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“22, EL LOCO”, EL NUEVO PROGRAMA DE ADRIAN SUAR
Ahora, la tira de los tiras

Ambientada en la Argentina de
hoy, la tira se mete en un terreno fangoso: los buenos son policías, uno de ellos propenso al gatillo fácil.

El elenco de Suar, para un
programa que gira en su derredor.
El debut fue auspicioso: cosechó casi 26 puntos de rating para el 13.

Por Julián Gorodischer

El Loco está nervioso, siempre un poco crispado, como al borde del estallido. Pero, eso sí, cuando se le cruza una mujer en el camino, no hay quien lo pare. El Loco, entonces, se vuelve un sex symbol que las hipnotiza, por ejemplo, sacándose el pulóver y haciendo un solo de cumbia. Baila como si estuviera encima del parlante, y hasta Leticia Bredice (Ana, una abogada de menores, en la ficción) puede caer ante el galán irresistible. El es tan sensual, que cuando ella lo ve, se intranquiliza. Es tan magnético que parece ser el dueño de esta torta, uno que se reservó un papel con todas las de ganar: una hija para recuperar, muchas mujeres para elegir, un pasado de loco para redimir y, por si fuera poco, un nuevo orden policial sin corruptos a punto de fundar.
El Loco o Federico Falcone o Adrián Suar o, mejor, el dueño de Pol-ka, fue el centro del primer capítulo de “22, el Loco”, como si para remontar una mala racha, que incluye el levantamiento de “Ilusiones” y la falta de impacto de “Culpables”, se jugara todas las cartas a sí mismo. En el debut, no le fue nada mal: el programa se convirtió en el de mayor rating del martes, con un rating promedio de 25.9. El dato no es menor para un productor que está en problemas tanto con el canal como con la medidora Ibope. El segundo programa más visto del martes fue "Susana Gimenez", con 20 puntos. La tira de Suar va de martes a viernes.
En la ficción, a Falcone le pasa de todo: es un duro que, a pesar de estar suspendido de la fuerza, interviene en la escena del crimen al pasar casualmente con el auto. Volverse loco entonces será subir el tono, precipitar la verba y la mano al bolsillo, sacar el arma y tirar (un plan simple) al hombro del asaltante. El agente concentrará, poco después del gatillo fácil, todas las esperanzas de fundar una nueva policía “que no transe con nadie”, al decir de Mario Falcone, su propio padre y también jefe policial.
La idea del veterano es formar una brigada de jóvenes talentos, limpios, que se opongan a lo viejo. Por supuesto, la intención de la serie (qué duda cabe) no es tensar la cuerda ni herir susceptibilidades, por lo cual lo viejo, al menos por ahora, no fue nombrado, ni recreado, ni sugerido. Por otras parte, los talentos del futuro traen algunos problemitas. El Loco aparece como un ferviente cultor del disparo porque sí. La que será su compañera, Laura (Nancy Dupláa), fue controlada por dos perejiles apenas comenzada una excursión a la mafia de los discos truchos. Y al resto, Alejandro (Mariano Martínez), Fabián (Damián De Santo) y Natalia (Julieta Ortega) se los irá conociendo, se supone, en próximos capítulos, pero ya dejaron entrever que la convivencia no será fácil.
Este no es un cuadro de denuncia. Suar ya aclaró que no pretende hablar de la actualidad a través del programa. Pero, entonces, ¿para qué hacer una serie sobre la policía? No hay, hasta ahora, demasiadas diferencias entre los miembros de la fuerza y otras profesiones visitadas anteriormente (taxistas, colectiveros, basureros, boxeadores...) por las huestes de Pol-ka. Otra vez, el colectivo laboral (policías) es apenas el disparador para el triángulo para introducir un conflicto familiar (la disputa por la hija de Falcone) y acudir a un repertorio de estrellas en retirada siempre listas para ser devueltas a las marquesinas: María Rosa Gallo (la abuela de Federico), Thelma Biral (su madre) y Horacio Fontova (el padre de Laura).
Como en éxitos anteriores, el barrio humilde, los vecinos, y los espíritus nobles (Ana, el mismo Federico, en el fondo) se van relacionando en una superficie de pocos metros cuadrados, comparten ámbitos de reunión (la iglesia, la comisaría) y tienen novios, amantes y enemigos cruzados. Esta vez, como leve variación, portan armas e introducen la variable moral –el bien contra el mal– a la mera red de amores y enemistades que se desplazan entre unos y otros. La receta es retomar “Poliladron”, adosándole la clave costumbrista que se expandió después, con un héroe y su séquito contra villanos intercambiables. El terreno, claro, es un poco más fangoso. Hasta aquí, el policía de la serie es un hombre bueno de corazón noble que se desvive por reencontrarse con su hija. Y la mujer uniformada, linda, justa y valiente. ¿No será demasiado?

 

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