Por Cecilia Hopkins
No se puede vivir así,
ocultándose y ocultándolo todo, reflexiona la delicada
Clotilde en su pequeña sala de recibo. La señora pasa su
tiempo tomándose un licorcito o compartiendo sus más íntimos
pensamientos con la muñeca de porcelana que adorna el sofá.
Vive con su hermana Ema prácticamente recluida en la casa pero
las razones del virtual atrincheramiento que se han autoimpuesto las protagonistas
de esta Siempre lloverá en algún lugar obra del tucumano
Manuel Maccarini van aclarándose de a poco, a medida que
la acción sigue su curso. Porque si bien no hay novedades dentro
de la casa, la calle es un hervidero de acontecimientos. La delincuencia
crece y los vaivenes de la política económica del país
no prometen nada bueno. Las hermanas pertenecen a una familia que hunde
sus raíces en la aristocracia ganadera, según lo confirma
el árbol genealógico que recitan frente a los adustos retratos
de familia que presiden la sala .
Uno de los rasgos que definen la intriga de la obra se basa en que los
roles de las mujeres son interpretados por dos actores que, por otra parte,
no tratan de ocultar el bozo o las axilas velludas. Estos signos aparentemente
incongruentes refuerzan un descubrimiento inquietante: el cambio glandular
que están padeciendo que hasta les pone roncas las voces
es parte de las adaptaciones que sufren sus cuerpos ante los violentos
cambios que la realidad les va pautando. Pero las trasmutaciones no son
solamente de ese orden en esta pieza que admite en su estructura realista
un tema propio de la ciencia ficción. Finalmente, la paranoia se
impone en las hermanas cuando creen reconocer a un amigo del pasado en
el dócil perrito que aparece abandonado en la puerta de la casa.
Este es el momento en que Clotilde evalúa cómo han cambiado
las ideas desde su juventud. Atrás han quedado los 60, la
época en que se imponía la lectura de Sartre y Marcuse.
Ema percibe la realidad de otro modo. Solo recuerda los meses en que el
Mundial arrancaba de la gente gritos que tapaban otros gritos.
El texto de Maccarini es de una incuestionable actualidad. Alienadas por
el encierro, a estos personajes los acecha la voracidad de una superestructura
que, suponen, no vacilará en meterse en cada casa para arrasar
con todo. La utilización de la jerga propia de los analistas de
mercado para expresar cuestiones de otro orden es un acierto . En cuanto
a la interpretación, se nota que tanto los actores como la dirección
se han propuesto que los personajes no caigan en afectaciones y énfasis
desmesurados, aunque por momentos no se puedan eludir. Tal vez por eso,
Quinteros y De Nito le da un respiro al espectador apenas dejan aflorar
su propia voz, por encima del aflautado timbre de los personajes.
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