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Dos hermanas acechadas por la
cruda realidad, en una vieja casona

Lorenzo Quinteros y Pablo De Nito interpretan una obra que gira en torno a dos mujeres que ya no pueden vivir al margen de todo.

En la ficción, el cuerpo de las
mujeres ha ido transformándose.
Es una de las metáforas inquietantes
de “Siempre lloverá en algún lugar”.

Por Cecilia Hopkins

“No se puede vivir así, ocultándose y ocultándolo todo”, reflexiona la delicada Clotilde en su pequeña sala de recibo. La señora pasa su tiempo tomándose un licorcito o compartiendo sus más íntimos pensamientos con la muñeca de porcelana que adorna el sofá. Vive con su hermana Ema prácticamente recluida en la casa pero las razones del virtual atrincheramiento que se han autoimpuesto las protagonistas de esta Siempre lloverá en algún lugar –obra del tucumano Manuel Maccarini– van aclarándose de a poco, a medida que la acción sigue su curso. Porque si bien no hay novedades dentro de la casa, la calle es un hervidero de acontecimientos. La delincuencia crece y los vaivenes de la política económica del país no prometen nada bueno. Las hermanas pertenecen a una familia que hunde sus raíces en la aristocracia ganadera, según lo confirma el árbol genealógico que recitan frente a los adustos retratos de familia que presiden la sala .
Uno de los rasgos que definen la intriga de la obra se basa en que los roles de las mujeres son interpretados por dos actores que, por otra parte, no tratan de ocultar el bozo o las axilas velludas. Estos signos aparentemente incongruentes refuerzan un descubrimiento inquietante: el cambio glandular que están padeciendo –que hasta les pone roncas las voces– es parte de las adaptaciones que sufren sus cuerpos ante los violentos cambios que la realidad les va pautando. Pero las trasmutaciones no son solamente de ese orden en esta pieza que admite en su estructura realista un tema propio de la ciencia ficción. Finalmente, la paranoia se impone en las hermanas cuando creen reconocer a un amigo del pasado en el dócil perrito que aparece abandonado en la puerta de la casa. Este es el momento en que Clotilde evalúa cómo han cambiado las ideas desde su juventud. Atrás han quedado los “60, la época en que se imponía la lectura de Sartre y Marcuse”. Ema percibe la realidad de otro modo. Solo recuerda los meses en que el Mundial arrancaba de la gente “gritos que tapaban otros gritos”.
El texto de Maccarini es de una incuestionable actualidad. Alienadas por el encierro, a estos personajes los acecha la voracidad de una superestructura que, suponen, no vacilará en meterse en cada casa para arrasar con todo. La utilización de la jerga propia de los analistas de mercado para expresar cuestiones de otro orden es un acierto . En cuanto a la interpretación, se nota que tanto los actores como la dirección se han propuesto que los personajes no caigan en afectaciones y énfasis desmesurados, aunque por momentos no se puedan eludir. Tal vez por eso, Quinteros y De Nito le da un respiro al espectador apenas dejan aflorar su propia voz, por encima del aflautado timbre de los personajes.

 

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