancha hace que la parcialidad siga alentando. Y sin embargo, no
hay caso: el planteo táctico hace agua, el equipo no sabe a qué
juega y además no está bien dirigido. El aliento del comienzo
da paso a la indiferencia, al malhumor, y finalmente todo termina en abucheo.
Hasta que no queda más remedio que reconocer que películas
como Alguien como tú no le hacen bien a la práctica del
cine.
Aunque nunca se sepa muy bien en qué consiste su tarea, el hecho
es que Jane Goodale (Ashley Judd) se desempeña como asistenta de
una animadora de talk shows (reaparición de la gran Ellen Barkin,
equivalente exacto al regreso en forma de un Francescoli o un Bochini),
tiene como compañero de programa a un guionista-don juan (primera
ocasión de testear al australiano Hugh Jackman tras su deslumbrante
aparición como Wolverine en X-Men) y no tiene precisamente una
buena opinión de los hombres. Sin embargo, no más asoma
Ray Brown, nuevo productor ejecutivo del programa (el muy simpático
Greg Kinnear, amigo gay de Mejor... imposible) a la chica se le caen las
medias. Primera alarma encendida, porque un flechazo súbito y terminal
no es algo que al espectador se le haga fácil compartir, si no
se le dan motivos suficientes. Y no se le dan.
De todos modos, Jane y Ray Brown (que por alguna razón tiene el
mismo nombre que un legendario contrabajista de jazz) inician una relación.
Ella sabe que él tiene una prometida, aunque no sabe quién
es. Cuando ella y el espectador se enteren, ya no quedarán dudas
de que la guionista puede salir con cualquier cosa en cualquier momento.
Algo que se confirma con unos personajes principales carentes del mínimo
desarrollo requerido (cuando parecerían tenerlo, a la larga se
comportan de modo incoherente), unos secundarios que tienden a aparecer
y desaparecer sin ton ni son y artimañas de folletín lacrimógeno
totalmente fuera de lugar, como modo de patear la pelota hacia adelante
y hacer tiempo.
El fana que, a pesar de todo, no quiera convencerse de que el precio de
la entrada no fue la inversión más sabia, siempre tendrá
el consuelo de confirmar que a Ashley Judd, además de sexy y carismática,
le sobra talento. Incluso para la comedia, que no cualquiera. Además
está, claro, la rubia Barkin, que no necesita recurrir a cirujanos
para que le pongan la cara en su lugar. Sigue teniendo el mejor tabique
desviado y la más demoledora sonrisa torcida de todo Hollywood,
y de varios planetas más.
PUNTOS
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