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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

Un refugio de papel para mirar la crisis

Vienen en contenedores pequeños o cofres grandes, acomodados en una bodega especial, y siempre como equipaje acompañado. Sus acompañantes son dos o más custodios que viajan en clase económica y deben turnarse para dormir. Del transporte se encargan courriers especiales como Juncadella-Prosegur, Brinks, Mat Securitas, Brambels, Loomis Westfargo o algún otro. Cuando aterrizan en Ezeiza, la primera bodega que se desprecinta y abre es ésa, siempre que un camión blindado ya esté en la pista aguardando y se haga presente un despachante de aduana. Mientras se completa la operación, el pasaje debe esperar en la aeronave. La demora se ha vuelto más habitual estos días, cuando los bancos que operan en el país multiplicaron su importación de dólares billete, trayéndolos casi siempre de Nueva York u ocasionalmente de Miami. El flete de esta verde carga equivale a un 5 por mil del monto monetario, mayoritaria pero no únicamente fraccionado en billetes de U$S 100. Esto significa que traer un millón de dólares cuesta 5000 pesos, sin contar el blindado, que del aeropuerto parte sin escalas hasta la bóveda del banco comprador. Teóricamente, si los argentinos quisieran (y pudieran) retirar en billetes los 52 mil millones de dólares que tienen depositados en la banca local, importar el papel moneda necesario costaría 260 millones. Barato no es: cuesta 50 centavos por billete, aunque éste sea de 1 dólar. El gran proveedor es, obviamente, la Reserva Federal, cuyo representante en la Argentina es el HSBC. Entre el momento en que se encarga la crujiente partida y se la recibe pueden pasar entre 72 y 96 horas. La carga no levantará vuelo mientras no llegue a destino una transferencia por igual monto.
A pesar de que la regla de oro es que un banquero, cuando se le viene encima una corrida, debe poner la plata sobre el mostrador para que el público sepa que está y puede llevársela, varios de los bancos transnacionales y más prestigiosos que operan en esta plaza prefirieron retacear las entregas, aduciendo la falta de físico o dejando vacíos de dólares los cajeros automáticos, con lo que alimentaron el pánico. El propio secretario de Finanzas, Daniel Marx, puede contribuir a la sangría, a juzgar por lo que les indicó el jueves a las AFJP, en otra de las frecuentes reuniones que mantiene con ellas para empapelarlas con títulos públicos. Además de señalarles que deben invertir toda su recaudación mensual (cerca de 350 millones de pesos, de los que se restan por lo menos 100 millones de comisiones) en bonos estatales, opinó que las Administradoras tenían demasiada plata invertida en plazos fijos (alrededor de un 15 por ciento de la cartera) y resultaría conveniente que no los renueven al vencimiento para prestarle ese dinero al Estado. Vale decir que mientras Roque Maccarone se sulfura en el BCRA para apagar el incendio en la banca, desde Economía le profundizan el drenaje de depósitos.
Para lograrlo, Finanzas arma con el conocido grupo de bancos amigos, que a su vez son dueños de las AFJP, un fideicomiso (en esencia, un fondo común basado en títulos públicos) para eludir el tope legal establecido para la tenencia de bonos por parte de los fondos jubilatorios. El miércoles una resolución oficial subió la cota para que éstos inviertan en fondos comunes, también una vía para la saturación con deuda estatal. Las viejas historias sobre el saqueo a las cajas previsionales retornan con nuevas técnicas: el barrido consiste ahora en “convencer” a los financistas que manejan los fondos de capitalización sobre la conveniencia de volcarlos en títulos de altísimo riesgo, como son los emitidos por el Tesoro argentino. “Por este camino vamos a la explosión del sistema”, sentenciaba ayer un técnico del sector.
Si la pregunta es por qué el sistema financiero acepta ponerle toda la plata al Gobierno, las respuestas son dos. Una, porque no hay papeles privados disponibles ante la falta de proyectos y la depresión. Otra, porque en la negociación cara a cara y entre cuatro paredes con losfuncionarios de Economía se alzan con tasas y comisiones que ningún otro gran tomador de fondos paga, mientras mantienen vivo a ese deudor convertido en la mayor fuente de ganancias del sistema financiero. En el camino quedan algunos lastimados: los aportantes a las AFJP verán descapitalizados este mes sus fondos en más de un 6 por ciento (en los últimos doce meses perdieron 2 puntos), y esto después de haber gastado en comisiones un tercio de su aporte.
Mientras tanto, todo el sentido que Economía buscó imprimirle al Déficit Cero, descargando el costo de lograrlo sobre el sector público (empleados y proveedores) y sobre los jubilados, ha venido desdibujándose por la oposición que encontró en la Alianza. Tal como evolucionaba la discusión anoche, el grueso del ajuste lo haría el sector privado, aunque se comience este mes por aplicar la poda según el diseño original de Domingo Cavallo. De hecho, se resuelve un aumento de la presión impositiva –vía no devolución del impuesto a las Ganancias a los perceptores de sueldos medios y altos, elevación de las contribuciones patronales en el sector servicios, más gravamen a las cuentas corrientes– para liberar del recorte a la mayoría de los destinados a sufrirlo.
Obviamente, como de todas formas se impone el ajuste inmediato del gasto a la recaudación, el enfoque aliancista quedará supeditado a cuánto dinero ingrese efectivamente a la AFIP, acerca de lo cual es imposible hoy realizar una predicción creíble. Pero, en todo caso, si los cavallistas llegasen finalmente a aceptar esta drástica modificación de su planteo, cabrían tres lecturas. Una, que prefieren cualquier vía hacia el Déficit Cero con tal de que quede desbloqueada, porque la alternativa es el derrumbe y el hundimiento de ellos mismos. Otra, que conseguir del oficialismo (además de los gobernadores peronistas) la sanción de un ajuste tan abrupto y extremo es un logro histórico para la ortodoxia, cualquiera sea el precio a pagar. Y la tercera es que, en la realidad y con una recaudación que hoy no puede ser aumentada porque el Parlamento lo pretenda en una ley, al final el ajuste se parecerá mucho al que concibieron en Hacienda.


 

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