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Una casa en Gualeguaychú
Por Osvaldo Bayer

Argentina tiene estas cosas. Mientras hoy los hijos se van de mercenarios a defender las banderas de los ex imperios (hace apenas un cuarto de siglo luchaban por una Argentina mejor y eran destrozados por nuestros mercenarios de picana eléctrica y tiro en la nuca), las Madres inauguran una casa en Gualeguaychú. ¿Dónde? Sí, en Gualeguaychú, ahí en medio de esa tierra entrerriana verde y mojada (“Ciudad del río indio donde abrevaban los jaguares / espejo y camalote, estrellas y resacas” así le ha cantado a esa región la poetisa del lugar T. Carboni), las Madres acaban de darle vida a una pequeña pero encantadora morada de reuniones, discusiones, recordaciones y de búsquedas hacia la dignidad. Veinticinco años después de que se llevaron a sus hijos, ellas tienen nueva casa para recibirlos. Con dibujos de artistas de la zona, y con un nuevo periódico Tierra de todos. He vuelto a ser argentino. Más todavía, me he pasado de provincia, me siento entrerriano y hago valer para eso que fui concebido en Concepción del Uruguay, aunque mi madre me haya dicho que “esas cosas no se dicen”. Tierra de todos se llama el periódico de las Madres entrerrianas. Justo cuando el sistema nos repite todos los días en la voz de maestrita adjunta y suplente Patricia Bullrich que los obreros deben trabajar para progresar y no hacer huelgas. En cambio aquí las Madres -guiadas por Aurora (un nombre ya pensado para que volvamos a ver el sol–, en el acto de inauguración, han elegido precisamente el tema de las luchas obreras en la Argentina.
La Casa de las Madres gualeguaychunas (perdón si no se dice así, pero me gusta, tiene el sabor del tiempo en que en tierras entrerrianas “eran los días del andar desnudo al sol / y de vagar los montes y los ríos / para inventar los nombres musicales: / aguaribay, cú-e, igüití, mío, mío”) estaba repleta de jóvenes y de viejos jóvenes. Docentes, obreros, estudiantes, madres todas jóvenes, profesionales y, por supuesto, el rumor siempre vivo de los niños. Bajo el techo de esa casa se reunirán intelectuales, trabajadores, estudiantes, artistas y las Madres. Se harán seminarios; se darán clases; se conspirará contra la injusticia; se volverán a entonar viejos himnos de lucha de aquellas generaciones del trabajo que sabían que la única arma del progreso era la lucha. No iban al sindicato a pedir perdón a Dios ni a recibir las instrucciones de portarse bien sino a levantar el brazo para decir sí a la justicia, sí al coraje y no al patrón y a sus representantes políticos.
El momento de más emoción de esa tarde en la Casa de las Madres de Gualeguaychú fue cuando se recordó la matanza que hicieron las fuerzas de derecha hace ochenta años contra los obreros que en la plaza celebraban el 1º de Mayo, las ocho horas sagradas, la ley de la dignidad. Ese año del gobierno radical de Yrigoyen ocurrieron el fusilamiento de obreros rurales patagónicos, la bestial represión de los hacheros huelguistas de La Forestal en el norte santafesino, la matanza de obreros agrícolas de las llanuras pampeanas en Jacinto Aráoz y el cobarde ataque contra los obreros de Gualeguaychú. Aquí el ataque fue protagonizado por la Liga Patriótica, organización de extrema derecha que presidía el funcionario yrigoyenista Manuel Carlés y que había sido fundada por los estancieros Miguel A. Martínez de Hoz, Antonio Lanusse, Federico Leloir, el perito Francisco P. Moreno, Joaquín S. de Anchorena, monseñor Miguel de Andrea, etc. El punto N) de sus estatutos señalaba: “adoptar las medidas necesarias para que la Liga Patriótica pueda agruparse en organizaciones vecinales que cooperasen en la acción represiva de todo movimiento de carácter anarquista”.
Ese día en Gualeguaychú los obreros, como decimos, festejaban el Día de los Trabajadores. Y la Liga Patriótica resolvió hacer un contraacto. Con gran desfile de gauchos a caballo, colegios religiosos de la zona, banderas argentinas de 50 metros de largo, señoritas que arrojaban flores al paso de la juventud de choque de la Liga, etc. El momento culminantefue cuando el líder derechista Carlés llegó con su levita negra y su sombrero hongo en un biplano directamente de Buenos Aires. Terminado el acto de reafirmación patriótica y de los derechos de propiedad, la caballería gauchesca –que durante la fiesta había gozado de ocho reses asadas y varias pipas de vino–, que iba al comando del estanciero y político Francisco Morrogh Bernard, se dirigió a darles su escarmiento a los obreros que estaban en la plaza de Gualeguaychú, engalanados por una bandera roja y otra negra. Ver esas banderas y “sentir la santa indignación patria en sus pechos fue todo uno para los hombres de Carlés. Y arremetieron contra la endeble tribuna proletaria y sus tres mil asistentes. Fue una carnicería, aunque los obreros no se rindieron sino que lucharon con cascotes, ramas y también algunas armas cortas. En la plaza quedaron cuatro obreros muertos y treinta y tres heridos graves. El diario conservador La Prensa trató de explicar las cosas diciendo que “el 95 por ciento de los víctimas no era argentina y eso induce a pensar en el carácter de la reunión obrera que se realizaba y también a explicarse la violencia con que los oradores anarquistas se refirieron en sus discursos a los símbolos nacionales. La policía manifestó en el primer instante -seguramente por precipitación– que a los obreros no se les habían encontrado armas”.
El tiroteo siguió toda la noche y los ciudadanos “patrióticos” quisieron tomar el local de la FORA, pero no lo consiguieron porque fue defendido por los obreros.
Quien hoy visite el cementerio de Gualeguaychú encontrará cuatro tumbas y una columna tronchada. El lugar tiene una placa, redactada por Ramón Suárez, que era tripulante de barco y comunista. Dice así: “Aquí yacen los restos de los que en vida fueron Angel Silva, Celedonio Iglesias, Lorenzo Timón y Pedro Villarreal. Murieron el 1º de Mayo de 1921, luchando por el porvenir en aurora contra el pasado en ocaso. Sus hermanos de clase, de dolor y de lucha a su memoria”.
Repetimos esta sabiduría obrera: “Por el porvenir en aurora contra el pasado en ocaso”. Vale más que todas las vaguedades y oportunismos expresadas por la ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, en las más de cincuenta declaraciones que realizó por radio, televisión y otros medios. Pero volvamos a la otra Argentina.
En el acto de inauguración de la Casa de las Madres de Gualeguaychú, estaba Ateo Jordán, el hijo de uno de los obreros protagonistas del 1º de Mayo de 1921. Contó esto a los presente: “Esa tarde mi padre se defendió como pudo contra la Liga Patriótica. De pronto vio cómo los curas de la iglesia habían facilitado a estos últimos la torre del campanario para que desde allí tiraran con armas largas contra los trabajadores anarquistas. El recibió dos impactos de bala. Fue tal la indignación que mi padre dijo en voz alta: “A mi próximo hijo lo llamaré Ateo”. Y por eso me llamo Ateo y llevo con mucho orgullo ese nombre”. Una típica reacción de los anarquistas de aquellos tiempos. Jamás se hizo un juicio contra los atacantes.
El acto en la nueva Casa de las Madres –que por su apariencia tiene el aspecto sabio de servir para el estudio– no terminó, como dijimos, en la tristeza ni en la impotencia. Fue una lección. En una casita del interior de Entre Ríos se está dispuesto a combatir por el futuro. Acto tan valioso como los piqueteros que salen para decir basta, como las multitudes que llenan las plazas con sus protestas, como los jóvenes que hacen casi a mano sus periódicos de lenguaje revolucionario. Que la inscripción obrera de Gualeguaychú, “Por el porvenir en aurora contra el pasado en ocaso”, sea un lema a seguir.
Pensemos en eso aunque esta noche salgamos y veamos a madres con chiquitos comiendo de la basura. Y mañana leamos un nuevo discurso de Patricia Bullrich.



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