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PANORAMA POLITICO
Por J. M. Pasquini Durán

CONSENTIMIENTOS

El gobierno nacional, y con él la mayor parte del sistema político-institucional, pasa por graves apuros. No es para menos, ya que las múltiples crisis (económica, financiera, política, social y cultural) se han combinado para llegar a un punto crítico de máximo agobio. Nada parece suficiente para frenar la decadencia sin rumbo ni avanzan las diversas iniciativas para salir de la postración porque se marchitan antes de pasar las pruebas de la práctica. La mayor parte de los responsables de las decisiones giran sobre sí mismos, igual que el perro tratando de morderse la cola, en vanos desgastes de energía. Desde la derecha a la izquierda, los pronósticos están saturados de presagios alarmistas, cada uno encerrado en las propias “verdades” absolutas y únicas que exhibe o improvisa con la dogmática convicción de profetas iluminados. La administración central del Estado encabeza el lote de los augures pesimistas, porque en la búsqueda de aplanar las opiniones disidentes advierte a todos que si no siguen las huellas oficiales el país entero se hundirá en el abismo, repitiendo el misterio de la Atlántida.
La opinión mayoritaria coincide en la conclusión: “así no se puede seguir más”. A falta de otros plebiscitos, la maciza adhesión a la huelga del jueves pasado sirve de prueba contundente acerca de la insatisfacción popular por los resultados de las gestiones gubernamentales en la nación y en las provincias. No es para menos, si las economías familiares son golpeadas una y otra vez por el desempleo que crece y la pobreza que se extiende como una mancha de aceite envenenado. Hasta el sentido común se rebela contra la injusticia generalizada, exacerbada además por la persistencia de la teoría del “derrame”, según la cual si los ricos son más ricos al final gotearán prosperidad sobre el resto de la pirámide en la que están sentados. No obstante la inexistencia de alguna evidencia empírica que respalde esa especulación, el mensaje oficial a la sociedad es la repetida demanda de sacrificios, a los que se les cambia el nombre pero que tienen como destinatarios siempre a los mismos sectores, del medio de la pirámide para abajo.
Sin hacer caso de la experiencia realizada con el “ahorro” diseñado por Ricardo López M., eyectado del gabinete nacional por el malhumor social antes de poner en práctica sus teorías, el Gobierno insiste en golpearse la cabeza contra la pared. En lugar de buscar opciones que se acomoden a los reclamos sociales, insiste en aislarse cada vez más, generando dudas incluso acerca de sus energías para completar el mandato cuando ni siquiera cumplió la mitad del mismo. Descarta, con necedad incomprensible, la chance de dotar de un subsidio generalizado al desempleo, en lugar de dispersar los recursos disponibles para la asistencia social en innumerables programas que son motivo de reiteradas confrontaciones de todo tipo y que, en general, sirven apenas de instrumentos transitorios para convertir a los ciudadanos en clientes de la política o, lo que es peor, para distribuir favores partidarios. Los piquetes son el resultado directo de esa incapacidad para hacerse cargo de las necesidades más urgentes de un tercio de la población total.
¿Qué podía esperar si en lugar de bálsamo echa sal en las heridas sociales? Fragmentado, débil, sin confianza popular, en vez de asumir las crisis en su totalidad, mete la mano sin permiso en las escuálidas economías caseras de los jubilados, símbolos de la injusticia social equivalente a las masas de desocupados abandonados a su propia suerte. Obsesionado por el poder de “los mercados”, o sea por los intereses de los sectores financieros que tienen el control de la economía, piensa que los problemas nacionales pueden resolverse si garantiza, “a rajatablas”, el pago de la deuda pública, mientras acumula deuda social a niveles agraviantes para la dignidad humana y para el orgullo nacional. Así vuelveuna y otra vez sobre sus propios pasos, con argumentos del comienzo de su gestión, pero diecinueve meses más tarde.
Domingo Cavallo, igual que antes lo hicieron José Luis Machinea y López M., descubrió que el déficit fiscal es el padre de todos los males y, como si fuera una revelación, explicó que nadie puede gastar más de lo que gana. Esa obviedad, que la conocen hasta los chicos de la primaria, la quiso pasar como si fuera la piedra basal de la arquitectura de reactivación que terminará con la depresión económica generalizada. Trata de disuadir al país con el mismo ímpetu que hace cuatro meses Fernando de la Rúa y Cavallo anunciaban el próximo final de la recesión con inminentes saltos de crecimiento para el último semestre, después trimestre y ahora ni mensual. Más aún: enarbolan el gallardete del “déficit cero” pero tampoco pueden precisar el monto del ahorro necesario. Hablan de 1500 millones o acaso de 2300 y, a lo mejor de más cantidad, para terminar el año con 6500 millones en rojo, cifra que en las matemáticas oficiales equivale a cero porque ése es el límite tolerado por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Es evidente que los acreedores de la deuda pública quieren cobrar en término, con la máxima rentabilidad y que, para lograrlo, están dispuestos a utilizar todos los recursos que tienen a mano, hasta el chantaje liso y llano. No significa que, por eso, haya que matar viejos como en La guerra del cerdo de Bioy Casares o que deban ser satisfechos a cualquier costo. Mucho menos con el hambre de millones, que hoy representan al 39 por ciento de la población y en un par de años vaya a saber cuántos serán necesarios para calmar la voracidad del Moloch financiero. Entre pagar a ese precio y no pagar, exponiéndose a las represalias, hay una gama de matices, entre ellas, para responder con otra obviedad, la reprogramación de las obligaciones como sucede en cualquier relación de deuda en que una de las partes no puede cumplir con los términos originales. En el ejemplo doméstico, el acreedor puede elegir entre no cobrar o negociar nuevas condiciones, asegurándose de paso que el deudor aumente sus ingresos.
En el caso del país, el “ahorro” forzado es equivalente, y tan inútil, a que el deudor del ejemplo dejara de trabajar para guardarse el gasto diario de transporte. Aun los menos especializados en economía saben que la verdadera garantía de un país es la capacidad de mejorar su capacidad productiva y fortalecer el mercado interno alentando el consumo masivo. Así lo hicieron Suecia e Irlanda, citados como referencias válidas en estos días. Con ese propósito, los gobiernos de ambos países comprometieron el previo respaldo de los partidos políticos, de los gremios y empresarios y de otras representaciones sociales. El Gobierno no asegura ni una ni otra condición con la política y el método elegidos para salvar las dificultades de la coyuntura. Por un lado, paraliza el frente productivo y deprime el consumo y, por el otro, recurre al Congreso después de anunciar sus decisiones. Como era de esperar, el mecanismo de ordeno y mando, ajeno al consenso democrático, lo obligó a negociar con propios y adversarios y cualquiera sea el resultado, mientras no corresponda al proyecto original, podrá percibirse como otra derrota y los más probable es que sea tan inestable como los ajustes anteriores. Inestable y también ineficaz para aliviar a los necesitados, porque en realidad lo que ya no funciona es la dinámica del ajuste perpetuo.
Por esa vía, la base de apoyo del Gobierno seguirá desmoronándose, empezando por sus flancos más controvertidos, como el Frepaso, cuyo bloque de diputados ayer no pudo ponerse de acuerdo en una posición unánime y sus miembros fueron autorizados a votar según la conciencia de cada uno. Los radicales han sido más componedores, a pesar de algunas resistencias internas contra el ajuste concebido por Cavallo, en parte porque temen que si retiran el apoyo el Gobierno quede colgado del pincel y, también, porque no quieren dejar espacio para una nueva alianza en el PoderEjecutivo formada por De la Rúa, Cavallo y los gobernadores peronistas. Esta posibilidad sería un rejuntado de debilidades, porque el ministro de Economía regresó a ser minoría en la consideración popular y los mandatarios provinciales están obligados a compartir la suerte del gobierno nacional debido a sus propias dificultades. Es el caso de Carlos Ruckauf en la provincia de Buenos Aires, que necesita el apoyo legislativo de radicales y frepasistas, después que el Supremo Tribunal bonaerense le cerró el camino al decretazo, para darle luz verde a su programa de emisión de bonos, moneda artificial, para pagar salarios y proveedores del Estado.
Habrá que ver todavía si los tribunales dejan pasar los recortes salariales, que violan derechos adquiridos, y si los fondos de inversión, como las AFJP, y los bancos aceptan poner su contribución a la consigna del “déficit cero”, sin más compensaciones que las que recibirán los jubilados y los salarios recortados, es decir ninguna. En medio de estos vaivenes que llevan al país a los tumbos, a fin de trasegar agua a su propio molino, el menemismo ha lanzado una campaña que propone una tregua de cien días, con suspensión de los comicios de octubre, al final de los cuales si no hay indicios firmes de reactivación económica el Gobierno tendría que convocar a elecciones presidenciales anticipadas. Por su lado, los otros conservadores siguen explotando el miedo al futuro, que puede volver fascista a un liberal, con una mano en la caja recaudadora y un garrote en la otra. Entre la debilidad y la prepotencia de las cúpulas, el movimiento popular tendrá que extremar las precauciones para no ser empujado de la sartén al fuego por los discursos demagógicos que quieren explotar su hartazgo de tanta injusticia o por los que prometen el abismo si no declinan la voluntad de resistencia. También la caída de Isabel Martínez, en su momento, alegró a muchos que ya no soportaban esa mediocridad reaccionaria, pero que hoy lamentan las malditas consecuencias por aquel consentimiento que todavía atormenta a la conciencia nacional.


 

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