Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


UN NUEVO ESCANDALO SACUDE AL CUERPO DE J. EDGAR HOOVER
Al FBI se le pierden las pistolas

Una investigación revela el robo
de 450 armas y 185 ordenadores desde 1990, en medio de una
mala racha de espías dobles, documentos no entregados a la Justicia y hasta un cáncer.

George W. Bush presentó al
nuevo director del FBI el 5 de julio.
A la semana, Robert Mueller anunció que tenía cáncer de próstata.

Por Javier del Pino *
Desde Washington

No sale de lo común que un trabajador se lleve furtivamente a casa unos cuantos folios del despacho, o incluso un paquete de clips. Pero si la profesión del empleado es espía y su empresa es el FBI, el hurto venial puede ser más problemático: a la agencia de investigación de EE.UU. le han desaparecido 450 pistolas y 185 computadoras portátiles, algunas de ellos con información confidencial.
Aunque en los tiempos que corren nada es imposible, parece improbable que el robo se deba a un asalto nocturno de una banda de ladrones al cuartel general de Washington. De ahí se deduce que las armas y las laptops están en las cartucheras y las casas de agentes cuyas aficiones incluyen el tiro, la informática y el gusto por lo ajeno.
Dicen los periódicos que el FBI es víctima de un maleficio que amenaza con transformar a sus espías en réplicas del inspector Clouseau. No es sólo que el más devoto de sus agentes (caso Robert Hanssen) haya resultado ser un empleado de los rusos con novia en una boite de strip tease. No es sólo que en los sótanos aparezcan documentos (caso Timothy McVeigh) capaces de frenar la ejecución del terrorista más odiado de EE.UU. Y, desde luego, es sólo una coincidencia que el nuevo director del FBI, Robert Mueller, anuncie que sufre cáncer de próstata una semana después de que George W. Bush lo elija para el cargo.
De las 450 armas desaparecidas, al menos 184 están en manos de gente de poco fiar: figuran como robadas en los coches o en las casas de agentes del FBI (o eso dicen ellos), e incluso fueron sustraídas a agentes en atracos callejeros que no dejan de tener un cierto componente humorístico si no fuera porque al menos una de las pistolas se empleó en un homicidio en las afueras de la capital. Las otras 266 armas simplemente se han esfumado; en general, son pistolas de aspecto típicamente cinematográfico (semiautomáticas de marca Glock), aunque también han desaparecido varios rifles, metralletas y algún fusil de asalto difícil de esconder en un maletín.
Peor es la desaparición de computadoras, no porque sean más caras que las pistolas (especialmente en este país), sino porque muchas de ellas contenían información comprometida, secreta, o ambas cosas a la vez. John Ashcroft, el fiscal general (de cuyo departamento depende el FBI), compareció ante la prensa para asumir el bochorno, aunque trató de aminorarlo con una estrategia semántica: insistió en que las pistolas y los ordenadores no estaban “desaparecidos”, sino “no localizados”, como si fuera cuestión de mirar en las papeleras. Se estima que el FBI tiene repartidas 50.000 armas entre agentes y 13.000 ordenadores portátiles.
Las “no localizaciones” se han descubierto en una auditoría interna que ha revisado los inventarios sólo desde el año 1990. Es muy significativo que el FBI haya mostrado reticencias a contar pistolas desaparecidas antes de ese año, no sea que la cifra se dispare. Por razones obvias, tampoco han querido ponerse a contar balas robadas en los departamentos de munición.
Cuando John Edgar Hoover dirigía el FBI hace medio siglo, el 88 por ciento de los estadounidenses tenía respeto y confianza por la agencia de información; una encuesta de Gallup mostró el miércoles que esa cifra se ha quedado en la mitad. No cabe duda de que las instituciones que velan por la seguridad del país pasan por un momento amargo respecto a la opinión pública, tanto que se ha actualizado un viejo chiste: el presidente de EE.UU. pone a prueba a dos agentes de la CIA, dos del FBI y dos policías de Nueva York, conocidos últimamente por la brutalidad de sus modos. Les encarga demostrar su habilidad en una misión que consiste en localizar y rescatar a un conejo escondido en un bosque. Los dos agentes de la CIA se equivocan de bosque porque usan mapas antiguos. De los dos agentes del FBI, uno se pasa a construir madrigueras para los conejos y elotro prende fuego al bosque para irse pronto a casa. Los policías de Nueva York son los únicos que completan el trabajo: a punta de pistola, sacan del bosque a un oso que grita: “Está bien, soy un conejo”.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

 


 

EL BUSH TOUR AL LONDRES CLASICO
El tejano y la reina

George Bush empezó ayer por Gran Bretaña su segunda visita a Europa desde que es presidente de Estados Unidos. En su primera visita a las islas –en su primer viaje estuvo en Madrid, Bruselas y Gotemburgo– Bush ha conocido la vieja Europa: almorzó con la reina Isabel II en el palacio de Buckingham, visitó el búnker desde el que Winston Churchill siguió dirigiendo el país durante la Segunda Guerra Mundial, leyó en los mismos salones en los que estudió Carlos Marx en el Museo Británico y pasó la noche en las habitaciones de una mansión Tudor de 1565.
No fue la primera vez que este presidente hijo de presidente saluda a la reina de Inglaterra. Ya tuvo ocasión de hacerlo años atrás, cuando Isabel II cenó en la Casa Blanca invitada por Bush padre. A Bush hijo la reina le pareció entonces “encantadora y con un maravilloso sentido del humor, muy ingeniosa”. Ayer, el millonario tejano tuvo una segunda ocasión de medir el humor de la reina, pero esta vez compartiendo mantel en la corte de Isabel, en los comedores suntuosos y cargados de historia del palacio de Buckingham, en el corazón del Londres histórico, y acompañado de Laura, su esposa y primera dama.

 

PRINCIPAL