Por Javier del
Pino *
Desde Washington
No sale de lo común
que un trabajador se lleve furtivamente a casa unos cuantos folios del
despacho, o incluso un paquete de clips. Pero si la profesión del
empleado es espía y su empresa es el FBI, el hurto venial puede
ser más problemático: a la agencia de investigación
de EE.UU. le han desaparecido 450 pistolas y 185 computadoras portátiles,
algunas de ellos con información confidencial.
Aunque en los tiempos que corren nada es imposible, parece improbable
que el robo se deba a un asalto nocturno de una banda de ladrones al cuartel
general de Washington. De ahí se deduce que las armas y las laptops
están en las cartucheras y las casas de agentes cuyas aficiones
incluyen el tiro, la informática y el gusto por lo ajeno.
Dicen los periódicos que el FBI es víctima de un maleficio
que amenaza con transformar a sus espías en réplicas del
inspector Clouseau. No es sólo que el más devoto de sus
agentes (caso Robert Hanssen) haya resultado ser un empleado de los rusos
con novia en una boite de strip tease. No es sólo que en los sótanos
aparezcan documentos (caso Timothy McVeigh) capaces de frenar la ejecución
del terrorista más odiado de EE.UU. Y, desde luego, es sólo
una coincidencia que el nuevo director del FBI, Robert Mueller, anuncie
que sufre cáncer de próstata una semana después de
que George W. Bush lo elija para el cargo.
De las 450 armas desaparecidas, al menos 184 están en manos de
gente de poco fiar: figuran como robadas en los coches o en las casas
de agentes del FBI (o eso dicen ellos), e incluso fueron sustraídas
a agentes en atracos callejeros que no dejan de tener un cierto componente
humorístico si no fuera porque al menos una de las pistolas se
empleó en un homicidio en las afueras de la capital. Las otras
266 armas simplemente se han esfumado; en general, son pistolas de aspecto
típicamente cinematográfico (semiautomáticas de marca
Glock), aunque también han desaparecido varios rifles, metralletas
y algún fusil de asalto difícil de esconder en un maletín.
Peor es la desaparición de computadoras, no porque sean más
caras que las pistolas (especialmente en este país), sino porque
muchas de ellas contenían información comprometida, secreta,
o ambas cosas a la vez. John Ashcroft, el fiscal general (de cuyo departamento
depende el FBI), compareció ante la prensa para asumir el bochorno,
aunque trató de aminorarlo con una estrategia semántica:
insistió en que las pistolas y los ordenadores no estaban desaparecidos,
sino no localizados, como si fuera cuestión de mirar
en las papeleras. Se estima que el FBI tiene repartidas 50.000 armas entre
agentes y 13.000 ordenadores portátiles.
Las no localizaciones se han descubierto en una auditoría
interna que ha revisado los inventarios sólo desde el año
1990. Es muy significativo que el FBI haya mostrado reticencias a contar
pistolas desaparecidas antes de ese año, no sea que la cifra se
dispare. Por razones obvias, tampoco han querido ponerse a contar balas
robadas en los departamentos de munición.
Cuando John Edgar Hoover dirigía el FBI hace medio siglo, el 88
por ciento de los estadounidenses tenía respeto y confianza por
la agencia de información; una encuesta de Gallup mostró
el miércoles que esa cifra se ha quedado en la mitad. No cabe duda
de que las instituciones que velan por la seguridad del país pasan
por un momento amargo respecto a la opinión pública, tanto
que se ha actualizado un viejo chiste: el presidente de EE.UU. pone a
prueba a dos agentes de la CIA, dos del FBI y dos policías de Nueva
York, conocidos últimamente por la brutalidad de sus modos. Les
encarga demostrar su habilidad en una misión que consiste en localizar
y rescatar a un conejo escondido en un bosque. Los dos agentes de la CIA
se equivocan de bosque porque usan mapas antiguos. De los dos agentes
del FBI, uno se pasa a construir madrigueras para los conejos y elotro
prende fuego al bosque para irse pronto a casa. Los policías de
Nueva York son los únicos que completan el trabajo: a punta de
pistola, sacan del bosque a un oso que grita: Está bien,
soy un conejo.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
EL
BUSH TOUR AL LONDRES CLASICO
El tejano y la reina
George Bush empezó ayer
por Gran Bretaña su segunda visita a Europa desde que es presidente
de Estados Unidos. En su primera visita a las islas en su primer
viaje estuvo en Madrid, Bruselas y Gotemburgo Bush ha conocido la
vieja Europa: almorzó con la reina Isabel II en el palacio de Buckingham,
visitó el búnker desde el que Winston Churchill siguió
dirigiendo el país durante la Segunda Guerra Mundial, leyó
en los mismos salones en los que estudió Carlos Marx en el Museo
Británico y pasó la noche en las habitaciones de una mansión
Tudor de 1565.
No fue la primera vez que este presidente hijo de presidente saluda a
la reina de Inglaterra. Ya tuvo ocasión de hacerlo años
atrás, cuando Isabel II cenó en la Casa Blanca invitada
por Bush padre. A Bush hijo la reina le pareció entonces encantadora
y con un maravilloso sentido del humor, muy ingeniosa. Ayer, el
millonario tejano tuvo una segunda ocasión de medir el humor de
la reina, pero esta vez compartiendo mantel en la corte de Isabel, en
los comedores suntuosos y cargados de historia del palacio de Buckingham,
en el corazón del Londres histórico, y acompañado
de Laura, su esposa y primera dama.
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